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"La amable invitación de Domenico Guirlandaio" por Carmen Pinedo Herrero

 


El Cameo de Carmen Pinedo Herrero. Una visita sorpresa a uno de los lugares más bellos y que más emocionan a los amantes del arte. Y vamos las dos. No podía esperarme este viaje tan especial en el que hay tanto, de tantos. 

En estos momentos nos hallamos delante de Santa María Novella. Estoy a punto de comerme una avispa, algo que, sin duda, mermaría la dicha que siento en este instante, pero me dices: “Carmen, cuidado con la avispa”, así que no me la como y te agradezco el aviso, Caty. Sonrientes, contemplamos la fachada de la iglesia mientras charlamos sobre Alberti –no el poeta, sino el arquitecto-. Dentro de un momento abandonaremos Florencia para entrar en otra Florencia: la de finales del Quattrocento, tal como nos la muestra Domenico Ghirlandaio en sus frescos de la capilla Tornabuoni.


¿Sabéis lo que nos fascina de esos frescos? Las arquitecturas, claro, esa oportunidad de pasear por las calles y las plazas proyectadas por el arte de Domenico, de entrar en las casas y de codearnos, como unas más, no solo con muchos de los miembros de los Tornabuoni, esa familia aliada de los Medici, sino también con pensadores como Marsilio Ficino y Angelo Poliziano. Nos atraen los rostros, los gestos de todas esas personas entre las que nos movemos, discretas y calladas para que no nos descubran tan fuera de lugar, tan de otro tiempo: a ver quiénes son esas intrusas que se han colado aquí. Giovanna, ¿son amigas tuyas? Y Giovanna, siempre tan digna, tan de perfil, nos mira de soslayo antes de responder: no las conozco de nada.

Donna Giovanna es un poco altiva, qué le vamos a hacer, pero no nos molestamos con ella: a fin de cuentas, es cierto que no nos conoce, puesto que venimos de otra época. Sea como sea, cuánta delicadeza se advierte en algunas de las figuras pintadas por Ghirlandaio en este y otros lugares, en sus rostros, sus expresiones, sus miradas, sus actitudes. El modo en que recogen sus ropas, tienden sus manos, se giran para mirar a otra persona, inclinan la cabeza o se adormecen está impregnado de calma, de silencio: a veces, de ternura.


Mirad, nos invitan a entrar en las habitaciones donde unos niños acaban de nacer. Las madres, incorporadas en las camas, contemplan desde su sosiego la escena que se desarrolla en torno al niño, el “pásamelo” de la mujer que tiende los brazos, la sonrisa de quien sostiene al bebé en su regazo, el agua vertida desde una jarra, la fruta, las visitas…

La habitación de Isabel, la madre de Juan, es acomodada. Vemos en ella el techo de casetones, las pilastras que enmarcan todas las composiciones de estos frescos duplicadas al fondo –una de ellas, resuelta en su fuste y su capitel como esquinera- y muy pocos muebles, aunque suntuosos. La mujer que nos mira es Giovanna degli Albizi, la nuera de Giovanni Tornabuoni: murió de parto en la misma época en la que Ghirlandaio pintaba estos frescos. 

Mucho mayores son la complejidad espacial y el lujo en la estancia donde nace María. En lo alto de la escalera que hay en uno de los lados se reproduce la escena del abrazo entre Joaquín y Ana, los padres de la niña. Ya veis: frisos decorados con bajorrelieves que evocan los de Donatello y Luca della Robbia en la Cantoria del Duomo de Florencia, paneles recamados de taracea, pilastras ornamentadas, la bóveda de cañón con casetones que nos remite a la pintada por Masaccio –o por Brunelleschi- en la Trinidad que podemos ver en la misma iglesia de Santa Maria Novella… Una habitación, qué queréis que os diga, que ofrece poca intimidad. Pero no importa, puesto que no nos corresponde dormir en ella: es una pintura, una espléndida pintura, y lo nuestro es admirarla.


¿Os habéis fijado en esas dos figuras volanderas, una en cada panel, tan distintas del aplomo, del sosiego, de la monumentalidad de los otros personajes? La ropa de estas dos mujeres parece agitada por un viento insólito en esos lugares cerrados y que, además, no afecta a las otras figuras. Expresan el movimiento, sí, pero casi como danza o vuelo. Algo en ellas evoca las voces de una antigüedad que no desconoce la ligereza.

La fama de Domenico Ghirlandaio es discreta, en comparación con otros artistas. No importa. Hay en él algo próximo, íntimo, que resulta muy agradable. Puede que sea por el modo en que trata las arquitecturas, o por cierta dulzura que no empalaga, o por el modo en que nos hace sentir como unos invitados bienvenidos a esa fiesta del Quattrocento florentino: pasad, pasad, estáis en vuestra casa.

Como en tu casa, Caty, tu isla de papel. Gracias por tu invitación, tan amable como la de Ghirlandaio. Gracias por tu amistad. 

Carmen Pinedo Herrero


Carmen Pinedo Herrero es una especialista en todas las artes. Las artes plásticas y las artes humanas. Tiene arte, podríamos decir. En sus escritos, en sus libros, se trasluce que su cabeza nunca para, que es original para dar y tomar. Conozco a muchas mujeres inteligentes e ingeniosas, pero Carmen se lleva la palma. No la palma del martirio, sino la de la imaginación y la verdadera alegría. La de apreciar la belleza de lo que el hombre ha creado y de lo que la naturaleza nos ofrece. 

Podéis conocerla más si entráis en su blog: 

https://carmenpinedoherrero.blogspot.com

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