Desde el taxi

 LA TRISTEZA DE LAS MUJERES


Desde el taxi



/Hiperrealismo, exposición del Museo de Bilbao/

Primero te hizo gracia. Confiésalo. Te llamó por teléfono desde un taxi y tú te sorprendiste. Era algo original, algo que nunca nadie había hecho. Luego, se hizo costumbre. Subía a los taxis y sonaba el teléfono y su voz te contaba dónde estaba, por dónde se movía, adónde iba. Comidas con colegas, compromisos políticos, viajes hasta la estación para coger el tren…Ese continuo movimiento suyo, esa voz in itinere, un verdadero bullicio de palabras. A veces pensabas que era muy amable, que ya resultaba complicado estar todo el día viajando para, encima, llamar por teléfono y hablar del tiempo, el paisaje, el almuerzo o las últimas noticias. 

Cuando el tiempo pasó observaste algunas cosas raras, sumadas al montón de las rarezas que eran su santo y seña. Nunca te llamaba cuando se dirigía a una de sus cenas misteriosas del jueves por la noche, del viernes, o del sábado. Y, a veces, cuando no podías atenderle la llamada porque llegabas tarde, entonces hacías el intento de llamarle tú y el teléfono no estaba disponible. Te costó entenderlo, pero llegaste a la conclusión de que tu llamada estaba en una lista y que la lista corría si nadie contestaba. Tú estabas en esa lista y no sabías en qué lugar, qué numero ocupabas. 

Más tarde pillaste la segunda parte del misterio. Ir en taxi es algo que dura poco tiempo. Las llamadas en taxi comienzan y acaban en el espacio de una breve charla. Eso es. Lo has entendido. Brevedad, para ponerle límites a todo. Para controlar el tiempo. Para que nadie oiga la conversación, porque eres una palabra inexistente en su agenda. Y luego, bastante después, te diste cuenta que la inercia de llamar no tenía razón de ser, no era por ti. Una obligación que él mismo se había impuesto. Una forma de no soltar los lazos. Todo menos amor, menos afecto, menos cariño, menos pasión, menos vida. Un asco, en realidad. La nada. 


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