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"Apegos feroces" de Vivian Gornick


    Ser madre es muy difícil. Pero las hijas no llegamos a entenderlo hasta que, a nuestra vez, nos convertimos en madres. En la literatura hay mucho que contar acerca de las relaciones entre madres e hijas, las más intensas y problemáticas de todas las relaciones humanas. Las hijas son el anverso y el reverso de las madres. Cuando esos lazos se han establecido de una forma sana y coherente, eso será siempre un seguro de estabilidad; pero no es posible en todos los casos, más bien es una rareza. Porque ser madre es muy difícil. 

La madre es un espejo equívoco. Ni su tiempo fue el nuestro, ni sus intenciones somos capaces de explicarlas ni de entenderlas, ni la diferencia generacional es fácil de superar...Solo el cariño es la argamasa impermeable que puede hacernos escalar puestos en esa lucha por el entendimiento. 

    Vivian Gornick habla aquí de una relación materno-filial cuajada de las mismas dificultades que la mayoría de nosotros conoce. Eso nos acerca a ellas, a las dos, a la madre y a la hija. Es consciente de lo que pasa "La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora". La muerte de su padre fue un acontecimiento fundamental y desde entonces, la casa era ya otra cosa: "Ninguno de nosotros, ni mi hermano, ni yo, ni mucho menos mi madre, encontraba consuelo en los otros. Sólo nos hallábamos en un exilio común, atrapados en un pesar negativo"

    La "non fiction novel" que elevó a lo más alto Truman Capote con su "A sangre fría", da aquí el paso clave a la "autofiction", a la historia en primera persona, a la exposición pública de hechos, personas y emociones, a partir de la vivencia de la autora. Es una actitud valiente, quizá terapéutica, siempre necesaria. Y no tendría el valor de obra literaria si no pasara por la conjunción máxima de verdad y estilo. 

  En la historia tienen un papel especial las vecinas, las mujeres que comparten un mismo espacio físico, que alientan la vida de las calles y las casas, que soportan las incomodidades y las miserias. Hay viudas invisibles, solteras desesperanzadas, animosas casadas que han dejado de soñar. Hay hijas, madres, abuelas, mujeres únicas pero con algunos rasgos comunes que a Vivian le llaman la atención. Esa forma de abordar la vida, a pesar de que esté cuajada de obstáculos y de desconsuelos. 

       La calle, la vida. La ciudad, recorrerla de punta a punta. Asomarse a la barandilla y ver el paisaje, asomarse a las ventanas, el movimiento de la gente, las hormigas hacendosas, las cigarras cantarinas. La calle. El barrio. "Cuando era una niña, el aspecto de las cosas me invadía; profundo, estrecho, intenso. La mugre de la calle, el aire blanqueado de la farmacia, las vetas del suelo de madera de la biblioteca a pie de calle, las barras de queso en la nevera de la tienda de alimentación" 
      
      Dos maneras de entender la viudez. La de su madre, hundida en el dolor y la de su vecina, Nettie, que buscará en otros hombres la forma de olvidar al suyo. Una noche la niña Vivian sorprende a Nettie haciendo el amor con uno de esos hombres en su propia casa. "Nettie tenía talento como encajara. Precisamente trabajaba en un taller de encaje cuando conoció a Rick Levine. Sabía hacer vestidos y abrigos, paños y colchas, pero nunca emprendía labores de tal calado. Se limitaba a los tapetes, las fundas de almohada, y los antimacasares para los respaldos; apaños y adornos para dar vida al diminuto apartamento". 

     La muerte de Rick convirtió a Nettie en otra persona. Así suele suceder cuando el hombre al que amas desaparece y más aún si lo hace antes de tiempo, en la flor de la edad, en el momento justo en el que empiezas a acoplarte con él, a entenderte y a andar juntos. Ambas mujeres, la madre y Nettie, son un espejo de dolor para la niña, pero cada una decide vivir la ausencia de una forma diferente.

La madre y la hija se encuentran frente a frente en la vejez de la primera y la madurez de la segunda. Recorren las calles de Nueva York y, al mismo tiempo que observan lo que ocurre, van comunicándose de la forma en que han aprendido, a base de reproches, de recuerdos mal hilvanados, de comentarios jocosos y de maledicencias, cotilleos sembrados de nombres antiguos, de gente que compartió con ellos una porción de vida, algunos de los cuales ya no están.

Esa complicidad, inherente al ser humano, ese placer de la conversación, aun cuando las palabras se disparen y tiren a dar, es la forma en la que podemos conjurar los fantasmas. Pero no siempre es posible entre madres e hijas. Las barreras invisibles actúan y la comunicación termina siendo un milagro. El paseo por la ciudad, la visión de otros territorios más allá de su bloque de pisos baratos, de su barrio, actúan sobre las dos como un enorme catalizador de emociones. A las dos ese vagabundeo les sirve, aunque de manera diferente. Y llegarán algunos puntos de encuentro cuando recuerden, al unísono, situaciones y personas del pasado que, sin embargo, cada una ha interpretado de forma diferente. Son formas de ver las cosas, puntos de vista que separan y, a la vez, unen.

Dice Paul Auster que, en la literatura, "la forma no precede al contenido". En este libro es fundamental tenerlo en cuenta. Borbotones de vida se traslucen y salen al exterior, de dentro a afuera, como también dice el escritor y la forma es subsidiaria de esta muestra de generosidad que hace la autora consigo misma, con el que es y ha sido. Este es el secreto del libro. Cada uno de nosotros puede interpretarlo e interpelarse, como quiera.


Apegos feroces. Vivian Gornick. Prólogo de Jonathan Lethem. Traducción de Daniel Ramos Sánchez. Corrección Raquel Vicedo. Editorial Sexto Piso, división Narrativa. Séptima edición mayo de 2018. Título original: Fierce Attachaments: A Memoir (1987). Imagen de portada: Munster Studio. Diseño: Estudio Joaquín Gallego. 

Fotografías del texto: Vivian Maier. 

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