Ir al contenido principal

"Washington Square" de Henry James


(Catherine y Morris pasean en la versión de 1997 de "Washington Square")

En un tiempo en que las mujeres de la buena sociedad se sentían presionadas por la necesidad de hacer un buen matrimonio, de tener éxito social, Catherine Sloper no es una víctima de su falta de atractivos físicos o de su escasa brillantez de ingenio. Lo que Henry James describe es aún más doloroso, más difícil de superar y más definitivo: la historia de una niña que nunca recibe amor del padre, que es el único progenitor que le queda después de que su madre muriera en el parto. El doctor Sloper castiga a su hija con una especie de odio soterrado, de desprecio mal disimulado, porque la considera la causa de la muerte de su mujer a la que adoraba. Ese es el peor castigo que puede recibir un niño. Huérfano de madre y huérfana de padre, o peor aún, con un padre exigente, poco comprensivo, nada cariñoso. Este y no otro es el problema de Catherine, lo que la convierta en una mujer vulnerable. No tengo malicia, dice. Claro que no. Pero esto no es una virtud en esos momentos a juicio de las personas que la rodean, sino la muestra de su estupidez. Las palabras del doctor Sloper son una daga constante en el corazón de la chica. 


(Montgomery Clift y Olivia de Havilland en "La heredera" de 1949)

Pocas protagonistas de la literatura tienen tras de sí una vida familiar más decepcionante. La riqueza no es nada si no se acompaña del aprecio y, si no el amor, el respeto paternal. La torpeza de Catherine se acentúa con esa actitud y nunca entenderá que merece ser amada. El bisturí incesante de Henry James se muestra aquí con toda su crudeza. Una muchacha que se considera indigna de todo aprecio aunque ni siquiera sabe por qué. Una sociedad que exige a las muchachas casaderas la perfección. Un padre que se avergüenza de su hija. Una madre ausente, lo que no era nada infrecuente porque los partos se convertía en una odisea. Un pretendiente ambiguo, que necesita desesperadamente agarrarse a la posibilidad de un ascenso social de alguna forma. 


(Catherine Morland y el doctor Morland, 1997) 

La historia de Catherine Sloper y de Morris Towsend ha sido llevada al cine en dos ocasiones, con cincuenta años de diferencia entre ambas versiones. La primera, de 1949, lleva el toque genial de William Wyler y es una epopeya de los sentimientos. Olivia de Havilland y Montgomery Clift forman la pareja protagonista. La sencillez de ella y la belleza de él. Tiene un final de esos que nunca se olvidan, de esos que te sugieren ganas de aplaudir. Una especie de renacer de la dignidad, de necesaria venganza. La segunda versión, de 1997, la dirige Agnieszka Holland, y aquí, al triángulo formado por la protagonista, su pretendiente y su padre, se le da relevancia a su tía, Maggie Smith, una especie de ser equidistante entre todos. En esta ocasión los protagonistas son Jennifer Jason Leigh, Ben Chaplin y Albert Finney

¿Por qué el doctor Sloper se muestra tan reacio a comprender que haya alguien que pueda estar enamorado de su hija, o, al menos, lo suficientemente enamorado como para casarse? Porque él mismo no ha sentido nunca ningún sentimiento amoroso por ella, porque la desprecia por su inutilidad aparente y porque la odia porque ella quedó viva y su madre murió. 

Resulta hiriente para el lector observar hasta qué punto esa herida sin cerrar renace una y otra vez en forma de pullas, de desprecios y de desencuentros con su hija. Nada importa la belleza ni el talento sino la falta de amor, de aprecio, por parte de los suyos. Ese es el gran secreto del libro. Un matiz psicológico que a James le era muy necesario para ahondar en sus personajes, odiosos algunos, candorosos otros, perfectamente vivos todos. 

Hoy hablaríamos de "autoestima". Hablaríamos de un problema de falta de cariño en la infancia. Hablaríamos de un apego inexistente entre padre e hija. Parece aún más terrible observar que, mientras que el doctor desprecia a su hija y la quiere proteger del modo equivocado, yendo contra su única posibilidad de felicidad, ella manifiesta con toda inocencia que nunca podría contradecirle y que le importa mucho su opinión. En realidad, lo que hace la muchacha todo el tiempo es buscar la aprobación paterna. Es intentar que la mirada de su padre se cambie, se trastoque de alguna forma en algo más tierno, más cómplice, más cercano. Inútilmente. 

Esta historia me ha traído siempre a la memoria la imagen de unas mujeres que vivían cerca de mi casa, en la calle de mi infancia, el paraíso del sol y el aire suave de levante. Eran tres hermanas. La mayor se casó con un librero y las otras dos salían los fines de semana sin faltar ni uno a la hora del paseo vespertino. Impecablemente vestidas, maquilladas y con la mejor disposición de ánimo para buscar alguna oportunidad. No podían casarse por cualquiera, estaban en buena posición. Pero ni su inteligencia ni su belleza ni sus posibles eran tantos como para optar a un nivel demasiado superior. Así continuaron sus paseos año tras año. Las dejé de igual modo cuando me fui de allí. No he vuelto a verlas. Y a veces las recuerdo. Me pregunto si habrán decidido renunciar a esa espera. 

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Novedades para un abril de libros