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"Mirarse de frente" de Vivian Gornick

Este es el tercer libro que leo de Vivian Gornick, los tres editados por Sexto Piso. El primero fue "Apegos feroces", el segundo "La mujer singular y la ciudad". Ambos están reseñados en este blog.

En ellos, en esa mezcla de autoficción y de reflexión sobre la vida y las relaciones humanas, pueden encontrarse claves que todos hemos manejado alguna vez. No importa que seas de Santander o de Wisconsin. La naturaleza humana, lo dijo la gran Miss Marple, es la misma en todas partes. Las miserias y las grandezas, la envidia y el perdón, el amor y el odio, todo se convierte en un gran espectáculo de emociones y sentimientos que terminan por ser el motor de la existencia entera. Lo demostró Shakespeare en ese caleidoscopio magistral que forman sus propias obras.

En "Mirarse de frente", Vivian Gornick continúa ese ejercicio narrativo que consiste en desmenuzar para nosotros algunos episodios de su vida y hacerlo sin mezquindad y sin excusas. No es nada fácil de antemano. Tampoco lo es que esas narraciones, aparentemente inocuas, nos lleguen a interesar. Porque no se trata del detalle nimio elevado a la enésima potencia, sino del descubrimiento poderoso que nos deja atónitas y, a la vez, nos inocula el germen de la duda, ese factor X que lo explica casi todo. Vivir es muy difícil y mucho más razonar por qué esa vida no es un cajón vacío. Por eso la historia que narra Gornick tiene que ver con una suerte de explicación razonable que rellene ese aparente vacío o esa aparente incongruencia vital.

La primera revelación, su descubrimiento del feminismo de la segunda ola, allá por los setenta, es el comienzo del libro, su afirmación fundacional. Estaba buscando algo, algo que pusiera en orden sus ideas y que diera sentido a su forma de actuar, más allá del cumplimiento de las obligaciones, y lo halló en las ideas que sustentaban algunas personas a las que conoció y que le influyeron. En ese "feminismo de los primeros tiempos" (nada que ver con la furiosa conversión a la secta que hoy se pregona a modo de dictado obligatorio), estaban Ti-Grace Atkinson, Kate Millet, Shulamit Firestone, Phylliis Chester, Ellen Willis y Alix Kates Shulman. Esta era la cuestión central: "La idea de que los hombres, por naturaleza, se toman en serio sus cerebros, mientras que las mujeres, por naturaleza, no, es una creencia, no una realidad..."

Ese descubrimiento acompañado le supuso "un momento de alegría" y llevaba aparejadas satisfacciones varias. "Ningún te quiero del mundo le llegaba a la altura". La oposición "amor" versus "ideología" aparece ya aquí reflejada. "La emoción de la realidad feminista me hizo renunciar de buen grado al sentimentalismo". Este es el punto de vista que preside, desde los años setenta, su forma de mirar al mundo. Y no debe olvidarse porque, de lo contrario, hay muchas cosas de ella que no lograríamos entender. Es una beligerancia interna más que un enfrentamiento con los extraños. Cuando ese punto de vista se interioriza ella es capaz de comprenderse y de dar una explicación convincente a sus zozobras. Un autodescubrimiento en toda regla.

Pero este libro es, también, literatura. Por eso hay que fijarse en la narración de sus experiencias, primero como camarera inocente en trabajos de verano en los que era solamente un número, después como profesora en universidades que recorrió a la par que conocía ese extraño y autárquico mundo del profesorado. Las historias de este último tramo son, al mismo tiempo, irónicas y trágicas. Hay un fondo de desconcierto y una superficie de crítica despiadada. Esa doble vertiente está siempre en la obra de Gornick, que dice cosas que quizá pensamos pero que no seríamos capaces de escribir.

Hay un aspecto de la obra que me parece singular e interesante. Es lo que se refiere a la amistad. Si en sus libros anteriores la relación con la madre era un motivo central de reflexión, aquí la amistad ocupa un sitio privilegiado. La amistad entendida como lugar de complicidad y también como antesala de cierta intimidad que, en ocasiones, nunca llega. Una amistad en sí misma y una amistad en continua desazón, a modo de búsqueda. La amistad del teléfono, del encuentro y de las cartas. Las cartas y su valor son ponderadas en algún momento del libro, reconociéndoles la importancia que tienen para sazonar la amistad. Pareciera que el texto escrito es capaz de desvelar interiores que la presencialidad no puede soportar sin resquebrajarse. La amistad para Gornick es un objeto precioso, duro y delicado, por lo que hay circunstancias y actitudes que pueden destruirla y otras que la solidifican, perdiendo ese carácter gaseoso de lo efímero. La amistad entre mujeres, aquí muy glosada, es uno de esos milagros que todas entendemos y que cultivamos con una especie de esmero particular. Cuando posees el secreto de su supervivencia has adquirido una enseñanza para toda la vida.

A veces el estilo de Gornick es algo caótico, descuidado incluso, poco limpio y con altibajos. Pero estas cuestionen se mantienen ocultas detrás de su autenticidad y de la voluntad de verdad con la que escribe. "De pronto las palabras murieron en mí. El pensamiento familiar se negaba a completarse. Comprendí que estaba hablando de mí misma. Siempre había estado hablando de mí misma" Cualquiera puede sentir que, en algún momento de su propia existencia, estas palabras le pertenecen. El memorialismo tiene en Vivian Gornick una ocasión perfecta para dejar de ser una loa personal o una justificación de vidas difíciles. Más bien en su caso se trata de un ajuste de cuentas con ella misma y a nadie más hace responsable de sus aciertos y sus fracasos.

Mirarse de frente. Vivian Gornick. Traducción de Julia Osuna Aguilar. Editorial Sexto Piso. División Narrativa. Primera edición 2019. 

Reseña de la autora: Nacida en 1935 en Nueva York ha publicado una gran cantidad de ensayos, críticas y memorias. Apegos feroces mereció el premio como Mejor libro del año en 2017, por el Gremio de Libreros de Madrid. La mujer singular y la ciudad, que es el segundo volumen de sus memorias, fue finalista del National Book Critics Circle Award. 

Reseña de la traductora: Julia Osuna Aguilar, es de Granada y nació en 1981. Traduce inglés, francés y griego. Ha traducido a Boyle, Boris Vian, D.H.Lawrence, Scott Fitzgerald, Le Clézio, entre otros. 

(9-11-2019)

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