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"La mujer singular y la ciudad" de Vivian Gornick

   Debería haber escrito antes de "Apegos feroces" pero resulta que he leído primero lo que puede ser la segunda parte. Me he resistido largo tiempo a conocer a Vivian Gornick. Algunas reseñas sobre ella me escamaban. No me fiaba demasiado de las banderas que se le han colocado, como si fuera un símbolo en lugar de una mujer de carne y hueso, que escribe y que escribe muy bien.

   La vida narrada no es literatura si no responde a la belleza de estilo que todo escritor debe mantener. Así que mis prevenciones funcionaron hasta hace unos días y desaparecieron todas en  el momento en que abrí el libro y me sumergí en este "La mujer singular y la ciudad".  

   Yo soy también una mujer singular. Por eso la entiendo. Quizá todas las mujeres somos singulares. En ese caso están equivocados aquellos que se empeñan en dirigirse a mí de esta forma: "Vosotras, las mujeres"...

   Cuenta cosas sueltas, escenas de su vida, de la vida que sucede a su alrededor, de la ciudad, de la gente, comentarios, visitas, fiestas, amores, amoríos, recuerdos de la infancia, otros recuerdos, notas de color con personajes extraños o personajes simples, opiniones...Es una miscelánea que en ningún momento da la impresión de estar deslavazada sino unida por la fuerte argamasa de una personalidad que la sostiene, que la avala. Es así como vas entrando en su mundo y conociendo cosas que te desconciertan porque te dices a ti misma: esto ya lo he vivido, ya lo pensado, esto ya lo conozco. Así todo. 

   Me gusta su tono desesperanzado. O mejor dicho, escéptico. No espera más allá de lo que los otros pueden dar, ni tampoco deja de perdonarse a si misma. Hay un error temible en esa autocrítica feroz que nos hacemos a veces, ese látigo con que nos azotamos las personas exigentes y supuestamente bien dotadas. Ese daño es infinitamente mayor que el que puede hacerte cualquiera desde el exterior. Es un daño profundo que nos obliga a estar levantándonos y cayendo de modo sucesivo. Un cansancio termina por hartarnos de nosotros mismos. Gornick parece una mujer cansada pero, al tiempo, la sostiene una especie de lucidez eterna, una mirada aguda que no se deja engañar. Porque corremos el peligro de engañarnos si percibimos que va a ser más confortable vivir así. 

   La amistad juega un papel importante en el libro. Una especie de eje que va fluctuando y que tiene en Leonard su principal elemento. Aun así, no es una amistad perfecta, si es que estas existen. Es más bien una búsqueda de alguien que no necesite juzgarte para quererte y al revés. Las citas semanales de Vivian y Leonard son una forma de asegurarse que están en el camino correcto, no porque esté trillado sino porque a ambos les proporciona una especie de seguridad latente. 

   Hay personajes, personas, que aparecen una vez y se marchan de la narración. Gente anónima, hombres y mujeres que se mueven por la ciudad. Es esta el verdadero territorio literario que explora con ganas y con deseos de mostrarlo tal cual es. Pasear por las calles, ver el movimiento de las personas que hacen lo mismo que tú, sentirse dentro de una colectividad que ni siquiera se conoce, es algo que Vivian agradece y necesita. Y una fuente de inspiración literaria de primera mano.

   En este sentido, el libro se refiere a muchos escritores, intelectuales, artistas, de los que cuenta alguna historia corta, algún detalle. Henry James, por ejemplo, que sale bastante malparado, con ese egoísmo de los genios que nunca quieren ensuciarse ni verse amenazados. O George Eliot. O Samuel Taylor Coleridge. O William Wordsworth. Thomas Wolfe. Maxwell Perkins. Dickens, Samuel Johnson. Whitman. Picasso. Robert Capa. 

   Uno de los juegos que ella y sus amigas frecuentan es adivinar si una trama es propia de James o de Edith Wharton. Las referencias a la literatura, a la vida de la cultura, el pensamiento, son constantes y en esa clave hay que entender su vida. 

  "El problema, tanto en Middlemarch como en Retrato de una dama, era que la protagonista- hermosa, inteligente, sensible- toma al hombre equivocado por el hombre adecuado. Como problema, la situación nos parecía razonable a todas. Lo veíamos todos los días de la semana. Entre nosotras había mujeres jóvenes elegantes, con talento y atractivas, unidas, o a punto de unirse, con hombres de mente y espíritu mediocre, que inevitablemente las arrastrarían con ellos. La perspectiva de un destino parecido nos atormentaba. Todas nos estremecíamos al pensar que era posible que nos convirtiéramos en una de esas mujeres"

   Las relaciones con los hombres están marcadas por ese carácter efímero que ella les adjudica de entrada. No hay que hacerse ilusiones, las cosas no duran. La pasión se acaba, del mismo modo que la conversación, ese acto tan especial que nos une, termina por agostarse cuando ya no hay nada que decir. Mucho más fresco y cotidiano es el encuentro con personas desconocidas que recorren la ciudad al mismo compás y que aportan la novedad, la chispa, el deseo de que existan imágenes por descubrir. Es la vida, en realidad, la que se mueve en el fondo, la que impulsa, empuja y se manifiesta.

  "La desaparición del sentimiento en el amor romántico es un drama que muchos de nosotros conocemos y, por consiguiente, nos creemos capaces de explicarlo"

   "Además del sexo, la forma de conexión más vital que existe es la conversación"

   Tal y como sucede en su primer libro, también aquí la figura de su madre está presente, aunque no con tanta intensidad. Hay una anécdota que, mil veces relatada por la autora, una anécdota que convierte a su madre en una mujer sin corazón, termina diluyéndose por obra y gracia de la memoria, pues, al final, la historia tenía otros matices que no ha tenido presente durante todos los años en los que el sufrimiento ha estado presente.

   "El hábito de la soledad persiste. Leonard me dice que si no la convierto en una soledad útil, seré la hija de mi madre por siempre jamás. Tiene razón, por supuesto. Uno se siente solo por la ausencia del otro idealizado, pero en la soledad útil yo estoy aquí, haciéndome compañía imaginaria, insuflando vida en el silencio, llenando la habitación con pruebas de mi propio ser sensitivo"

   Podría parecer que este libro ahonda en la desesperanza, en una especie de escepticismo conformista que sería común a todos los seres humanos cuando llegan a la conclusión de que estamos solos y de que la vida, por muy larga que sea, es demasiado corta siempre. Pero no haríamos justicia al contenido. En realidad, el libro es un hermoso espejo. Un espejo en el que siempre dependerá de los rostros que se expongan la esencia de ese reflejo. Cada uno de nosotros se asoma al espejo con su mochila a cuestas, con sus imperfecciones, errores y grandezas. Y al contemplarse, es capaz de darse cuenta de que no somos tan terribles, de que merecemos el perdón y de que, al fin y al cabo, como decía Billy Wilder, nadie es perfecto. Cuando somos capaces de llegar hasta aquí, entonces notaremos una agradable sensación de liberación y de empatía con nosotros mismos. No más guerras, no más lapidaciones, no más disimulo. Brindemos por nuestro ser y por lo que cualquier territorio externo nos añade sin que tengamos que rendir cuentas.


La mujer singular y la ciudad. Vivian Gornick. Traducción de Raquel Vicedo. Editorial Sexto Piso. Primera edición 2018.

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