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Mostrando entradas de agosto, 2011

A mares

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En la maravilla de la playa que frecuento en verano hay siempre mucha gente con un libro en las manos. Sobre todo por la tarde, cuando el sol es más clemente y favorece la lectura cómoda en una hamaca e, incluso, tirados en la toalla o la esterilla. No sé cuántas personas, de las que veo pasear o bañarse en esta playa, son conscientes de su belleza: una ensenada cuyo perfil se cierra por un lado, con Cádiz y, por otro, con el espigón de El Puerto. Al fondo, como si se tratara de una pintura impresionista, los veleros, siempre muy numerosos, los cruceros y otros barcos de gran tonelaje que están siempre balanceándose en la línea del horizonte. Es un paraíso como aquel del que hablaba Mecano en su vieja e histórica canción "Hawai-Bombay", pero un paraíso cercano y por eso, quizás, no le damos toda la importancia que tiene. La silueta de Cádiz está al alcance de la mano, estirándose desde los astilleros y el puente Carranza hasta el final, con la punta de San Felipe. Enmedio, lo

¿Dónde estoy?

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Mi madre tiene Alzheimer. Como es una enfermedad de la que se conoce poco y que se manifiesta de forma diferente según la persona, pues hay cosas que le cuestan, otras que olvida y otras que permanecen en su interior, guardadas en un lugar a la que la niebla de la enfermedad no llega. "Esas cosas imborrables" son, para ella, las palabras, la lectura, los libros, los nombres de los autores y los títulos de sus libros, los que tiene en una estantería donde casi no caben. Ella dice, "mira aquí están mis libros, porque me gusta mucho leer y leo sin gafas las letras grandes. Este autor es muy famoso (se refiere a Grisham) y en este otro libro cuentan la biografía de Lady Di, la pobre, que se mató en un accidente. También tengo otras biografías, porque me gustan mucho y libros de aventuras y todos los libros de la colección del Coyote, que son una especie de tebeos". Ella  me dice siempre que coja cualquiera de sus libros y que me los lleve para leerlos. En el centro al

No te presté atención

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Quizá reconozcas esta escena: Eres joven, muy joven, eres casi un niño. Tu padre o tu madre te cuentan, por enésima vez, una historia. Es una historia de familia, de calle o de barrio; una anécdota que te resulta antigua, que te aburre, que no te distrae y que estás cansado de oír. Así te pasa algunas veces, de forma que esas historias parecen perderse en un horizonte en el que las palabras se desdibujan. Con el paso del tiempo, todo eso se diluye y no eres capaz de contarlo a tu hijo, que te escucha, sin prestarte tampoco mucha atención. Esas historias, esas anécdotas, dan vueltas y vueltas sin que, al final, nadie sea capaz de construirlas como son. Marc Levy ha escrito un libro sobre esto, sobre la relación entre un padre y una hija cuando se pierden cien veces las oportunidades de entenderse. Y sobre el vacío que deja, no solamente la pérdida, sino la creencia cierta de que hay cosas que no se  han dicho. El libro se llama así "Las cosas que no nos dijimos" y lo he encont