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"Levadura de malicia" de Robertson Davies

Robertson Davies (1913-1995), nació y vivió en Canadá. Fue actor de teatro, periodista, dramaturgo, productor y escritor de novelas, 11 en total, que organizó en trilogías. "La trilogía de Salterton" , " La trilogía de Deptford" y " La trilogía de Cornish" . Dejó inacabada " La trilogía de Toronto" . También fue profesor de Literatura de la Universidad de Toronto y escribió libros de cuentos. Ejerció la crítica literaria. "Levadura de malicia" es un curioso libro, publicado en el original en el año 1954, y que forma parte de la "Trilogía de Salterton". Tiene un estremecedor y absolutamente impactante punto de arranque en el anuncio, en un periódico local de la tranquila ciudad de Salterton, del falso compromiso matrimonial entre dos jóvenes de la clase alta de la ciudad. El matrimonio se anuncia para el día 31 de noviembre. A partir de ahí, la trama transcurre de una forma inédita, con un lenguaje que te planta

Amores que matan (II)

(Fotografía: Loomis Dean, 1960) Pero eso no era nada fácil. Si la cabeza mandara sobre el corazón no existirían el sufrimiento ni la desdicha ni se hubieran escrito las miles de novelas en las que los amores contrariados florecen para regocijo del autor y llanto inquebrantable de las lectoras. Es sencillo saber lo que se quiere, lo que se teme y lo que se ha perdido. Escuchas tu interior y detectas ese click que te enseña una ruta para protegerte del miedo y del abandono. Pero luego, automáticamente, sin poder evitarlo, caes una y otra vez, coges el teléfono, contestas los mensajes, cierras los ojos y ves su figura, allí, en el fondo, en todos los lugares ocupados por los sueños.  Así que repasó en su cabeza, como si de una penitencia se tratara, todos los motivos por los cuales aquello, lo que fuese, no le convenía. Todas las veces que se le había roto el corazón. Todas las horas que pasaba llorando. Todos los momentos en los que se consideraba un eslabón perdido, un náu

Amores que matan (I)

(Foto de Nina Leen, 1948, para Harper´s Bazzar. La modelo es Georgia Hamilton, que va vestida de Dior) Un día de la estrenada primavera vagabundeaba por las calles sin rumbo fijo, con unos zapatos color vainilla que tenían un lazo rosa y unos pequeños agujeritos en el empeine. La primavera solía traicionarla con un brote alérgico pero no podía evitar sentir que el sol le debía algo, que esa asignatura pendiente del aire libre tenía que aprobarla, como si fuera inglesa, como si el verde del sur, en esa zona cercana a Londres, la llamara.  La noche anterior había sido convulsa. Tuvo una pesadilla recurrente en la que vagaba de puerta en puerta buscando casa sin que ninguna se abriera, ni existiera rendija para cobijarse. Era, lo sabía, un espejo de su propia vida, ahora desencajada y sin asideros, al menos los que una mujer consideraría que eran necesarios. Cómo los hechos la condujeron hasta aquí es una de sus preguntas preferidas. Y la otra, cuándo podría abandonar esta qui

"La viuda" de Edna O´Brien

(Fotografía de Nina Leen, 1949)    El marido de Bridget , que era un excelente nadador, se ahogó en uno de esos días en los que solía salir a practicar ejercicio. Ella bramó durante horas por el dolor que le causó su pérdida. Eran un matrimonio muy feliz. Una vez viuda decidió aprovechar que su casa era grande para admitir   huéspedes , solo uno o dos, todo lo más tres, selectos y educados. Al mismo tiempo, seguía con su trabajo de secretaria. No se metía en la vida de nadie, no contaba su vida a nadie, no establecía lazos con el vecindario, no pedía favores, no interpelaba a los demás, ni iba de víctima.    Uno de sus huéspedes, el director de la fábrica, Michael , después de cancelar un compromiso matrimonial con una joven, se enamoró de Bridget y le pidió matrimonio. Ella se puso muy contenta porque Michael le recordaba a su marido, tan joven, inocente y lleno de encanto, tan libre en apariencia, tan dulce. Fueron organizando todo de una forma discreta, porque ella er

La cuadrícula

(Fotografía de Nina Leen. 1949) Cada uno de los rincones de su vida estaba blindado. La había dividido en parcelas y, en una de esas parcelas, estaba yo. Era una parcela pequeñita, virtual y sonora. En ella cabía el agua de lluvia, aunque solo una vez. También las nubes, los puentes y el vacío. En la parcela que me correspondía rara vez amanecía, solo en una ocasión pude ver cómo el café se enfriaba. Tampoco había madrugadas, las madrugadas estaban reservadas a plantas más esplendorosas. En realidad, ni yo misma sabía qué papel jugaba en todo eso, ni siquiera si jugaba a algo o si existía. Solamente de vez en cuando las gotas de agua cálida o el frío hielo, eran el indicio de que algo pasaba. Sin embargo, yo no podía controlar lo que era. No lo sabía. Ni tenía ninguna posibilidad de adivinarlo. Solo un terreno baldío, una parcela sin recalificar, sin uso, ni conciencia, ni apenas vida.  Era un hombre de éxito pero asustado. El miedo se traslucía en sus ojos. Tenía las ma

Días de libros y rosas

     "He conocido la alegría y el dolor extremos, el amor correspondido y el no correspondido, el éxito y el fracaso, la fama y el vapuleo...y, a pesar de todo, he seguido escribiendo y leyendo, he tenido la fortuna de sumergirme de lleno en esas dos actividades intensas que han apuntalado mi vida entera” (Edna O´Brien) Ese "a pesar de todo" que menciona Edna O´Brien tiene el nombre de muchas cosas. Guarda en su interior miles de secretos, de convicciones, de encuentros y de problemas. Todos tenemos nuestros "a pesar de todo" y cada uno de nosotros intenta salvarse de alguna forma. En el caso de Edna, con la lectura y la escritura. En mi caso exactamente igual. Hubo un tiempo en el que el amor ocupaba tanto espacio que escribir se hizo muy cuesta arriba. Son esos paréntesis de nieve en un océano de fuego que ocurren porque sí, porque la vida es vida y no se acomoda la literatura. Pero los libros permanecen agazapados, esperan su momento, su turno

"Las sillitas rojas" de Edna O´Brien

   Después de leer y releer Las sillitas rojas me di una vuelta por Internet para contrastar mi propia opinión del libro con otras de críticos avezados, gente que escribe en los periódicos, en los suplementos culturales, la gente que debe saber de literatura. Y me encontré con dos críticas tan absolutamente distintas que empiezo por referirme a ellas este reseña propia del libro. En Babelia escribió Marta Sanz y en El Cultural Joyce Carol Oates. Ambas visiones son tan diferentes que me han hecho pensar. Así que quizá esto sea una crítica sobre las críticas.     Lo que escribe Marta Sanz es posterior a lo de Joyce Carol Oates, unos quince días aproximadamente. Sanz explica de tal modo su visión del libro que, leyéndola, resulta imposible conocer su argumento y, más aún, la impresión que le ha causado la lectura. Parece evidente que, o no lo ha entendido, o no le ha gustado y no se atreve a decirlo, o se le escapa el universo O´Brien mucho más de lo que ella está dispuesta a reco

"Chicas felizmente casadas" de Edna O´Brien

Este es un libro escrito a dos voces. El narrador omnisciente que cuenta la historia de Kate y la propia Baba en primera persona. Esto supone una diferencia con respecto a los dos primeros libros de la trilogía, pues en ambos es Kate quien lleva a cabo la narración.  Baba es una muchacha muy distinta y se nota en la forma de ver y contar las cosas. Su aparente desenvoltura esconde el descreimiento de quien sabe que soñar es imposible. Por el contrario, aquí Kate sigue avanzando en su propia destrucción. Ambas se han casado pero sus matrimonios distan mucho de ser felices, como el título indica de manera irónica. El marido de Kate es Eugene, su amor de Dublín, que al final volvió a buscarla y se casó con ella, teniendo un hijo en común, Cash. El de Baba es Frank , un tipo bastante bestia, constructor y adinerado, pero sin sentimientos y sin capacidad alguna de hacerla sentir bien en ningún aspecto.  La forma de reaccionar de ambas es muy diferente, como ocurre con sus perso

"La chica de ojos verdes" de Edna O´Brien

   Caithleen y Baba , las chicas de campo, están ahora en Dublín. Viven juntas en alquiler en la casa de Joanna y conocen a algunos hombres. Mientras Baba quiere divertirse a toda costa y piensa poco en las consecuencias, Caithleen se convertirá en Kate, cuando se enamora por segunda vez (la primera fue el señor Gentleman) de Eugene Gaillard, que hace documentales y vive en una casa de campo cercana a Dublín. Gaillard es un hombre casado y tiene una hija de tres años. Su mujer, Laura, y su hija, Eileen, están en América, en Nueva York. Entre ambos hay una extraña relación y un lazo indisoluble, algo que hace sufrir a Kate.      Kate quiere ser la mujer ideal para Eugene . Esa persona que está siempre a tono con las conversaciones, que sabe vestirse y que tiene un encanto especial. Cuando se conocen, ella es fresca, libre y sincera. Pero la relación lleva un doble camino, por un lado, se afianza y, por otro, se degenera. La visita del padre de Kate a la casa que ambos comparten

La última muñeca

Abro la estantería y me la encuentro. Rodeada de libros, como ella. Con el gesto tranquilo, como ella. Sobre la cálida madera, con aire coqueto, con el pelo alborotado y rubio. Tiene un vestido en tonos azules, los calcetines rojos a juego con la pequeña bufanda. Tiene un sombrerito blanco. Está hecha de retazos. Trozos de tela, restos de lanas, agujas enhebradas, imaginación y sueño a raudales.  Es la última muñeca que ella inventó. Sus manos usaron por última vez, antes de que el olvido hiciera que todo fuera tan difícil, las tijeras, el hilo, la aguja y el dedal. Se le ocurrió en un momento de tranquilidad, un instante de esos en los que no hay nada que hacer. Imaginó cómo sería su cara y una línea roja es su boca y unas líneas negras son sus ojos. Está seria, como ella en sus últimos años, porque la desmemoria también impide reír.  La muñeca está aquí, junto a Jane Austen, Ferrante y Helen Fielding. Este sitio le gustaría. En su estantería blanca, allá en ese lugar donde

Miradas

(Fotografía de Dorothea Lange)  A veces el cansancio te hace fruncir el ceño. Esa clase de sueño que detestas, ese agobio que te ronda y no falla. Todo lo que te duele y que te callas. Así que entre tus manos puede hallarse un secreto, un aviso, una duda, la búsqueda, cualquier cosa. Comprendes que las horas se van fosilizando y que el cielo se abre con una lluvia densa que te roza los ojos y te atrae hacia el fondo y allá están las miradas, a lo alto, sin pausa y sin saber que todo lo que buscas nunca aparece solo ni antes de tiempo ni en un lugar cualquiera sino el suyo. Mirarte y no perderte es el secreto.

Los ojos

(Cindy Sherman)  Qué diré de tus ojos sino que me engañaban. Se mantienen altivos, fríos, furiosos, inertes. Me miran sin piedad, sin conocerme, sin saberme insegura, niña al fin, mecida en el recuerdo de quienes se marcharon al unísono. Qué diré de tus ojos sino que no iluminan. Sino que son esquivos y tienen un atisbo de crueldad convertida en una piedad falsa. Qué diré que no sepas, qué diré que te importe, qué diré que no digan, qué diré que no adviertan, qué diré que no cuenten, qué diré que no exista, qué diré que no sufra, qué diré que no seas...

Tres años

(Foto: Dorothea Lange) Hemos estado juntos tres años y ahora ya no sé qué hacer contigo. Si fueras un libro lo tendría claro. Cualquier aparador de madera maciza, de esos que tienen puertas acristaladas, llaves enormes y unas baldas espesas y cansinas. Allí estarías sin que nadie adivinara tu presencia, sin que nadie te leyera, sin que nadie escudriñara en tu interior. Eso te gustaría.  O un adorno. Un broche antiguo, de plata quizá, lleno de pequeños arabescos. O una pulsera heredada de alguna tía lejana. O unos pendientes de cristal, violetas, tal vez azules, verdes. O un pesado collar con tres vueltas, demasiado ostentoso, demasiado presente. Te guardaría en una caja forrada de terciopelo oscuro, con un pequeño pasador en uno de los bordes, una caja sencilla pero sólida, de la que no fuera posible escapar ni perderse.  Pero eres un hombre. Así, sencillamente. Un hombre que ha vivido conmigo los tres últimos años. Que sabe como soy o que lo intuye. Que ha perdido la

La duda

(Foto: Cindy Sherman) Así fue para todo: un laberinto. Papeles encendidos que nunca se cruzaron. Cartas llenas de versos que en besos nunca fuiste. Todo eso, sin saber, apenas para nada. Una canción fingida, una noche en lo oscuro. La lámpara encendida te recuerda que ahora, sin que nadie lo intente, sin que nadie lo pida, estás amaneciendo y recordando apenas que ya te lo advirtieron, que antes que tú la gente lo sabía de corrido y te engañaste sola, al margen de los tiempos. No tengo ya que darte nada más que la huida, la mirada sin rostros, el pelo agazapado, las manos que no tocan, el viento que no silba, la nada, más que todo, en ti, sin duda, existe. 

Días de lluvia y besos

Hay días de todo, como diría Mariano José de Larra si viviera y pudiera saludarnos por la mañana con uno de sus artículos costumbristas y sonoros, casi acústicos. Hoy es el Día del Beso y todas las redes sociales se han llenado de imágenes, de gags, de muñecos, de emoticonos y vídeos, recordando lo importante que es besarse y lo saludable que resulta mezclar las salivas y achucharse un poco.  Cuando yo era chica creí que los besos de película eran solo eso, en las películas, así que no tenía ninguna gana de crecer porque consideraba que los demás besos eran una auténtica sosería, algo que a nadie podía motivar. Descubrir el error fue un gran motivo de satisfacción, porque lo contrario hubiera terminado con el género humano hace siglos. Así que el beso era beso, después de todo.  Hay besos célebres, como este de la foto de al lado en el que una pareja se abraza y él la besa anunciando lo que vendrá. Robert Doisneau inmortalizó el momento y, desde entonces, parece que comprar

"Chica de campo. Memorias" de Edna O´Brien

    M i itinerario O´Brien comenzó con Las chicas de campo y continuó con La chica de ojos verdes y Chicas felizmente casadas . Después de un paréntesis siguió con Las sillitas rojas y luego con En un lugar pagano . Por fin, llegué a sus cuentos, recopilados en Objeto de amor . Y ahora he navegado hasta sus Memorias, Chica de campo , este libro. Ha sido una larga travesía pero hecha en tiempo récord. E n ese camino hay dos editoriales implicadas, errata naturae, que ha publicado todas sus obras en castellano, excepto Objeto de amor, que es cosa de la editorial  Lumen . Sin ellas y sin las traductoras, sobre todo Regina López Muñoz, no hubiera podido acceder a Edna O´Brien. Mi inglés no da para tanto y bien que lo siento. De este modo, me habría perdido una autora fundamental y un espejo en el que mirar algunas preocupaciones, algunas historias que están aún sin escribir para mí.      C reo que si hubiera leído estas Memorias sin conocer sus otros libros no hubiera podido ent

"Te encontraré. En busca del hombre que me violó" de Joanna Connors

    E l comienzo del libro es sensacional. Describe, como si le ocurriera a otra persona, la violación que sufrió con treinta años cuando estaba cubriendo la información de una obra de teatro. El relato de ese hecho está realizado de forma magistral. Podemos verlo y, sobre todo, podemos sentirlo.     A sí  se inicia esta historia verdad de Joanna Connors , periodista y violada. Como si contara una noticia. "Tenía treinta años cuando abandoné mi cuerpo por primera vez "     D espués de eso, nos relata cómo ese acto de violencia, porque no otra cosa es una violación, conformó su vida, influyendo en ella más que todas las cosas buenas que hasta entonces había vivido. Cómo la convirtió en una mujer miedosa, asustadiza, llena de dudas. Cómo estas dudas se extendieron como una mancha de aceite sobre todo lo que la rodeaba, incluidos sus seres más queridos.     H abla también de silencio y, por fin, de revelación. Porque, a continuación, nos explica porqué y cómo contó a sus

Como si nada hubiera

(Cindy Sherman. Autorretrato) E l armario tenía guardado, en una caja de cuadritos rosas, aquel vestido que ya no recordabas. El armario, mira por dónde, tiene mejor memoria que tú misma. La caja estaba en un rincón del altillo, poco expuesta a las miradas pero deseosa de que, algún día, alguien tirara de ella y la volviera a abrir. El vestido está envuelto en papel de seda, también rosa, como si se acabara de guardar, como si fuera un envío glorioso que un pretendiente enviara para solicitar un beso a cambio. Es de color malva, casi lavanda, de bambula y raso. Tiene una falda ceñida a la cintura que luego se abre en capas, como podría llevarla la mismísima Grace Kelly si tuviera ocasión de atrapar a un ladrón en tu bahía. Y unos tirantes finísimos, anudados en forma de trenza, un escote importante, algo que a tu padre no le gustaba y a tu madre hacía soñar con tiempos pasados. Te movías y el vestido tenía su propio aire. Era ligero, majestuoso y lleno de encanto.  E n el

Algo me ha señalado la salida

    (Foto: Nina Leen. 1946)      A penas te conozco. Si conocer puede llamarse a ese acto íntimo de oír tu voz entre los instrumentos. O la sonrisa esquiva y tímida en un vídeo de Youtube. Apenas te conozco pero esta es la mañana gris y lluviosa en que coloco de fondo tu voz para que acune las palabras que escribo. No hay nada más perro que el amor, dices mientras tecleo con decisión en este ordenador, después de haber dejado a un lado un libro que me ha hecho atrapar las palabras en el aire. Los dos, el libro y tu música, sois los magos de un día que ha empezado lleno de convicción. Sí, debo hacerlo, lo haré, porque merezco hacerlo, porque no quiero ser cobarde. Porque odio el victimismo y la autocompasión. Esas dos palabras las usa ella, la mujer del libro. Me resuenan en la cabeza y me salen a las manos. Los ojos me lagrimean porque la alergia primaveral está haciendo de las suyas y quizá porque abuso de la lectura en estos días. Qué podía hacer, si no. Dónde podía encont

El muro

(Nina Leen. Beauty Lessons para Life Magazine) Una vez frecuentó un muro de Facebook que era como un corral de lobos. Imagina un reducto cerrado en el que sueltas a especímenes muy distintos, todos enfrentados y todos ansiosos de merecer atención. Ellos, por un motivo parecido al ego. Ellas, por ese motivo eterno que no hace falta explicar. Todos, casi todos, disputando una presa que, en realidad, no estaba en almoneda.  Participar de un aquelarre semejante la dejó exhausta. Las redes sociales se vuelven insociales cuando su principal objetivo se pervierte. Cuando no sirven para comunicar sino para disputar y zaherir. Ella no había entendido todavía que la competencia no es solo una cuestión voluntaria sino que, sin haberlo buscado y sin saberlo, puedes verte incluida en un mercado persa en el que todos los productos tienen un precio.  Las secuelas de aquella brutal exposición de aves de presa, de mediocres al alza, de faltos de voluntad sin remedio, no se hicieron esp

La extenuante costumbre de mantener la esperanza

Ahora el día tiene muchos colores. Cambia sin darte cuenta. Desde el amanecer, más oscuro si cabe que la noche, hasta el ocaso, ese momento en que todo es indeciso. Cuando pones el pie en el suelo ya sabes que tu cabeza va a procesar el estado de las cosas. Y te preguntas, sin tener muy claro por qué, a qué se debe tanta incertidumbre, de donde viene ese sabor a angustia y, sobre todo, quién te trajo hasta aquí. El recorrido del día se salda con entrega, un poco de agua de olvido rociada sobre los recuerdos, demasiadas palabras que no llegan y, al caer la noche, ese balance triste y un no ha podido ser.  De esa manera llegas a preguntarte y esto sí es una pregunta decisiva, qué parte de ti presentar al mundo; si ha de ser esa esperanzada forma de querer encontrarlo o si, por el contrario, debes darte la vuelta y ofrecer tu espalda. A todo esto, por mucho que interrogues o que busques, sabes que él ya no está, que se ha marchado, que su marcha no tiene frase alguna y que es un

Nueve escritoras en la oscuridad

(Elizabeth Taylor. 1912-1975. Una vista del puerto. La señorita Dashwood) Ana y yo disfrutábamos de un alegre mediodía de compras y luego, en el almuerzo, después de hablar de la vida y de la moda, nos hemos adentrado en el territorio intenso de la lectura y los libros. Así han salido a relucir los nombres de aquellas mujeres que ahora leo y que antes no conocía. ¿Cómo es posible que estas escritoras hayan permanecido ocultas? ¿Cómo es posible que sean tantas? Ambas preguntas se han lanzado al aire y se han quedado sin respuesta. (Stella Gibbons. 1902-1989. La saga de Flora Poste) Podíamos hacer el esfuerzo de contestarla pero no estaríamos de acuerdo en los motivos. Sin embargo, me estremece pensar que sin el esfuerzo de las editoriales independientes (cada vez más activas en España, cada vez más prestigiosas y más creativas), no hubiera llegado a nosotros toda esta literatura de calidad, maravillosamente escrita, tan variada de temas como alta de emociones. En los ú