Una mano te aprisiona el corazón y lo convierte en un órgano helado. Una sensación de frío te recorre el cuerpo y la angustia aparece, te sube por el estómago, se aposenta en tu cuello, te abrasa. El calor se mezcla con el frío y tú no sabes dónde mirar, en qué sitio colocar tu mirada. Entonces, las lágrimas acuden, ellas te encuentran desarmada, sin recursos, no tienes nada más que este dolor agudo, esta extraña sensación de vacío, este hueco en tu alma. Estás sola. Puede ser cualquier cosa, ya lo sabes. Pero más que nada, la evidencia de una soledad que no has buscado, que te ha traído la vida. Una soledad escrita con el miedo, con la enfermedad, con la ausencia. Ausencia en todo veo, repites. Las palabras del poeta que te acompañó de joven se reproducen en tu cabeza y ellas dictan el sonido que ahora mismo es toda tu vida. Ausencia, en todo, ausencia. Estás sola. Irremediablemente. Sola. No hay nada que pueda aliviar tu soledad. Y nunca llegará nada que avive la ola d
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