Cerró el teléfono y sintió el dolor. Justo ahí, en la boca del estómago. Parecía que iba a subirse arriba, en forma de náuseas, como una oleada de malestar que no podía detener. Repasó las palabras que él había pronunciado con indiferencia, como si no significaran nada. Las palabras que contenían sus planes próximos, su viaje de vacaciones con una mujer, su acostumbrada frivolidad para decir que no tenía más remedio que hacerlo, que lo invitaban, que eran compromisos. Su habitual manera de aparecer como una víctima de las circunstancias, alguien que se ve obligado a disfrutar de la vida contra su voluntad. Los imaginó entonces riendo, haciendo fotos y subiéndolas a las redes, allí en esa ciudad que recorrerían del brazo, ajenos a todo, ajenos a ella y al dolor que le recorre la espalda sin tregua. Cerró el teléfono y se dejó caer en una butaca junto a la ventana. A través de la calle veía la quietud de la mañana de domingo. El suelo húmedo de la lluvia, los árboles silenciosos
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