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Una librería en el sur de Francia

Las manos de Marie Dubois ordenan con ternura los libros apilados sobre las mesas de dorada madera. Antes, los ha ido sacando con el mismo cuidado, con mimo incluso, de unas cajas de cartón fuerte que están situadas frente a la puerta. Le ha costado mucho esfuerzo llevarlas allí. Han tenido que prestarle ayuda algunos vecinos, gente mayor, la que continúa viviendo en esas casas empinadas del pueblecito de la Provenza que, desde hace unas pocas semanas, es su nuevo hogar.  Marie Dubois no ha conocido otro hogar, antes de ahora, que los libros. Su vida de niñez ha sido fría, gélida, desdibujada y llena de inconvenientes. El principal de ellos la orfandad. La muerte de sus padres, casi a continuación uno del otro, abrió una espita en su corazón que nunca se ha cerrado. Ni sus tíos, ni sus primos, lograron nunca caldear ese frío interior, esa desazón que le produce el silencio de una casa en ruinas y vacía. Así que decidió marcharse, largarse dijo ella. Irse lejos, lo más lejos pos

Días sin horas

He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han dejado de existir. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera siquiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós.  Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo.  Me he mirado a mí misma a través de un espejo, Alicia sin vestidos, sin números ni reinas. He cruzado el umbral y allí, sin esperarlo, he entre

Románticas de hoy en día

Hay conceptos que se pervierten por el mal uso. Hay palabras que dejan de tener significado por lo mismo. Buscas en Internet, en los escaparates de las librerías, en los expositores de los grandes almacenes y ahí están, cientos de títulos, todos ellos bajo la santa advocación de "novela romántica".La nueva novela romántica o, lo que es lo mismo, la novela romántica de andar por casa, pret-a-porter, la novela romántica de hoy en día.  El Romanticismo, con mayúsculas, es un movimiento cultural y artístico con todos sus avíos. No es una moda, ni una costumbre, ni una tradición, ni un juego. Es algo serio. Con sus filósofos, sus escritores, sus pintores y sus artistas en general. Tiene su ideología, su marco histórico y geográfico, su corpus literario y científico, todo lo que subyace en una corriente de peso, que ha tenido antecedentes y consiguientes, como cualquier movimiento que se precie.  Su propia fama, su grandeza, lo ha desbordado. Y ha devenido en estos fru

Demasiado corazón: A propósito de "Le petit prince" de Antoine de Saint-Exupèry

Si en la casa de mi infancia, entre los niños de la familia, hay un libro que ha marcado la infancia y aun la adolescencia de todos, este es, sin dudarlo, "El Principito". Se regalaba en los cumpleaños. Se regalaba en las Primeras Comuniones, se regalaba tras las buenas notas. Se regalaba a mayores, pequeños y medianos. Se leía en todas las ediciones. Se decían sus frases en voz alta. Se maduraba, en silencio y en soledad, su contenido. Una educación emocional en la que este libro tiene especial papel tiene sus connotaciones evidentes. Demasiado corazón.  Al contrario de lo que sucedía con otros libros que también pasaban de mano en mano, aquí cada uno tenía su ejemplar. Era el tesoro que se poseía y que se leía a menudo, saltándose capítulos, buscando las frases que más nos conmovían, de un lado a otro del texto. A solas. Porque, a diferencia de las novelas de Ágatha Christie o de las tiras de Mafalda, este libro no se comentaba en voz alta, no formaba parte de la

20 años de "Orgullo y Prejuicio" La Serie.

(Colin Firth, como el señor Darcy y Jennifer Ehle, como Elizabeth Bennet, protagonistas de la serie de la BBC, sobre "Orgullo y Prejuicio" de Jane Austen. 1995) Cuando has leído un libro mil veces terminas por hacerte una idea de los personajes, de los escenarios y los detalles con mucha más nitidez que si el libro tuviera imágenes. Las imágenes estorban. Por eso es tan difícil que una serie o una película responda a tus expectativas. Siempre o casi siempre te defraudan. Jane Austen en eso, sin embargo, ha sido afortunada. O relativamente afortunada. De todas las adaptaciones que han hecho de sus novelas hay algunas especialmente buenas. Como la película "Sentido y Sensibilidad" de Ang Lee, con Emma Thompson, Kate Winslet y Hugh Grant en los principales papeles. O como la versión de la BBC de "Emma", con Romola Garai y Johnny Lee Miller.  En ese epígrafe de buenas adaptaciones se lleva la palma la serie, también de la BBC, "Orgullo y Prej

"Para Isabel. Un mandala" Antonio Tabucchi.

Antonio Tabucchi (Pisa, 1943-Lisboa, 2012) fue enterrado en el mismo comentario que Fernando Pessoa (1885-1935), el de Dos Prazeres, de la capital lisboeta. Quiso prolongar así la relación profunda que, en vida, tuvo con la obra del portugués. Era un italiano enamorado de Portugal y de todo lo que ello significaba. También de Pessoa, al que estudio y tradujo ampliamente.  "Sostiene Pereira" lo convirtió en un autor famoso, más allá del conocimiento de lectores y afines. Ese periodista aficionado a las omelettes a las finas hierbas, diletante frecuentador de los cafés de Lisboa, que, en un momento dado, decide ir contra la dictadura de Oliveira Salazar, es, quizá, un paradigma de lo que a Tabucchi le hubiera gustado hacer con el régimen de Berlusconi. Luchar. La novela fue un pasaporte cierto a la fama literaria, pero su obra no se queda ahí, ya lo sabemos: "Réquiem", "Dama de Porto Pin" o "Nocturno hindú", "Se está haciendo cada vez

Si he perdido la vida

Llegaste con tu risa recién amanecida a mí, que era todo oscuridad y silencio. No me pidas ahora que sepa como fue.  Te perdí antes de todo.  (Antonio Mesa Ruiz, 1959-2013. In memoriam) 

"Los habitantes del bosque" de Thomas Hardy

Ella decía la verdad. No mentía. Mentir no le gustaba. Consideraba que mentir era una forma de traición, una manera de degradarse a sí misma. La lealtad, que era una virtud que tenía cosida al alma, estaba construida con la verdad y con el cariño. Ambas permanecían unidas e inseparables. Es así como la concebía. Una suerte de barrera contra la manipulación, contra el odio y el rencor que las personas suelen guardar en la zona trasera del corazón y que los convierte en seres sin sentimientos. Ella quería seguir sintiendo todo el tiempo que pudiera, quería seguir siendo como cuando era niña: limpia, cristalina, alegre, chispeante. Una suerte de destino la había situado en la encrucijada de la desesperación, pero había soltado sus amarras y conjurado el dolor con palabras que solamente hablaban de los corazones que se disponían a entenderse.  En algunos libros hallaba imágenes y personajes que le eran tan conocidos como si se tratara de amigos, de vecinos, de la gente que, cada m

Cualquiera de los que fueron

(La Avenida de la Ópera. Camille Pissarro) Mira el sereno bullicio que se vive en la ciudad. Ese tono dorado del asfalto. Ese tono dorado de los árboles y de los edificios. Mira la dulce quietud de los personajes. Parecen estar a punto de bailar un vals, el baile que inició los abrazos. Mira, al fondo, la imagen añorada de un edificio que todos admiran desde siempre. Mira la plenitud de la hora mediada del día. Mira el anhelo de pasear al aire libre. Míralo todo, obsérvalo, de igual forma que lo vio el pintor, que lo vieron sus ojos antes de trasladarlo al lienzo.  Ellos están ahí. Son algunos de esos personajes que se mueven sin vigilancia alguna. Son personas normales. No podrías reconocerlos a simple vista. Porque la felicidad tiene una imagen repetida que no llama la atención. Están ahí, se aman y son dichosos. Porque existe una forma de quererse que no hace daño. Porque existe una manera de encontrarse sin aristas. Porque todo existe si el corazón lo desea y lo expres

Lo sé

De sobra sé que no estoy dentro del laberinto de tus sueños. Sé de sobra que el hotel de lujo al que acudes en los mejores días no tiene nada de mí, ni huele a mi perfume. Sé que no me recuerdas en las noches y que los sonidos no te traen el eco de mi voz ni mi aliento siquiera. Sé que tus besos jamás van a ser míos. Sé de sobra que una palabra te alejaría de mi hacia un mundo que nunca podrá estar al tiro de una piedra. Sé que esto es un purgatorio que cada vez se enreda y que envenena sin parar las horas. De sobra sé que nada mío es lo tuyo y que tú no eres nada que yo pueda tener las tardes de tormenta. Lo sé todo, lo sabes. Pero no tengo la receta para escaparme del lado de la luna al que miran tus ojos. 

Diferentes

Él era un hombre de mundo y ella de interior. A él le gustaba el brillo y a ella el matiz cansado de la oscuridad. Él tenía corbatas caras y un traje de Armani a rayas grises. Ella soñaba con verlo a la luz del día sin maquillaje. Él poseía muchas cosas y a mucha gente, pero nunca se consideró dueño de nada ni de nadie. Ella soñaba con él y con su aire de abandono cierto. Él tenía miedo a ser amado y ella a dejar de amarlo sin darse cuenta. Él era un vividor de buen corazón y ella una mujer que ocultaba un secreto. Él había subido muchos escalones y ella había tenido que bajar a los sótanos. Él disfrutaba la vida a ras de soledades y ella ansiaba conjurar el dolor a su lado. Él se sentía ajeno y ella no podía dejar de llevarlo dentro. 

Sin ti no entiendo el despertar

(Mujer sola. Salvador Dalí) Los días con sus colores, las horas con su incesante gota a gota, esos sonidos únicos que enhebran el paso del tiempo en una pulsera que llevas colocada en la muñeca, como si fuera el signo de ti misma. Te preguntas, en cada amanecer, donde está, por qué no está contigo. Deseas ver su rostro en cuanto el alba acaricia el visillo blanco de tu alcoba. Te interrogas acerca de ti misma, cómo te sientes, qué sientes y si sigues sintiendo esa cosa tan fuerte que te llevó anoche a derramar unas lágrimas dulces antes de dormirte… Los amaneceres son promesas. En ellos se vislumbra la luz de cada día. Pero no siempre sabes en qué momento, qué gesto o qué palabra, volverá a traerte la luminosa voz de la esperanza, o el triste desconsuelo del amor que no es. Esos amaneceres en que tu mirada se vuelve sin remedio al otro lado, al lado que permanece quieto, vacío, en tu cama.  Te quiero. Y no puedo decírtelo. Por eso cada vez me lo recuerdo. Palabras que

"Una chica en invierno" de Philip Larkin

El caso de Philip Larkin (1922-1985) es muy interesante. Esta es la única novela que escribió y publicó. Otras tres fueron destruidas antes de publicarla y la cuarta no la acabó. Porque Philip Larkin es poeta, un poeta enormemente laureado, estimado y aplaudido. Un gran poeta que, rara avis , escribe una novela que es, asimismo, una revelación, un logro, un gran libro.  Larkin escribía desde su adolescencia. Thomas Hardy, primero (excepcional su "Lejos del mundanal ruido") y luego T. S. Eliot, W.B. Yeats, y W.H. Auden fueron sus influencias más directas.  "Una chica en invierno" se publicó en 1947. Su éxito fue inmediato. La crítica la consideró delicada, elegante y extraordinariamente escrita. Larkin compaginó su tarea de escritor con la bibliotecario de la Universidad de Hull y la de crítica de jazz del Daily Telegraph.  La novela tiene algún tinte autobiográfico. El verano inglés de los años de la Segunda Guerra Mundial forma el marco del espacio y

La luz interior

La vida es una experiencia incesante en la que hay que vencer miedos e incertidumbres. Cada uno de nosotros se construye a sí mismo en un ejercicio que nunca termina. Las edades llevan consigo una nueva vuelta de tuerca en ese edificio que somos nosotros. A veces, la situación es complicada. La encrucijada se abre ante ti y no encuentras la forma de comprenderte y comprenderla. Las preguntas se amontonan, no hay respuestas apenas, solo sensaciones y poco claras. Sentimientos confusos, la mayoría de ellos amargos. Decepciones. Puertas que se cierran. Gente que huye.  Es en estos momentos de crisis personal cuando te vuelves hacia ti mismo, cuando reflexionas y quieres desentrañar, porque lo necesitas, aquello que, en realidad, eres, o, al menos, aquello que se aproxima a tu esencia. Qué soy, quién soy, qué quiero hacer conmigo, qué quiero, en suma.  Andaba yo en estas cuitas personales, tan difíciles de transferir y de explicar a los demás, entre otras cosas porque la gente

Sin título

(Madame Yevonde (1893-1975), Portrait de Joan Maude, 1932 Vivex colour print, Londres, National Portrait Gallery) Nada. 

"Pisando ceniza" de Manuel Arroyo-Stephens

Entre los lectores que lo son de verdad funciona de modo efectivo el boca a boca. Lees un libro y no puedes dejar de comentarlo, de recomendarlo incluso. Cuando el libro te gusta mucho, entonces haces una loa tan intensa que tienes miedo de que la persona que la recibe se sienta luego decepcionada con la lectura, con su propia aproximación. Esto no debería ser un problema. Ya sabemos que leer es un acto individual. Intransferible. Dudosamente colectivo. Pero comentar un libro es un ejercicio de encuentro que tiene sus ventajas y su encanto.  Este libro me llegó de esa manera. Alguien lo había leído y me habló de él de forma entusiasta. Imposible no ceder a ese requerimiento, a esa aventura de ver hasta qué punto esos elogios eran ciertos. Así que no queda otra que hacer tú lo propio, es decir, leer, leer y opinar. He aquí esa opinión después de la lectura.  La respuesta a la pregunta es Sí. Tenía razón en su glosa, en su apología, la persona que primero transitó sus páginas. S

"Mágico, sombrío, impenetrable" de Joyce Carol Oates

Trece relatos. Trece historias para entender esa clase de vida que Oates retrata desde siempre. Trece puertas abiertas para analizar el miedo. El miedo a perderlo todo, el miedo a no ser nada. El miedo es la música que ahora interpreta la escritora norteamericana y esa melodía acaba sonándonos. Los relatos tienen argumentarios diversos pero dos elementos siempre comunes: el miedo, al fondo. La gentil escritura de Oates, en la superficie.  Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) tiene setenta y siete años y sigue enseñando en Princeton. La vida escolar, el contacto con los jóvenes estudiantes, la pone a cien. Hace que su universo se contagie de esa prisa cotidiana de un centro educativo. No contempla marcharse, salvo cuando sea inevitable. Al tiempo, escribe. Con una regularidad espartana. Con un trabajo de investigación previo que resulta envidiable. Planificación, búsqueda de fuentes, pistas, ciudades, personas, ideas. Todo ello se congela en sus ficheros hasta que

"Mujeres enamoradas" de D. H. Lawrence

Los veranos en La Carolina están llenos de un aire denso, pegajoso, algo turbio. El calor se instala en los cuerpos, en las mentes. No hay forma de sustraerse a su influjo y todo lo que haces parece convertirse en una huida. Las noches se abren cálidas pero llevaderas. Las tardes anuncian el ocaso más fresco. Las mañanas, el esplendor del agua que te recibe deseosa. Las horas intermedias te asfixias si has decidido recorrer sus calles. Los pueblos que la rodean arden en fiestas. En Guarromán, en Santa Elena, en Las Navas, la gente baila en las ferias y tú estrenas vestidos y sonríes con timidez cuando el chico que te gusta te toma de la mano para ayudarte a subir a la montaña rusa. Toda la vida es una montaña rusa en estos veranos de días largos y cubiertos de la lluvia dorada de la ilusión adolescente.  Pero, a veces, una brisa jubilosa te estimula y llena tu cabeza de la esperanza de que las horas siguientes sean más amables. Es en esos momentos cuando te sientas en el pat

La belleza

(Detalle de El Nacimiento de Venus. Sandro Botticelli)  Simonetta Vespucci fue una de las mujeres más hermosas de su tiempo. Y de tiempos posteriores. Su belleza renacentista inunda los cuadros de Botticelli. La posteridad ha consagrado sus ojos de almendra, su pelo rubio y ensortijado, su boca perfecta, su mirada lánguida, sus gestos silenciosos... Se cree que nació en Génova y su padre era, en efecto, un noble genovés. Con solo dieciséis años se casó con Marco Vespucci del que tomó su apellido. La belleza de Simonetta atrajo a todos los artistas de la época, que la interpretaron en sus obras de muchas formas distintas, dando su rostro a los personajes de sus cuadros. Distintos estilos, formas diversas, texturas, vestidos, luces, pero un mismo rostro, el rostro aterciopelado de Simonetta, los rasgos de esta mujer joven que los atrajo a todos. Los hermanos Ghirlandaio, Piero di Cosimo y Botticelli fueron los que más la pintaron, pero, desde luego, este último, Botticelli, n

Mujer inhabitada

Puede uno leer un libro mil veces sin entender nada. Pueden miles de personas leer un libro sin extraer su verdadero sentido. Pueden realizarse decenas de películas sobre un libro sin que nada de su esencia llegue a las imágenes. Puede uno quedarse en la superficie y categorizar sin que haya comprendido de qué se escribe, qué se cuenta, por qué se dice.  Esto es lo que creo que ha ocurrido con este libro. Convertido en literatura erótica sin más, en un contexto en el que la literatura erótica es un género con mala prensa, un subgénero infamante en realidad, no ha habido oportunidad de llegar más allá en su análisis. Sorprende la cantidad de personas formadas, supuestamente lectoras, que desconocen el libro, a su autor, el resto de su obra y, sobre todo, sus intenciones, su estilo, su escritura al fin.  Para entender "El amante de Lady Chatterley" hay que situarse en el tiempo y el espacio en que fue escrito, pero, sobre todo, hay que ver en conjunto la obra de su

" La ley del menor" de Ian McEwan

Fíjate: eres una profesional respetada. Jueza de familia, con dilatada experiencia. Estás a punto de cumplir sesenta años. Casada y sin hijos. Tu matrimonio navega en la rutina. Tu trabajo te absorbe. No podría ser de otro modo.  Y, de pronto, se abren ante ti dos frentes que has de lidiar y de traspasar de la mejor forma que puedas: llega a tu juzgado el caso de un adolescente, testigo de Jehová, que se niega  a ser transfundido para curar su leucemia, aludiendo a sus creencias religiosas. Y tu marido te dice, sin más, que desea tener una aventura con una jovencita porque, sencillamente, ya no puede más con el aburrimiento que le causa el matrimonio.  Esta tesitura es la que se presenta en la vida de Fiona Maye cuando Ian McEwan la convierte en protagonista de su último libro, que, como los demás, publica Anagrama y que nos pone por delante el problema de la fe. McEwan lleva años tocando todas aquellas cuestiones que nos preocupan a los hombres. Cuestiones de fondo que él

"Cumbres Borrascosas" de Emily Brontë

Cuando era muy, muy pequeña leí este libro por primera vez. Me recuerdo sentada en mi azotea, un espacio abierto al sol, al salitre y al viento de levante. Los días de viento se convertía en un territorio inhóspito, casi tanto como esa casa en la que Cathy, la protagonista, pasaba las horas en compañía tan dispar. Pero, cuando entraba por la bahía el suave aire del sur o el viento estaba en calma, era una delicia subir allí arriba, en total soledad, con tu libro, tu larga melena recién lavada para que se secara al sol o, simplemente, con tus propios pensamientos.  Las niñas pensativas son mujeres calladas. Eso me decían. O, al menos,  mujeres que callan lo esencial. Y es cierto, lo rubrico. En todo caso, la lectura del libro me puso en situación de atisbar sentimientos que entonces, por edad, me estaban todavía vedados, pero que yo sabía que podían astillar, en cualquier momento, la plácida riada de las tardes lentas del verano, cuando la principal distracción era soñar.  Wu

El don de la palabra

¿Existe el don de la palabra? ¿Alguna vez lo poseí? ¿Fue mío? Hubo un tiempo en el que escribir era una manera de estar en el mundo, de sentirte que, en algún lugar, tenías un sitio. Una forma de entender algunas cosas, no muchas, solamente las justas, las necesarias para seguir viviendo. En ese tiempo las manos se movían al compás de la mente y dibujaban historias, a veces versos, en otras ocasiones relatos, invenciones, no sé, cosas, incluso cartas llenas de recuerdos antiguos y esbozos de la vida, muchos sueños.  En ese tiempo, las libretas se llenaban de pequeños textos, de frases sueltas, de ideas, de pensamientos. No estaban, como ahora, surcadas por un reguero de lágrimas absurdas que a nadie le interesan. No estaban como ahora, cerradas, prestamente guardadas, ocultas, sin tiempo para ser lo que ellas quieren, el baúl en el que duermen los fragmentos de vida que creaste. Hubo un tiempo en que tuve palabras en mis manos...Pero ahora, como si todas ellas hubieran