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Venganza con aguja e hilo

La editorial Lumen publicó en 2016 el libro en el que se basa esta película,  “The Dressmaker” , “La modista”, escrito por Rosalie Ham . Una historia “femenina” que tiene el atractivo adicional de lo que se podría llamar el efecto “Cámbiame” , es decir, la conversión del aspecto físico de una persona a través de una ropa elegante y glamourosa. Ese cambio actúa de dos formas: una de ellas, sobre el propio sujeto, que se siente seguro de sí mismo y que modifica su manera de acercarse al mundo. La otra forma se refiere al mundo mismo: todos quedan asombrados, en el mejor sentido, al ver cómo un buen outfit es capaz de hacer milagros. Los libros sobre costura son encantadores. Tienen una clase de magia que es difícilmente imitable. Se trata de historias que dan mucho de sí. He leído recientemente algunas: El tiempo entre costuras , de María Dueñas, con espías incluidos, una sólida aventura, con un trasfondo argumental que es lo que sostienen el libro más allá del estilo, muy mejora

El librerito blanco

(Los libros son objetos preciosos. Este de Penelope Fitzgerald que acaba de publicar Impedimenta tiene su sobrecubierta, su pequeño dossier y su marcapáginas. Una joya) Hay un momento en la que vida que marca el antes y el después de la existencia. El día en que aprendes a leer. El instante en que las palabras dejan de ser signos, en que las letras se unen para formarlas y en que la frase adquiere su sentido. Entonces cambiamos. Nunca más seremos la persona que antes fuimos. Nunca más estaremos perdidos lejos del lenguaje. Cuando los adultos aprenden a leer sienten que han adquirido algo largamente deseado y que les ha escatimado la vida. Cuando los niños pequeños se inician en la lectura, comienzan a caminar por una senda difícil de igualar. Es otro mundo, son otros mundos.  No recuerdo con exactitud el momento en que aprendí a leer, pero sé que fue muy precozmente y que, desde entonces, toda la vida ha girado en torno a la palabra. Cuando te dicen que la lectura es para

"El informe de Brodeck" de Philippe Claudel

Alguien me recomendó que leyera este libro inquietante. Antes de eso no conocía a Philippe Claudel . Mi confianza estuvo puesta en quien hacía la recomendación, no en el autor, ni siquiera en el tema del libro, que conocí de pasada. Sin embargo, hay reticencias que terminan venciéndose y por eso reseño este libro, porque hay historias que tenemos que leer y sobre las que tenemos que reflexionar.  La dicotomía "los de aquí", "los de fuera", es persistente en la historia de la humanidad. Una línea roja separa en algunos lugares esos dos grupos de personas. Procedo de una tierra en la que esa división no existe y por eso me resulta más extraña, por eso me cuesta entenderla. Hay momentos históricos, además, que son especialmente sensibles, momentos delicados en los que a la convulsión sucede una calma tensa. Ambas cuestiones, la desconfianza ante el extranjero y el tiempo peligroso, se aúnan en esta novela que tiene un trasfondo histórico y que termina siendo,

"La nueva Magdalena" de Wilkie Collins

Esta novela, escrita en plena época victoriana, es un verdadero thriller. El tema que trata no es novedoso y se repetirá luego en muchos contextos literarios: la suplantación. Pero las trazas de escritor de Collins y, sobre todo, el ambiente en el que se inserta le confieren un interés máximo. Para muchos, Wilkie Collins es el verdadero creador de la novela policíaca y eso lo demuestra el gran número de historias que escribió, largas y cortas, algunas en coautoría, todas publicadas por entregas como era habitual en la época. Había nacido en Londres en 1824 y murió en 1889. Su dedicación a la literatura, salvo un primer tiempo de comerciante, fue máxima y gracias a ella conoció a Charles Dickens , de quien fue amigo íntimo hasta la muerte de este. Incluso escribieron obras juntos y se ayudaron mutuamente a la hora de publicar. Collins era un tipo estrafalario en muchos aspectos, adicto al opio debido a una enfermedad reumática que le ocasionaba enormes dolores y con una vida p

El pretendiente

Esa mirada melancólica, esos ojos grandes y tristes, esa sonrisa desvaída, esa timidez que se resuelve en silencio, esos movimientos gráciles como si pisaras un salón de baile, esas manos tibias que apenas se cambian de postura…Morris Towsend o Montgomery Clift o quizá Monty, el chico de Omaha que quería comerse el mundo. En Nueva York hace mucho frío. Sus calles se congelan en el invierno. Los carruajes cruzan los parques y se detienen sigilosos ante las puertas de las casas importantes para dejar a sus pasajeros, envueltos en capas oscuras o en pieles caras. No eres nadie si no vas en uno de esos carruajes, si no tienes cochero, si no te invita una de esas familias a una velada con música. El mundo de las familias ricas de Nueva York es el del teatro, el salón de baile y la tertulia animada. Pero fuera hay otro mundo, un mundo al que nadie como tú quiere pertenecer. El de los marginados, el de los outsider, el mundo que no existe a menos que te fijes detalladamente. 

"Una vez caminé sobre la suave hierba" de Carolina Schutti

Hay recuerdos que se quedan enganchados y que no hay forma de dejar atrás. No sé por qué ocurre. Por qué unas cosas permanecen contigo a perpetuidad y otras muchas se olvidan. Algo debe haber en nuestra cabeza para quedarnos con esa selección de momentos y de imágenes, de palabras tal vez. Recuerdo, porque hay una foto, que una tarde de invierno mi madre y otra de mis hermanas paseamos por el parque y subimos las tres, al mismo paso, una escalera central que está al lado del estanque. No sé quién nos llevó hasta allí, ni por qué lo hicimos. Tampoco tengo idea de dónde se habían quedado los otros niños, los hermanos más pequeños. En la foto solo estamos las tres, mi madre en el centro, con una falda gruesa y una chaqueta y nosotras dos, las hijas mayores, con un vestido de cuadros, calcetines cortos y un abrigo que quizá tuviera tonos beiges.  Maja, la protagonista de esta historia, ha guardado en su memoria unos instantes en los que anduvo descalza por la hierba con su madre al

No

Él le dijo: “Te quiero”, con su voz dulce y rotunda al tiempo. Ella lo escuchó con reverencia y tuvo miedo. Supo que, después de esa frase, corta y definitiva, ya nada sería igual. Ya no podría fingir indiferencia, no podría inventar risas, no podría dibujar palabras imposibles, no podría atesorar lágrimas sin que él lo supiera. No. Después de aquello no valdría nada, salvo enfrentarse a todo. Enfrentarse a su propio corazón y al suyo. Aunque él no lo sabía. No sabía la respuesta de ella e imaginaba que las cosas transcurrirían como otras veces. Juego, deseo, quizá un poco de amor pero no mucho, sexo, fuego que se va apagando, desamor, aburrimiento y lucha. Y el adiós. Ese laberinto de sus pasiones que se iba repitiendo una y otra vez. Esa acusación que todas le hacían de que jugaba con la vida. Ese cansancio de verse en una ruleta que ya nunca podría pararse.  Ella le contestó, mirándolo a los ojos: “No”. Y repitió despacio: “No”. “No, porque te quiero demasiado”. “No, porque

Una granja en Dorset

En Dorset (Inglaterra), 1870. La dureza de la vida hace que los hombres y las mujeres tengan que soportar situaciones límite. Una de esas mujeres, Bathsheba Everdene, reluce como una perla blanca entre la suciedad de los campos, lo apagado de los crepúsculos, lo inseguro de los amaneceres. Bathsheba abomina de su nombre y siente rebeldía ante su situación. Una mujer en un mundo de hombres que, de pronto, recibe una herencia que cambiará las cosas que, hasta entonces, habían constituido su mundo. Una granja.  Contra lo que pensamos, una granja no es un sitio idílico en el que uno puede dejar pasar el tiempo con suavidad y sin recelo. No es un espacio abierto al ciclo de la vida, lleno de sorpresas agradables y de evidencias claras. Todo lo contrario. Una granja es un conflicto. Es un lugar en el que conviven personas que no tienen nada en común, salvo, quizá, la necesidad de sobrevivir. Querer vivir y lograrlo es el objetivo. Las manos se tiñen de oscuro y los ojos se llenan de

El día que perdimos Notre Dame

(Notre Dame pintada por Maurice Utrillo) C'était un matin clair et nous avions vingt ans... Yo llevaba un vestido de color violeta, del mismo tono que se observa en el fondo del cuadro de Utrillo. El vestido no tenía mangas y se movía al andar. Las sandalias eran blancas y sostenían una pequeña flor violeta en uno de los laterales. La cola de caballo era un signo de independencia y un pequeño reloj, con correa roja, estaba en mi muñeca demostrando que la noche anterior me habías dicho que eso era para siempre. Tú exclamaste al verme bajar, un poco tarde, al hall del hotel barato y sin vistas: eres mi princesa. Y lo era de verdad. En ese momento acababa de comenzar mi reinado. También parecía una chica francesa de las que nos cruzábamos por la calle. Yo podía haberme confundido con alguna de ellas. Pero para ti era el paraíso. Por eso tú mirabas a través de mis ojos.  El viaje en tren había sido muy largo pero nadie está cansado a los veinte años. La noche antes, rec

Geografía de los besos

(Foto: Lisa Larsen, 1949) He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han dejado de existir. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera siquiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós.  Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo.  Me he mirado a mí misma a través de un espejo, Alicia sin vestidos, sin números ni reinas. He cruzado el umbral y

Arenas movedizas

La fiesta está podrida. El sábado noche es el momento en que los habitantes de este pueblo de Texas deciden dejarse sus buenas intenciones en casa y salir a la calle a arrasar con todo lo que encuentren. Mujeres que engañan a sus maridos; maridos que miran hacia otro lado (lado en el que, curiosamente, está el trasero de otra señora que no es la suya); ricos que mangonean a modo; hijos de ricos que, a pesar de todo, tienen su corazoncito; esposas de presidiarios que vivaquean entre el enamoramiento y la chapuza...  Nos falta algo esencial, sin embargo, para entender este mosaico de emociones, este carrusel de sentimientos, esta noria de luchas internas, este espectáculo plagado de suciedad y belleza. Nos falta un hombre honesto. Que dé sentido a la historia. Cuya esposa no pueda estrenar un vestido en la mejor ocasión porque el sueldo de su marido no alcanza para tanto.  Marlon Brando es aquí el mejor Brando. Mejor aún que en El Padrino porque puede ir de guapo sin resulta

"El director" de David Jiménez

Me crié en una familia en la que se leía la prensa todos los días. Era una lectura casi colectiva, pues se comentaban las noticias, se hacía referencia a la actualidad y existían largas sobremesas de desayuno de domingo en las que se discutía de lo divino y de lo humano. Esa tradición, mantenida año a año entre los padres y los hermanos, forjó unos ritos que, hasta hace muy poco, nos parecían a todos ineludibles. Todavía somos incapaces de pasar sin echar un vistazo a los periódicos del día, pero nuestra fe en que el periodismo era un espacio limpio de humo y que nos ponía en contacto con la vida se ha terminado.  Por estas razones ancladas en mi educación sentimental suelo ver películas del género periodístico (hay verdaderas obras maestras, como El cuarto poder, Todos los hombres del presidente, Los archivos del Pentágono o Spotlight) , y también leo libros de memorias periodísticas o confesiones de reporteros. Ese interés me llevó a leer este libro de David Jiménez, a quien n

Helene y Frank

Helene Hanff nació en Filadelfia el 15 de abril de 1916. Como se definió ella misma en su libro "84 Charing Cross Road" era una "escritora pobre amante de los libros". Sus padres fueron grandes aficionados al teatro, a pesar de que la profesión de él (vendedor de camisas) nada tenía que ver con el arte. Pero esa sensibilidad la transmitieron a su hija y ella, que no pudo ir a la universidad, siempre quiso ser una dramaturga de éxito. No lo consiguió. Escribió en revistas, hizo libros para niños y jóvenes, trabajó como guionista para la radio y su gran éxito, el libro por el que la conocemos, es el ya citado "84 Charing Cross Road" que narra, ni más ni menos, su pasión por la lectura y los libros, ejemplificada en la correspondencia que mantiene con el vendedor principal de la librería anticuaria Marks & Co de Londres. Desde Nueva York, donde vivía, estuvo veinte años escribiéndose con ese vendedor, un señor llamado Frank Doel, que fue primero reti