Ir al contenido principal

Entradas

Amor en 140 caracteres

Él se llamaba Júpiter y tenía un pelo precioso. Se sentaba delante de ella en el instituto y siempre se quedaba admirada del incesante olor a buen champú que despedía su pelo. Era de un raro color castaño, como si un árbol hubiera florecido en otoño y se traspasara su color a todo el universo. Ella no se cansaba de mirarlo, a pesar de que solamente le veía la espalda, el nacimiento del cuello bajo la camisa y el pelo, ese pelo que se movía y se ondulaba cada vez que él se inclinaba a escribir o levantaba la mano para hacer una pregunta. Entre un millón de muchachos ella habría reconocido su pelo sin dudarlo, incluso sin verle la cara o sin oírle.  Las amigas se reían de su devoción por aquel chico que parecía tenerlo todo. Era guapo, listo, alto, delgado y simpático. Su sonrisa estallaba a cada momento. Verlo reír era la gloria. Cuando se sentaba en un banco del recreo siempre había a su alrededor diez o doce muchachas y algunos chicos, que oían sin pestañear sus comentarios ace

Extrañeza

La calle estaba a rebosar de gente. Turistas, visitantes, vecinos, habitantes de la ciudad, todos se concitaban en esa zona del centro en la que los bares, los restaurantes, los museos y las tiendas competían para atraerlos. Había muchas familias, gente con niños pequeños que se plegaban a sus deseos, que iban cargados de globos, porque salían de visitar los Belenes. Había también parejas, que susurraban promesas que nunca iban a cumplir. Había ancianos que se sentaban a descansar en uno de los bancos de madera que estaban delante del ayuntamiento, en la plaza atestada de casetas que vendían artesanía muy cara.  Para llegar hasta allí había que cruzar puentes. Los puentes, la seña de identidad de la ciudad, también estaban a punto de hundirse, superpoblados, cubiertos de cámaras de fotos que querían inmortalizar el movimiento del agua, el rielar del sol sobre la superficie, el paso de los barcos y de los remeros sudorosos. Toda la plata del agua se convertía en fuego a esa hora

"Un regalo que no esperabas" de Daniel Glattauer

Hace algún tiempo leí dos deliciosas novelas de este autor, la segunda continuación de la primera. Se trataba de "Contra el viento del norte" y "Cada siete olas". Narraba con ingenio y con gracia un romance por mail. El correo electrónico era en esos momentos (hace muy pocos años) el medio más moderno y subversivo de comunicarse. Tom Hanks y Meg Ryan habían ya decidido usarlo también y el sonido del mensaje al cruzar el espacio sideral y llegar a tu ordenador, era la antesala de una noticia agradable. "Tienes un email" fue la frase gloriosa.  Así que Daniel Glattauer entendió que el misterio y la inmediatez eran las claves de esa forma de contacto y lo usó en sus dos novelas. El resultado fue agradable, sencillo pero muy eficaz. Unas novelas que se leen con entrega y, como diría Corín Tellado al hablar de los hombres de sus libros, "con fruición". Por cierto "expeler" y "fruición" son dos términos eminentemente tellades

Lo peor es el silencio

(Thérèse on a Bench Seat, 1939. Balthus) Había intentado decírselo muchas veces. Sobre todo, en los días largos del invierno cuando, al extinguirse su voz al otro lado del teléfono, ella sentía que el mundo acababa. También en los amaneceres del verano, recién levantada, todavía entre brumas. Entonces se acomodaba en su lugar favorito de la casa y comenzaba a escribir una carta que se presumía larga, pero que quedaba en nada. No era capaz de contarle la verdad. Eso le producía una zozobra inevitable. Se sentía presa. El silencio no era su modo de vida, no era su lugar, ni su acomodo y por eso quería liberarse de esa sensación de que ocultaba algo. A él no. A él no quería ocultarle nada más que lo necesario. Nada más que las sombras del pasado. Nada más que el miedo a que todo terminara. Nada más que la preocupación por las cosas cotidianas que ensombrecían su relación. En lugar de eso, cultivaba un gran secreto. Y todos los días se decía a sí misma que ese sería el momento en

En la playa

(Imagen. Marta Moro) Estamos en la playa. Abrazados. Te siento. Miles de escalofríos me recorren ahora. Noto cómo respiras. Aspiro tu aliento. Te encuentro entre mis manos. Te beso. Me desnudas. El coche está parado en cualquier sitio. Somos una pareja entre otras muchas. Nadie sabe qué nombres, ni en qué días, ni por qué circunstancias, estamos hoy aquí, acunados en una sombra oscura que parece acabarse demasiado deprisa. Hay eclipse de luna. La arena se mete entre mis pies. La arena me acaricia igual que hacen tus manos. Tus ojos me acarician. Me encuentro tan feliz que podría desear que esto fuera la vida y se acabara ahora. 

La carta

Una vez ella le escribió una carta. Era una carta breve y muy sentida. Le costó escribirla, escoger las palabras y hallar el tono exacto. Contaba cosas divertidas, cosas que le habían ocurrido y otras que había pensado y que no existían nada más que en su imaginación. En conjunto era una carta atractiva, una carta agradable de leer y que ella escribió con cuidado y detalle. Quería que resultara una carta amable, una carta que a él le gustara tener y conservar.  Echó la carta al correo después de algunos días. Eso siempre le suponía una pesadez. Comprar el sobre, de tono azulado igual que el papel; buscar el sello en el estanco; escribir la dirección exacta, sin errores; dirigirse a la oficina de correos y lanzarla en manos de una empleada que la tomó sin consideración, sin darse cuenta de todo lo que ella había puesto en la misiva. No era una carta de amor, pero había sido escrita con esmero y atención.  Días después de haber enviado la carta al correo ella se dio un paseo

"Quemar los días" de James Salter

James Salter (Nueva York 1925-2015) escribió este único libro de Memorias que se publicó en 1972, cuando contaba 72 años. Su prestigio entre los grandes escritores norteamericanos contemporáneos se basa en un número exiguo de obras pero, de tal envergadura, que está plenamente justificado. Si has leído a Salter no lo olvidas. Su estilo es reconocible, sus temas también y su estructura literaria, única. Quizá lo que más atrae a los lectores es su prosa depurada, cuidadísima, acertada y precisa. Una palabra para cada idea y para cada concepto. Y, cuando la palabra no es suficiente, entonces aparece el silencio, tan elocuente como ella. Silencios y palabras forman un universo particular al que podemos acceder con la lectura de algunos de sus libros. Recuerdo la impresión que me causó leer "Juego y distracción" su tercera novela, de 1967. Algunas de sus descripciones, en particular un viaje por el territorio francés, quedan en mi memoria como testimonios únicos de las sensac

"El último navío" de Antonio Luis Baena

Recibo de las manos de Violeta, su viuda, el libro póstumo de poemas del poeta de Arcos Antonio Luis Baena, de título "El último navío". Es un libro pequeñito, sencillo, breve, en el que condensa el autor sus sentimientos más hondos, con una especial incidencia en el tema de la muerte, el fin de los días, el crepúsculo de la existencia. En la poesía de Baena estos son temas cenitales, cuestiones latentes, pensamientos que vuelven una y otra vez a surgir. Desde que tuve la suerte de conocerlo, allá por los años de mi vida universitaria, siempre he tenido noticia puntual de su obra. Sus libros de poesía han sido como testigos claros de su devenir, de su propia vida. Antonio Luis Baena es un poeta hondo, una clase de escritor de interiores que saca de sí mismo una experiencia vital y la transforma en literatura. En su pluma, las palabras son barro que se modelan a fuerza de corazón, a golpes de sentimiento. Pero sin exageraciones, ni exhibiciones vanas. De un modo contenido

Feliz Navidad

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta cubierto de rocío pasas las noches del invierno oscuras? ¡Oh cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío, si de mi ingratitud el hielo frío secó las llagas de tus plantas puras! ¡Cuántas veces el Ángel me decía: «Alma, asómate agora a la ventana, verás con cuánto amor llamar porfía»! ¡Y cuántas, hermosura soberana, «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana! (Lope de Vega) Con este hermosísimo soneto de Lope de Vega  y mi "Belén de las Rosas" quiero desear Feliz Navidad a todos los que tenéis la generosidad de leer este blog.

"Noches sin dormir" de Elvira Lindo

Ya lo he escrito alguna vez. Sigo a Elvira Lindo desde sus "Manolitos". Me gustan esos libros. La forma en la que cuenta las cosas, las peripecias de Manolito, su hermano, su mamá, su padre y el abuelo. La llegada de la hermanita. Las historias del colegio y de los amigos del barrio. También he leído el resto de libros de Elvira, cuyos títulos ahora no podría recordar, pero que están por ahí. Así que me lancé a comprar, incluso antes de que saliera porque tuve que encargarlo, su libro de memorias o de sucedidos en Nueva York, este "Noches sin dormir" que tengo aquí al lado.  Ay. No querría escribir esto pero, para empezar, el libro es feo. Una portada fea hecha por el hijo de la escritora, Miguel Sánchez Lindo. Quizá sea un diseñador muy bueno, pero aquí no se ha lucido nada. Un libro feo siempre queda peor que uno bonito. Parece una edición barata de una imprenta escolar, hecha con rudimentos y diseñada por un chaval de la ESO. Y el papel ecológico será es

Siempre es con otra, amor, nunca conmigo

Esas tardes de compras por el centro, en el acicalado tiempo que prepara la dicha, recorriendo las tiendas de la mano, sonriendo quizá y deteniéndose allí, en un escaparate. Él dirá entonces, quieres esto y ella, la mujer de ese momento, contestará que sí, que le gusta, que le encanta esa joya o ese foular o ese vestido azul. Y reirán en el probador. Y se besarán en la puerta de la tienda.  Esas noches de viernes con la cena dispuesta en un buen restaurante. Un lugar de banquetas altas, de pequeños trozos de comida en platos grandes. Esas horas que anteceden la madrugada en la que él la mira y ella, la mujer de esa noche, se ríe con suficiencia. Es suyo. Y luego, en la hora de las copas, brindarán con gin tónic en copa de balón. Y se besarán a la salida de un local en el que debería haber humo, si las cosas fueran como deben.  Esos domingos al mediodía en los que el almuerzo se convierte en una fiesta. Un almuerzo preparado, presentido, agasajado, lleno de matices. Un almu

Ella

Había una canción. Ella no dice nada sólo cosía y a veces hasta vuela de distraída. La escuchaba muchas veces, en esa casa de la infancia ahora inexistente. La escuchaba cuando estaba sola y la cantaba para sí. Un canto de silencio más que nada.  La canción continuaba. Ella no dice nada, pero se entiende, porque se pasa el día teje que teje. Era una canción de anuncio, de bienvenida, de buena nueva. La maternidad no era algo que entonces le preocupara, todo lo contrario. Nunca se planteó que fuera importante tener hijos. Lo que ansiaba era un amor, o el amor con mayúsculas.  Ella conserva algunas fotos de ese tiempo, unos años de plenitud física a la que ni siquiera hizo caso, de la que no fue consciente. Parecía entonces que el tiempo siempre sería benévolo con ella.  De manera que pasaron esos años sin que decayera el deseo de una vida diferente. Una vida en la que los significados se construyeran a golpe de latido. Latidos imperfectos, pero llenos de esa vitalidad que

No

Él le dijo: “Te quiero”, con su voz dulce y rotunda al tiempo. Ella lo escuchó con reverencia y tuvo miedo. Supo que, después de esa frase, corta y definitiva, ya nada sería igual. Ya no podría fingir indiferencia, no podría inventar risas, no podría dibujar palabras imposibles, no podría atesorar lágrimas sin que él lo supiera. No. Después de aquello no valdría nada, salvo enfrentarse a todo. Enfrentarse a su propio corazón y al suyo. Aunque él no lo sabía. No sabía la respuesta de ella e imaginaba que las cosas transcurrirían como otras veces. Juego, deseo, quizá un poco de amor pero no mucho, sexo, fuego que se va apagando, desamor, aburrimiento y lucha. Y el adiós. Ese laberinto de sus pasiones que se iba repitiendo una y otra vez. Esa acusación que todas le hacían de que jugaba con la vida. Ese cansancio de verse en una ruleta que ya nunca podría pararse.  Ella le contestó, mirándole a los ojos: “No”. Y repitió despacio: “No”. “No, porque te quiero demasiado”. “No, porque

La confidencia

 ( "Waverly Oaks" de Winslow Homer, 1864) Anne y Juliette tienen pocas ocasiones de verse. Viven en lugares muy distantes pero su relación no parece resentirse por ello. Se conocen desde niñas y se entienden. Ambas saben que la vida es muy difícil, sobre todo para Juliette, la más joven, que a pesar de lucir esplendorosa con su nueva capelina roja de lana fría, siente un ardor inconfesable, una urgencia que nada puede paliar, una necesidad casi vital. Ha cometido un error. Lo ha confesado a Dave, su esposo y él no ha entendido, como era de esperar, que su mujer se haya sentido atraída por otro hombre. Es terrible, ha dicho, moviendo las manos nervioso y enfadado. Un horror que puede ser brutal para toda la familia. Dave ha pensado en su propia madre, tan estricta, que le advirtió antes de casarse sobre la forma de ser "soñadora e impredecible" de Juliette. Le pidió que no se casara con ella, le dijo mil veces que no era mujer para un hombre honrado y trab

La casa roja

(Maurice de Vlaminck. Museo de Bellas Artes de Houston) Yo quería dibujar una casa roja como esta. Con sus proporciones y sus distancias. Con su estructura. Una casa para que no se cayera, para que no se derrumbara. Una casa bien segura. Con paredes blancas y cuadros amables. Con gesticulantes ventanas que se abrieran de par en par al sol. Con un tejado a dos aguas, o a cuatro, qué más da, sin goteras, eso sí, y que se despejara con las nubes de otoño y se quedara quieta ante el levante. Quería una casa sin ruido, una casa apacible y cuyos sonidos fueran solo los más reconocibles, los del agua al correr por el grifo, los de la olla exprés con su olor a cocido y los de la música sin nombre y sin voces. Esa casa debería ser tan grande como fuera posible, para que nadie tuviera que marcharse de ella en busca de otro cobijo más cómodo, para que todos los que en ella eran se mostraran radiantes y sin preocupaciones añadidas a un día a día bastante cotidiano, más cotidiano aún q

"Tantos días felices" de Laurie Colwin

Alegría, vitalidad, elegancia, placer, sutileza, diversión, amoríos... La crítica se ha puesto de acuerdo en que este libro de Laurie Colwin (1944/1992), editado en España por Libros del Asteroide es un agradable texto que rezuma sencillez y buen rollo.  Cuatro personas enamoradas. Nada menos que cuatro. Este otoño puedes conocerlas, acercarte a sus peripecias e, incluso, compararlas con la gente de tu alrededor. Al cabo, esto es la literatura, la trasmutación de la realidad en algo imaginado y plasmado en palabras.  Sin embargo ya sabemos la mala prensa que tiene la literatura que parece escrita para mujeres, la literatura sobre el amor y de amor, entre los sesudos analistas y lectores de empaque. Vaya tontería, dicen algunos. No puedo resistir leer algo así, comentan otros. Se rechazan estas obras porque no se conocen. No las leen y así la cosa queda en empate. O no, vete tú a saber.  El caso es que, a base de diálogos sabrosísimos, los personajes principale

Rosa tóxica

El pobre chico no fue consciente de lo que se le venía encima. Nosotros tampoco. Confiadamente, creyendo en que nuestros padres eran seres infalibles que no se equivocaban, cogimos el libro y lo leímos una y otra vez. Hasta que en nuestro cerebro quedaron grabadas las frases y, no solo eso, el modus operandi. Somos unas víctimas. Y quizá ya no haya remedio. Solamente las nuevas generaciones pueden zafarse de esto si es que hay alguien que les abre los ojos y se deja de pamemas. No sé cuántas interpretaciones hay por ahí de la rosa de El Principito. Ninguna me parece que se ajuste a la realidad. Son interpretaciones románticas, hechas por gente que se ha tragado el anzuelo, gente que se ha convertido a una religión que los ha abducido. Pero, pensando en el tema, un amigo de Facebook pronunció esta noche la palabra exacta, la palabra definitiva, la más clara descripción de la rosa en cuestión: dijo que era una rosa tóxica. Así es, lo que pasa es que, hace años, no existía ese co

"Noches sin dormir" de Elvira Lindo

(María Blanchard) Las ciudades son, a veces, territorios inhóspitos; lugares habitados por sueños imposibles; reductos de la soledad; imperios de la sinrazón...Cada una de ellas presenta su cara a la consideración de sus habitantes o de aquellos que, circunstancialmente, las visitan. Son entes vivos, paraísos inopinados, lugares levíticos. Las ciudades generan una forma de vida que plantea continuos dilemas. Elecciones. Qué hacer, dónde ir, qué camino tomar. No son espacios únicos, sino polivalentes, llenos de posibilidades, de recovecos, de momentos diferentes.  Las estaciones, por ejemplo, se manifiestan en las ciudades de una forma especial. La naturaleza tiene aquí reducidas muestras, escasas formas de expresión, pero, las que existen, ofrecen un caleidoscopio de miradas, todas ellas abiertas a que cada cual las interprete a su modo. Es inenarrable el espectáculo de los parques o jardines cuando llega el otoño, con las doradas hojas balanceándose o cubriendo el suelo.

Una escena de amor

(Jeremy Northam y Gwyneth Paltrow en "Emma")  Jeremy Northam es un impecable Knightley. Y Gwyneth Paltrow es una deliciosa Emma. Y todos los que hemos visto la película, que recoge con mucha fidelidad lo que aparece en el libro, aunque más liviano y matizado, como es lógico, comprendimos, con una sola escena, que ambos se querían, aunque ninguno de los dos era consciente de ello.  La escena de amor más relevante, pues, de la historia es la que transcurre en el salón de los señores Cox, de categoría inferior según detalle Emma, que ofrece una soirée a un grupo de destacados habitantes de Highbury, "pueblo extenso y populoso que casi llegaba a ser ciudad, al que pertenecía Hartfield", la casa solariega de los Woodhouse. En un principio, la invitación no llega, porque los Cox son conscientes de que la categoría de Emma es superior a la suya, pero, al final, todo se soluciona y ahí están, en la sala no demasiado amplia, los personajes que dan vida a la tram

Bonjour, tristesse

("Aphrodite", William-Adolphe Bouguereau, 1825-1905) Amaneces y vuelves al punto exacto en el que la noche anterior se quedó anclada tu cabeza. El sueño no ha servido para disipar la niebla. Esa gasa que cubre tus sentidos y no deja que pienses, aparece otra vez en cuanto el día se asoma. No es posible olvidar entonces, no es posible sino retomar con cansancio la idea y volver a darle vueltas, como quien amasa pan en un horno antiguo y sin ganas.  Te preguntas entonces qué puedes hacer, hacia donde mirar y cómo hallar un hilo del que tirar para que la vida se instale en la serenidad que ansías. Quieres olvidar el motivo o las causas de esa inquietud que no te deja cerrar los ojos y soñar con que hay prados verdes. Pero la vida te engaña. La vida te pone delante unas razones que no existen y juega contigo. Te hace creer que eres alguien distinto a la verdad. La verdad es una entelequia a veces. Un lujo que no puedes permitirte.  Recurres a la risa. Intentas re

Una historia no escrita

"La noche en la que murió mi marido no derramé ni una sola lágrima. Recibí la noticia como si fuera algo ajeno. Me apoyé en la pared del pasillo, en ese hospital en el que llevábamos unos días esperando el desenlace, y cerré los ojos. Los apreté fuertemente. Quería llorar, llamé a las lágrimas, las convoqué y fue inútil. No llegaron, ni esa noche ni la siguiente, ni en los días que pasaron a continuación. La culpa fue de los dos años anteriores, pensé entonces, dos años en los que había llorado tanto que mi capacidad de sufrir se congeló, se convirtió en un trozo de hielo que suplantó a mi corazón. Mi corazón se marchó a otra galaxia, a un lugar recóndito y lejano donde no pudiera enterarse de lo que estaba pasando." Este podría ser el comienzo de una historia. Si la escribiría, los recuerdos ocuparían su sitio exacto, todo encajaría en un lugar inamovible y el corazón no tendría esos vaivenes que tanto daño hacen. Cada vez que la vida abre una puerta o la cierra, lo

Ese otoño de luces arrogantes...

Bette y Nicholas son recién casados. Hace muy pocas fechas que hubo una concurrida ceremonia en Leington, en un mediodía gris que anunciaba lluvia. Aún el campo no se había preparado para la nueva estación y quedaba un hilo de nostalgia del verano. Hojas secas y animales sedientos. La gente disfrutó porque ambos son simpáticos y tienen grandes familias que prepararon aquello como si fuera un enlace de ricos. Abundó la comida y hubo música. A Bette le hubiera gustado llevar un vestido largo, blanco y lleno de encajes y tules. Pero, como su madre le recuerda siempre, los tules y los encajes cuestan mucho dinero y ellos no pueden permitirse gastar la ganancia del año en caprichos tontos de chicas casquivanas. Bette es una chica que sueña en un entorno de pobreza digna. Por su parte, Nicholas se conforma con cualquier cosa. En realidad, solo la quiere a ella, a Bette. Ama su cabeza rubia y pequeña, con rizos que surgen sin compromiso en cualquier momento. Ama su forma de hablar y de mo

Escribir se conjuga en plural

El hombre llevaba un traje gris que le sentaba como un guante. Bajo la chaqueta asomaban protocolariamente los puños de la camisa blanca y el cuello bien ajustado, rodeado por una estrecha corbata negra. Era alto y muy delgado. Algunas hebras grises salteaban su pelo de forma intermitente, pero su bigote aparecía lustroso, mostrando un sello de vitalidad desusada en aquel marco añejo.  Dashiell Hammett había llegado pronto. No sabía cómo, las horas, en ocasiones largas, se le habían pasado tan deprisa la noche antes. En el garito azul al que llegó, pasadas las dos de la madrugada, halló a una rubia esplendorosa con los dientes salidos al estilo conejo, pero con un trasero apetecible. No recordaba ya de quien partió la iniciativa pero la noche resultó redonda. Bebidas, humo y mujeres, su ecuación más perfecta. Alguien, su agente quizá, lo metió en la cama a punto de evitar el colapso. Y, después de dormir muy pocas horas, se despertó de bastante mal humor. Allí estaba,

La ola

Ella era una ola y se convirtió en una mesa. Fue sin darse cuenta. En un momento. El aire danzarín que gastaba se tornó inútil y nada tuvo razón de ser sin él. Lo supo cuando ya era tarde. Como siempre sucede, la luz del corazón no avisó a tiempo de notarlo mientras existía. Fue después, cuando las sombras lo invadieron todo. Ella no entendió nada más que el silencio. Su risa se apagó. No tuvo fuerzas para alzar la voz en medio de un desastre violeta. La noche dejó de oler a noche y las rosas se fundieron con el pavimento. Miles de hojas salpicadas de sangre. Un sueño inacabado. Una promesa rota. La nada navegando entre balazos.  Ella lo convertía todo en palabras desde siempre. No sabía el motivo pero vivía para escribir lo que veía, lo que sentía y lo que era. Las palabras trotaban, bailaban y cantaban en sus manos. Todo parecía tan natural. Ella era así. Sentía que no podía ser de otra manera. Y él entendía su necesidad. Su deseo de que todo fuera escrito. La escritura era

"Diamante azul" de Care Santos

Barcelona, primeras décadas del siglo XX. Una mujer llamada Teresa. Un hombre de intensos ojos azules. La rebelión de los sentimientos. La convulsión social que enfrenta a la plácida burguesía barcelonesa con los obreros y la gente que lucha por sobrevivir. El azul es el azul de los ojos del marido de Teresa. Un azul complicado, difícil, extraño, seductor, innegablemente atractivo.  Después de "Habitaciones cerradas", Care Santos publicó "Deseo de chocolate" en otro registro, más fragmentado y con una trasfondo histórico. Ahora continúa en la línea de "Habitaciones..." mostrando de nuevo el interior familiar y social de un ámbito que le resulta muy cercano a su escritura.  Tres tiempos diferentes, dos espacios, la nueva novela de Santos recorre la vicisitud familiar de un grupo humano desde el siglo XVIII hasta los años previos a la guerra civil. Se trata de fantasmas familiares que se reviven. Se trata de mujeres que deciden cambiar su destin