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El milagro de los días lentos

  En la playa había toda clase de artefactos marinos. Y con algunos de ellos hacíamos una especie de artilugio para atarlo a las chanclas de goma. Sonaba al caminar y daba la impresión de que llevábamos tacones. Todas queríamos llevar tacones cuanto antes. En los días lentos del verano una de las distracciones era entrar a escondidas en los dormitorios de los padres. Aparecían oscuros, con las ventanas corridas y una sensación de frescor que llamaba la atención. En las cómodas había algunos cajones que nos interesaban y sobre ellas los cacharros de la belleza, la crema, el lápiz de labios, el cepillo del pelo, un espejo, un bote de colonia. Ese territorio prohibido había que explorarlo en los momentos más inesperados, para que las madres no nos sorprendieran y el juego se acabara antes de tiempo. Y luego venían las confidencias, porque había madres de todas clases incluso las que tenían en la mesita de noche los versos de Gustavo Adolfo Bécquer.  (Pintura: Joaquín Sorolla)

Esa luz violeta del verano

 /David Hockney, Early Morning/ Desde que los veranos no tienen mar ni océano, echo de menos sus luces de colores, sus variadas formas, su olor, la brisa que levanta el viento de poniente, el viento sur que azuza las persianas, el levante que cansa a la hora de la siesta. Desde que no hay mar cerca, un mar donde mirarse, un mar donde buscar alguna razón que nos explique algo, recuerdo más su silueta imposible, al borde de la playa, junto al faro, enfrente de un largo malecón de sueños. Eran las horas de los días felices, en los que no sabía que terminarían pronto y sin remedio. Hay una casa cercada por las olas, que se ha quedado atrás sin aspavientos y que contiene todo lo que en verano tenía algún sentido en sí mismo. Las sillas de la playa, la sombrilla, las esterillas de color amarillo, cuántas elles, la nevera portátil, la mesita que se doblaba con el mínimo esfuerzo, las sombrillas pequeñas, amarillas también, las chanclas, los pareos de todos los colores, las toallas de propagan

La conspiración de las sonrisas

  Vivíamos la una enfrente de la otra en esa calle larga y vivaz, sonora, que era nuestro paraíso. Las tardes de verano, cuando el aire se posaba en las esquinas y refrescaba los ambientes, cuando las casapuertas se abrían tras las siestas, Luna y yo cumplíamos el tácito rito del encuentro. Sin acuerdo previo, sin mensajes, sin avisos, sin gritos a través de las azoteas, sino usando únicamente la fuerza de la costumbre: un día en cada casa.  Cuando el turno nos llevaba a la suya su madre disponía, en una bandeja plateada con flores pintadas, unas rebanadas de pan con mantequilla y unos tazones de colacao fresco, que habían necesitado un buen rato para despejar los grumos. Las niñas cogíamos la bandeja con cuidado y nos sentábamos en un escalón del suelo que conducía al patio y allí podíamos pasarnos las horas, hasta que la oscuridad comenzaba a anunciarnos que era la hora de la ducha y de la familia. Un delicioso tête a tête quedaba así interrumpido hasta el día siguiente. La ventaja d

Ángel Vela, trianero de guardia

  Hay personas irrepetibles. Tienen cualidades difíciles de encontrar y actitudes que mueven al ejemplo. He conocido a algunas de ellas. Por ejemplo, mi vecina Manolita, de la calle Carraca, del barrio de la Pastora, de La Isla. Era capaz de llevar para adelante todo lo que hiciera falta y aún tenía tiempo para ayudar a los demás, tomarse su café, reírse con algún comentario, viajar a Barcelona sola cuando las mujeres no viajaban solas, criar a sus hijos, cuidar su casa, inventarse la vida, trepar por las rendijas del silencio y sobrevivir hasta un final muy largo. Lo que más destacaba de ella era su perseverancia en ser feliz.  Lo de Ángel Vela es otro estilo. Veréis. Es otro irrepetible. Nacido en Triana, ha convertido su filiación geográfica en una suerte de perenne biografía. Ha llenado su trayectoria de una doble contienda, siempre alerta y al día. La lucha por la existencia y el ansia de saber. Para él deben ser inseparables. No tuvo la instrucción que hubiera merecido pero tuvo

Edna O'Brien: la chica irlandesa

  La riquísima literatura de Irlanda tiene en ella uno de sus hitos. Pero las cosas no fueron fáciles. De modo que le costó encontrar tiempo para escribir y para publicar. Ella era una chica nacida en Tuamgraney, en el condado de Clare, en 1930, con una familia puritana y poco dada a la efusividad. Pensaba que su madre no la quería. En los años sesenta ya estaba casada y tenía dos hijos a los que cuidar, además de un trabajo poco gratificante. Y no sabe cómo se lanzó a escribir una novela. Lo hizo del tirón y en muy poco tiempo, seguramente porque llevaba esas palabras grabadas a fuego en su interior. La historia de las chicas de campo, que se convertiría en una trilogía, era su misma historia. Pero no la escribió con lástima, ni con ira, ni con rencor. Lo hizo con rabia, que es otra cosa; lo hizo con sinceridad; lo hizo con pulcritud y elegancia. A su marido no le gustó aquello. También era escritor y se ve que quería ser el único escritor de la familia. Publicar el libro y empezar a

Triana

Breve relato de una Velá de Santa Ana muy especial. Si no eres de por aquí quizá te cueste entender el significado de las cosas de las que voy a hablar en esta entrada de mi blog. Pero eso suele ocurrir: cada lugar, cada espacio, guarda sus propios secretos y cultiva sus ritos. Esto de la Velá de Santa Ana está íntimamente unido a lo que el barrio de Triana significa y solo los iniciados en sus misterios pueden apreciar, de verdad, el significado que tienen estos días señalados que son historia e historia muy antigua. El motivo de la singularidad de esta fiesta está en que Triana es también singular. No existe un lugar como Triana en el mundo. Y no es exageración alguna. Se trata de un espacio físico reducido en el que se mantiene, por los siglos de los siglos, una forma de vivir que no ha podido destruirse por mucho que se haya intentado. Se han tirado edificios, se han modificado calles, ha sido invadido por foráneos y turistas, han desaparecido espacios de habitabilidad propios, ha

Amigas

(Foto de Nina Leen para Life) Uno de los temas recurrentes en las obras de Jane Austen es la relación amistosa entre mujeres, en concreto, entre las jóvenes protagonistas y otras jóvenes de edades parecidas. En el caso de “Emma” estas relaciones pueden analizarse a través de dos casos, bien distintos, pero de los que podemos extraer conclusiones interesantes. Se trata de la amistad con Harriet Smith, por un lado, y con Jane Fairfax, por otro. La primera cuestión que tenemos que destacar es que, en ninguno de los casos, hablamos de amistad entre iguales. La diferencia social que hay entre Emma y las otras dos muchachas es notoria. Se trata, pues, de relaciones asimétricas, pues la única mujer que en la novela puede mantener una relación de igual a igual con ella, por su posición, es su hermana, Isabella, pero el interés que dicha relación tiene en la historia es muy escaso, todo lo contrario que ocurre en otras obras de Austen, como “Sentido y sensibilidad”, donde las herma

"Barbie" o el feminismo rosa

  En Barbieland viven las Barbies y los Ken. Ellas disfrutando de una posición de dominio y ellos en plan blandengue, una especie de complementos a la altura de los zapatos, las cintas del pelo o los sombreros. Una de esas Barbies no está nada contenta con la situación, ella aspira a más, aunque no sabe a qué, quizá siente que ese mundo en el que todo está hecho a su medida no le gusta porque es más interesante tener que luchar para conseguir las cosas. O algo así. De modo que decide ir al mundo real, donde las Barbies son, ya lo sabemos, unas bonitas muñecas con las que las niñas juegan y les cambian la ropita. Como la muñeca Barbie, la chica Barbie tiene a su disposición a un Ken. Y ese Ken también tiene ansias de correr aventuras, por eso salta a la realidad con ella. Ahí está el argumento inicial de la película. Un apunte: el mundo de Barbie es aquel en el que todo está hecho a la medida de ellas y el mundo real es un infierno para las mujeres y un paraíso para los hombres. La preg

Clive Owen, una falda tubo y el tipo de la camisa blanca

  No sé si me gusta Clive Owen porque me recuerda a aquel tipo o al revés. El caso es que también usaba camisas blancas y también tenía ese color indefinido de ojos, que tanto parecen grises, como azules, verdes o, incluso, plateados. Unos ojos con doble intención, que podían ser duros y sin compasión o tiernos y plagados de dulzura. Aquel tipo, lo llamaré así para aclararnos, tenía una personalidad dual, oscura y transparente a la vez, y las muchachas como yo, que sofocan las penas del amor con otras penas mayores, podemos ser presas fáciles de un vaquero bien llevado y una camisa de lino. En una de esas crisis amorosas por no sé quién (lo bueno de todo esto es que el olvido es la premisa) surgió un viaje al extranjero por un par de meses (el remedio eficaz, poner tierra de por medio) y allí estaba este Clive sin filmografía, con su aspecto de eficaz desaliño, su conversación filosófica y su mirada ardiente de unos ojos con color no identificado. Imposible resistirse a su llegada a n

Bradley, Schopenhauer y tú misma

La canción podía llamarse "Hacia dentro" o "Desde dentro". Hacia, desde, casi lo mismo. No exactamente. Más o menos igual. Todo lo que soy está en mí. Nada de lo ajeno soy yo, salvo si lo interpreto, lo respondo, lo cuento, lo adquiero, lo amo. De esa manera, con otras palabras, lo contaba el filósofo y era consciente de que estaba enhebrando una aguja para la costura de ideas que antes no se habían expresado. Al fin, a eso se reduce todo. A contar las cosas de otra forma. A verlas de un modo diferente. A ser originales, no como una moda pasajera, sino como una actitud. Criterio. Pensar. Demasiadas veces el cartón de la copia se superpone a la originalidad de las mentes libres. Ser libres pero estar juntos. Ser libres, en todo caso.  La canción tiene muchos nombres pero la imagen de ese hombre con pelo largo y barba descuidada está sobre el escenario sugiriendo que no han pasado para ti los días gloriosos del abrazo más cierto. A pesar de todo. A pesar de lo

Tu palabra, tu vida

Dedicatoria: A mi madre Creo que no tendría aún quince años cuando mi madre me regaló ese disco de Serrat dedicado a Miguel Hernández. Una cubierta negra y unas canciones que aprendí, como hacía con todas las canciones que escuché tantas veces en mi infancia, mi adolescencia, mi juventud. Porque, además de escribir, la otra cosa que siempre me gustó hacer, que siempre quise hacer, fue ésa, cantar. Las canciones de Serrat venían a superponerse a los poemas de Miguel Hernández que yo ya conocía, que había leído y que tenía en unos librillos finos y de pastas muy blandas, algunos editados en México y que me mandaba de Madrid un amigo que estudiaba Económicas y que sabía más que todos nosotros, chavales de pueblo y de barrio, sin apenas mundo recorrido. Más allá de nuestras salinas y de la mar de Cádiz, los amigos que estudiaban en Madrid eran las voces de otros mundos y los ecos de otras formas de vivir. Por eso, José Luis me mandaba libros que no se podían encontrar en todas partes. Y as

Del rosa al amarillo

Me preguntas por qué me demoro en los bosques, enredado en las huellas de las horas perdidas. No sabría decirte qué me retiene en ellos, si fuera la paciencia de los líquenes, el rubor contenido de las bayas o la revelación de aquellos días en los que fuimos hijos de la niebla, seguidores del fuego que sólo por nosotros encendían los dioses. O esa forma que tienen las hojas amarillas de recordar tus manos. O esa ocasión de verme sin ti, contigo a solas, decantando las sombras lentamente hasta obtener el néctar de la luz... Los labios de la tarde sonriendo entre un rumor de otoño estremecido. ( Poema de Carlos Aganzo)

Poesía con balas al fondo

Andrés Trapiello es un estimable escritor y, además, un agudo observador de la realidad literaria pasada y presente. En este año de 2010 ha vuelto a salir a la luz una reedición de su obra dedicada a la vida literaria y cultural en los años de la guerra civil española. "Las armas y las letras. Literatura y guerra civil 1936-1939" es un libro complejo e imprescindible, que ha publicado la editorial Destino. Trapiello es leonés, de Manzaneda de Torío, nacido en 1953. Ha publicado diversas novelas, algunas de las cuales han conseguido prestigiosos premios literarios: "La tinta simpática", 1988; "El buque fantasma", 1992; "La malandanza", 1996; "Días y noches", 2000; "Los amigos del crimen perfecto", 2003, que obtuvo el Premio Nadal; "Al morir Don Quijote", 2004 y "Los confines", 2009. Es, asimismo, ensayista y poeta. Este libro que ahora comentamos en nuestro blog fue publicado en su primera edición en el año

Si hay prisa, no hay literatura

*Lucia Berlin, escritora, 1936-2004 *********** Lo contaba en una entrevista grabada en el escritor recién fallecido Paul Auster. Tras ocho horas de trabajo diario, como si fuera un obrero de la literatura, se daba por satisfecho si alguna vez de forma extraordinaria conseguía tener tres páginas terminadas. Lo normal es acabar una sola página y en circunstancias buenas quizás dos. Y nos cuenta su método. Un párrafo que se escribe y se reforma una y otra vez, continuamente, se escribe, se reescribe, se corrige, se vuelve a escribir. Hasta que, nos dice, quede suave, limpio, armónico, como si de ese fragmento surgiera música, rítmico, a compás diríamos nosotros. Ese cuidado en la escritura, esa placidez a la hora de escoger las palabras, es una de las grandes cimas de la creación y cuando se logra, cuando una es capaz de olvidarse la prisa, la inmediatez, la necesidad urgente de decir algo, cuando puedes sentir el sosiego de escribir despacio, de buscar despacio en tu mente las palabras

Invisibles

  Si te preguntas ¿para qué? es que estás a punto de tirar la toalla, sea esta cual sea. La gente se hace esta pregunta en relación con su trabajo, con sus aficiones, con su pareja, con su vida. Para qué hago esto, se dicen. Para qué hacer deporte. Para qué esperar al amor verdadero. Para qué sufrir. Para qué esforzarme tanto. Para qué escribir un blog.  Mientras resolvemos el para qué podemos mirar estas asombrosas fotografías del canadiense, de 1968, David Burdeny, algunas de ellas realizadas en la Atlántida. Siempre que las miro observo en ellas un enorme parecido a las extensiones de sal que hay en mi tierra y eso me reconcilia con la lejanía de un canadiense de quien no conozco nada más que su obra. Mirad.  Una cosa es ser anónimo y otra ser invisible. El anonimato puede llegar a ser incluso un aliciente, pero siempre hay anónimos que tienen momentos de necesidad y quieren que alguien los reconozca o los aplauda. Pasar la vida siendo anónimo, en un entorno de total anonimato no es