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Mostrando las entradas etiquetadas como Flamenco

El Concurso de Granada en su contexto cultural

(Plaza de los Aljibes, Granada. El concurso se celebró aquí por su mayor capacidad aunque no era el sitio elegido en principio ni el que aparece en los carteles) (Manuel de Falla)  No podríamos trazar un retrato fiel de las primeras décadas del siglo XX sin incluirlas en los movimientos culturales europeos, sobre todo franceses, ya que París , desde 1874, con la primera exposición impresionista en el estudio del fotógrafo Nadar (y ese maravilloso y fundacional Impresion: soleil levant de Monet), se ha convertido en el centro del arte por delante de Roma. Todavía no han llegado los tiempos en los que ese relevo, en los años posteriores a la segunda guerra mundial, pase a Nueva York.  La influencia de las vanguardias históricas en la vida cultural española es muy importante, aunque eso no quiere decir que desaparecieran los reductos ajenos a estos cambios, sino que se conservaron en diversos ámbitos y diferentes artistas algunas formas estéticas totalmente alejadas de los nuevos postulad

Tango flamenco y tango de carnaval

(Baile andaluz. José Villegas. 1893)  En el universo musical de la bahía de Cádiz dos sones se entrecruzan de una manera cierta. Dos sones que se difunden y amplían, llegando a otras latitudes geográficas y musicales. Son el tango de carnaval y el tango flamenco. Desde hace algunos años vengo escribiendo acerca de la íntima relación que los une y también de cómo en la Escuela Gaditana de Cante Flamenco se acrisolan influencias tan diversas que todo es posible desde el punto de vista musical. La presencia de América, allá a lo lejos, aporta una diferencia sustancial con el cante de interior y desde Cádiz los sones de ultramar llegan al resto de la geografía flamenca, conformando una manera única de entender el cante y el baile. Estamos ante un proceso de aculturación que se realiza de manera interpuesta y desde hace muchos años, siglos diríamos.  La construcción musical del tango de carnaval está perfectamente realizada ya desde las dos últimas décadas del siglo XIX, correspondiendo a e

Romero de Torres en la Copa Pavón

  (Julio Romero de Torres: Retrato de la Niña de los Peines, 1901-1902. Centro de Arte Reina Sofía) En 1925 los concursos tenían una gran aceptación entre los públicos del flamenco. Era una época esplendorosa para este arte, que se presentaba en muchas modalidades. La empresa del Teatro Pavón de Madrid convocó un concurso de cante jondo para decidir la que llamarían "Copa Pavón" y que tuvo lugar el 24 de agosto de ese año. Dado el relieve que se le pretendía dar al acto, se conformó un jurado con tres autoridades: Julio Romero de Torres (1874-1930), el afamado pintor cordobés; José María de Granada, escritor y autor de obras que se representaban en aquel tiempo, así como el Papa del cante, el jerezano Don Antonio Chacón. Para darnos idea de la importancia del certamen hay que señalar que la entrada al mismo costaba el doble que un espectáculo normal, es decir, cinco pesetas. Allí se presentaron un importante número de artistas: Manuel Escacena, Angelillo, Manuel Vallejo, Niñ

Era de oro su voz

  Como ocurre con todos los artistas malditos, Manuel Vallejo arrastra mucho olvido y algunas adhesiones inquebrantables. El malditismo es, en su caso, colectivo y no individual, y alcanza a todos aquellos que tuvieron la infeliz ocurrencia de llenar las plazas de toros y los teatros y de cantarlo todo. Esta amplitud de miras fue contestada a partir de mediados del siglo XX por los que preconizaban la oscuridad de lo básico y renegaban de las masas. Vallejo tuvo la desgracia de vivir y trabajar en un tiempo en el que el flamenco arrasaba y eso no se perdona fácilmente. Aunque hace ya algún tiempo que aquellos postulados reduccionistas se han caído estrepitosamente todavía falta la reivindicación y, sobre todo, el conocimiento, de toda esa troupe (el nombre encaja, sin duda) de artistas que permanecen a falta de alguna luz y, sobre todo, de alguna valoración más allá de lo que se escribió en tiempos más oscuros.  Este 2021 se cumplen 130 años de su nacimiento, aunque el aniversario va

"De la noche a la mañana" de José María Velázquez-Gaztelu

  Quizá porque he visto tantas cosas con tan poca gracia y tan poco arte, con tan mala idea, en este mundo del flamenco, destaca sobremanera aquel que lleva por derecho ese adjetivo que a los mejores se aplica: cabal. José María Velázquez-Gaztelu es el ejemplo claro de flamenco cabal. ¿Qué significa eso? Que habla con tino y sin querer hacer daño; que su crítica es mesurada, directa, franca pero sana; que conoce de lo que habla y de lo que escribe; que va añadiendo a su bagaje siempre una obra nueva y fresca; que se maravilla siempre de lo que es este arte y lo respeta; que no hiere, sino que estimula. Un flamenco cabal que ha reunido en este libro tal caudal de vivencias, conocimientos, datos y experiencias que no me cabe duda de que se ha convertido ya en una referencia del saber flamenco a pie de obra. Nada de elegías figuradas, retorcidas retóricas huecas, nada de pontificar con prepotencia insoportable, nada de tonterías, nada de pamplinas de la plaza Mina. Flamenco, flamenco y f

Las estrellas se asombraron

  (Joaquín Sorolla y Bastida) Rosario la Mejorana (1858-1920) es una rara avis en el mundo del baile flamenco. Su arte, que lució en algunos cafés de cante desde muy joven, tanto en Cádiz, su tierra natal, como en Sevilla, fue efímero, porque se casó muy joven y dejó para siempre el espectáculo público. No obstante, fue capaz en ese breve espacio de tiempo, de poner de moda la bata de cola para bailar por alegrías en los cafés y de alzar los brazos al cielo como nuevo elemento distintivo del baile de mujer. Ambas innovaciones han pasado a la historia del flamenco como propias de la escuela de Cádiz, a la que ella pertenece, la escuela del Raspao, la Fandita o Josefita la Pitraca.  Aparte de su estilo personal a la hora de bailar, Rosario contaba con un atributo que le abrió muchas puertas: su belleza. De ese modo, la estética del baile, que estaba desarrollándose a marchas forzadas desde que se instalaron en los cafés de cante los suelos de madera (los tablaos), avanzó enormemente, no

Que son tus ojos dos soles

  (Joaquín Sorolla y Bastida) Nadie se extrañe si digo que Antonio Gilabert Vargas es uno de los puntales del cante de Cádiz. Junto con Aurelio Sellé, Manolo Vargas o Chano Lobato, por ejemplo. Cante muy diferente del de la escuela cercana, la de Jerez. Fue Luis Caballero el que defendió las características de la escuela de cante de Cádiz y lo hizo con tal seriedad y compostura que ahí quedó la causa para siempre. Antonio Gilbert es La Perla de Cádiz y tuvo una corta vida, desde 1925 a 1975. Aunque su apellido paterno trae reminiscencias de otras tierras (en Cádiz todo el mundo parece ser "de por ahí afuera"), el materno viene, por derecho, de su madre, otra flamenca, Rosa la Papera, cuyas cantiñas se  han popularizado.  La Perla era una trágica del cante, una actriz de la copla flamenca. Cuando murió, con solo cincuenta años, dejó huérfano de compañía a su compañero, el también cantaor y bailaor Curro la Gamba, solo en su ausencia, y desde entonces él cultivó su extraña eleg

Ni quien se acuerde de mí

  (Joaquín Sorolla y Bastida) En la historia vieja del cante de las minas está el nombre de Concha la Peñaranda, también llamada la Cartagenera, cuya biografía se envuelve en la neblina de lo desconocido. Aunque no conocemos datos exactos de su vida y su familia, la tradición oral le adjudica un relevante papel en la formación y en la difusión de los cantes mineros y del cante de levante en general. Sí se conoce su estilo de malagueña y también su presencia en cafés cantantes de Sevilla en torno a 1884.  La oscuridad ha permitido que su nombre y su obra pervivan a través de sus propias coplas y de la leyenda que en torno a ellas se fue forjando. Esta leyenda la relaciona con penas de amores y con una vida al borde del abismo que ha tenido eco en algunos autores que hablan de flamenco y flamencos, como Núñez de Prado o Fernando el de Triana. Las fuentes orales son siempre dudosas y esa duda se extiende sobre esta mujer como una mancha de aceite.  Lo que sí parece cierto es que cultivó l

Catalina

  Quítate de mi presencia que me estás martirizando. Y a la memoria me traes, cosas que estoy olvidando. Eso fue en 1926 y lo cantó y lo grabó Manuel Vallejo, en el mismo año en que Manuel Torre le entrega la II Llave de Oro del Cante. Cualquiera vería en este hecho un símbolo del respeto que los artistas se tenían entre sí, aparte estilos y escuelas. Puedes comprobarlo también en "La Voz" si te fijas en Alejandro Sanz y en Pablo López, que se entienden con la mirada cuando escuchan un quiebro que a los dos les trae ecos de buena música. El arte es así y son los espectadores o los críticos, sobre todo, los que ensucian las relaciones artísticas, empeñados en poner etiquetas. Vallejo y Torre eran, como diría Lola Flores, dos monstruos.  Así que en 1926, Vallejo compone y graba estos "tangos arrumbaos" que en 2017 lanza a su estilo Rosalía y los resucita aunque muchos de los que la oyen (la inmensa mayoría), no saben quién es Vallejo ni saben que "Catalina"

Dos estéticas: Mairena y Caracol

(María Pagés, el baile estilizado, la pureza) Al final de la Guerra Civil, cuando se intenta normalizar la vida en España, Manolo Caracol había dicho: “en la estampa escenificada está el camino”. Ese camino alejaría al flamenco de las malas condiciones en que estaba cuando el artista tenía que subsistir a base de asistir a fiestas que duraban hasta las tantas y por las que te pagaban una miseria...o, a veces, ni eso. Mitificaron las fiestas quiénes no sabían lo que era quedarse dormido con el hombro apoyado en una mesa de madera pegajosa de vino. Los que no sabían que el cantaor o el guitarrista pasaban días y días metidos en el cuarto sin ver a sus hijos. También había quién tenía “síndrome de Estocolmo” y hablaba de “señoritos buenos y señoritos malos”. Decidido: Manolo Caracol (no sólo él, pero sobre todo, él), tuvo claro que el teatro, el auditorio, la plaza de toros, la plaza del pueblo, tenía que seguir acogiendo al flamenco tras el paréntesis de la guerra, y aún más:

Cien sabios y una muchacha

Cuando yo era muy joven e ignorante tropecé por casualidad con un sanedrín de flamencos sabios. Cada uno de ellos había recorrido una parte importante de su propia biografía y tenía un talento que mostrar al mundo. Todos eran, a la vez, conocedores de lo mucho y expertos en lo suyo. Una difícil constelación que no siempre se halla. Más bien lo contrario. Pienso en los chavales jóvenes que llegan con toda la ilusión del mundo a su primer trabajo y, en lugar de que los guíen, o los asesoren, ahí están los buitres para hacerles morder el polvo. Como si de una película del oeste se tratara, una película mala, sin Clint Eastwood y sin Morricone, los jóvenes que empiezan tienen que sortear los obstáculos en total soledad, sin mentores y sin ayudas, pisando charcos y llevándose la peor parte de casi todo. Ahora las empresas hablan de la gestión del talento pero, la mayoría de ellas, mienten. Gestionar el talento a su juicio es sacarles el jugo a los nuevos para que los antiguos se apunte

Cine, flamenco y tópicos

Parece que la única mirada que interesa al cine es la que abre la puerta al tópico andaluz, a las juergas de los señoritos, a la miseria que se alivia con el cante, a la relación entre toros y flamenco, omnipresente. El flamenco actúa así como una suerte de ambientación, de telón de fondo, delante del cual transcurren las historias, sin apenas contaminarse, sin desvelar nada de lo que se oculta tras la fiesta, el bullicio o las celebraciones. Las películas contribuyen a asentar el estereotipo del andaluz, ya reflejado en las narraciones de los viajeros románticos, tan alejadas de la realidad. Su pervivencia en la composición de personajes llega hasta nuestros días, pues proliferan en las series televisivas los andaluces graciosos, las chachas con deje andaluz, los cuentachistes… En algunas películas esa fiesta va asociada a los ritos familiares, bautizos, bodas, entierros o a las costumbres populares de más arraigo, romerías y ferias, y aparece como un elemento más del paisaje

¿Técnica o sentimiento?

En una entrevista concedida el mes de junio de 2008 al Diario ABC de Sevilla la bailaora Eva Yerbabuena ponía el dedo en la llaga en esa famosa duplicidad que impregna la discusión flamenca desde hace años. No es esta la única polémica en la que este arte se halla envuelto, revitalizándose con discusiones entre aficionados o entre expertos. Más bien, el flamenco tiene la virtud de saberse retroalimentar con cíclicos enfrentamientos que posicionan en lugares opuestos a sus seguidores. El más antiguo de ellos es el que se refiere a su origen pero también tiene un papel relevante en los debates todo lo que atañe a la vieja discusión entre profesionalidad y amateurismo (que tuvo su auge en el Concurso del año 22), o lo referido a la distinción entre Cante chico y Cante grande. En este último caso, aunque nos pueda parecer superada esta clasificación, la disputa todavía reverdece con motivo de experimentos y espectáculos de cierta novedad.  Unido a lo anterior, cómo no, la gran lín

El hombre que quería ser cantaor

Desde hace mucho tiempo me vengo encontrando con Ignacio Sánchez Mejías. Acercarse al flamenco sin llegar a su figura es difícil, por no decir imposible. Porque es una de esas personalidades que están a la vera del arte, en ese territorio que ocupan los que han sentido el flamenco hasta el fondo, los que son hondos sin que podamos atribuirle ocupación flamenca alguna. El flamenco concita rechazos y unanimidades. El rechazo suele producirse entre aquellos que no lo conocen, que se dejan llevar por ideas preconcebidas o que no han profundizado en su esencia. Es imposible acceder a ella y no amar este arte. Entre las unanimidades un gran número de personas destacadas en campos diversos que llegan al flamenco arribando desde puertos difíciles y se quedan ahí, anclados, ya para siempre, en sus orillas.  No sé por qué llegó a mis manos una edición de los Artículos periodísticos de Ignacio Sánchez Mejías, buceando en alguna librería, seguramente con ocasión de uno de mis paseos lite

Mis flamencos. José Mercé.

La imagen Un salón atestado. Primavera incipiente. El patio en derredor huele a dama de noche y a jazmines. Buganvillas trepando por una de las paredes, la que llega a la calle. Un salón noble, con techos de madera, ventanales hermosos, grandes cortinajes, sillones tapizados de rojo sangre. Gente ensimismada, que no pestañea, que oye y escucha, que observa, que absorbe, mucha gente. En torno al salón, pequeños despachos que se han quedado vacíos, pues todos los que allí deberían estar han salido despacio hasta el pasillo que antecede al salón y se han parado, justo en ese sitio, como figuras de cera, inmóviles, atentos, sin respirar siquiera.  Un hombre elegante, vestido de negro, rubio, de ojos azules, muy alto, sentado en una silla pintada de verde, una silla que podría encontrarse en cualquier patio de vecinos de La Isla, para tomar el fresco o para charlar, o quizá para que una mujer con el pelo recogido y la sonrisa presta, cosa y remiende. Una silla que desentona de