"Nada de nada" de Hanif Kureishi
Este es el tercer libro que leo de Hanif Kureishi. Los anteriores fueron "Intimidad" y "La última palabra", ambos con reseña propia en este blog. La escritura de Kureishi es muy reconocible y presiento que despierta pasión o rechazo. No hay medias tintas. Sus personajes están al límite de la vida y de ellos mismos. Son desagradables, potentes, inestables, duros, terribles, incomprendidos. Son reales, aunque están en una realidad desmesurada, que no es posible comprender con sencillez y que no forma parte de las vidas cotidianas tal y como las entendemos. Hablemos claro: a nadie le gustaría encontrarse con ellos en ninguna circunstancia. Son la trastienda, la casa de atrás, la que no todo el mundo tiene ocasión de conocer.
Los libros de Kureishi, sobre todo esos potentes personajes masculinos que los llenan completamente, me recuerdan a Philip Roth y sus animales moribundos. Repelen y atraen. Gente desasistida de sí misma, ayuna de afectos, siempre dependiendo de que los otros, que parecen más débiles, estén a su alrededor para darles vida de alguna forma. Son vampiros emocionales que cruzan un aire divisible. Creemos, quizá, al leer estos libros, que no existen, que no hay gente mayor, ancianos, que se niegan a serlo y que utilizan su poder, su inteligencia, su dinero, su fama, para encontrar carne fresca, para encontrar algún sentido a su decrepitud. Pero los hay, porque la naturaleza humana, como ya se ha escrito tantas veces, es la misma en todas partes.
Los libros de Kureishi, sobre todo esos potentes personajes masculinos que los llenan completamente, me recuerdan a Philip Roth y sus animales moribundos. Repelen y atraen. Gente desasistida de sí misma, ayuna de afectos, siempre dependiendo de que los otros, que parecen más débiles, estén a su alrededor para darles vida de alguna forma. Son vampiros emocionales que cruzan un aire divisible. Creemos, quizá, al leer estos libros, que no existen, que no hay gente mayor, ancianos, que se niegan a serlo y que utilizan su poder, su inteligencia, su dinero, su fama, para encontrar carne fresca, para encontrar algún sentido a su decrepitud. Pero los hay, porque la naturaleza humana, como ya se ha escrito tantas veces, es la misma en todas partes.
"Nada de nada" es una historia crepuscular. Un final para alguien que está en las últimas y que, aún así, pretende ejercer su control sobre lo que posee. Entre esas posesiones está su mujer, la mujer a la que, según él, ama más que ha amado a nadie con anterioridad. Esa forma de amar, que diríamos, una forma de amar que tiene que ver con el ansia de no morirse demasiado. La ancianidad enferma, la decrepitud, el fin de la fortaleza, el inicio del telón que cae, todo eso es el trasfondo inicial de la novela. Pero no solo. Como ocurre en sus libros anteriores, los personajes principales tienen un contrapunto no menos difícil de aceptar. En este caso, la mujer de Waldo (el protagonista, un cineasta famoso, prestigioso e inválido), es Zee, alguien veinte años más joven, como suele pasar en este mundo de los artistas, que vagabundea entre el deber y la necesidad de sentir que es algo más que una enfermera. Zee lo ha abandonado todo por él pero tiene, por eso mismo, que cobrarse la deuda. Entre el asco, el rechazo y la ternura; entre la rebeldía ante una actitud tirana y la conmiseración, ahí se mueve ella, intentando no caerse en un pozo demasiado profundo. Luego están Anita, la bella actriz en un crepúsculo aún reconocible, que parece tener todavía en sus manos cierta posibilidad de entenderse y Eddie, el trepa, el individuo que intenta conseguir lo que tienen otros pero que no posee ni la maña ni la maldad suficientes.
El libro se lee de un tirón. El poso que deja es de tristeza, pero no puede ser de otro modo, no únicamente por el desenlace, que no adelanto aquí, sino por el tono, por el descreimiento, por la sensación de que el paso del tiempo, cuando no se considera una dicha sino un peso indescriptible, termina abocando a la desdicha. La inmovilidad de Waldo, sus problemas físicos, su dependencia de otros, ese envejecimiento plagado de carencias, no es una buena noticia. A pesar de todo, como en todas las obras de Kureishi, hay cierto atisbo de ironía, de humor negro, de risa contenida, de perplejidad jocosa, en los artilugios y artimañas que utiliza el protagonista para vigilar a su mujer y estar al tanto de lo que se trae entre manos con el extraño amigo que ha asaltado sus vidas. Un juego que, como todos, suele traer luces y sombras. Y las sombras son permanentes, mientras que las luces se apagan cuando la noche cae sin avisar.
Reseña sobre el autor de la editorial Anagrama:
Hanif Kureishi, de origen pakistaní, nació en Inglaterra en 1954. Estudió Filosofía en el King’s College de Londres, y allí empezó a escribir para el teatro; ganó el George Devine Award con Outskirts. En Anagrama se han publicado sus guiones de las películas Mi hermosa lavandería, Sammy y Rosie se lo montan y Londres me mata (esta última dirigida por él mismo), sus novelas El buda de los suburbios (Premio Whitbread y adaptada a serie televisiva por la BBC), El álbum negro, Intimidad (adaptada al cine en 2001), El regalo de Gabriel, Mi oído en su corazón, Algo que contarte y La última palabra, y dos libros de relatos, Amor en tiempos tristes y Siempre es medianoche, así como El cuerpo, una novela acompañada de varios relatos, y el libro de textos autobiográficos Soñar y contar: «Kureishi es un escritor joven, capaz de reconocer algo del desasosiego de Kerouac y reciclarlo en un libro de colores y olores inconfundiblemente británicos y capaz de hablar de Sam Shepard, de los Rolling Stones, David Bowie, Scorsese, los Doors, Nick Lowe, Elvis Costello, los Sex Pistols o Ian Dury con propiedad, con un estilo sencillo y un sentido del humor brillante, pero no frío, que lo cuestiona todo, incluido el propio autor, con asombrosa sinceridad» (Ray Loriga).
(Hanif Kureishi es un escritor muy cercano al mundo del cine. Aquí en el festival de Cannes con Robin Wright)
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