Pablo Neruda (1904-1973) Amarrada a la costa como una clara nave, Cádiz, la pobre y triste rosa de las cenizas, azul, el mar o el cielo, algunos ojos, rojo, el hibiscus, el geranio tímido, y lo demás, paredes roídas, alma muerta. Puerto de los cerrojos, de las rejas cerradas, de los patios secretos serios como las tumbas, la miseria manchando como sombra la dentadura antigua de una ciudad radiante que tuvo claridad de diamante y espada. Oh congoja del papel sucio que el viento enarbola y abate, recorre las calles pisoteado y luego cae al mar, se consume en las aguas, último documento, pabellón del olvido, orgullo del penúltimo español. La soberbia se fue de los pobres roperos y ahora una mirada sin más luz que el invierno sobre los pantalones pulcramente parchados. Sólo la lotería grita con mentira de oro: el 8-9-3 el 7-0-1 el esplendor de un número que sube en el silencio como una enredadera los muros de las ruinas. De cuando en cuando golpea la calle un palo blanco. Un ciego y otro
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