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Mostrando las entradas etiquetadas como Verano del 19

Tesoros escondidos

En la calle, bulliciosa de por sí, se formó un jaleo de campeonato. La puerta del número 39 se había abierto estrepitosamente y dos de los hijos de la familia aparecieron en ella, con cara de pocos amigos, portando a rastras unas cajas de gastada madera que no tenían cubierta. Nadie podía ver lo que contenían porque los espectadores espontáneos que llegaban atraídos por el ruido, no tenían suficiente ángulo de visión. Pero la niña de la casa de enfrente saltó por encima de los pies de los otros y se plantó delante y asomó la cabeza y metió la nariz y descubrió los libros.  ¡Son libros, son libros! gritó. Y el grupo de mirones se fue dispersando. A buenas horas iban a pararse en libros a la hora de la siesta porque a aquellos imberbes se les hubiera ocurrido hacer limpieza de buhardillas….Pero la niña entonces se sentó en medio de la calzada, que era de piedra, dura, gris y a veces transparente cuando la lluvia la regaba, y empezó a rebuscar con cierto gesto compulsivo, sac

Una mirada atrás (III)

Despedirse sin despedidas es muy difícil. Toda mi vida ha sido así. Así me despedí de algunos amores. Así me despedí de mis padres. Así me despedí de ti. Así me despedí de mi casa. Despedirse de una casa sin el rito de la despedida te condena a no olvidarla. En tus sueños siempre estará esa casa. La verás con toda clase de detalles y no distinguirás si es realidad o fantasía. Cuando despiertes, buscarás en algún lado de la habitación un detalle familiar, pero no lograrás encontrarlo. Será el vacío lo que encuentres y entonces habrá alguna lágrima.  Ahí está el portón de entrada pintado de rojo inglés. Es muy grande y tiene a su lado la puerta del garaje, del mismo color. Ella eligió el color porque leía mucho a Agatha Christie y le parecía que el rojo inglés merecía la pena tenerlo cerca. Entre las dos puertas hay un buzón hecho de cerámica amarilla y azul. La casa está encalada en la parte superior y la inferior lleva un zócalo de piedra ostiones y un remate arriba en color al

Una mirada atrás (II)

El segundo tramo de la calle estaba plagado de tiendas. Si tuviera que enumerarlas todas no podría pero tengo clara la imagen de algunas de ellas. La más pequeña era una tienda de juguetes. El centro de atracción de todos los niños, porque estaba pintada de azul y tenía una puerta con móviles de colores que se ponían a bailar al abrirla. También sonaba una música de algo clásico que yo no sabía reconocer. La tienda de Celestino era la de los ultramarinos y allí se vendía de todo lo que hacía falta en una casa para alimentar una familia. A ella solo acudían las mujeres y estaba siempre muy concurrida. Había luego un refino con una señora muy compuesta sentada en una mesa de camilla que era muy lenta en despachar y que desesperaba a todo el mundo. Ibas a por seis botones de camisa y te pasabas allí la mañana. A veces te ibas sin el encargo, porque la señora miraba a los niños con bastante desprecio y atendía siempre primero a los mayores. Casi al lado, un bar pequeñito en el que des

Una mirada atrás

La calle era un muestrario de seres humanos. Un enorme escaparate con caracteres, apariencias y sentimientos distintos. El paso del tiempo ha enturbiado los recuerdos pero, si hago un esfuerzo de memoria, puedo volver a revivir mucho más de lo que creía. Anoche soñé que volvía a Manderley...El universo era la calle. El barrio existía levemente y la ciudad era invisible. Hasta los diez años no hubo más espacio vital que ese y luego siguió siendo la reserva de los afectos. Cuando dejé atrás la calle para no regresar, el pueblo se desdibujó. Perder la casa de la infancia es un camino sin retorno. Un hueco mortal. Era una calle muy larga y ancha. Al menos así es como permanece en mi memoria. Si hoy volviera, quizá me llevaba la gran sorpresa: ni era demasiado ancha, ni demasiado larga. Por contra, yo era demasiado pequeña. Entonces tenía tres tramos diferentes que comenzaban en una plazoleta y terminaban en un cruce de caminos. Los caminos conducían a lugares que yo apenas pisaba

Diarios

Hay un extraño placer en comenzar un cuaderno. Hojas blancas y dispuestas a recibir tus confidencias. Sé que no soy la única. Conozco a mucha gente que colecciona cuadernos y que los rellena de escritura. Escribir a mano es una sensación maravillosa.  Hacer listas, esquemas, anotar cosas pendientes, pensamientos inmediatos, penas, números de teléfono, claves, una frase que no quieres olvidar... Se podría construir una vida a través de los cuadernos. Seguir el hilo de los amigos y de los amores. Las conversaciones en las casapuertas o en las azoteas. Los encuentros en la calle Real y los malentendidos que te separaron de alguna gente que fue importante en su día. Los enfados y las quejas. Las malas artes, la envidia. Esas horas frente a los libros que no siempre decían lo que querías leer.  La primera página contiene siempre la fecha, el sitio, algún dibujo que añades a pesar de que no sabes dibujar, también una frase importante, quizá un nombre. Y, a partir de ahí, como un torr

De poesía y poetas

(Fotografía de Nina Leen) El verano es el tiempo de la poesía. Las horas tersas de la mañana, luminosas y displicentes, sin nada que hacer, holgazaneando por la casa o el patio, veían a la niña encaramada a las obras completas de algún poeta o a un librito pequeño que contenía una antología de algún otro. A veces, se organizaban en la casa curiosos torneos, justas poéticas hechas de recitados espontáneos, con un fondo de flores, una colcha ya usada, que se sujetaba de ventana a ventana, y se convertía en improvisado fotocall. Allí se decían los poemas y se movían las manos al mismo compás. Con diez cañones por banda, qué tengo yo que mi amistad procuras, es la casa un palomar y la cama un jazminero, esta mañana, amor, tenemos veinte años, quisiera estar solo en el sur, las barcas de dos en dos, la aurora de Nueva York... Altolaguirre, Cernuda, Machado, Lorca, Santa Teresa, Borges, Alberti, Neruda, Lope de Vega, Espronceda,  los sonetos de Shakespeare , el teatro en verso,

Como una isla

(Fotografía de Nina Leen) Has guardado los lápices de colores, los cuadernos, la goma de borrar y el bocadillo. Lo has colocado todo a buen recaudo, en una de esas bolsas transparentes, cuajadas de bolitas, que recuerdan otros tiempos, otras modas, otros usos. Has recorrido un espacio indeterminado, un camino inhóspito, un mundo que antes no existía y allí has esperado que el tiempo pase, que los días se acorten y las noches amanezcan a las seis de la tarde. Eres una isla de silencio y no quieres que estorbe tu serena inquietud nada que sea, otra vez, peligroso o inexacto. No tienes nada que decir, ni preguntas que hacer, ni huella que seguir. Evitas todo lo que suponga volver a ilusionar cualquier segundo, volver a cruzar la ciudad o el pueblo con la cabeza erguida en busca de una voz que suena hueca. Así, en tu isla, has vuelto la cabeza a todo lo que era un dramático sueño convertido en ironía sin nombre. Has encontrado una postura cómoda: nada que comprender, nada que odiar

Conversaciones

Éramos un montón de chicas y siempre había algo de lo que hablar. No solamente de vestidos, zapatos, adornos para el pelo o rebajas. También manteníamos sesudas charlas sobre el futuro, los amores contrariados, los pensamientos lúgubres y nuestras madres. Todas teníamos madres con mucha personalidad, de esas que nunca se callan si llega el momento, de las que te dicen a la cara lo que piensan de esa ropa que te has puesto: "No entiendo cómo piensas salir así a la calle". O reparan en el maquillaje que llevas: "¿De verdad te ves guapa con ese aspecto de actriz en alfombra roja?". Así eran nuestras madres. Veloces a la hora de reñir, perspicaces para adivinar que esa falda antes no era "tan corta". Dispuestas a saltarse las normas si era preciso para lograr enterarse de nuestras conversaciones. Animosas en los momentos más difíciles.  La única forma que teníamos de entendernos a nosotras mismas en ese tiempo tan difícil de la adolescencia era la char

Amarillo Vogue

La modelo Joanna McCormick aparece en la portada de julio de 1957 de la revista "Vogue". Las portadas de "Vogue" son la historia de la moda, del gusto femenino, de la emocionalidad, del sentimiento de la mujer. Mucho más que cualquier otra manifestación, a veces mucho más que cualquier libro. Todas las portadas llevan un mensaje y es un mensaje que no siempre se descifra. Sobre todo, llevan una intención, un anuncio. La mujer de la portada amarilla de julio de 1957 despliega la placidez elegante del verano de la Costa Azul. No el verano de las playas atestadas, de los paseos marítimos llenos de gente sin nombre. No. Ella es esa mujer que solo se cruza en nuestra vida una vez. Es la oportunidad que puede que nunca aparezca. Nosotras mismas, quizá en alguna ocasión podríamos haber sido esa mujer, con su pulcra sortija de perlas blancas, con sus pendientes a juego, con sus labios y sus uñas rojas, con su maravilloso sombrero orlado de lazos y mariposas. Es la mujer