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Vainillas Vogue

La modelo Joanna McCormick aparece en la portada de julio de 1957 de la revista "Vogue". Las portadas de "Vogue" son la historia de la moda, del gusto femenino, de la emocionalidad, del sentimiento de la mujer. Mucho más que cualquier otra manifestación, a veces mucho más que cualquier libro. Todas las portadas llevan un mensaje y es un mensaje que no siempre se descifra. Sobre todo, llevan una intención, un anuncio. La mujer de la portada amarilla de julio de 1957 despliega la placidez elegante del verano de la Costa Azul. No el verano de las playas atestadas, de los paseos marítimos llenos de gente sin nombre. No. Ella es esa mujer que solo se cruza en nuestra vida una vez. Es la oportunidad que puede que nunca aparezca. Nosotras mismas, quizá en alguna ocasión podríamos haber sido esa mujer, con su pulcra sortija de perlas blancas, con sus pendientes a juego, con sus labios y sus uñas rojas, con su maravilloso sombrero orlado de lazos y mariposas. Es la muje

Es porque el tiempo pasa

(A woman reading. Ivan Olinsky)  Amanece el día y respiras hondo. Te preguntas qué harás, si tendrás suerte, si habrá algún secreto compartido que surque el devenir del día. Te preguntas por todo y no hallas respuestas. Llega la tarde y te detienes. Cumples con tus obligaciones, las externas y las que tú te has impuesto. Cavilas en silencio sobre ellas o simplemente pones el piloto automático y sigues adelante sin más.  Aparece la noche y te sientas enmedio de un océano de dudas clamorosas que avanzan sin que puedas detenerlas. La mente ya no sirve. El caso es que hay momentos en que no entiendes nada.  Si esto es así, si piensas con estupor que el mundo sigue girando sin ti y no parece echarte para nada de menos...Si te interrogas con cansancio acerca de lo que has hecho y lo que te queda por hacer...Si el trecho de la ilusión se acorta sin remedio y quieres acelerarlo pero no tienes fuerzas....Si buscas en los libros, en el arte, en la conversación, un hálito de

Mi abuela rusa y su aspiradora americana. Meir Shalev

Algunas personas están obsesionadas con el polvo, la limpieza, los ácaros, la desinfección y la pulcritud domésticas. En las películas suelen aparecer obligando a sus visitantes a colocarse paños en los pies para poder pisar sus inmaculados parqués. Esta manía, si se lleva hasta un extremo bastante insoportable, se puede convertir en una obsesión. Y existen estas obsesiones, ya os lo digo.  He conocido a algunas. Por ejemplo, mi tía Clara Eugenia. Tenía un piso precioso, en la mejor zona de la ciudad, que compartía con su marido y sus cuatro hijos. Tres chicos y una chica, ninguno de los cuales parecía entender la obstinación de su madre para que todo brillara y reluciera siempre. Eran chicos normales, que pasan su época de guarrismo habitual y luego se convierten en unos despilfarradores de toallas de baño. Pues bien, mi tía Clara Eugenia tenía dos cocinas. Sí, no exagero. La cocina "en uso", estaba en una habitación pequeñita, habilitada junto a una de las terraz

Los hermanos Austen

(William Sadler. Batalla de Waterloo. 1815) Jane fue la séptima de los ocho hijos del matrimonio formado por George y Cassandra Austen. Los tres mayores habían nacido en Deane, la pequeña parroquia de la que era rector el padre, y los otros cuatro en Steventon, la parroquia grande en la que también regía. En Deane nacieron James, George y Edward. En Steventon, Henry, Cassandra, Francis, Jane y Charles. Una familia numerosa en la que ningún hijo murió en la infancia y cuya madre tampoco falleció al dar a luz. Ambas cosas eran frecuentes en el siglo XVIII.  James (1765-1819), el mayor, apodado Jemmy, era un hombre reflexivo, taciturno, a quien le gustaba escribir. Su carácter agrio y casi amargado se pone de manifiesto en testimonios familiares. Andando el tiempo sería párroco y heredaría el beneficio de Steventon y Deane, ambos otorgados a su padre por su primo, el rico Thomas Knight. James acudió al St. John College y, como toda la familia, era un tory convencido. Estando

Vestidas de nube

(Constance Mayer. 1801. Mujer mirando un porfolio) Por la mañana, una sencilla bata. Por la tarde, una nube de muselina. La muselina era blanca o de tonos muy claros. Los tintes en esa época eran carísimos y poca ropa venía tintada. Las capas de tela caían sobre el cuerpo de forma natural y formaban pliegues. Esa era la gracia del vestido. Para facilitar el movimiento se cosían en forma de tablones en los laterales y se recogían en la espalda. Esto se ve con toda claridad en el cuadro de Mayer. El recogido de la espalda lleva aquí un lazo. El talle alto, o de estilo imperio, desdibujaba la cintura, lo que disimulaba los kilos de más. Y el escote era amplísimo, porque los corsés eran simplemente unas bandas alrededor del pecho para levantarlo. A Jane Austen no le gustaban estos corsés ni estos escotes y se alegró cuando fueron desapareciendo. Las mangas eran cortas. La manga larga llegaría muchísimo después y fue otra innovación. Eran cortas y con un poco de vuelo, pero no abull

La foto

He visto a tu ex-mujer en una foto. Parece triste. Tiene la mirada perdida y sin esperanza. Las manos aprisionan un bolso pequeño, un bolso de fiesta. Una media sonrisa imperceptible. El pelo liso, de peluquería, una corona en torno a la cabeza. Va vestida de oscuro y lleva una chaqueta de fantasía. Pero los ojos lo dicen todo. Da la impresión de que se ha quedado atrás, de que no está dentro de la foto, de que es ella la que nos mira a través del objetivo de la cámara. Es una tristeza que no viene de ahora, estoy segura. Una tristeza que tiene mucho que ver con abandonos. Te conozco. Sé cómo actúas. Y por eso el abandono no es cosa de un momento. No es una decisión, no es un divorcio. No es un hachazo a la vida en común. Es solo un corte momentáneo, la búsqueda de un estatus más cómodo para ti. Seguir viviendo solo, pero que ella esté a la mano. Que cumpla su papel, la madre de tus hijos. Que haya celebraciones en las que os vean juntos. Que aparezca en la esquela de los seres qu

No tengo el corazón para luciérnagas

No tengo el corazón para luciérnagas. La frase ha aparecido de repente y me sigue dando vueltas en la cabeza durante todo el día. No sé el motivo por el que algunas palabras se juntan y se convierten en una melodía que te persigue, como si no tuvieras más remedio que escribirlas. Ocurre con algunas canciones que oyes no sé dónde, un momento en la radio quizá o en internet y entonces entran en ti y no hay manera de espantarlas. Se pegan a las horas y no podemos prescindir de ellas y acabamos cantándolas. Me ocurre también con la poesía. Un poeta, unos versos, una estrofa, aparecen contigo una mañana, al tiempo de levantarte o mientras desayunas. Y entonces te intentas desprender de esa letanía inseparable. Y no puedes. Te duchas y te envuelves en una toalla azul con rayitas de color mostaza y descubres que la música del verso está presente. Luego te limpias la cara, te untas la crema antisolar, te peinas y te perfumas, y ahí están las palabras, el verso o la canción, lo mismo da.

Volver a Nueva York

Las películas de Woody Allen tienen todas el mismo aroma. Los personajes cambian, los escenarios también, la música se escribe con compases diferente, pero hay algunos aspectos comunes, el principal de ellos, la mirada. La forma en la que mira el mundo y lo representa no cambia, se transforma, pero permanece con el paso del tiempo. Es una seguridad conmovedora. Después de ver varias veces "Un día de lluvia en Nueva York", ahora voy con "Café Society", una inclasificable película ambientada en Los Ángeles con vuelta a Nueva York. Del mambo al jazz.  La historia de la familia judía que, a trancas y barrancas, consigue su sitio en el mundo, no siempre de la manera más confiable y honrada. Los padres, hartos de discutir el uno con la otra; el hijo mayor, metido en negocios sucios, un gángster de los que solo el cine puede presentar, con música mientras que suelta el tiro de gracia al rival; una hermana casada con un intelectual que desprecia la vida cotidi

Ni hoy llueve ni esto es Manhattan

Las mariposas vuelan sobre las flores y la banda sonora es la mariposa del cine, su voz, sus canciones, los créditos. La voz en off, me gustan las voces en off, yo misma soy una constante voz en off. El culto por el cine, el cine del cine, el cine que te salva, el que te distrae y te hace llorar. La extravagancia. Manhattan es el lugar de la velocidad y el Carlyle y Central Park y los coches de caballo. La mitomanía. Yo también, como Ashleigh Henreid soy mitómana. Ella quiere ser periodista para ganar un Pulitzer entrevistando a los genios del cine. Los genios del cine se parecen a todos los genios. No saben lo que quieren. Están en la cumbre pero abominan de ello. Necesitan aplausos y detestan que la gente los mire. Se morirían de pena si nadie los mirara. Se disfrazan para destacar que son ellos y no otros los que salen a la calle con gafas de sol. Se juntan entre ellos y se entienden, todos en la cumbre, mirando hacia abajo con gesto displicente y un poco de miedo. Cuando estos

"Wonder Weele" de Woody Allen

Nunca leo las críticas antes de ver las películas. Por varias razones. La primera es que la crítica, cualquier crítica, me inspira poca confianza. He tenido mil ocasiones de constatar que los entresijos y los intereses mueven las apreciaciones muchas veces. La segunda es que me muevo por mi propio criterio. Lo que sí hago es leerlas cuando ya he visto la película. Y eso me ratifica en lo anterior. También en que hay cegueras que no tienen remedio, filias y fobias, prejuicios de todo tipo, a la hora de hacer una crítica. No pasa solo con el cine sino con todas las artes y con la literatura.  La suerte de escribir en un blog personal, sin que nadie te dicte, sin que nadie te pague y sin que nadie te exija, es poder deslizar tus propias opiniones y tus pensamientos, también tus sentimientos, con total libertad. Es impensable que esa libertad se vea mermada o condicionada por algo. Si ocurre así nada de lo que digas tendría valor alguno. En esa salvaguarda de uno mismo, de sus

"El ver y las imágenes en el tiempo de Internet" de Juan Martín Prada

La educación visual es una asignatura pendiente en el sistema educativo español. En primero y segundo de ESO hay una materia llamada Educación Plástica Visual y Audiovisual que, en la práctica, sigue siendo el clásico Dibujo. Esto no deja de ser llamativo si tenemos en cuenta que el impacto de las imágenes en los niños y jóvenes es de excepcional relevancia. En lugar de estructurar el conocimiento de estas imágenes y el uso responsable y práctico de Internet, el sistema educativo ha castigado la Red y se han alzado incluso voces que avisan del problema de las tablets y de otros dispositivos en los que la imagen es la base esencial.  Por eso, este libro de Juan Martín Prada , catedrático de la Universidad de Cádiz, tiene una importancia destacada tanto para especialistas como para cualquier persona que quiera entender lo que ve. Pues, al fin y al cabo, de eso se trata, de ordenar las miradas, de saber qué vemos y qué papel tiene lo que vemos. La Historia del Arte ha experimentad

Concha Méndez: un fresno en el centro de la casa

María Zambrano escribe la presentación de este libro que tengo en las manos y que releo mientras escucho a Norah Jones (siempre la misma música). Es un texto breve que sitúa a los principales personajes de esta historia que siempre me parecieron héroes mitológicos, gente que logró empezar de nuevo cuando parecía que todo había concluido. Lo que para algunos fue el final de la guerra para otros, muchos, constituyó el inicio de una aventura vital. Y esto vale no solo para los que se fueron, sino para los que se quedaron. Las guerras son el fracaso de la civilización y de esto sabían mucho los griegos. En 1939 y en los meses anteriores cuando se observaba con preocupación el fin de la democracia en España, por imperfecta que esta fuera y por poca confianza en ella que tuvieran unos y otros, ya hubo movimientos que indicaban que una parte importante de la intelectualidad y de los artistas iban a exiliarse. La historia del exilio se está construyendo ahora y algunas biografías

Vuelven las "Mujercitas"

Las hermanas March en la versión de "Mujercitas" de 2019 Louisa May Alcott (1832-1888) vivió toda su vida en Nueva Inglaterra. La época victoriana se desarrolla en el Reino Unido y en Estados Unidos se viven los movimientos en pro del sufragio femenino y el abolicionismo. Ambas cosas las defendió Alcott que fue educada en la filosofía trascendentalista. La escritura fue para ella un don que empleó en obtener beneficios para poder vivir y para sacar adelante a su familia. Para conseguir esto último había trabajado en oficios diferentes antes de dedicarse a publicar. Fue maestra, costurera e institutriz. Fue, asimismo, enfermera durante la Guerra de Secesión. Su facilidad para escribir le sirvió para publicar y vender cuentos infantiles, así como novelas para adultos que tratan temas de gran dureza y su tetralogía que se hizo muy famosa y que todavía sigue formando parte de los libros juveniles de referencia. Mujercitas, Aquellas Mujercitas, Hombrecitos y Los chicos de J

"Hijos y amantes" de D. H. Lawrence

Leí a D. H. Lawrence (1885-1930) tan, tan joven, que se me escaparon muchas cosas en esas primeras lecturas. La relectura ha sido, pues, obligada. Y no una sola sino varias, en tiempos sucesivos, con libros diversos. Despojado el autor de esa aura de malditez absurda, emerge el prosista poderoso, el estilista, el filósofo. Su defensa de la vida natural contra la industrialización que convierte a los hombres en meros repetidores de destrezas, podría hoy servir para ambientar otra lucha contra la simplificación de la era digital, contra los mensajes unívocos e, incluso, y sobre todo, contra lo políticamente correcto. Porque D. H. Lawrence es lo más incorrecto que pensarse pueda.  En esta novela, poco conocida entre las suyas, opacada quizá por el tono más popular que tienen "Mujeres enamoradas" y, más que nada, "El amante de Lady Chatterley" (muy comentada, pero mal comentada) aborda el complejo de Edipo. Y lo hace a partir de la construcción de una histori

84, Charing Cross Road. Lectoras y libreros

Todos los lectores verdaderos (hablo de lectores no de devoradores de best-sellers) quisieran tener a un librero como Frank Doel, el encargado de libros de 84, Charing Cross Road, de la librería Marks & Co. En una ocasión tuve a un librero con ciertas posibilidades pero aquello duró poco, porque la librería cerró. Desde entonces y antes de eso, nunca he encontrado a un librero con quien pudiera compartir conversaciones de libros, claves librescas o comentarios sobre autores. Más bien todos los que conozco están demasiado ocupados en la caja, haciendo números y envolviendo libros en papel de regalo. Cuestión de mala suerte.  Las cartas que durante veinte años se intercambiaron Helen Hanff, lectora y escritora, y su librero, Frank Doel (además de otros cuantos empleados de la librería y familiares de Frank) se convirtieron en un libro cuando alguien las leyó del tirón y vio que lo que había ahí era un relato completo de cómo el amor a los libros une a las personas que están s