84, Charing Cross Road. Lectoras y libreros


Todos los lectores verdaderos (hablo de lectores no de devoradores de best-sellers) quisieran tener a un librero como Frank Doel, el encargado de libros de 84, Charing Cross Road, de la librería Marks & Co. En una ocasión tuve a un librero con ciertas posibilidades pero aquello duró poco, porque la librería cerró. Desde entonces y antes de eso, nunca he encontrado a un librero con quien pudiera compartir conversaciones de libros, claves librescas o comentarios sobre autores. Más bien todos los que conozco están demasiado ocupados en la caja, haciendo números y envolviendo libros en papel de regalo. Cuestión de mala suerte. 

Las cartas que durante veinte años se intercambiaron Helen Hanff, lectora y escritora, y su librero, Frank Doel (además de otros cuantos empleados de la librería y familiares de Frank) se convirtieron en un libro cuando alguien las leyó del tirón y vio que lo que había ahí era un relato completo de cómo el amor a los libros une a las personas que están separadas por un océano. En otra ocasión mantuve correspondencia con alguien que parecía interesado en mis historias, relatadas al modo inglés, salpicadas de anécdotas y en las que los libros tenían un papel protagonista. Pero la cosa no acabó bien. La persona en cuestión soltó un día algo parecido a esto: "Tú y tus absurdos libros escritos por mujeres" y desde entonces ya no confié nunca más en que escribirle fuera una buena idea. No puedo publicar aquellas cartas, que eran hasta bonitas, porque las borré todas (sistema correo electrónico, papelera y todo eso) y de ellas no queda rastro. Ni añoranza. Observé que nunca se quejó de que hubiera dejado de escribirle (más bien, de lo contrario). Hay refranes para casos así. Pero son bastante procaces así que no quiero estropear la sensación de bienestar que este libro proporciona...

Mi historia no es parecida, como ves, a la de Helen Hanff, que he releído en una tarde tranquila y que vuelco aquí con la satisfacción de saber que hay almas gemelas aunque nunca se conozcan. Helen no llegó a tratar en persona a Frank ni a visitar Inglaterra, hasta que pasaron muchos años de comenzar a desearlo y a planearlo. Nunca parecía el momento. Ella quería ver la Inglaterra de las novelas y así fue, porque, según parece, existe. En el libro, Helen habla de muchos autores, la mayoría de ellos conocidos por mí, aunque hay alguno raro que no me suena nada. Y, maravillo hallazgo, también habla de Jane Austen y en dos ocasiones, porque adoraba, como yo misma, "Orgullo y prejuicio". 


Aquí descubre a Jane Austen a través de una biblioteca pública. Y, a continuación, ya se convierte en una eficaz asesora de otras personas que no han logrado conocerla hasta entonces. Verás: 


El efecto contagio en la lectura es extraordinario. Pocas cosas unen más a la gente que encontrar libros comunes (salvo, quizá, encontrar películas comunes, pero es que el cine y la lectura tienen mucho que ver). Los personajes de los libros se convierten entonces en gente conocida de la que hablas con confianza. Parte de tu vida. !Cuántas muchachas se han enamorado del señor Darcy! Una lectura común es el nexo indisoluble que te une para siempre a alguien, aunque ese "siempre" dure los dos minutos de una conversación. Echo de menos gente con la que hablar de libros. No es fácil. En las redes sociales que frecuento hay muchos lectores o eso parece pero hablar de libros requiere una confianza y una intimidad que no he logrado nunca con nadie. Y parece que voy por una carretera equivocada, por una senda en la que apenas encuentro gente. Eso lo relata Helen Hanff de una forma muy graciosa en su libro. Así. 


"Mis amigos son muy peculiares en cuestión de libros. Leen todos los best sellers que caen en sus manos, devorándolos lo más rápidamente posible...y saltándose montones de párrafos según creo". (Jajajajajajaja, la risa es mía. He hallado gente así. Libros premiados, libros cool, libros de los que hay que hablar, pero luego indagas un poco y...blugggg, afffffff). Sigue relatando: "Pero luego JAMÁS releen nada, con lo que al cabo de un año no recuerdan ni una palabra de lo que leyeron" (Eso es, eso es lo que yo quería contar, aunque lo ha hecho ella de una forma más sencilla. Si no te acuerdas de nada de un libro, si no te queda nada de su lectura, o no lo  has leído bien, o no te ha interesado su lectura). 

Helen Hanff entendía su biblioteca como algo vivo, algo que se renovaba. Tiraba o regalaba libros. Quizá los vendía, porque no andaba bien de dinero, y así podía comprar otros. Precisamente se deshacía de aquellos que ya no iba a volver a leer, y añade "de la misma manera que me desprendo de las ropas que no pienso ponerme ya más". No es tan fácil. Hay gente que guarda ropa de un año para otro y para otro y para otro, con la esperanza de recobrar la talla perdida o que vuelva la moda. Pero eso no suele ocurrir. Y con los libros ocurre otro tanto. Guardar libros que nunca vas a volver a mirar, es como convertir tus estanterías en un almacén de libros. Quizá es mejor regalarlos que tirarlos pero confieso que he tirado libros. 

La correspondencia de Helen Hanff es tan limpia y diáfana como hubo de ser su amor por la literatura y la palabra. No tiene ni asomo de la petulancia propia de algunos lectores que se creen dioses por el hecho de leer, como si eso no fuera un placer, un vicio o una alegría renovada. Tampoco parece que se tomara muy en serio a sí misma, lo que es de agradecer, porque las novelas epistolares tienen todas una carga de ampulosidad que te hace sentirte culpable. Y la cosa es mejor todavía porque las cartas se escriben entre finales de los cuarenta y finales de los sesenta, años muy difíciles para las personas y los países, con racionamiento, pobreza y escasez. Quizá por eso resulta tan alimenticia la lectura. Quizá por eso ella habla de piezas de carne, azúcar, huevos en polvo y de libros con la misma encantadora pasión. 

84, Charing Cross Road. Helene Hanff. Post Scriptum de Thomas Simonnet, traducción de Javier Calzada. Dedicatoria: F.D.P. In memoriam. Fecha de edición en Compactos 50, abril de 2019. Ilustración de la portada de Sonia Pulido. Edición original 1970. Editorial Anagrama. 

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