El set de rodaje estaba alterado. Hoy era un mal día. El director estaba de los nervios. Llevaban varias horas y aquello no tenía ningún sentido. Las tomas no salían y el actor estrella estaba desquiciado. Bien sabía que era algo que solía ocurrirle los lunes por la noche, tras un fin de semana ciertamente curioso, en el que se alternaban y ahora la palabra viene al pelo, botellas con libretos del guión. Mala cosa. La peluquera juró no volver a trabajar nunca más con este equipo. Era una profesional muy honrosa y dispuesta, así que acababa molesta cuando sus esfuerzos no se recompensaban. Ningún tupé aguantaba varias horas. Por su parte, la script, la más joven del equipo y la recién llegada, lloraba intermitentemente. Seguramente toda la culpa era suya, que tenía un carácter depresivo y que se asustaba con facilidad cuando el actor y el director se enredaban a gritos. De aquello no podía salir nada nuevo, auguró un cámara veterano, curtido y en mil producciones de postín. A l
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