(Pintura. Joaquín Sorolla y Bastida) Cuando en el año 1813 se publica por primera vez "Orgullo y prejuicio" , en edición del experto en temas militares Thomas Egerton, hubo quien se sintió escandalizado ante el personaje principal, Elizabeth Bennet , su desenvoltura y descaro, así como con el estilo de vida de la familia entera, con una madre cabeza de chorlito y un padre aislado en la biblioteca. Lo peor de todo, a juicio de los críticos académicos, era que en la historia no había castillos, ni fantasmas, ni secuestros, ni fastuosos carruajes, ni heroínas que sufrían el desdén de caballeros imposibles. Las muchachas del libro podían ser tildadas de frívolas o de casquivanas o de independientes, pero, desde luego, no tenían el perfil "adecuado" a lo que se consideraba razonable en las protagonistas. Una escritora de la época Mary Russell Mitford afirmó que solo una "absoluta carencia de gusto podría engendrar una heroína tan impertinente y mundana". Y, d
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