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La literatura de viajes y lo andaluz



La literatura de viajes es una fuente obligada para adentrarnos en el estudio de las ciudades y los países a lo largo del siglo XIX. Además de todo lo concerniente a rutas turísticas, monumentos o paisajes, es importante tener en cuenta que en esos libros se hallan valiosas referencias a los tipos, las costumbres y la cultura de los países. Por ello, a la hora de encontrar datos que nos ilustren sobre Triana y el flamenco, tenemos que comenzar nuestro recorrido por estos escritores. 

Aunque, desde antiguo, existen relatos que narran las peripecias de los que llegan a un lugar extraño, es en el siglo XIX cuando los libros de viajes se convierten en un género, por su abundancia y por el interés que despiertan en los lectores. Son libros que se publican por entregas en revistas y  periódicos, reflejando mundos ajenos con una mirada que no los reconoce como propios y que, por ello mismo, repara en lo que los paisanos no tienen como importante. 

En el caso que nos ocupa, podemos afirmar que la imagen de España forjada por los escritos de los viajeros del siglo XIX es la que se ha constituido en prototipo de lo español y la que, por lo tanto, ha perdurado durante mucho tiempo (y todavía perdura) fuera de nuestras fronteras.  Es una imagen de España que parte de Andalucía, convertida en el gran escaparate en el que se reflejan las costumbres, los tipos y los caracteres que habrán de considerarse típicamente españoles. Se trata de tomar la parte por el todo en un doble sentido: ciertos elementos de la cultura andaluza se convertirán en arquetipos de lo andaluz y, a su vez, Andalucía, a partir de esos arquetipos, será la imagen que represente a España. No es de extrañar que, cuando se han dado reacciones contra esta imagen, hayan sido algunos aspectos de la cultura andaluza los que hayan sufrido esta reacción, de forma indirecta e injusta. Al mismo tiempo, esta forma de pensar origina que, hacia el exterior, exista solamente una “manera de ser andaluz”, cuando es más cierto que Andalucía presenta una enorme complejidad cultural, artística y etnográfica, resultando ciertamente difícil establecer una imagen unívoca. 

Esto no quiere decir que todos los libros escritos sobre España en el siglo XIX tengan el mismo sentido. Tampoco, que todas las visiones sean iguales. Lo que ve Richard Ford en la Sevilla cambiante de 1830 ya no existirá a los ojos de los viajeros que llegaron  después. Sin embargo, el hecho de que Ford publique su libro diez años más tarde de su viaje, puede dar la impresión a aquellos que lo utilicen como fuente de información de que la sociedad y la vida sevillanas eran iguales que diez años antes. Idea engañosa que lleva a mostrar imágenes inexistentes. 

La costumbre de acompañar estos libros con grabados alusivos bien puede considerarse una garantía de realismo. Sin embargo, sabemos que esto no era del todo así y que los dibujantes preferían centrarse en temas, digamos, más vistosos, mucho más atrayentes para el artista y para el futuro lector que la cruda, dura e inevitable realidad de un siglo plagado de problemas de toda índole. 

Veremos que la serie de crónicas de viajeros sobre nuestro país las inicia el francés Alexander de Laborde, del que destacaremos el carácter práctico de sus obras. Después de él, una serie de escritores, franceses, algún alemán, ingleses y hasta norteamericanos, vendrán a España y dejarán constancia de sus impresiones. Este intento de perpetuar lo que uno ha visto o pensado no es exclusivo de los escritores o periodistas, sino que se da el caso de que, con motivo de la Guerra de la Independencia contra el invasor francés, se recogen intentos pioneros de plasmar esas vivencias directas por parte de personas que no pertenecían al oficio de escribir. 

Resulta curioso citar algunas de estas incursiones literarias realizadas por algunos soldados franceses que formaban parte del ejército que llegó a nuestro país con la intención de invadirlo. Esos soldados dejaron escritas sus experiencias en forma de libros de Memorias. Es el caso del artillero Bapts (Souvenirs); del capitán de fragata Pierre Base (Mémoires); del sargento Bourogne (Mémoires) y del más famoso de todos, el boticario Marie-Sebastien Blaze, agregado de un hospital de Madrid y autor de Mémoires d´un apothicaire (1808-1814).

La sensación que experimentaban los extranjeros acerca de que los españoles estábamos ajenos a nuestra riqueza cultural y éramos presas fáciles para el engaño la confirmó fehacientemente el Barón Taylor, autor de Voyage pittoresque en Espagne, en Portugal et sur la côte d´Afrique, de Tanger à Tetouan  publicado en tres volúmenes, dos de láminas y uno de texto, en el año 1826. Taylor vino a España tras la Guerra de la Independencia a comprar a bajo precio las obras de arte que podía encontrar. Volvió a Francia con no menos de cuatrocientos cuadros de primerísima calidad que se presentaron incluso a los públicos franceses en una exposición en medio de grandes fastos por la espléndida adquisición que se había logrado a una cantidad irrisoria. Las tretas utilizadas por los compradores y las dificultades económicas por las que atravesaba España (en concreto, la nobleza poseedora de estos tesoros artísticos) lo hicieron posible. 

La acogida en España de los libros de viajes escritos por los extranjeros fue desigual. En general, los libros escritos en inglés (tanto de procedentes de los Estados Unidos, como del Reino Unido) eran poco comentados, pues ese era un idioma que, en estos años, no se dominaba. Por el contrario, dado que las clases cultas hablaban francés, los libros de los autores galos tuvieron mucha presencia en las críticas de escritores e intelectuales en general. Asimismo, es importante destacar que, dado que la secuencia cronológica de las visitas y, por tanto, de la posterior publicación de los libros, era escalonada, resulta seguro comprobar que los autores bebían de fuentes anteriores, copiándose unos a otros en muchos extremos. 

Por otro lado, en algunos casos se da la circunstancia de que, aunque el viaje se hace en un año determinado, el libro se escribe varios años después y se publica aún más tarde, lo que mueve a confusión sobre el posible retrato real que se traza en el mismo. Está claro, no obstante, que los tópicos se amplificaron y que los objetivos con los que se plantearon los distintos textos no coincidían. Algunos, como en el caso de Laborde, tenían una meta eminentemente descriptiva, pues se trata de un catálogo monumental, como gran amante de las antigüedades que era el autor . Esto le acerca a Davillier, estableciendo un paralelismo entre ambos, ya que el interés artístico estaba muy presente en sus obras, aunque en el libro más famoso de Davillier, su Viaje por España la intención artística estaba muy supeditada a un cuadro de costumbres y a una colección de ambientes y tipos, cargada de nostalgias por lo que fue y ya había terminado o estaba en trance de acabar. 

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