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Pizzarelli y una casa

  Si estás escuchando a John Pizzarelli en cualquiera de sus conciertos y has tenido la suerte de verlo en directo, como yo en el Lope de Vega de Sevilla, entonces alumbrará tu escritura como casi nada puede hacerlo. Y para acompañar su sonido nada mejor que las imágenes de John Baeder , el fotorrealista más mágico de los que todavía cuelgan sus cuadros en las galerías y los museos. Es así, en esa conjunción de sonido e imagen, como se puede escribir sobre las casas, sobre la casa, sobre tu casa.  El otro día visité en Google la vieja casa de mi abuela, aquella en la que nacimos algunos de los primos, una casa mágica para los recuerdos, una casa encantada. Tenía, tiene, dos plantas y una enorme azotea, de esas llenas de pequeños muros fáciles de saltar que te llevan de un lado a otro. En la planta baja estaba el pozo que nos surtía de agua, un patio gigantesco y dos viviendas ocupadas por dos vecinas de esas de toda la vida, Juana y Dolores, los nombres míticos, dos mujeres que retrat

Ellas...

Matilda Browne ,  In the Garden , 1915. Primero fue Agatha Christie con sus domésticos asesinatos. Luego, Jane Austen que se quedó para siempre en primer plano. Después, en la remontada, Ellen Glasgow con "La vida resguardada". Y así comenzó el desfile de mis "Mujeres Que Escriben":  Llegaría Elizabeth Gaskell, con "Ruth" y con la biografía de Charlotte Brönte. Llegaría Emily Dickinson. Y Elizabeth Barrett-Browning. Envuelta en perplejidades renacería Edith Wharton más allá de "La edad de la inocencia". Renacería Agatha Christie con sus "Cuadernos". Y junto a las mayores presencias de Jane Austen y de Iréne Nèmirovsky, otras mujeres que escriben y que se mezclan en un caleidoscopio de letras que emocionan: Edna Ferber, Rosalie Ham, Maggie O´Farrell, Carol Joyce Oates, Daphne du Maurier, Patricia Higsmith, Agota Kristof, Adda Ravnkilde, Alice MacDermott, Amélie Nothomb, Anita Loos, Rosamond Lehman, Sabina Berman, Zadie Smith, Sophie Kins

Matsumoto: A todo tren

  Si no has leído a Seicho Matsumoto sal corriendo y cómprate sus libros. Yo los he leído en este orden: La chica de Kyushu, Un lugar desconocido y El expreso de Tokio. Puedes leerlos en el orden que quieras porque no es indicativo de nada. Sin embargo, hay otro consejo que me gustaría que tuvieras en cuenta. Si comienzas a leer uno de esos libros ponte cómoda. Nada de hacerlo entre tareas con la idea de ir poquito a poco. No. No podrás dejar el libro y seguirás, seguirás, hasta que la resolución del caso en cuestión tenga lugar. Y eso que hay nombres japoneses por doquier, como es lógico, además de una sociedad diferente, comidas distintas, y, en el tercero de ellos, encima la guía de trenes por medio. Pero es una lectura tan interesante, tan inquietante, tan bien estructurada la historia, tan llena de detalles que te atrapan, que no soltarás el libro. Yo me impongo parones a propósito porque, en caso contrario, lo acabaría en un rato y eso no puede ser. Pero, en realidad, podrías est

Las mujeres silenciosas de Anna Ancher

Un resplandor dorado contradice el aire callado, el silencio que suena. La habitación permanece a la espera de una buena noticia, una ventura. Las flores se reflejan en la luz de una ventana inexistente y el costurero se abre como una maravilla, un tesoro de hilos, de agujas y tijeras. Las manos se sitúan exactamente sobre la tela blanca y primorosa y ella guarda secretos que nadie más conoce, adornando el silencio con su mirada oculta. A veces una lámpara se enciende en cualquier parte. La ventana se agita y la flor envejece. La mujer se ha parado y se pregunta a solas de qué forma guardarse para sí ese descubrimiento que ha convertido en duda su esperanza. Así, sensatamente, sin tener que engañarse, sin miedos y sin dudas, ella sabrá seguir ese camino claro que acuñó sin quererlo muchos años pasados y escribirá su nombre en cualquier parte, sin permitirse volver el rostro ante el desconocido. Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antig

Austen y la crónica social

  La plaza de Hannover de Londres vista desde una de las calles adyacentes hacia 1775. Acuarela por James Miller. Museo y Galería de Arte de Birmingham. Foto de Bridgeman/ACI/National Geographic La Ley de Pavimentado e Iluminación de 1766 hizo posible que, como sucede en la imagen, las calles de Londres tuvieran aceras y, de ese modo, los peatones circulaban separados de los vehículos y los animales que cruzaban las calzadas dejando su reguero de peligrosidad y de suciedad. Es verdad que esa mejora solo se aplicaba al distrito de Westminster y a la City pero así se empezó a mejorar la vida en una urbe que tenía entonces ya unos 600.000 habitantes. Este es el Londres que conoció Jane Austen en sus visitas frecuentes para visitar a su hermano Henry, cuyas ocupaciones lo habían llevado a la capital y que, gracias a eso, tuvo contacto con los editores  que, en su momento, publicarían, aunque de una forma bastante usurera, los libros de su hermana.  Londres y todo el país vivieron numeroso

Invierno en Nueva York

Si no has pasado un invierno en Nueva York hay un invierno que no conoces. Nueva York es una ciudad especial, en realidad, un mundo en sí misma. Un lugar en el que las cosas encajan de forma milagrosa. En el que es posible que ocurran cosas inimaginables. Puede pasar de todo y encontrar gente de todo tipo. Gente que, en otros lugares, quizá no existieran o no tendrías ocasión de conocer. Por eso surgen historias distintas, cuentos de hadas, relatos que solo se explican en ese contexto de nieve y extremos. Esas botas son para caminar.  El calor de los restaurantes, de las cafeterías, de los bares, es la mejor forma de pulsar la vida de la ciudad. Allí estaba él, Edward, con un jersey de cuello cisne, una cazadora amplia y forrada de lana y unas enormes botas. Era muy guapo. Tenía los ojos verdosos que parecían azules con el reflejo de la nieve y miel en el interior. Unos ojos cambiantes, pero no extraños, sino certeros y confiados. Daba la impresión de que no podían engañar

Una gira campestre

  En Emma nos vamos a encontrar con un acontecimiento muy especial que reúne a los personajes del libro en un mismo espacio y al mismo tiempo: se trata de una gira campestre que organizan con el fin, básicamente, de matar el tiempo y de disfrutar del aire libre. A unos diez kilómetros de Highbury se encuentran las colinas de Box Hill y ahí se encamina el grupo formado por Emma Woodhouse, Harriet Smith, su amiga; los señores Elton; el señor Weston (la señora Weston se ha quedado en Hartfield haciendo compañía al padre de Emma); la señorita Bates, Jane Fairfax, Frank Churchill y el señor Knightley. El grupo no puede ser más heterogéneo y entre algunos de ellos hay falta de confianza e, incluso, resquemor. En ese momento del libro la esposa de Elton acaba de llegar después de su boda en Bath, bastante apresurada. Su carácter molesta mucho porque es presumida, cursi y entrometida, con una falsa naturalidad que se nota enseguida. Por su parte, entre Jane y Emma no hay demasiada sintonía y a

Atrapadas

Las ves y han olvidado sonreír. Tienen un aire cansado, como si todo el mundo cayera sobre ellas de vez en cuando. Como si ellas soportaran todo el mundo. Han perdido eso que se llama dignidad y han escalado las cimas del ridículo. Son más de lo que parecen. Tienen cargos públicos, trabajos importantes, inteligencias limpias, miradas puras. Pero cayeron en una red de la que es difícil escapar. Es una red que comienza siendo una gasa suave y delicada que te cubre, adobada con palabras amables, con canciones italianas y películas tristes. Continúa con un péndulo que se mueve, de un lado, los susurros; de otro, los gritos. Como si tuviera un aire bergmaniano inconfundible. Primero, notarás que el lazo te rodea. Después, el lazo será una mano fría. Por último, alguien se reirá de ti y te preguntará por qué no te mueves si en torno a ti no hay nada. Ese es el secreto: no hay nada donde creías que había una huella de calor. Eso que notas no existe, ni fue nunca, es una ensoñación, un

Vincent, una mirada y el olor a lavanda

  Las cinéfilas tenemos una forma especial de ver las películas o las series. Si hay algún actor que nos atrapa entonces es para siempre, para casi siempre si quiero ser exacta. Vincent Lindon no me ha interesado de joven, ni me ha interesado en sus aventuras ni en sus películas, salvo ahora, que ha protagonizado "Dinero y sangre" una serie que estoy viendo en Filmin y en la que exhibe una hipnótica mirada azul grisácea y una ausencia total de sonrisas. Si hay un actor que consigue que veas la película o la serie en versión original por escuchar su voz, entonces es que te has convertido a su fe. Y, en este caso, las flores secas y la visión del amanecer, y el recuerdo de los pequeños lugares de la Provenza de mi biografía, completan sin dudarlo esa especie de lazo que te deja una imagen bien construida. No solo es un tipo atractivo. Parece que también tiene alma.  Mis días en la Provenza forman parte de un fondo de armario sentimental que nunca decae. Siempre hay un motivo p

La vida es un cuadro de Vermeer

En esta orilla aparecen, estáticos y diminutos, los personajes que representan lo humano, la vida cotidiana, la juventud y la vejez, los sueños y todos los fracasos. La tierra compacta los acoge y la barca está dispuesta al tránsito. Llegar al otro lado quizá es una de las metas, pero no parecen demasiado afanosos, sino, por el contrario, tienen la quieta placidez de quien no espera demasiado de las cosas. Llevan la cabeza cubierta y vestidos holgados, azules, negros y blancos los colores, gestos serios y actitudes sencillas, no parece que quieran estorbar el paisaje. Están aquí, de este lado, abstraídos en las conversaciones y sin prestar atención a la cinta de agua, con los navíos anclados, también solos, y sin percibir, o quizá lo han hecho y se lo callan, el vaivén de las torres, los edificios con tejados de pizarra y el nuboso cielo intempestivo que amenaza con lluvia.  No vemos sus rostros ni queremos hacerlo porque no son nadie en concreto y lo son todo. Las dos mujeres

Rizos y un mapa de España

(Fotograma de "Sentido y Sensibilidad" de Ang Lee)  Es la música, en primer lugar, lo que hace de esta versión de Ang Lee del libro de Jane Austen "Sentido y Sensibilidad" una pequeña maravilla. Un tributo eficaz, diáfano, exacto, al genio de la escritora, a su creación de personajes y ambientes, a su estilo, a su ingenio e inteligencia. La música crea el tono especial que la distingue y, entre todos los libros de Austen, en los que la música siempre tiene un importante papel, es aquí donde expresa el dolor y la alegría con mayor lucidez. Lo mismo ocurre con los versos, las palabras, los poemas que se recitan, el consuelo de la lírica en los momentos difíciles. Shakespeare y sus sonetos que invitan al amor, aunque sea, como sabes, un amor aureolado de triste cobardía.  Entre todas las imágenes hay una evocadora, imposible de pasar por alto, una imagen en la que me detengo y en la que observo cosas que quizá otros no ven. Al fin nuestros ojos siempre vue

Spoiler

Grace Kelly lee el Harper´s Bazaar y engaña así a James Stewart, porque la moda es para él algo ajeno y prefiere la aventura. Ella está enamorada pero no puede evitar dejar a un lado una revista sobre el Himalaya y volver al paraíso del lujo y del glamour. Esa es la mirada que identifica el placer de contemplar cosas bonitas. En La ventana indiscreta , la película estadounidense de 1954 dirigida por Alfred Hitchcock, basada en el cuento de 1942 It Had to Be Murder, de Cornell Woolrich , que ambos protagonizaron, no hay lugar para el spoiler, más bien todo lo contrario. Desde el principio sabemos que hay un crimen y un asesino. La única duda es cuánto tiempo tardarán en convencerse los demás. Y hay otra duda, no menor, que reside en descubrir por qué James Stewart no se da cuenta de que está enamorado de la chica y de que no necesita que ella gane un premio de alpinismo para poder ser felices. Un hombre empeñado en no ser feliz es un hombre peligroso que va a terminar solo o

Crónica de la vida

  Esta es la imagen que vale más que mil palabras. Las portadas de esta revista son una especie de crónica diaria de lo que nos va sucediendo. En este caso, tan reconocible. La mesa llena todavía de los cacharros de la cena. Una familia numerosa, quién sabe si con algún invitado además. Un montón de gente. Cada uno a lo suyo. Cada uno enfrascado en su móvil, las pantallas brillando, las personas de todas las edades absortas en su propio juego, separados, distintos, alejados.  Me ha hecho recordar, por lo exótico, nuestras sobremesas de infancia. Mucha gente en la mesa, los platos todavía sin recoger, el postre a medias, la charla. La charla, la conversación, el intercambio, las miradas. Si todo eso se ha sustituido por una brillante pantalla que parece acercarte al mundo, entonces es que el apocalipsis no es una broma de Billy Wilder. 

Travesía con vestido violeta

Hace ¿mil años?             El mar era una balsa oscura, que apenas se movía. La noche era muy fría, a pesar de que estábamos en mayo o en junio, qué sé yo. El barco se llenó de risas juveniles, de gente que corría, de piernas que saltaban, de brazos desnudos en busca de mantas porque la noche es traicionera en alta mar. El barco había partido de Alicante y allí se despidió de la península al son del carnaval, con las coplas que habíamos aprendido años antes y que se habían escrito para nosotros, para gente como nosotros, los estudiantes de Magisterio que marchábamos, por una vez, a pesar de las reválidas y del poco dinero, a cruzar el mar en busca de aventuras.               El frío del viaje en la cubierta se templó por unas horas con aquellas mantas escondidas que sacamos de no recuerdo dónde. Pero, ay, en un momento desaparecieron y los fieles marineros observantes de las reglas nos dejaron a la intemperie, a pesar de que nuestros corazones, jóvenes y fogosos, habían

Clive Owen, una falda tubo y el tipo de la camisa blanca

  No sé si me gusta Clive Owen porque me recuerda a aquel tipo o al revés. El caso es que también usaba camisas blancas y también tenía ese color indefinido de ojos, que tanto parecen grises, como azules, verdes o, incluso, plateados. Unos ojos con doble intención, que podían ser duros y sin compasión o tiernos y plagados de dulzura. Aquel tipo, lo llamaré así para aclararnos, tenía una personalidad dual, oscura y transparente a la vez, y las muchachas como yo, que sofocan las penas del amor con otras penas mayores, podemos ser presas fáciles de un vaquero bien llevado y una camisa de lino. En una de esas crisis amorosas por no sé quién (lo bueno de todo esto es que el olvido es la premisa) surgió un viaje al extranjero por un par de meses (el remedio eficaz, poner tierra de por medio) y allí estaba este Clive sin filmografía, con su aspecto de eficaz desaliño, su conversación filosófica y su mirada ardiente de unos ojos con color no identificado. Imposible resistirse a su llegada a nu