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Vincent, una mirada y el olor a lavanda

  Las cinéfilas tenemos una forma especial de ver las películas o las series. Si hay algún actor que nos atrapa entonces es para siempre, para casi siempre si quiero ser exacta. Vincent Lindon no me ha interesado de joven, ni me ha interesado en sus aventuras ni en sus películas, salvo ahora, que ha protagonizado "Dinero y sangre" una serie que estoy viendo en Filmin y en la que exhibe una hipnótica mirada azul grisácea y una ausencia total de sonrisas. Si hay un actor que consigue que veas la película o la serie en versión original por escuchar su voz, entonces es que te has convertido a su fe. Y, en este caso, las flores secas y la visión del amanecer, y el recuerdo de los pequeños lugares de la Provenza de mi biografía, completan sin dudarlo esa especie de lazo que te deja una imagen bien construida. No solo es un tipo atractivo. Parece que también tiene alma.  Mis días en la Provenza forman parte de un fondo de armario sentimental que nunca decae. Siempre hay un motivo p

La vida es un cuadro de Vermeer

En esta orilla aparecen, estáticos y diminutos, los personajes que representan lo humano, la vida cotidiana, la juventud y la vejez, los sueños y todos los fracasos. La tierra compacta los acoge y la barca está dispuesta al tránsito. Llegar al otro lado quizá es una de las metas, pero no parecen demasiado afanosos, sino, por el contrario, tienen la quieta placidez de quien no espera demasiado de las cosas. Llevan la cabeza cubierta y vestidos holgados, azules, negros y blancos los colores, gestos serios y actitudes sencillas, no parece que quieran estorbar el paisaje. Están aquí, de este lado, abstraídos en las conversaciones y sin prestar atención a la cinta de agua, con los navíos anclados, también solos, y sin percibir, o quizá lo han hecho y se lo callan, el vaivén de las torres, los edificios con tejados de pizarra y el nuboso cielo intempestivo que amenaza con lluvia.  No vemos sus rostros ni queremos hacerlo porque no son nadie en concreto y lo son todo. Las dos mujeres

Rizos y un mapa de España

(Fotograma de "Sentido y Sensibilidad" de Ang Lee)  Es la música, en primer lugar, lo que hace de esta versión de Ang Lee del libro de Jane Austen "Sentido y Sensibilidad" una pequeña maravilla. Un tributo eficaz, diáfano, exacto, al genio de la escritora, a su creación de personajes y ambientes, a su estilo, a su ingenio e inteligencia. La música crea el tono especial que la distingue y, entre todos los libros de Austen, en los que la música siempre tiene un importante papel, es aquí donde expresa el dolor y la alegría con mayor lucidez. Lo mismo ocurre con los versos, las palabras, los poemas que se recitan, el consuelo de la lírica en los momentos difíciles. Shakespeare y sus sonetos que invitan al amor, aunque sea, como sabes, un amor aureolado de triste cobardía.  Entre todas las imágenes hay una evocadora, imposible de pasar por alto, una imagen en la que me detengo y en la que observo cosas que quizá otros no ven. Al fin nuestros ojos siempre vue

Spoiler

Grace Kelly lee el Harper´s Bazaar y engaña así a James Stewart, porque la moda es para él algo ajeno y prefiere la aventura. Ella está enamorada pero no puede evitar dejar a un lado una revista sobre el Himalaya y volver al paraíso del lujo y del glamour. Esa es la mirada que identifica el placer de contemplar cosas bonitas. En La ventana indiscreta , la película estadounidense de 1954 dirigida por Alfred Hitchcock, basada en el cuento de 1942 It Had to Be Murder, de Cornell Woolrich , que ambos protagonizaron, no hay lugar para el spoiler, más bien todo lo contrario. Desde el principio sabemos que hay un crimen y un asesino. La única duda es cuánto tiempo tardarán en convencerse los demás. Y hay otra duda, no menor, que reside en descubrir por qué James Stewart no se da cuenta de que está enamorado de la chica y de que no necesita que ella gane un premio de alpinismo para poder ser felices. Un hombre empeñado en no ser feliz es un hombre peligroso que va a terminar solo o

Crónica de la vida

  Esta es la imagen que vale más que mil palabras. Las portadas de esta revista son una especie de crónica diaria de lo que nos va sucediendo. En este caso, tan reconocible. La mesa llena todavía de los cacharros de la cena. Una familia numerosa, quién sabe si con algún invitado además. Un montón de gente. Cada uno a lo suyo. Cada uno enfrascado en su móvil, las pantallas brillando, las personas de todas las edades absortas en su propio juego, separados, distintos, alejados.  Me ha hecho recordar, por lo exótico, nuestras sobremesas de infancia. Mucha gente en la mesa, los platos todavía sin recoger, el postre a medias, la charla. La charla, la conversación, el intercambio, las miradas. Si todo eso se ha sustituido por una brillante pantalla que parece acercarte al mundo, entonces es que el apocalipsis no es una broma de Billy Wilder. 

Travesía con vestido violeta

Hace ¿mil años?             El mar era una balsa oscura, que apenas se movía. La noche era muy fría, a pesar de que estábamos en mayo o en junio, qué sé yo. El barco se llenó de risas juveniles, de gente que corría, de piernas que saltaban, de brazos desnudos en busca de mantas porque la noche es traicionera en alta mar. El barco había partido de Alicante y allí se despidió de la península al son del carnaval, con las coplas que habíamos aprendido años antes y que se habían escrito para nosotros, para gente como nosotros, los estudiantes de Magisterio que marchábamos, por una vez, a pesar de las reválidas y del poco dinero, a cruzar el mar en busca de aventuras.               El frío del viaje en la cubierta se templó por unas horas con aquellas mantas escondidas que sacamos de no recuerdo dónde. Pero, ay, en un momento desaparecieron y los fieles marineros observantes de las reglas nos dejaron a la intemperie, a pesar de que nuestros corazones, jóvenes y fogosos, habían

Clive Owen, una falda tubo y el tipo de la camisa blanca

  No sé si me gusta Clive Owen porque me recuerda a aquel tipo o al revés. El caso es que también usaba camisas blancas y también tenía ese color indefinido de ojos, que tanto parecen grises, como azules, verdes o, incluso, plateados. Unos ojos con doble intención, que podían ser duros y sin compasión o tiernos y plagados de dulzura. Aquel tipo, lo llamaré así para aclararnos, tenía una personalidad dual, oscura y transparente a la vez, y las muchachas como yo, que sofocan las penas del amor con otras penas mayores, podemos ser presas fáciles de un vaquero bien llevado y una camisa de lino. En una de esas crisis amorosas por no sé quién (lo bueno de todo esto es que el olvido es la premisa) surgió un viaje al extranjero por un par de meses (el remedio eficaz, poner tierra de por medio) y allí estaba este Clive sin filmografía, con su aspecto de eficaz desaliño, su conversación filosófica y su mirada ardiente de unos ojos con color no identificado. Imposible resistirse a su llegada a nu

Dice tanto esa mirada...

  Lo primero que percibes cuando alguien se te muere es que ya no te verá. Lo que eras y veía ha desaparecido. Eres otra persona. La primera vez que te convertiste en otra persona fue cuando murió tu padre. Nadie lo notaba pero eras otra. Después de tres días de llanto ininterrumpido salió la mariposa a decir que todo se había transformado sin mediar procedimiento alguno, por el sencillo trámite de la pérdida. Ese hombre que tenía manos suaves de trabajador constante y que comía con delicadeza y que guardaba siempre todo para los otros, sin reparar nunca en sí mismo, sin pensar en que fue niño solitario, niño abandonado, niño pobre, niño sin ser niño.  Luego pasaste a ser un fantasma callado cuando murió tu madre y la fecha de su muerte no coincidía con la fecha de su adiós, es más, no existió adiós, solo desapego, olvido, el brutal alejamiento de quien no sabe quién es ni quién eres, ni percibe la fecha del día, ni nota el calor o el frío, ni desafía ya a los que mandan con su fervor

Nosotras, que lo buscamos tanto...

  ("Tiempo tranquilo", Scott Kennedy) Todas estamos hechas de la misma pasta, mitad salitre, mitad verde del campo. Tenemos las mismas certezas y esperamos las mismas cosas. Entre todo eso, nuestra búsqueda es la manera en que salimos a mostrarnos ante el mundo. No nos conformamos, no dejamos de luchar, no nos sentamos en una piedra del camino a esperar la nada. Somos de esa clase de caminantes que no quiere dejar pasar la oportunidad de hallar otra puerta entornada.  Quizá es porque fuimos niñas pobres, niñas habituadas a las cosas sencillas, a las casas modestas, a las horas humildes. Porque supimos desde siempre lo que es tirar de casi todo, arañar lo imprescindible y comprender que estrenar es un sueño que no siempre se alcanza. Quizá porque nos reconocemos en nuestra pobreza, en ese aire común de la gente que trabaja y respira, en ese no pararse porque los días necesitan treinta horas para ser fértiles.  Hemos acunado niños sin conocer demasiado el secreto de la vida. La

"Anna Karénina" de Lev N. Tolstói

  Lev N. Tolstói , de familia aristócrata, nació en 1828 en la región de Tula, concretamente en Yásnaia Poliana, un lugar que llegaría a ser su paraíso en la tierra. Fue un despreocupado estudiante que nunca tituló y un artillero en el Cáucaso. Después, muy pronto, fue escritor, su mejor y mayor ocupación. Comenzó a publicar a los 24 años, no sabemos si por influencias familiares o porque su calidad fue detectada de inmediato pero no tuvo que hacer meritoriaje alguno, ni guardar cola en las antesalas de los editores. La fama le llegó de inmediato con sus primeras obras y se asentó definitivamente con "Guerra y Paz" y, sobre todo "Anna Karénina", lo que supuso para él no solo el reconocimiento social sino también una profunda crisis personal y espiritual de la que nunca salió. Desde ese momento volvió a su lugar de origen y procuró llevar una vida basada en la sencillez, la meditación y el encuentro entre los seres humanos, pero esto no debió ser suficiente. Sobr

"Aún nos queda el teléfono" de Erica Van Horn

  La historia Aquí hay una madre y hay una hija y está la relación entre ellas cuando la madre ya tiene más de noventa años. Se mezcla la actualidad con los recuerdos de la infancia. La madre tiene una fuerte personalidad, es una mujer especial, como lo son todas aquellas mujeres que han llegado al casi final de la vida manteniendo un criterio propio, una opinión. Y la hija escribe casi un diario acerca de su contacto con la madre y lo hace con justeza, con tranquilidad, con fuego y con pasión de hija, también con la inevitable serie de pequeños dramas domésticos. De la unión de las dos, de sus voces distantes y en ocasiones cercanas, nace una historia que tiene peso, que tiene voluntad de mostrar y que tiene belleza. No es poca cosa. Es mucho. Tanto... La autora Desconocida para mí hasta la fecha, Erica Van Horn, nacida en 1954 en los Estados Unidos, vive desde hace mucho tiempo en la bella Irlanda y allí dirige junto a su marido Simon Cutts, la editorial independiente  Coracle Press.

Aquel amanecer en el cortijo...

  Creo que nunca he escrito de mis días de cortijo. De mis tiempos de campo. El campo me ha producido siempre una enorme fascinación y también sus gentes. En muchos momentos ha estado en primer plano y otras veces se ha escondido, como si esperara el milagro de su reaparición. Es muy curioso esto, siendo de una ciudad marítima en la que el campo era solo el verdín que rodeaba los fuertes que se levantaron para detener a Napoleón. No me cae bien Napoleón , ni me gusta el personaje. Puestos a elegir, me quedo con los valientes que lucharon contra él y con las bombas que tiraban los fanfarrones.  Entre paréntesis: la película sobre Napoleón de Ridley Scott no me ha gustado nada, nada, nada. Batallismos y claroscuros, ahí lo puedo resumir. Ni me gusta el tratamiento de los personajes, ni los actores. Me aburre muchísimo.  Pero el campo, oh, el campo, tiene algo distinto a lo demás, una arquitectura diferente. Los hombres de mi vida han sido gente de campo. Los paseos por los olivos, con un

"El arcoiris" de D. H. Lawrence

Esta novela, que la editorial Alba, en su colección Clásica Maior acaba de publicar, es, en realidad, una precuela de "Mujeres enamoradas" . Porque en ella se narra la historia anterior, la familia de la que proceden las hermanas Ursula y Gudrun, que son las protagonistas de "Mujeres...".  Es un recurso cinematográfico frecuente y una forma literaria que usa Lawrence para bucear en las raíces de esas mujeres que, cada una a su manera, busca el amor sin lograr saciar su necesidad de querer y ser queridas. La peripecia de "Mujeres enamoradas" organizada en torno a cuatro personajes, Gudrun, Ursula, Birkin y Gerald Crich, es más sencilla, aparentemente, que la historia que se teje en "El arcoiris". Aquí están los Brangwen, la familia que se muestra en tres generaciones que abarcan sesenta años.  D. H. Lawrence había nacido en Eastwood, en el condado de Nottingham, en 1885. Su padre era un minero analfabeto y borracho que no le aportó n

"Los maestros de Herat" de María Sanz

  La edición Este es un libro bonito, lo que se dice una edición cuidada y hecha con mimo. Se agradece mucho cuando tomas un libro entre tus manos, con un tacto suave y agradable, con una portada atractiva. La belleza del libro como objeto es algo que siempre habría que cuidar y, en este caso, la editorial Balduque , de Cartagena (Murcia) lo ha conseguido. Todo importa en una edición. Los colores, las imágenes, el tipo de letra, los números de las páginas, todo importa. Balduque cumple este año los diez de andadura y eso es una buena noticia. Y lo es más cuando se trata de una editorial independiente y periférica, surgida en una hermosa ciudad mediterránea con la que tengo lazos imborrables y que guarda tantísimo parecido con mi propia ciudad de origen, aunque sea atlántica. Los tiempos de Cartagena fueron de espeso verano, baños de sol, mucho cante, viajes diarios a La Unión y amor, todo el amor del mundo. Y el amor siempre da frutos.  El contexto Para que el contenido de este libro n

Mi propia habitación

(Virginia Stewart fotografiada por Louise Dahl-Wolfe en 1948) Fue leyendo "Una habitación propia" cuando lo pensé. No sentada a la orilla de un río, aunque ella sí lo estaba. Virginia estaba sentada a la orilla de un río y hablaba de peces y de pesca, no sé ahora mismo por qué. Quizá tenía mucho que ver con su disertación o su mente vagaba por esa imagen que había retenido en la cabeza de la última vez que se sentó junto a un río. Intuí entonces que esa visión podía ser inexistente, y que yo, en realidad, jamás había estado sentada a la orilla de un río. Quiero decir, realmente en la orilla, en el suelo, en una especie de arena o de tierra o de margen cubierto de hojas, qué sé yo. El río de la ciudad que conozco no tiene nada que ver con un verdadero río cuando discurre por el campo, por su curso, esos conceptos geográficos que aprendí y que, tengo que reconocer, me gustaban mucho. Caudal, curso, cauce, márgenes, desembocadura, estuarios...Estas son las palabras que