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"La librería" de Penelope Fitzgerald

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Lo mejor de la película "La librería" de Isabel Coixet sobre la novela de Penelope Fitzgerald es que ha dado a conocer el libro y mucha gente habrá tenido ganas de leerlo. Lo peor es que la película es agradable, preciosista, encantadora y está bien hecha pero no puede recoger, ni siquiera puede que se haya intentado, el espíritu Fitzgerald . Esta llamada escritora tardía porque empezó a publicar a los cincuenta y ocho años creó un universo tan especial en ese libro que es imposible reproducirlo. Tiene tanta fuerza que incluso aunque hayas visto la película cuando relees el libro no te aparece la imagen de ningún personaje filmado sino los que tu imaginación ha ido creando al hilo del relato.  En la vieja casa que Florence Green ha comprado en el pueblo imaginario de Hardborough , Old House , hay un polstergeist que continuamente hace la vida molesta a las personas que por allí pasan. Es un protagonista indiscutible del libro, como también lo es la pequeña Chri

"4321" de Paul Auster

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Paul Auster ha estado en la FIL de Guadalajara (México) y he tenido noticia de ello a través de los medios y de los comentarios de algún asistente. De la mano lleva su último libro, casi mil páginas, una novela extensísima y en la que, según confiesa, ha dejado parte de su propia vivencia. La infancia es el tema. Siempre reaparece de alguna manera en la obra de todo escritor y, si no asoma por las rendijas, tendrá el tributo que merece ese tiempo en el que el hombre se hace hombre. La infancia puede llegar a ser el paraíso perdido pero, en todo caso, es la fuente. La culpa, el miedo, la libertad, el deseo, el amor, la fuerza, la envidia, todo se mezcla como en un crisol en esos años iniciales en los que no sabemos quiénes somos ni adónde llegaremos. Esos años lentos, que pierden su sentido durante algunos instantes pero que reverdecen a poco que cerremos los ojos.  Auster es un escritor cotizado y perseguido pero tiene la tendencia a repetir estructuras y a volver sobre armon

"El club de los mentirosos" de Mary Karr

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Mary vive en una ciudad del este de Texas cuya mayor riqueza es el petróleo. La industria petrolífera define el modo de vida, influye en sus personajes y en el aire entero del lugar. Su padre bebe, tiene una hermana ciertamente atrevida, su madre pasa de un matrimonio a otro...En esta novela autobiográfica las cosas son como parecen y no hay modo de escabullirse de la forma de escribir de la autora, llena de vivacidad, casi heroísmo y puntos humorísticos. Los años sesenta, en los que vivió su infancia, fueron de cambio en muchos aspectos y en la mayoría de las ciudades. Pero la infancia de Mary Karr tiene el detalle puntual de una vida conmovedora, aunque dura y casi trágica. Ella misma explica al inicio del libro por qué adopta la forma de memorias y no de novela sin más. Con unos familiares tan estrambóticos no tenía ninguna necesidad de inventarlos. Su madre era bebedora, al igual que su padre y usaba las armas de fuego para disparar sobre sus parejas. Precisamente en la c

Cuestión de andar

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(Mujeres andando por Madison Square) Dicen que en Madrid estos días de diciembre hay calles en las que solo se puede andar en una dirección. Madrid es la ciudad que mitifico, que convierto en el paraíso de la diversión y la cultura, en el lugar que querría haber recorrido desde hace años y que apenas conozco. Ahora, en ese Madrid, no podría saltar de un lado a otro de la acera sino que tendría que recorrer esas calles como si fuera en fila india, o mejor, en fila china. Como si trabajara en una fábrica muy gris junto a una ría oriental y llevara un uniforme también gris y un paso gris para llegar a completar una existencia gris. Una vida de mierda.  En mi ciudad todo el mundo dedicaba parte de sus horas de ocio a pasear por una misma calle. La calle Real era el paraíso de los encuentros, los chismes, las suposiciones y las medias verdades. Solo una de sus aceras era transitable por los que no tenían otra cosa que hacer que mirar, ver y reír. La otra era una acera gris, por

Sábado

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(León de Smet. Impresionismo belga) Silenciosa la casa, un hilo de sol atraviesa el balcón y te recibe. El café bien caliente, la tostada, un reguero de aceite, un pan que cruje. Olores de cocina en día de fiesta. La radio desgranando titulares. El periódico encima de la mesa. Los ritos del encuentro con quien anoche fuiste, con la idea que dejaste en la mesilla. Se terminó la tregua. Y entre listas de cosas por hacer, emerge, cómo no, esa luz que cultivas y que escondes, para que no se apague mientras puedas.

"Tránsito" de Rachel Cusk

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La escritora que protagoniza "A contraluz" la anterior novela de Rachel Cusk, es también el personaje principal de este "Tránsito". En los momentos que recoge el libro, el matrimonio se ha derrumbado y se va a vivir a Londres con sus dos hijos. Hay veces en la vida en la que hay que juntar los trozos desparramados y buscara alguna argamasa que lo una. La ciudad de Londres, los apuros para encontrar un lugar adecuado para vivir, los antiguos amantes que se encuentra, la cotidianeidad en su vertiente más prosaica, todo eso es el caldo de cultivo en el que tendría que renacer la esperanza, si la hubiera.  Rachel Cusk ha escrito ya una docena de libros, entre novelas y libros de memorias, estos últimos sobre la maternidad y la separación matrimonial. La editorial Libros del Asteroide ha publicado estas dos que mencionamos y también sacará a la luz la tercera parte de esta trilogía, Kudos, en 2018. Escrita en primera persona, con escasos diálogos, Tránsito tiene

No te vayas

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Espérate un momento, un instante solo. El tiempo que tarde en desvanecerse la tarde en ese rayo de sol que cruza la plaza sin permiso. El pequeño espacio de tiempo que necesito para hacerme a la idea de que te vas. Para entender que pasarán los días, las horas y las noches, y no te veré cerca, ni lejos, ni tan hondo. El hueco de las manos que se quedan vacías, espérate. El sonido del reloj de la iglesia que se cruza de lado sin que pueda entenderla, espérate. Espérate que acomode mi paso a la nostalgia. Espérate que deje de temblar por no verte. Espérate a que entienda por qué tanta distancia, tantos días, tantos adioses, tanta ausencia de besos. No quiero que te vayas y me dejes. Y no lo sé decir de otra manera. Solamente palabras, ahora que te has marchado. Ahora que ya no queda primavera. Porque yo quiero merendarte al sol. Pero soy cobarde y mi voz ha cedido el paso a una pequeña lágrima sin sabor ni dueño. 

"Jane Austen en la intimidad" de Lucy Worsley

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En 1814, cuando contaba con 39 años, Jane Austen viajó sola en diligencia desde Chawton Cottage, en el condado de Hampshire, hasta Londres, donde tenía que negociar la publicación de una de sus novelas. Allí, en este y en otros viajes parecidos, pudo hacer algunas de las cosas que más le gustaban: asistir al teatro (adoraba a Sarah Siddons), ir de compras (las medias de seda eran sus favoritas), cambiarse el peinado o contemplar y hacer suya la última moda en mangas, la manga larga que sustituyó a la manga de farol de su juventud. A la muerte de Jane Austen y con el aumento de lectores de sus novelas y su posterior rehabilitación ante el mundo literario, su familia intentó ocultar muchas facetas de su personalidad y detalles de su vida. La biografía que escribe su sobrino James Edward incide en esta línea de ocultamiento que había comenzado su hermana Cassandra, mayor que Jane tres años, que destruyó mucha correspondencia, desde luego toda aquella que demostraba a las claras el ca

"La librería" de Isabel Coixet y Penelope Fitzgerald. Pasión por los libros

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Florence Green y yo tenemos dos cosas en común: la viudedad y la pasión por los libros. Lo primero es solo una circunstancia. En realidad, ser viuda es no ser nada. Somos esposas que han perdido a sus maridos, como dice Pilar del Río, cuando habla de José Saramago. Lo de los libros, mejor, lo de la lectura, es un vicio que se inocula cuando eres muy pequeña y que no te suelta nunca. Sin embargo, entonces no te das cuenta de lo que eso significa. Solo entiendes que los libros están en todos los momentos de tu vida y no se van, ni se esconden, ni mienten. Son leales, firmes, seguros, llenos de emoción y libres.  Isabel Coixet, también amante de los libros, quedó prendada, como yo misma, con La librería que escribió la gran, grandísima y poco conocida en España, Penelope Fitzgerald (1916-2000). El libro cuenta, igual que la película, la historia de Florence Green, que pierde a su marido en la guerra y se muda a un pequeño pueblo de la costa inglesa con la intención de montar

Dulce encuentro

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( Andrew Wyeth.  Christina's World ) Si otoño o primavera no lo recuerdo ahora. Sé que era tiempo de llevar sandalias y un vestido azul claro con escote de pico y sé que era una hora temprana de la tarde, la hora de los susurros, crepúsculo indeciso. La casa de mi amiga era el sitio perfecto, el refugio ideal para ese encuentro ansiado. Sonó el timbre de la puerta y dudé en un segundo. Sólo una ráfaga que aparté de inmediato. Allí estaban sus ojos. En el umbral, su boca. Vaqueros desgastados y camisa de manga larga con los puños doblados hacia fuera. Era extremadamente varonil y olía de una forma especial. Su olor se asentaba en mí y no me abandonaba. Los besos cruzaron el vestíbulo, las manos en las manos. Allí estaban mis labios entreabiertos y mis ojos abiertos totalmente y estaba él y estaba su sonrisa, enigmática, dulce, extraña sonrisa de quien lo guarda todo en su interior. Era terriblemente guapo y yo era su princesa. Las sábanas revueltas y el sudor de las m

El abrazo más dulce

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(Fritz Zuber-Buhler. Young girl holding a doll) La niña era muy pequeña pero la escena quedó grabada en su memoria, como si fuera una película en la que ella tuviera el papel protagonista. El sol del mediodía caía a fuego en verano. En el patio de la casa, los arriates pedían agua y las flores esperaban ansiosas que la noche aliviara esa sensación de ahogo en la hora de la siesta.Todo estaba en calma. La niña está sentada en el suelo, con un libro de dibujos delante de ella, las piernas desnudas, los pies descalzos, los ojos abiertos. De repente, oye el claxon de un coche. No es un sonido cualquiera, sino el sonido que anuncia la dicha, el goce mayor de todos los días. Él ha vuelto. El portón de la calle se abre con su rugido característico. La claridad recorta una silueta. Es un hombre de mediana estatura, bien vestido, con bigote y unos ojos tan tiernos... Al ver a la niña ha sonreído hasta el fondo: "¿De quién es esta niña tan bonita…?" ha dicho en

La librería de Penelope

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A ti, en ese último día  La última librería que visitamos juntos tenía los anaqueles atestados de libros. Se aproximaba el verano y todo el mundo sabe que es un tiempo de lectura. Los libros de verano, dicen, han de ser ligeros y contrarrestar con fuerza el calor y la tarde. Deben convertirse en refrescantes motivos para soñar o para ser felices, sumidos en esa otra dimensión de las páginas que acarician la cara al susurrar.  Fue la última vez que salimos a la calle y yo miré al cielo y lo vi azul y supe que así era y que tendría que comprar algunos libros para hacer más liviana la espera. No sabía qué esperaba exactamente pero no era nada bueno. Al contrario. Una nube negra se cernía sobre nosotros, un viento negro, como decía Juan Ramón . Los libros que me llevé a casa deben estar escondidos en cualquier estantería, guardados y sin terminar de leerse. No hubo tiempo porque las horas pasaron demasiado deprisa.  Esta librería de ahora ya la había yo visto con antelac

Hoy el silencio agitaba los árboles

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Callé durante mucho tiempo porque el sonido de mis palabras molestaba al silencio. Se convertía en rugido de león, en arduo incendio invocado, en lucha constante, en manantial que no cesa. Así callé, para que los ojos pudieran mirar tranquilos, sin dolores ni reservas, en un ejercicio puro de belleza sin mancillar. Callé en los días venideros y en el pasado, al latir del corazón y en las penumbras. Doblé el hueco de las palabras sobre las manos quietas y me convertí en humo, una palabra sin color y sin brillo.  Creí así que el amor o quizá la amistad que también es su nombre, redoblaría sus hojas y se unirían, en un esfuerzo causal y conmovido, con esa otra parte de la vida que se escribe en la sombra. Creí así que conseguiría una mirada tuya, un espacio escondido pero tierno, abierto en cualquier parte, sin seudónimos. Soy yo, dirías y ahí estás tú, sé lo que eres. Creía así que ese juego de las revelaciones tendrían un sentido único que no se acabaría al caer la noche, que n

Horas del otoño en Vermont

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El otoño de Vermont guarda los colores de un año para otro. Especies de árboles que solo allí se abren a la luz. Carreteras cuajadas de cornisas rojiazules. Huecos sin labrar, sembrados de hojas de parra de un marrón aceitoso. Los pináculos de las casas sobresalen entre la niebla de cualquier amanecer del mes de octubre. Al mediodía, el sol escribe su propia historia y lo tiñe todo, hasta los corazones, de una tibia recompensa. Es el tiempo de las hojas caídas y todas ellas tienen una razón para tocar el suelo.  Cualquier camino te conduce a una casa. Las casas se esconden para no estropear el paisaje. Los árboles son las cúpulas que sombrean la realidad de todos los días. Los hombres vigilan que le paso del tiempo no les robe el pálpito del color. Así los otoños transcurren lentos y, a la vez, vigorosos, con una dejadez inusitada, con un estruendo cromático que antes no habíamos conocido, ni en los sures más lejanos y exóticos.  Es espléndido el reflejo del amor y

Me falta una palabra

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(Mary Jane Ansell) En algunos momentos solo preciso alguien que me quiera. Da igual hombre o mujer, planta o árbol nacido de la tierra. No menciono a los gatos y a los perros porque ellos no me entienden, no estamos hechos el uno para el otro. Solo preciso alguien que me quiera y así me muestre yo como una mariposa con las alas abiertas, doradas a la luz, ronroneando, cubierta entera de hojas crujientes y saladas, sin otro requisito que la vida. Que me quiera y entone conmigo cualquier verso, de esos que se esconden en el desván de la memoria y que solo aparecen cuando lloras o cuando el viento del otoño te obliga a resguardarte en una aburrida nostalgia que no esperas.  No preciso que me hagan el amor (el amor ya no existe), ni que vuelquen en mí los adjetivos de una admiración sin tregua, tan falsa como el oro que acuñaban los belgas; ni que me regalen flores, libros o cuadernos (quizá escriba en ellos luego la pérdida de la noche o de la espiga). Solo preciso alguien qu