"Élisa" de Jacques Chauviré
Sabemos de la infancia por los mayores. Ningún niño es capaz de dejar escrito lo que se siente, lo que se vive, en esos años primeros y definitivos de la vida. En ocasiones, esa infancia se muestra a través de los ojos de los mayores, de sus recuerdos. Nos han contado cómo éramos de niños, nos han explicado nuestras travesuras, los juguetes que nos gustaban, qué comíamos o qué bebíamos. Son recuerdos interpuestos. Nada hay que nos indique la verdad de lo que fuimos. Y, sin embargo, la infancia es el tiempo de la vida que más huella nos deja. Y lo peor es que es una huella oculta, misteriosa. No sabemos a ciencia cierta cómo transcurrió y, por eso mismo, no tenemos ni idea de qué parte de ella nos ha hecho ser como somos. Tengo en mis manos un libro escrito por un anciano de casi noventa años, poco tiempo antes de su muerte. Lo que uno escribe en la antesala del adiós tiene tanto valor como esos garabatos infantiles en los que apenas se esbozan las grafías de los nombres def