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¿De qué sirven las reseñas?

  He leído un artículo muy inspirador de Alberto Olmos sobre las reseñas literarias. Viene a decir, básicamente, que no sirven para nada, que la capacidad de prescripción es muy escasa y que, andando el tiempo, se quedan antiguas. Creo que todo esto ya lo sabía. Aunque él hace una diferenciación entre reseñar clásicos y hacerlo con libros recientes, con novedades. El concepto "novedad" en literatura es un arma de doble filo. De esas novedades ¿cuántas nos quedarán en nuestro fondo de armario lector pasado un tiempo prudencial?  Algo me ha consolado, no obstante, del texto de Olmos y es que coincide conmigo, o yo con él, en que una reseña resulta tanto más valiosa cuanto más habla del lector que la escribe. En realidad, el valor de la reseña está en íntima relación con el impacto que esa lectura ha causado en quien la lee. El hecho de que el lector pase a ser escritor de reseñas es una de esas jugarretas de la vida que tanto me gustan. Una congruencia incongruente. Leer y escr

La tragedia de derramar el café

  Esta mañana he vuelto a derramar el café sobre el mantel de la mesa de la cocina. Es un mantel muy bonito, aunque tiene ya muchos años. Todo parece tener muchos años y todo parece estropearse. Se ha quedado una mancha muy fea que no saldrá. La mancha permanecerá en el mantel aunque lo lave mil veces y pienso que ahora tendré que lavarlo en las horas donde la luz se vende barata. Otro problema. A veces ocurren cosas en la casa, incidentes domésticos de esos que puedes tomar a broma o a cabreo. Yo me los tomo a tristeza. Desde que él murió todos las cosas que suceden me resultan tristes y me generan mucha pena.  Ayer no vino el repartidor de MRW a traer unas sandalias que había comprado on line en El Corte Inglés. Son unas sandalias muy bonitas, de chico, y me llevé una agradable sorpresa al pagar: tenían una rebaja del 30 por ciento, lo que vino muy bien porque son muy caras. Pero la alegría de la compra se ha enturbiado con el reparto. Siempre les sucede algo cuando tienen que entreg

"Filosofía andante" de David Cerdá

  Cuando encuentras al perfecto compañero y lo pierdes ya empiezas a entender de qué va esto de la vida. La conversación se queda hueca, se cae por falta de asiento, tú misma dejas de ser alguien para convertirte en invisible. La invisibilidad de las mujeres solas no es nada comparada con la invisibilidad de quienes han sido visibles y la pérdida te aparta a un lado. No hay diálogo ya, ni hay compañía. No hay abrazos ni hay miradas. Nadie te entenderá. Nadie sabrá de ti como él sabía. El fondo de las cosas se hará opaco. Y libros como este perderán esa oportunidad de convertirse en tema de conversación, lo más sagrado. El libro habla contigo pero tú no hablas con nadie. Diálogo roto, vida rota.  Un buen libro siempre te sugiere cosas. Empiezas a leerlo y tienes que pararte. Algo ha surgido en ti, ha llegado hasta ti. Un viento leve, un vendaval, una conmoción, un recuerdo, un reto, algo. Los buenos libros contienen frases que haces tuyas, propósitos que asumirías, ventanas que lograría

Marzal, la filosofía, Miki Leal y un poco de engaño todavía

  Tomarse las cosas con filosofía. Cualquiera de nosotros puede hacerlo. Algo así como dejar de lado esa efervescencia del tomar partido y sentarse a meditar, una meditación con música o con uno de esos vídeos de Youtube que te azotan el interior porque, lo sabes, ni estás tranquila ni se espera que te tranquilices. Puede que comience la primavera y ese día justamente haya una muela que te dé la lata, con ese temido pinchazo que viene algunas veces y que odias porque sabes, y no hay duda, que te dará quehacer durante un tiempo. Eso te nubla la razón y te cansa más de lo habitual y entonces miras ese cuadro de Miki Leal en el que hay azul-verde y también está el fondo negro y ese hombre tan extraño que lleva en la mano un pequeño pincel y que busca la imagen en un invisible caballete. Tomas el nuevo libro de Carlos Marzal y te preguntas por qué la muela ha llegado a fastidiar hoy precisamente, si sus versos son esa clase de emoción que no decae. Marzal regresa y dando una vuelta precipi

"Bestias" de Joyce Carol Oates

  Esa escritura tensa y reconocible, que parece estar provocando siempre al lector, que da la sensación de que se escribe para levantar velos, para suscitar sentimientos, quizá para construirlos. Esa es Joyce Carol Oates, eterna aspirante al Nobel sin ella pretenderlo, en todas las quinielas siempre y, sobre todo, con una obra perfectamente engrasada, coherente, muy reconocible. Novelas cortas, novelas largas, relatos...También poesía y cuentos infantiles. Ensayos. Escribir es el verbo. Da cosa pensar en esa cantidad de personajes que ella ha creado con una total falta de escrúpulos literarios. Nunca ha cerrado la puerta a decir nada que hubiera que decir. En este caso se recrea en una época llena de sorpresas, una extraña época que alternaba a la vez descubrimiento y ocultación. Lo oculto siempre aparece en sus obras de algún modo. Lo oculto, extraño, duro, pero, eso sí, pertinente, necesario. Un poco ambiguo, sí. En este libro está el mundo de las universidades femeninas. Chicas list

El discurso de Aragorn, los Oscar's y las ilusiones rotas

  De modo que me había negado a ver la trilogía "El señor de los anillos" por eso de que las películas fantásticas y las que presentan a gente muy sucia y muy rara no me gustan. Pero en El cine pensado, un canal de youtube dedicado a historias cinematográficas muy especiales, había visto algunas escenas, una de ellas apasionante porque Viggo Mortensen, el rey Aragorn, lanza una arenga a los ejércitos para que vayan a la lucha. Y es un discurso extraordinario, en el que se apela a la voluntad de aquella gente dispersa para vivir juntos y, antes de eso, batallar con el mismo objetivo. Me gusta mucho Viggo Mortensen como actor y es un tipo guapísimo, súper atractivo siempre y con un carisma especial. He visto muchas películas suyas y tiene ese "algo" que distingue a los actores tocados con la magia que traspasa la pantalla. Pero cuando es Aragorn la épica lo convierte en un personaje lleno de una fuerza diferente. He visto la tercera parte de la trilogía y me he conven

Hay una bondad que busca su sitio

  A veces la bondad es un haz de luz, como en esta fotografía de Eggleston. Muchas otras veces es un malentendido. Confundimos bondad con bobería y listeza con maldad. Los cinéfilos estamos tan influenciados por el cine negro, donde el malo luce glamour y fuerza, que nos perdemos la ocasión de reconocer la bondad donde la hay. Y está sin llamar la atención, sin atrofiarnos de publicidades, limpiamente.  La gente buena soporta algunos refranes infumables: Soy buena, pero no tonta. La bondad está a un paso de la tontería, de la estupidez. Los buenos parecen serlo porque no pueden ser otra cosa. Y se contraponen no a los malvados, sino a los espabilados, a los listos. Por eso la bondad tiene un aire antiguo que nos confunde.  Muy poco nos fijamos en lo que la bondad tiene de entrega, en lo que tiene de renuncia y en lo que tiene de belleza. Si así fuera, muchos clichés desaparecerían y nunca aplaudiríamos al pícaro que se sitúa por encima nuestra para sacarnos los ojos. Pero es tan aburri

Cuando las rubias adoran a Jefferson

Los Oscar's de 1951 fueron un verdadero lío. Excepcionalmente una misma película ofrecía cinco nominaciones interpretativas: cuatro de actrices y una de actor. Las actrices se quedaron sin premio. En el apartado de actrices de reparto ganó Josephine Hull por "El invisible Harvey" (película y actriz que ha pasado sin pena ni gloria), dejando sin premio a Celeste Holm y Thelma Ritter de "Eva al desnudo" (un peliculón donde los haya, inmortal como las obras maestras). Pero, además, el Oscar a la mejor actriz se lo llevó una joven y casi novata en el cine Judy Holliday por "Nacida ayer", de modo que la enorme Bette Davis se fue con las manos vacías, lo mismo que la mosquita muerta Eva Harrington, o, lo que es lo mismo, Anne Baxter , las dos de "Eva al desnudo". La película solo tuvo un premio a la mejor interpretación y fue al secundario (es un decir porque está inconmensurable) George Sanders que hacía de Addison DeWitt, un crítico teatral

"Cuatro bodas y un funeral" (1994), Mike Nevell

Hay películas que no pasan de moda, que se convierten en clásicos que siempre te apetece ver. Como esta, que da de sí mucho más de lo que una se imagina, porque tiene de todo: ritos, besos, vestidos, flores, amoríos, desamor, abandonos, búsquedas, fiestas, música, amigos, familia, sombreros y lluvia. El protagonista de la historia es Charles, un soltero a quien no hay forma de pillar y que conoce en una boda, la primera de las cuatro, a una chica americana, llamada Carrie. Bueno, Charles es un inglés típico, elegante, atractivo, despistado y que sabe vestir el chaqué. Las bodas inglesas, con sus chaqués y sombreros, son maravillosas, mientras que las americanas, con el esmoquin, dan horror y las novias parecen siempre merengues con flores en la cabeza. Esta primera boda es súper inglesa, en una iglesia encantadora y con unos invitados ad hoc. La cosa va de paisajes campestres y por eso pasan la noche o bien en un castillo o en El pato mareado, un hotel de la zona. Gran nombre, desde lu

El Guateque

 Imagino la cara que debió quedársele a Hrundi V. Bakski cuando, después de ser expulsado del rodaje de una película que supuestamente tenía lugar en el desierto  (que es un sitio lejano, con mucha arena, donde no se usan relojes de pulsera), recibe una invitación del productor de la misma para un party en su mansión de las afueras de Hollywood. No lo he hecho tan mal, pensaría. Al fin y al cabo, cualquier puede cometer un error…o dos. En este caso el error era la voladura anticipada de los estudios donde se rodaba la película en cuestión. Miles de dólares gastados en humo. Los estudios son, por supuesto, los de la Warner Bros. la productora de la película que se está rodando y la de “The Party”, que es la película de la que escribo. Cine dentro del cine, como se dice. Cine cómico dentro de cine histórico.  El caso es que Bakski, con un enorme parecido a Peter Sellers pero con el rostro maquillado en el tono más oscuro que L´Oreal tenía en su despensa ese año de 1968, mientras en Franc

"El gran día de la señorita Pettigrew". Winifred Watson.

  Guinevere Pettigrew es una mujer sin suerte. Y por eso ha llegado a la cuarentena en esta situación: sin empleo, sin dinero, sin amigos y sin ilusiones. Una de esas mujeres anodinas en las que nadie repara. Está flacucha porque come poco y mal, tiene mal color y lleva un abrigo viejo que abriga poco. De esa guisa llama a la puerta de la señorita Delysia LaFlosse una preciosa rubia, actriz, que vive en un moderno apartamento, viste una negligé de las que salen en las películas y es, pese a todo, muy amable, aunque está tremendamente despistada. Precisamente las películas le han aportado a Pettigrew la mayor sabiduría y por eso desconfía de la "situación" que se le plantea a Delysia: tres pretendientes y muchas dudas.  La señorita Pettigrew es muy tímida, insegura, sin vida social y sin conocimientos del mundo, más allá de su pequeño espacio, pero siente que Delysia la necesita y que, por primera vez, alguien en la vida la necesita de verdad, de modo que se empeña en no defra

Maestras

  En el Día de la Mujer yo voy a ser agradecida y voy a recordar a mi maestra de primaria, la que me enseñó a leer, escribir, calcular y muchas otras cosas felices. La señorita Mari Ángeles tenía una voz potente y cuidada; unas uñas rojas que a mí me llamaban la atención y una forma única de enseñar. Ir al colegio todos los días era una vocación y disfrutar de sus clases, su pizarra, su letra perfecta y los ensayos de teatro, una maravilla. La escuela ha sido siempre un paraíso. Ya sé que ella no es ninguna de esas personas importantes a las que les ponen calles y les dedican placas, pero para mí es una persona fundamental en mi vida. Mi seño. (Foto: Nina Leen) 

Dejar atrás un sótano más negro

Las penas de los hombres son eternas. Se mueven en un círculo que avanza pero que no termina. Y se contagian los dolores de los unos a los otros y toda la historia está llena de ellos y de ellas. No importa la época, la clase social, la vestimenta. Tampoco importa la edad, el aspecto físico, el trabajo que ejerzas o la vida que lleves. Lo que suele ser definitivo es la emoción, la forma en que contemplas lo que eres y ese río que te arrastra algunas veces.  Hay quien solo reduce el sufrimiento a la pérdida, la enfermedad o la falta de recursos, pero los hombres modernos sabemos que la existencia tiene, cuando la vida cotidiana no se ha visto alterada por problema mayor, un vaivén que la convierte en fuego, que la convierte en luna, que la convierte en llama. Es el amor que pasa, nos diríamos. El amor, esa sensación inexplicable que todos hemos intentado vivir cuando ha llegado y que en tantas ocasiones ha sembrado de dolor las horas y las ha convertido en un desastre. También

Conclusiones

-¿Qué haces?-dijo él -Te miro-le contestó ella -Y ¿qué ves?- repuso el hombre, esponjándose, saboreando de antemano el regalo de sus palabras -Nada-dijo ella.  Entonces, ella dirigió la mirada hacia su propio interior, pero, sobre todo, miró a los otros, miró el mundo que la rodeaba, agua, árbol, cielo. "¿Qué veo?", se preguntó. "Todo". (Fotografías de Giselle Freund)

"Mirarse de frente" de Vivian Gornick

Este es el tercer libro que leo de Vivian Gornick, los tres editados por Sexto Piso. El primero fue "Apegos feroces", el segundo "La mujer singular y la ciudad" . Ambos están reseñados en este blog. En ellos, en esa mezcla de autoficción y de reflexión sobre la vida y las relaciones humanas, pueden encontrarse claves que todos hemos manejado alguna vez. No importa que seas de Santander o de Wisconsin. La naturaleza humana, lo dijo la gran Miss Marple, es la misma en todas partes. Las miserias y las grandezas, la envidia y el perdón, el amor y el odio, todo se convierte en un gran espectáculo de emociones y sentimientos que terminan por ser el motor de la existencia entera. Lo demostró Shakespeare en ese caleidoscopio magistral que forman sus propias obras. En "Mirarse de frente", Vivian Gornick continúa ese ejercicio narrativo que consiste en desmenuzar para nosotros algunos episodios de su vida y hacerlo sin mezquindad y sin excusas. No es nada fá