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No todos son iguales en Connecticut

"Lejos del cielo" es un melodrama de los buenos. De esos que te hacen llorar al final. No le sobra nada y no le falta nada. Douglas Sirk lo rodó antes, pero esta versión no se queda atrás en belleza y en fortaleza. La música de Elmer Bernstein acompaña cada escena y eso son palabras mayores. Y los intérpretes están geniales. Dennis Quaid, con un gesto torcido y culpable, es Frank Witaker, el marido perfecto, el ejecutivo envidiado; Julianne Moore, es Cathy Whitaker, la esposa de Frank y madre de sus dos hijos, niño y niña, la parejita, un ama de casa modélica, que lo mismo lleva la casa, que organiza un cóctel o ayuda a la comunidad en sus necesidades; Dennis Haysbert es Raymond Deagan, un hombre de raza negra hecho a sí mismo, titulado universitario, viudo y padre de una niña de once años; Viola Davis, es Sybil, la sirvienta que sostiene la casa y la vida doméstica y Patricia Clarkson es la amiga íntima de Cathy, Eleanor Fine, una mujer casi perfecta.  Todd Haynes

Regreso a Hope Gap

Somos felices ¿verdad? ¿Por qué no íbamos a serlo? (Diálogo entre Edward y Grace) Edward y Grace son Bill Nighy y Annette Bening y llevan muchos años casados aunque eso no es necesariamente bueno. Tienen un hijo de treinta años que ya no vive en casa y al que echan de menos. Edward está cansado de la esgrima matrimonial y Grace está cansada de no tener con quien discutir, ni casi con quien hablar. Hasta aquí, nada nuevo. Los matrimonios de muchos años suelen (o pueden) tener esa sensación de que han perdido el tiempo, de que no ha merecido la pena ese viaje y de que necesitan otra cosa. Aunque no saben de qué cosa se trata. Grace está cansada de la pasividad de Edward y por eso es poco amable, pero tira de la cuerda a ver si él reacciona. Ella es hiriente también con su hijo. Quizá la insatisfacción nos convierta en eso, personas hirientes, gente que hace daño al que tiene al lado. Para ella es un triunfo vivir con una pareja, mantener un matrimonio, pero Edward...no sabemos lo que p

Pero ¿quién mató a Kennedy?

La obra maestra de Scorsese está basada en el libro "I Heard You Point Houses" escrito por Charles Brandt, de donde se extrae el guión firmado por Steven Zaillian, un prestigioso escritor de cine. Con una duración de más de 200 minutos, la película es El Padrino de Scorsese, un cierre definitivo a toda una serie de películas de gángster que ya han cumplido más de cuarenta años. Es tanto una película basada en hechos reales, como una gigantesca invención sobre cuestiones históricas. Es casi el biopic de una época y de unas circunstancias. Secundarios de lujo son los jefes de la mafia en la época y políticos de fuste, sobre todos ellos el carisma apabullante de J. F. K.  Frank Sheeran (Robert De Niro) es el irlandés, un veterano de la segunda guerra mundial, trabajador a sueldo por casualidad de la mafia, complaciente con sus jefes, amante de la familia y los amigos, aunque hasta cierto punto. Es eficaz, atrevido e inspira confianza. Jimmy Hoffa (Al Pacino) es el jef

Voyeurs

(Este vestido de Edith Heath, vestido maravillosamente por Grace Kelly, ha pasado a la historia de la moda) Cualquiera que haya tenido alguna vez una pierna enyesada sabe lo que es eso. Yo he pasado en dos ocasiones por esa experiencia. La primera vez fue en diciembre y me dediqué a ver trescientas veces “Doce hombres sin piedad”, la segunda, en verano, y escribí, o casi, mi libro sobre Manolo Caracol. Las noches eran lo peor. Todo el mundo durmiendo y tú intentando aliviar el picor de la pierna con una aguja de hacer punto, ay.  El patio de vecinos, la casa de apartamentos, es un espacio estrecho, saturado, desde el que no se ve la calle, salvo un pequeño resquicio. La claustrofobia que genera su pequeñez se une al hecho de que el hombre está sentado en una silla porque no puede moverse a causa de su pierna. El hombre es un fotógrafo, tiene calor, suda, padece de picores en la pierna y su única arma, su distracción, es mirar a través del teleobjetivo de su cámara de fotop

¿Por qué odio a Bergman y adoro a Woody Allen?

  (Foto: Morgan Norman) Creo que los jóvenes de los ochenta y noventa estaban obligados por una norma tácita a ver las películas de Bergman y a extasiarse con ellas. Después de ver la película se sucedían tertulias improvisadas en los cafés y en los bares cutres para comentar todos y cada uno de los detalles de las películas. Por qué ocurre esto, por qué ocurre lo otro, qué fue de su padre, qué ocurrió en su infancia...Así durante un par de horas. Todos estaban imbuidos del misticismo del director y de los argumentos complejos y rotundos que exhibía en su cine. También Woody Allen cayó presa de esta fascinación, lo que puede verse en algunas películas como él mismo ha confesado. Pero no hay color.  Me parece que he visto solo dos o tres películas de Bergman y las he encontrado insoportables. Quizá una de ellas puede ser pasable ("Secretos de un matrimonio") aunque no deja de ser un ejercicio de revolver la mierda de la vida conyugal cuando esta es un auténtico peñazo. Claro q

Allí la dicha tenía razón de ser

(Edward Henry Potthast, Escena en la Playa, Museo Thyssen) Salíamos temprano. Éramos muchos. Chicos y chicas que buscaban la intimidad del mar para conocerse mejor. Las risas eran el telón de fondo y también las canciones de moda. Todos bailaban al andar, el baile era su forma de expresarse. Las dunas tenían un encanto diferente y eran su territorio. Acampaban allí como si fueran una tribu salvaje. Parecía que nunca iba a acabarse el día. Las horas de sol chorreaban ese disfrute de la adolescencia interminable.  En algunos momentos ellos y ellas se separaban. Las chicas se lavaban la cabeza en el mar y se enjuagaban los largos cabellos con cerveza. El tono dorado del líquido formaba una capa brillante que duraba varios días. Los hombros se tostaban y las piernas se exponían al sol para que las sandalias lucieran en la noche. El anticipo de la felicidad era ese aire radiante del mar mezclado con alcohol.  Las confidencias se sucedían y también los besos oportunos, las manos enlazadas, l

Días de árboles rosas

  A la ciudad le habían robado el mar. No se podía distinguir a simple vista desde las avenidas, o las plazas, las calles o los blancos escalones de entrada a las viviendas. Tenías que subir a los altos campanarios, otear el horizonte desde las azoteas, sortear el verdín de las espadañas, distinguir el perfil de los miradores. Le habían robado el mar sin previo aviso y sus habitantes no tenían claro si eran una isla, un fortín, un despropósito, una ciudad armada hasta los dientes, un reclamo de algo que nadie pretendía, un paraíso imposible para los extranjeros, un reino inacabable mezclado con harina.  El patio del colegio tenía árboles rosas. El rosa del almendro se extendía por esa superficie inmaculada a los ojos de quienes ya nunca serían adolescentes. Los niños adoraban esos árboles. Nunca molestaban el crecimiento de sus pequeñas hojas y en ellos los pájaros construían nidos que nacían y morían eternamente.  La madre con la niña paseaba la ciudad de un lado a otro, sin hablar, e

Pastel de zanahoria

El tiempo de la infancia se escribe en las cocinas. El olor de los guisos y los dulces, el sabor del pastel o del puchero, el tacto del pan recién cortado. El tiempo de la infancia se escribe en las cocinas. Ahí están las madres. Son las dueñas del tiempo en ese recinto en el que todo ocurre. Hay milagros. Según la época del año se pueden encontrar verdaderas sorpresas, algunas de las cuales se mantienen en ti, el perpetuo sabor que nunca se te marcha, a pesar de que las ausencias lo cubran del humo de las ollas.  Ese dulce de zanahorias, por ejemplo, hecho de bizcochos de plantilla, zanahoria cocida y coco, mucho coco para cubrirlo, como un polvo mágico que no se escapa nunca de la mesa. Los días de dulce se abren con la cocina bien dispuesta, un paño blanco encima de los ingredientes, la cazuela cantando y las ventanas abiertas. Una mesa verde, grande, decorada con pintura antigua, unas imágenes que nadie sabe de dónde salieron, unas cenefas que parecen inglesas pero que están ahí, e

Saul Leiter: días de lluvia

  Quizá porque procedo de una tierra de mar y vientos, no me gusta la lluvia, salvo la que es mansa y cae sin apenas notarse. Por eso cierro la ventana, echo las cortinas y entro en el ancho mundo de Internet cuando los días amanecen oscuros y la tormenta avanza. No entiendo esos paisajes deseados de chimenea y de frío, ni tampoco los senderos pegajosos de agua, ni los árboles desnudos de hojas. Mi horizonte es la calma, la brisa caliente del levante y las noches diáfanas del verano que traen buenos recuerdos. De modo que, en los días de lluvia, observo las imágenes de Saul Leiter, leo algunos poemas de Pessoa o de Borges, miro hacia el interior en lugar de hacia fuera, y saco conclusiones: nada mejor que julio con las piernas desnudas, nada mejor que agosto de besos sin medida. 

Rachel, Rachel

  Mi amiga Louella me ha inspirado este post. La llamo amiga con todas las consecuencias aunque no nos hemos visto nunca. Es la clase de amiga que traen las redes. Parece mentira. Quién nos hubiera dicho hace unos años que llegaríamos a querer a gente invisible, gente a la que no hemos contemplado de cerca, ni oído su voz al natural, ni sentido su paso cercano...La mejor ofrenda que nos hacen las redes, por lo demás tan tóxicas a veces, son estas personas que surgen sin esperarlo. Gente que viene y bah. O mejor, gente que ofrece su rostro sin rasgos a la consideración de todos, con valentía, fortaleza, verdad. Si Jane Austen viviera en este tiempo sería una asidua escritora de tuits. Tendría su perfil y en él se vería una hermosa casa de planta baja y valla verde, con jacintos y prímulas.  Louella, mi amiga invisible, me ha inspirado este post. Hablando de películas. Da igual de qué película, da igual si de acuerdo o en desacuerdo. El caso es que en la tarde de casi invierno, de un oto

Elogio de la pausa

La muchacha se llama Gladys, Emma, Leonore, Sally....y está todavía en esa edad en la que la juventud es un atributo que puede disfrutarse sin prisas. Así, en la tarde verdecida de un tiempo en el que las flores están a punto de estallar para perderse, ella piensa sobre las cosas mientras balancea con desinterés un tallo de lirio amarillo silvestre. El vestido se mueve con la ligera brisa. El ala del sombrero oculta sus ojos al sol de la tarde. Podría ser Gudrun volviendo de la clase de pintura o Úrsula regresando de la escuela. Quién sabe qué nombres ocultos anidan en ese corazón afortunado bajo el vestido de muselina y gasa color hielo.  La vida nos azota en tantas ocasiones que es bueno demorarse. Volver hacia una misma y hallar allí la dicha, las palabras que hemos escondido para que nadie osara convertirlas en un fuego sin límites, en una extraordinaria orquesta de pavesas. Miramos a lo hondo y vemos sentimientos que nunca salen fuera porque no queremos que se contami

"Amor+odio. Relatos y ensayos" de Hanif Kureishi

Me gusta mucho Hanif Kureishi. En este blog he reseñado otras obras suyas: Intimidad , La última palabra   y Nada de nada . Los libros de Kureishi, sobre todo esos potentes personajes masculinos que los llenan completamente, me recuerdan a Philip Roth y sus animales moribundos. Repelen y atraen. Gente desasistida de sí misma, ayuna de afectos, siempre dependiendo de que los otros, que parecen más débiles, estén a su alrededor para darles vida de alguna forma. Son vampiros emocionales que cruzan un aire divisible. Creemos, quizá, al leer estos libros, que no existen, que no hay gente mayor, ancianos, que se niegan a serlo y que utilizan su poder, su inteligencia, su dinero, su fama, para encontrar carne fresca, para encontrar algún sentido a su decrepitud. Pero los hay, porque la naturaleza humana, como ya se ha escrito tantas veces, es la misma en todas partes.  En este caso estamos ante una recopilación de relatos y de ensayos que muestran el estilo literario del escritor sin que deca

La extranjera

Hoy he vuelto a pasar por la calle de mi infancia. Indiqué al taxista que me dejara en la plaza de atrás y la he recorrido entera, de principio a fin, emulando el camino que hacía para ir y venir al colegio. No la he reconocido apenas. Ni siquiera me han venido imágenes del pasado, tan distinto es ahora todo. Los olores ni siquiera son los mismos. Las casas bajas con sus azoteas y sus cierros al exterior han sido arrasadas por pisos de hasta cuatro alturas. Solo muy pocas de ellas se han salvado pero no tienen el mismo aspecto, porque a todas se les han incorporado elementos nuevos que las hacen irreconocibles. A la mía le han colocado un zócalo de piedra ostionera que nunca tuvo y han pintado los barrotes de las ventanas de verde, cuando antes eran de un gris casi negro. Sigue conservando cierto parecido pero a mí me ha resultado extraña como suele ocurrirte cuando vuelves a encontrarte con alguien después de mucho tiempo: te empeñas en buscar aquello que te unió alguna vez, pero

Los objetos viven en los bares

Los bares, esos sitios que se visitan esporádicamente o donde se "para". Ese concepto, el de "parar en un bar" es muy antiguo. En la calle  había uno o dos sitios donde siempre estaba la misma gente. Eso  causaba extrañeza y cierto desasosiego. Qué hacen ahí, se preguntaba. Claro que no había respuestas. Porque esa pregunta era siempre interior, íntima y, en realidad, retórica. Los observaba sin que la vieran cuando pasaba por la puerta y desde lejos. Los hombres, siempre eran hombres, permanecían estáticos, algunos acodados en la barra, otros en mesas. Algunos, en grupo; otros, solos. Los solitarios  llamaban la atención. No hablaban ni decían nada. Al menos en la imaginación eran gente atormentada, gente que tenía cuentas pendientes consigo mismo. Era como si Clint Eastwood hubiera bajado de la pantalla del cine de verano y se hubiera situado allí, en un rincón, sin partir peras con nadie. Tenían siempre un vaso delante. Un vaso de vino, una chiquita, y nun

La tarde estaba llena de un mar de tonterías

Todas las estaciones tenían las mismas letras. Escribíamos renglones casi sin darnos cuenta. Y la vida seguía su ritmo sin cansarse, tardes, las madrugadas, los otoños, los fríos. El gris ámbar del cielo en los amaneceres. El tibio sol que entraba por la ventana a secas. Y el jardín que se abría como un mar de amapolas. Escribíamos la dicha y yo no lo sabía.  Una vez estuvimos al borde del abrazo. En las tristes noticias contábamos a solas que los sueños se sueñan pero nunca se cumplen. Y aún así era glorioso pasear las alamedas, confiar en que las horas tenían sabor a instantes y que todo se estaba formando sin quererlo, porque éramos tan difíciles de ubicar por la suerte, que la suerte llegó y no supimos verla.  Si pudiera contarte cómo el sol se estremece cuando cruza el umbral de la ventana abierta...Si pudiera enseñarte cómo el engaño vibra y nos hace más pobres, nos encuentra más fríos...Si pudieras mirar con esos ojos tuyos cómo se desenvuelve al borde de las lágrima