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Recuerdo a cada hombre que me quiso

He olvidado a todos aquellos que no me quisieron. Ahora, en mi memoria, solo está cada uno de los hombres que me quiso. El muchacho de la motocicleta que traía a lomos una gigantesca muñeca vestida de color rosa. El chico del autobús, que se quedó esperando, con los ojos azules. El estudiante listo, perspicaz, versado en Económicas, que lloraba a la puerta de mi casa. El hombre de mirada verdosa, boca de los mil besos que creyó que podía jugar a tiempos pasados. El novio alto y delgado que se quedó en la orilla.  Hubo también quien me llenó de versos y en las noches de agosto y de Baeza escribía para guardarlos luego en un cajón desierto todas sus peticiones. Los de fuera, los del extranjero, la gente dulce, los tiernos e inseguros. Los tipos de las aventuras, los que no podían ser y lo intentaron y dejaron un reguero de luces que todavía iluminan sin que ellos siquiera lo adivinen. Algunos fueron buenos y por eso los tengo en el recuerdo. Los guapos del verano que iban y vení

Un veneno directo al corazón

Ese veneno tuyo directo al corazón no va a surtir efecto. Rebotará como una vieja pelota desgastada y caerá al suelo. Allí la lluvia lo convertirá en nada, el fuego lo arrasará sin duda y el viento va a dispersarlo lejos, lo más lejos posible. Y aunque mis hombros se hundan por un momento, aunque mis lágrimas afloren sin evitarlo, no sembrarás la duda, ni cavarás en mí una zanja profunda por donde habite el odio. Seguiré sin odiarte aunque lo quieras.  Esas frases malvadas que destilas, ese desafío a la bondad y a la pena, esa ausencia de compasión y de sonrisas, todo eso lo conjurará la música, todo eso lo salvará la vida, todo eso se cubrirá de asfalto y desaparecerá contigo, cuanto antes, antes de lo que piensas, antes de lo que creo, antes de que la nueva primavera se trastoque en verano, se llene de azahar reconvertido en tiempo.  Oiré su voz y aprenderé a perdonarme entera. Me enseñará a descubrir mentiras, a ocultar emociones que no sirven y arañan, me enseñará a que

La declaración

Aquel vestido rojo todavía anda guardado en un armario. Tenía un aire vintage que recordaba los años cincuenta. A ella siempre le ha gustado el rojo y a él también. La noche calurosa del 26 de julio permitía llevar libres los brazos, libre el corazón, totalmente libre todo. No recuerda muchos detalles pero en el ambiente brillaba una especie de expectativa única. El barrio estaba de fiesta y mucha gente paseaba junto al río, cuya cinta de plata era un atractivo para todos. Las casetas de la Velá se abrían en toldos verdes y blancos y la música se mezclaba entre unas y otras. Hay frases que nunca se borran y que tienen el peso de las evidencias más claras. Una declaración de amor es una especie de salvoconducto a la felicidad. Y esta vez fue cierto. Nadie mintió, nadie escondió nada, los dos supieron que era tan exacto como lo pueden ser las cosas. Podrían escribirse muchos libros sobre el desamor y ninguno sobre el amor correspondido. La dicha tiene menos literatura y no hiela la

Todo es azul

(Foto: Nina Leen, 1960) Azul la piedra y azul el horizonte. Ojos azules y una sonrisa terca que adivina el fondo azul del agua, antes del verde atlántico. Abriste las ventanas y escuchaste el sonido del viento que escribía cualquier nombre sin saber lo que hacía. Y luego, camuflaste los versos en tarros de cristal, en abierto abanico de nostalgias, en noches indecisas sin esperas. Te diste cuenta y fue demasiado tarde. Los tiempos se habían eternizado y convertido en fuego, donde antes hubo nieve y luego lluvia. De modo que el azul fue recompensa, el sueño de sentir que, en la distancia, sin descanso ni pautas ni mandatos, allí todo, en las olas, aguas azules, el aire susurrando, todo en la búsqueda, en ti, perdido todo, aquella soledad, aquella huida. 

La mirada honesta

"En un considerable número de países que durante alrededor de cien años han disfrutado de una libertad prácticamente total de debate público, esa libertad se halla hoy coartada y ha sido reemplazada por la compulsión a coordinar el discurso con los puntos de vista que el gobierno considera oportunos o sostiene con toda severidad. Puede resultarnos provechoso considerar brevemente el efecto de esa compulsión o persecución sobre los pensamientos, así como sobre las acciones" (La persecución y el arte de escribir. Leo Strauss) Este texto de Strauss que da inicio a uno de sus ensayos puede servirnos a modo de palanca para intentar avanzar en algunas cuestiones relacionadas con la escritura literaria y que tienen mucho que ver con la forma en que un lector se acerca a un libro. Las condiciones de honestidad y de libertad se le suponen al libro solo porque se ha escrito y porque el autor así debería haberlo calculado, pero si el lector, que es la tercera pata de esa me

Hogar mío

Te has levantado temprano y algo cansada. La noche anterior ha sido difícil. Las despedidas siempre lo son. Un beso leve, solamente eso, suficiente para que desees más y para que obtengas menos. No hay esperanza, piensas. No hay nada.  El tren ha salido a tiempo y tú te has acomodado en él, en una esquina junto a la ventana. Te gusta ver pasar el paisaje como si corriera detrás de ti, como si te estuviera persiguiendo. Al fin, tú misma te sientes perseguida, como si no pudieras escapar de ti misma, de lo que sientes, de lo que ansías.  No hay remedio. No hay nada. Repites esta frase una y otra vez, la repites para ti misma, no quieres olvidarla. Las cosas son como son y tú eres una persona práctica, directa, que no quiere sufrir por tonterías. Pero, a veces, el dolor te traspasa, tú lo sabes, y llega en oleadas, como cuando te tuerces un tobillo y el pie se te va hinchando y, al tiempo que se hincha, recibes el dolor en todo el cuerpo y no puedes moverte sin gritar.

Confórmate con filosofar

Recordarás la escena. En ese baile tan ansiado por todas que se celebra en Netherfield, Elizabeth Bennet y su hermana Mary están sentadas sin bailar. Para las muchachas de finales del XVIII y esos primeros años del siglo XIX el baile era el mayor motivo de diversión, el espacio en el que acontecían los principales prodigios, a saber: hallar un hombre con medios económicos suficientes como para librarlas del oprobio de depender de otro hombre, un padre o un hermano. Como dice Italo Calvino en el prólogo de un libro que he leído recientemente, y que ahora no voy a detenerme en buscar (aunque no soy Umbral, desde luego), las mujeres han estado toda la vida esperando, sufriendo y bajo el dominio de un hombre, que, al final, terminaba por engañarlas. Aunque rodeada de la fina ironía de Austen , la actitud de Elizabeth no deja de ser la misma que la de otras chicas casquivanas que florecen en el libro que recoge la escena, "Orgullo y Prejuicio" . Cuando Mary lanza un aleg

Cucarachas

(Fotografía de Bruce Davidson) Una vez tuve una cita la mar de interesante. Tenía todos los condimentos para resultar uno de esos encuentros sobre los que una escribe en su diario, con letras cursivas y con muchas exclamaciones. Muchos oh, ah y guauuuu. Era bastante lejos pero me tomé mi tiempo y mi tren. Me puse un vestido rojo que solamente llevo en ocasiones especiales (esta lo era) e incluso unas sandalias muy altas. Tuve la tentación de guardar las sandalias en una mochila y ponérmelas al llegar, pero me pareció horroroso, porque no encajaban mi vestido elegante y mi cluch color champán con una mochila de Adidas. Así que aguanté todo el tiempo las sandalias, que eran de una de esas marcas que se anuncian en Internet con unas chicas de pies perfectos que parecen volar. Cuando te las colocas, observas que el dedo gordo empieza a quejarse y cuando te las quitas todos los dedos cantan al unísono una canción que no podrás olvidar: Ay, ay, ay, quítame esto de encima para siempre

Elegancia rosa

Desde que a principios del siglo XIX los Hermanos Grimm escribieran, a partir de la tradición oral, el cuento de hadas La Cenicienta , este se ha convertido en el espejo en el que se han mirado incontables obras artísticas. La historia de la muchacha que pasa de ser fregona a princesa es tan atractiva que sigue funcionando.  Eso es Sabrina , la película que en 1954 dirigió Billy Wilder, ese genio cuyo palmarés exhibe algunas de las mejores muestras de toda la historia del cine.  Sabrina es una película, elegante, clásica y llena de encanto. Es el canon de la comedia romántica. Y ello por varios motivos: la selección de actores, perfecta, con una Audrey Hepburn deliciosa y pizpireta y la lucha (bastante más real de lo que parecía) entre William Holden y Humphrey Bogart, ambos tan distintos y tan fascinantes. Luego están los diálogos, llenos de brillantez, de chispa. Y la realización, sencilla, poética, eficaz, con una iluminación que pone en valor los gestos y las emociones. Y

La arquitectura de la emoción

Descubrimos juntas la arquitectura. La belleza de las formas. La armonía de la piedra en el paisaje. La frescura del acero mezclado con vidrio. La fortaleza del hormigón. La calidez del nogal, del pino o la caoba. Descubrimos juntas las texturas. Esa unión armoniosa y sustancial del diseño y la ingeniería. Esa búsqueda del espacio interior. El reconocimiento de lo útil. La vida nos ha separado pero, en el fondo, cada una de nosotras sigue llevando dentro a la joven estudiante indecisa que encontró a Frank Lloyd Wrigth en la figura triste de Gary Cooper.   El eterno dilema entre tradición y modernidad, la lucha del artista por defender su verdad, es el tema central de la novela “The Fountainhead“, escrita por Ayn Rand y publicada, con enorme éxito, en 1943. Eran tiempos de afirmación. Howard Roark , el arquitecto que la protagoniza, representa el ideal de integridad, independencia y talento, que tiene que abrirse paso a través de un stablishment que nunca entenderá su postur

La poética del naufragio

Hay una lentitud cansada en la película, un ritmo sostenido pero lleno de silencios forzosos. Es como si la respiración se detuviera en aquellos pasajes que más encogen el alma, como si no pudiéramos con la vida a veces. Imposible abarcar en argumento lo que es una trilogía inacabada, pues, incluso en el final quedan tantos cabos sueltos que podrían surgir secuelas e, incluso, volver atrás a indagar en el pasado oscuro.  El hilo de los hechos se sostiene sobre una emoción imperturbable, rostros que se muestran sorprendidos por la cámara como si esta hubiera entrado de repente y sin aviso en una habitación privada. Ese aire de culpa, ese aspecto furtivo de las cosas que muestra es uno de los logros y nos hace pensar en cuántas perspectivas tienen las acciones humanas, cuántos avatares pueden interpretarse de mil y una maneras. Lo obvio nunca es tal. La historia lo demuestra.  La música señala los pasos a seguir. Traza con firmeza, como un delineante en un estudio, que tod

El traje blanco de Henry Fonda

Reginald Rose imaginó un espacio claustrofóbico, una pequeña habitación con dos ventanas que no abren bien. Imaginó el día de más calor del año, una inminente tormenta y un ventilador sin funcionar. El aire del cubículo se vicia con el humo de los cigarrillos. Todos fuman. No ha llegado todavía el momento de la prohibición. El grupo de hombres atareados no se conoce entre sí y se sientan alrededor de la mesa, la mayoría de ellos con prisas. Tienen negocios que atender y partidos que les emocionan. Un guardia ha cerrado la puerta de la habitación desde fuera. Como si tuvieran que examinarse de una oposición y eso fuera la encerrona. Algunos están de vuelta, otros son novatos. Son todos hombres. ¿No había mujeres en los jurados de los años cincuenta?. Cada uno de los jurados tiene un número pero pronto podemos asignarles una definición, algunos adjetivos, podemos señalarlos y distinguirlos: El jurado número 1 es el presidente, el 2 es un simpático gafitas, el 3 un hombre adusto que me

Qué será, será...

En 1956 Alfred Hitchcock decide hacer un remake de una película suya de 1934. Ambas llevan el mismo título original “The Man Who Knew Too Much”. En el argumento hay algunos pequeños cambios: una niña se convierte en un niño; Suiza en Marrakech; los Lawrence en los MacKenna. La diferencia sustancial estaba en que la Gaumont British, una productora de segunda para películas de bajo presupuesto, no era la todopoderosa Paramount Pictures. Doris Day abandona momentáneamente su cocina de diseño color vainilla y su papel de mujer independiente reacia al amor. Atrás quedan los tailleurs, los conjuntos de vestido y abrigo, los coquetos sombreritos de piel, las capas…Se aleja de Rock Hudson y sus hipocondrías, sus celos o sus devaneos sentimentales. Salta sin red del plató de “Pijama para dos” y se aparece en “El hombre que sabía demasiado” , transmutada en esposa de médico y en mamá de Hank, un niño avispado y algo entrometido. Este es, por lo tanto, un Hitchcock con una rubia