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La mirada insistente de May Sarton

Así suceden las cosas: una editora de una pequeña editorial descubre a una escritora que le gusta y que no ha sido traducida al español. La editorial se embarca en una primera traducción. Y funciona. El boca a boca de las redes ayuda a esa difusión y el nombre de la autora comienza a ser conocido en la élite de lectores avanzados, sobre todo mujeres, que están atentos a las novedades y que consume literatura no comercial.  De este modo, May Sarton llega a nuestras estanterías y a nuestras vidas de lectores en las que el libro y todo lo que trae consigo es un elemento fundamental. Comenzamos a leerla y estamos pendientes a las novedades que se van publicando. Y así descubrimos algo que todo autor posee y que es el punto de arranque de cualquier obra literaria: el estilo. Dado que lo que se está publicando es todo memorialístico, podemos afirmar que su manera de mirar el mundo y de trasladarlo a la escritura tiene sus especiales características. Yo no lo llamaría autoficción, sino, más

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

Amigas

  Uno de los temas recurrentes en las obras de Jane Austen es la relación amistosa entre mujeres, en concreto, entre las jóvenes protagonistas y otras jóvenes de edades parecidas. En el caso de “Emma” estas relaciones pueden analizarse a través de dos casos, bien distintos, pero de los que podemos extraer conclusiones interesantes. Se trata de la amistad con Harriet Smith, por un lado, y con Jane Fairfax, por otro.  La primera cuestión que tenemos que destacar es que, en ninguno de los casos, hablamos de amistad entre iguales. La diferencia social que hay entre Emma y las otras dos muchachas es notoria. Se trata, pues, de relaciones asimétricas, pues la única mujer que en la novela puede mantener una relación de igual a igual con ella, por su posición, es su hermana, Isabella, pero el interés que dicha relación tiene en la historia es muy escaso, todo lo contrario que ocurre en otras obras de Austen, como “Sentido y sensibilidad”, donde las hermanas Elinor y Marianne son el eje de la n

Modelos de mujer

  Generalizar no es científico. Eso nos dicen siempre. Pero resulta difícil escabullirse a la atención de clasificar, organizar, definir, ciertas características que pueden aplicarse a más de una persona. En el universo femenino de “Emma” hay personajes que podrían ser, en sí mismos, arquetipos, si es que creemos en ellos. Pero da la impresión de que a Jane Austen no le interesaba dejar establecidos tipologías sino contar historias en las que lo sustantivo es la gente. La gente, sus pensamientos, sus ideas, sus vidas. Resulta muy atractivo adentrarse en las mujeres de “Emma”. Cada una de ellas aparece dibujada con nitidez, aunque, si apartamos de nuestra mente las imágenes que han surgido de las adaptaciones cinematográficas o de las series de televisión, tenemos serios problemas para formarnos una idea cabal de como eran si nos atenemos a los atributos físicos. Es maravilloso comprobar la importancia capital que la autora da a lo que conocemos como “forma de ser”, por delante, por sup

Una casa en la montaña

El lazo era celeste y celeste el jersey y blanca la camisa. Y el pelo rizado, en una de las ocasiones en que el viento hacía de las suyas, y el flequillo se movía a su ritmo, sin nada que pudiera detenerlo. Y entonces surgía la sonrisa y el flash del fotógrafo se conmovía sin darse cuenta de que no era oro todo lo que reluce. Cuántos errores se cometen sin saber que luego no hay salida...Aquellos años estaban cubiertos por la pátina de la amistad. Los amigos nos recibían en sus casas, nos llamaban por teléfono, nos escribían alegres cartas, venían a vernos. Todos los amigos tenían cosas que contar, fotografías que enseñar y aventuras por relatar. Los escuchábamos y hacíamos que ellos entendieran que eso era parte de vivir entonces. Pero era él. Él obraba el milagro. Conocía exactamente la forma de perpetuar las relaciones, de hacerse imprescindible, de intercambiar la vida a sorbos. Sabía hacerlo y yo, en lugar de aprenderlo, huí en cuanto pude. No se puede cambiar el destino o qui

Elegantes

  He encontrado esta foto en una red social. Me ha hecho pensar, recordar, escribir. Aparentemente solo son personas que están tomando algo en una calle de Londres, en una terraza de mesas verdes y sillas que parecen bastante incómodas. Aquí en primer plano un señor mayor. En segunda fila una pareja que está comiendo algo. Más allá otro señor. El señor mayor tiene un libro en la mano, está leyendo. En la silla de al lado hay más libros y lo que parece ser otra bolsa también llena de libros. No hay nada en la mesa, acaba de llegar o no ha pedido nada. Está absorto en la lectura. Lleva gafas de montura negra. Está concentrado absolutamente en lo que lee. La distancia nos impide ver de qué libro se trata.  El hombre mayor va muy bien vestido. Pantalón gris de raya bien planchada, una camisa clara, una chaqueta azul. Lleva calcetines azules y unos mocasines negros bien limpios. Es un hombre elegante y su elegancia no es afectada, no es cursi, no es presuntuosa, sino natural. Es elegante la

La France critique Jane Austen

  El primer crítico francés que prestó cierta atención a las novelas de Jane Austen fue Philarète Chasles (Mainvilliers, 1798-Venecia, 1873). Cuando digo "cierta atención" no exagero porque se limitó a escribir dos frases sobre ellas, nunca agradables ni positivas, en un ensayo que publicó en 1842 sobre Walter Scott. Este ensayo no tiene demasiada importancia en el conjunto de su obra, que dedicó al estudio de las literaturas inglesas y alemanas. En ambos países, Inglaterra y Alemania, residió durante algún tiempo y esto le permitió ahondar en su idioma y en su literatura. No era nada proclive a admirar a la señorita Austen, de quien entonces se hablaba poco fuera de su país natal y de quien no había salido a la luz todavía la novedosa biografía de su sobrino, definiendo un retrato de su tía que encandiló en la época. Para Chasles Jane Austen era aburrida, insustancial y prácticamente una vulgar imitadora, aunque en este punto muestro mi perplejidad porque ¿a quién imitaba? ¿

Cuestión de estilo

  El uso del estilo indirecto libre es una de las características de la escritura de Jane Austen que más llaman la atención y más estilizan el relato. Sin que aparezcan verbos introductorios la expresión se hace más suelta y se mezclan las voces del narrador y del personaje, de modo que los lectores tenemos que aguzar el ingenio para distinguirlos y también para adjudicar a uno o a otra las ideas y los pensamientos. Esta forma de narrar contribuye a que se expanda esa ironía que traspasa toda su obra, o casi toda diría yo, porque cuesta mucho encontrarla en "Mansfield Park" o "Persuasión", salvo, en este último caso, en lo que atañe a la forma en que se describe a sir Walter Elliot y su obsesión por el baronetario. En este sentido, Elliot es muy parecido al señor Elton, al señor Lucas o al señor Collins, todos ellos muy preocupados del lugar que ocupan en la sociedad y de sus amistades y usos cotidianos. Debió conocer a bastantes tipos de esa misma calaña porque

Jane Austen, en français

  La traducción de los libros de Jane Austen al francés fue muy temprana. Sentido y sensibilidad que se había publicado en 1811, se tradujo en 1815 con el título Raison et Sensibilité, ou les Deux Maniéres d'aimer. Sus sucesivas traducciones fueron cambiando este nombre, desde Raison et Sensibilité en 1945 a Marianne et Elinor en 1948, o Le Coeur et la Raison en el mismo años.    Por su parte, Orgullo y prejuicio había salido a la luz en 1813 dos años después de la novela anterior y no fue traducida hasta después de la muerte de la autora. Orgueil et Préjuge , apareció en 1821 y también tuvo, como la anterior, diferentes nombres en algunas ocasiones: Les Cinq Filles de Mrs Bennet, 1932, por ejemplo.  Mansfield Park , de 1814 y Emma, de 1815, aparecieron enseguida en Francia, ambas en 1816. La primera llevaba el título de Le Parc de Mansfield ou les trois Cousines y Emma como La nouvelle Emma, ou les Caractères anglais du siècle . Ambos seguían la norma de la época de los títu

Nieva sobre la Toscana

Esta tarde, las tres, que somos tan distintas, hemos escrito versos sobre el mantel de flores. Las tazas blancas del café, las cucharillas, el sonido rítmico del agua a un costado, todo eso ha sido el telón de fondo de nuestro imaginario viaje. Hemos llegado a la Toscana al ritmo de esos versos. Los versos de catorce sílabas y, aunados, tres corazones diferentes con la intención de verter algo de desconsuelo y recoger sonrisas.  Hemos imaginado que la calle, cubierta de flores y de plantas aromáticas, se abría a nuestros pies en forma de sorpresa. Y que una puerta verde surgía en el fondo y que, dentro de ella, el aroma suave de un pastel recién hecho, abrazaba los cuerpos abiertos a la vida. Así las confidencias han trepado sin duda sobre ventanas que nunca cerrarán sus postigos y podremos escribir lo que somos sin miedo que una daga cruce nuestro anhelante corazón.  Esta tarde, las tres, con el miedo a lo duro de la vida, hemos volcado sobre la mesa de madera, el sueño

Por fin una alegría

El año 1803, traería una novedad muy importante en la vida de Jane Austen , algo que ella anhelaba más que nada en la vida. Aún no había logrado publicar nada y tenía escritas varias novelas. Pero esto parecía que podría cambiar. La revista "The Flowers of Literatura for 1801, 1802" anunciaba que una nueva novela vería pronto la luz. Se llamaba "Susan" y sería editada por Benjamín Crosby e hijo. Se había escrito entre los años 1798-1799 y revisada poco después. Por supuesto, aunque no se dice nada, la autora era Jane Austen. En la primavera de 1803 vende "Susan" al citado editor por diez libras.  Diez libras eran mucho dinero si tenemos en cuenta que la asignación anual que le daba su padre para sus cosas personales era de veinte libres. Fue el primer dinero ganado y aunque sabemos que la novela no se publicó entonces ni con ese nombre, el paso estaba dado y su vida iba a cambiar para siempre. La novela vio la luz por fin después de que ella muriera, co

"Amy e Isabelle" de Elizabeth Strout

Elizabeth Strout es la autora de Me llamo Lucy Barton que aparece reseñado en otro lugar de este blog. Nació en Maine, en 1956, pero vive en Nueva York desde hace años. Esta es su primera novela. Hay que recelar de las "primeras novelas" que salen a la luz ante el éxito de las segundas o terceras. Pero, en este caso, no hay motivo. Amy e Isabelle es aún mejor que Me llamo Lucy Barton. Especialista en relatos y cuentos que publica en revistas y que la han llevado a ganar el Premio Pulitzer (Olive Kitteridge), su personalidad a la hora de escribir hace el efecto de una llama que atrajera a las mariposas. Es, sencillamente, única.  En Amy e Isabelle se cuenta la historia de una madre y una hija, pero también la de toda una comunidad. Los personajes que transitan por el libro no son felices y ninguno hallará más que una especie de rutina confortable a lo largo de su vida. No hay falsas esperanzas, no hay optimismo. Tampoco desesperación, sino el transcurso ritual d

Retrato de madre con libro al fondo

(Fotografía de Frances McLaughlin-Gill) La madre tenía siempre un libro en la mano y una película en la cabeza. Las dos aficiones, lectura y cine, las llevaba tan dentro que hubiera querido ser Lady Rowena o Scarlet O`Hara. A veces lloraba con los melodramas, pero disimuladamente. Y otras veces se enzarzaba en una discusión sobre el final de un libro que no le parecía apropiado. Sus libros llevaban su nombre en la primera página, el día en que empezó a leerlo y, al final, un pequeño comentario. Unas pocas frases lograban resumir todos los pensamientos que acudían en tropel cuando leía. Su imaginación era desbordante. Podía inventar vestidos, muñecas e historias para contar en las noches de tormenta. No tenía miedo a nada. Se sabía de memoria los argumentos de las películas como si ella hubiera sido la guionista. Y conocía a los actores y actrices, a los directores, y también los cotilleos del rodaje: tal o cual enamoramiento, tal o cual rencilla. Los libros le permitían tener

"Noche y día" de Virginia Woolf

Una pena impertinente Reina en mí de noche y día  Porque a mí ná me divierte  No encuentro más alegría  Que el rato que vengo a verte (Enrique  Morente) En la contraportada de este libro se desliza una frase referida a la protagonista que bien podía aplicarse a la autora: "no sabe qué esperar de su vida". Más allá de ser la reina de un grupo de intelectuales y artistas; más allá de una privilegiada situación social y una desgraciada vida familiar; más allá de un talento reconocido para la observación; más allá de la creación de un lenguaje propio, escrito en una habitación propia y en un jardín bajo el sol poniente...más allá de todo, Virginia Woolf fue una mujer que no sabía qué esperar de su vida. Esta característica, común a otras personas pero mucho más acusada en la gente de temperamento artístico que no tiene la obligación de fregar el suelo y tender la colada, hace evidente que la esperanza está casi ausente de tu visión. Para mantener una actitud esperanzada hay que c

La calle secuestrada

  En mi calle solo había calle. No recuerdo zonas infantiles, ni carriles bici, ni areneros para los niños, ni instalaciones deportivas, ni pasos de peatones con mortadelos, ni semáforos, ni policía de proximidad, ni supermercados, ni alumbrado navideño...Era solo calle y estaba rodeada, del curioso modo en que allí las cosas existían, por huertas, salinas, estaciones de tren, cines de verano y mar. El mar era lo más lejano y, aun siendo un océano, muchos pensábamos que esa distancia era infinita. No podía asaltarnos la fuerza de un maremoto, porque el mar era una cosa lejana. Antes de él, a modo de antesala, de recuerdo y de embajadores, estaban los esteros, que eran mar salada, demasiado salada para mi gusto, impregnados de sepina, de toda clase de olores y llenos de peces y, de nuevo, de sal.  Los montículos de sal rodeaban la calle por el lado de las salinas y las huertas estaban en la otra orilla, como si el mar y el campo tuvieran ahí un punto de unión. No recuerdo de quién era l