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El desasosiego

Es posible que la tormenta haya activado algo que hasta ahora no tenía claro el resorte. Una especie de lucha inmensa e   interior, de meteorito salvaje que estalla. Una llamada íntima, un desasosiego que nada tiene que ver con el nerviosismo de los quehaceres, ni de las búsquedas. Es una emoción basada en la rabia, en la ira, en la sensación de injusticia, en la impotencia de la pérdida, en la evidencia de que las salidas están cerradas y alguien ha tirado las llaves al mar. Por eso, porque la tarde ha caído entre rayos y truenos; porque el agua tan deseada no ha llegado y eso hace el día más oscuro y tétrico; porque si cae la noche y no he sido capaz de hallar alguna respuesta; por eso, por todo eso y por algunas cuestiones más que no puedo explicar, es por lo que me siento aquí, en esta esquina del salón que podría llamar mi reino, y deambulo con la cabeza por los hechos del día y de los días pasados, para hallar alguna explicación que me convenza o que, al menos, no me lleve a más

Muchachas cosiendo

  (Muchacha cosiendo de Edward Hopper) Las Damasio, todas mujeres, cuatro hijas y la madre, vivían en una casa grande y bonita que tuvo momentos mejores. El padre pertenecía a una familia que tenía viñas y huerta. Las viñas daban un vino dulce que luego vendían en su propio establecimiento. El vino de Damasio gustaba a todo el mundo. Y el padre era un espléndido vendedor, siempre atento, amable y pendiente de la clientela. Nadie tenía queja alguna de él y menos que nadie su familia, sus hijas y su mujer. Era uno de esos hombres que estaban enamorados de su esposa de una forma tan absoluta que las hijas se miraban entre sí porque parecían estorbar cuando los padres estaban cerca el uno del otro. Un amor tan distinto a lo que sucedía en las casas de las vecinas que ellas, las hijas, lo convirtieron desde niñas en el amor perfecto, en el ideal del amor y del matrimonio. Podían haber durado toda la vida juntos y felices, haber celebrado las bodas de plata, de oro, de platino o de diamante,

Tom Sawyer, pintando la valla

  La niña aprendió a leer sola. Aún no había cumplido cuatro años. La madre se dio cuenta un día que paseaban por la calle del cine. Llevaba a la niña de la mano y la observaba mover silenciosamente los labios. La calle rodeaba al cine de verano y en su pared blanca y alargada se veían, colgados, enormes cartelones que anunciaban las películas. La niña se paró delante de uno en el que se veía a una pareja joven abrazada: “Romeo”, dijo. Y, al instante: “Julieta”. ¿Romeo y Julieta? dice la madre. Sí, contesta la niña. Esa noche en el cine se vería la película de Zeffirelli y allí estaba el anuncio, con Olivia Hussey y Leonard Whiting mirando a cámara. Cuando llegaron a la casa, la madre preguntó a la niña: ¿Qué película era esa?. La niña contestó: “Romeo y Julieta”. Y se fue saltando a la pata coja y repitiendo una y otra vez, romeo, romeo, romeo, romeo… La niña había aprendido a leer sola en los carteles del cine y también en el periódico que su padre dejaba en una esquina de la mesa de

Conversaciones

Estas mujeres parecen silenciosas. Están sentadas una junto a otra pero no tienen nada que decirse. O quizá hablan consigo mismas y entablan un diálogo íntimo que nada puede interrumpir. Echan la cabeza hacia un lado como si fueran modelos de Modigliani y visten de colores férreos, mientras mantienen los ojos entornados y la espalda encorvada. No parece que ninguna de ellas sea feliz. El silencio nos aleja de los otros. Salvo en esos casos en que otro lazo mayor nos une, el lazo del amor el de la piel. En el resto, la conversación es el aliciente mayor, el benevolente sueño que inspira, que adormece, que irrumpe, que llena. Estas mujeres silenciosas tendrían los ojos más abiertos si hablaran entre ellas. Tendrían las manos más libres y la actitud más curiosa. Sabrían detalles del mundo que ahora ignoran. Salvarían del miedo a las otras y a sí mismas. Buscarían un arsenal de abrazos para repartir sin avaricia. Serían mujeres más felices, más plenas. Es el silencio lo que les estor

Claro sol de octubre

  (Uta Barth, fotografía) Había un sol. Un sol de octubre, avaricioso y espléndido. Y era la calle. La intersección de tres calles dejaba el horizonte despejado. Yo, en la calle. Yo, de niña, saltando charcos, subiendo y bajando la calle. La calle, mi reino. La calle, el espacio sideral, virgen, imposible, impredecible. Un hueco entre las espadañas, las azoteas, los balcones y los tejados se abría paso para que la luz cruzara sin tasa. En esa intersección de los caminos, en ese cruce, estaba yo y llevaba unos zapatos de color rosa y unos vaqueros grises y una gabardina, fina y etérea, malva, del color de las lilas aún no nacidas. Era la resurrección. Volaba.  Era mediodía, era viernes, las clases habían terminado por esa semana, ya no había nada que hacer salvo, quizá, sentarse a disfrutar de ese rayo de sol, pasear por la calle con los zapatos rosas, moverse de un lado a otro, hablar, hablar, reírse. Por vez primera en años fui feliz, no tuve miedo, ni dolor, mis pies se movían con so

Para ellos no hay medallas

  En muchos pueblos y ciudades, en barrios, en calles concretas, en barriadas, en pedanías, en aldeas, siempre hay alguien que levanta la voz. Suele ser alguien que ha nacido allí o que tiene un interés especial por conservar, cuidar, proteger, aquello que conoce bien y que no quiere que se pierda. Da igual que sean especies arbóreas, terrenos, edificios antiguos, puentes, acueductos, calzadas, conventos, iglesias, casas, azoteas, remates, patios de vecinos, cualquier cosa que tenga interés histórico o artístico y que merezca cuidarse, que merezca dar la cara por ella. Estas personas son insustituibles. Escriben en periódicos para exponer sus quejas, lanzan cartas a la autoridad, ahora usan las redes sociales. Van con sus cámaras de fotos y nos muestran el pasado, el problema y una posible solución. Sobre todo, denuncian. No parece que a la gente le importe mucho pero ellos son incombustibles, prosiguen con su tarea sin recompensa alguna, no son conocidos ni reconocidos, pero sí impres

La mejor Agatha del cine

  Resulta curioso que la mejor adaptación que se ha hecho nunca de una obra de Agatha Christie sea esta, "Testigo de cargo" y las circunstancias sean tan curiosas. Para empezar es un relato corto que, sin nada de florituras y yendo al grano, narra los hechos relacionados con un asesinato y un encubrimiento. En la novela no hay ese juego de abogado famoso y enfermera, ni tampoco ascensores interiores que suben y bajan, ni pastillas para controlar la ansiedad durante el juicio. Todo es mucho más directo, claro y sencillo. Sin embargo, la adaptación no solo conserva intacto el espíritu del libro sino que es una obra maestra del cine. ¿Por qué? El relato se publicó dentro de un conjunto de ellos en 1948 y la película se rodó en 1957, casi diez años después. Tres artistas rutilantes forman un triángulo increíble, algo fuera de lo normal en una obra aparentemente destinada a ser menor. Marlene Dietrich es la amante del acusado, la mala mujer, la que lo acusa primero y luego lo salv

Si te gusta Jane Austen, te gustará mi libro sobre "sus mujeres"

  De todas las miradas que se pueden lanzar a Jane Austen en este libro se ha escogido la que va dirigida a las mujeres que forman parte de sus novelas. Las mujeres son los personajes más representados y mejor definidos, aunque la escritora tiene la enorme virtud literaria de que usa solo una pincelada y es capaz de representar un mundo. No es necesaria la explicación prolija. No es necesario exagerar.  Este libro tiene la intención, además, de rendir una especie de sencillo homenaje a quien tan feliz me hace con sus novelas, así como de pararse en algunas cuestiones que, lejos de estar claras, siguen formando parte de una zona de oscuridad con respecto a ella. Más claro: se habla mucho de Austen, pero se fomentan tópicos e inexactitudes que no se combaten. Una pequeña intención y un pequeño intento. Ojalá sirva y ojalá aparezcan más lectores y lectoras que la lean y la amen.  Como todos los escritores muy divulgados, los tópicos permanecen y así todavía hay mucha gente que la cree, a

Abstracto Priego

  Quiero escribir, con esa misma quietud del campo en El Cañuelo, sobre aquellos días prieguenses que llevaban cante, música, pintura y calma. La tranquilidad de ser feliz sin meta y sin tasa. Qué lejano resulta todo aquello. Llegamos hasta Priego convencidos de que ese fin de semana sería muy especial y no erramos. Las risas de la primera noche, en aquel alojamiento que daba susto solo de pensarlo, se cambiaron después cuando cenamos en un sitio que parecía el patio de una casa encalada. Estábamos unos cuántos, gente que nos queríamos, eso bastaba. Había cante cerca de la fuente. Aproveché para hacer una entrevista a Carmen Linares, nuestro primer encuentro, luego vendrían muchos y muchas charlas amenas y profundas. La fuente manaba agua y a su alrededor se batía la música como si tuviera que ir a singular batalla. Qué felices entonces, qué lejos los problemas, qué llanas las miradas, qué bellos los sonidos...Después del cante se derramó todo en algo parecido al amor, al amor efímero,

Más mujeres: Diez reseñas de libros de escritoras

(Ayòbami Adébàyò) Salvando las dedicadas a Edna O´Brien (1930, Tuamgraney, Condado de Clare, Irlanda), traigo aquí una especie de pequeño resumen de diez reseñas que he dedicado a escritoras. Algunas de ellas ya las había mencionado con ocasión del comentario sobre otros libros pero otras son completamente nuevas, descubrimientos, hallazgos como me gusta a mí decir. Esos hallazgos llegan de la forma más inopinada: hojeando libros en una librería, visitando editoriales en Internet, leyendo revistas culturales o suplementos, siguiendo la pista a una escritora que ya conozco . De mil y una formas. Y la elección de los libros es, simplemente, seguir mi propia guía, mi intuición, alimentada por muchos años de lectura. Una portada, un título, una trayectoria, un argumento, un detalle, cualquier cosa puede servirme para elegir una lectura y no otra. Lo que no sirve es un premio, una campaña de marketing muy costosa, una promoción reiterada o cualquier otro signo externo que no sign

"Como cambia el mar" de Elizabeth Jane Howard

DE Elizabeth Jane Howard he reseñado ya aquí "Los años ligeros"  y "Confusión" , ambas pertenecientes a la serie sobre los Cazalet, que tanto éxito obtuvo y que dio la fama a su autora. Esta novela de ahora, "Como cambia el mar" es mucho más compleja, interesante y esplendorosa que la saga. Es una obra maestra.  Se trata de una complicada estructura narrativa, con varias voces, escenarios distintos y formas narrativas diferentes. Novela epistolar (las cartas de Alberta a su familia), narrada en primera persona (a cargo de Lillian y de Jimmy) y en tercera persona (la parte de Emmanuel). Una espléndido friso en el que cada cosa está perfectamente colocada en su sitio. Las localizaciones también varían desde Londres a Nueva York a Atenas y a la isla de Hidra. Naturaleza en su justo punto, sin merodeos innecesarios, lo que se necesita para crear el marco, la atmósfera. Una historia que va recorriendo el argumento a modo de inusitado río que transcurre sin que

"Luz de febrero" de Elizabeth Strout

¡Qué gran escritora es Elizabeth Strout! Creo que he leído todos sus libros traducidos al español, que son prácticamente los que ha escrito. Amy e Isabelle , Me llamo Lucy Barton , Olive Kitteridge, Los hermanos Burgess , Todo es posible ..Todos ellos tienen reseña en este blog y puedes leerlas entrando en el propio enlace.  Ahora llega "Luz de febrero" una continuación de la  historia de Olive, que vuelve a traer el personaje huraño de la profesora de matemáticas, ya jubilada. Dice Strout que tuvo que hacer esa especie de segunda parte porque el propio personaje se lo pidió. Así ocurren las cosas. Esta es una historia crepuscular. Sus dos protagonistas, Jack y Olive, están ya jubilados y tienen dentro de sí algunas asignaturas pendientes que no han logrado superar. Ella, la relación con su hijo, que es fría y distante. Ni siquiera se siente involucrada con respecto a sus nietos. Él lleva mal la soledad y el hecho de que su vigor y su fuerza, sus múltiples ocupaciones como

"Después de Julius" de Elizabeth Jane Howard

  Después de Julius Elizabeth Jane Howard Traducido del inglés por Raquel García Rojas Sello:Siruela Colección:Nuevos Tiempos Siruela publica este libro de Elizabeth Jane Howard después de los cuatro volúmenes de las Crónicas de los Cazalet y del excelente Como cambia el mar . El libro se centra en la familia de Julius Grace veinte años después de su muerte en Dunkerke. Sin embargo, para su familia parece que no ha pasado el tiempo porque Julius sigue estando omnipresente en sus vidas. Es una familia atípica, como todas las que retrata Elizabeth Jane Howard, con miembros muy originales y diversos. La viuda de Julius se llama Esme y tenía, en vida de su marido, un amante al que abandonó cuando aquel murió. Desde entonces, la viudez de Esme está centrada en cuidar de la casa y del jardín. Se ha convertido, en realidad, en otra persona. Esme y Julius tuvieron dos hijas: Cressida y Emma. Cressida podía haber llegado lejos en la música, tiene talento y tenía dedicación, pero hace tiempo q

"Una larga mirada" de Elizabeth Jane Howard

El 2 de enero de 2014, cuando estaba a punto de cumplir noventa y un años, pues había nacido en 1923 en  Londres , muere en  Suffolk,  en la casa junto al río a la que se trasladó en 1990,  Elizabeth Jane Howard . El diario  The Independent  publica al día siguiente una crónica, firmada por  Nicola Beauman,  en la que traza un retrato de la escritora. "Podría haber sido excepcional", si hubiera tenido, dice la periodista "mejor suerte con los hombres". Su vida sentimental la arrasó por completo. Y algo tuvo que ver en ello una infancia triste, con una madre desgraciada, de temperamento artístico (había sido bailarina de ballet), insatisfecha, con la autoestima por los suelos y dependiente de un marido que no estaba a su altura. Estas vivencias son las que trasladó a su primera novela,  The Beautiful Visit , de 1950, que logró el premio  John Llewellyn Rhys.  Todos hubieran esperado, después de este fulgurante comienzo, una amplísima y llena de éxito carrera de escri

Nada de nada

(Autorretrato. Fotografía de Elizabeth Hase. 1930) El caso es andar, dice la canción que escucho mientras escribo. Una ecuación perfecta. La música que no es el fondo sino, incluso, el motivo. Las palabras que acuden y sacuden el ordenador en un tic tac continuo y pausado a la vez. Ese momento en el que la lluvia golpea la ventana, la hace retumbar, la llena de gotas que te impiden ver el exterior. Tampoco puedes mirar hacia dentro. Si lo haces, las gotas de lluvia se habrán convertido en lágrimas. Lágrimas perennes que danzan en torno a ti porque tú las has convertido en un motivo cotidiano.  El caso es andar, nada me pertenece. Soy nada. No tengo ninguna razón para contarte cosas ni para escribirlas apenas, dice ella mientras sus ojos, enrojecidos a saber de qué y por cuánto tiempo, sacuden las lágrimas y las pestañas se arquean sin otro remedio que el disimulo. He escondido que tengo un desasosiego permanente y que tú me lo produces, piensa ella. Esos pensamientos se ac