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Las editoriales (siempre) tienen razón

 Recibo un email de una editorial a la que mandé un texto hace meses. Entonces me dijeron que no lo enviara a nadie más, que ellos lo verían con detalle. Hace siete meses de eso. Ahora aparecen y dicen que no se ajusta a sus criterios aunque están seguros que se publicará en otro lado, porque eso les ocurre mucho. Desilusión.  Desde los seis años (una niña siempre con una libreta en la mano) he escrito y guardado textos, escritos, diarios, poemas, historias, un par de novelas, cuentos, ensayos, en el ordenador, en cuadernos, y no los he enviado a ningún sitio. En parte por pereza de organizar el envío, en parte por desconfianza hacia su calidad, en parte por desconfianza hacia las editoriales. El panorama que le surge a un escritor (lo somos, aunque no lo creáis) cuando decide publicar es desolador. No hablo de los que optan por publicarse ellos los libros (conozco a gente que lo hace, sobre todo en el flamenco, y les va francamente bien); ni de los autopublicados en algunas plataforma

Yo tenía un jardín

(Jardines de Joan Cardona y Lladós) Yo tenía un jardín. Había tres grandes espacios, diferentes pero todos ellos ágiles, brillantes, conmovedores. En una zona estaba el huerto aromático. Lavanda, aloe vera, mirto, hierbabuena, todas las plantas lanzando su olor en torno a la ventana de la cocina, junto a un espacio con pequeñas piedras, luchando a veces con los rosales para repartirse la tierra y con las poinsetias que no acababan su trabajo en navidades. Entrabas en la casa y te asaltaban miles de olores y te seguían hasta el vestíbulo y se expandían sin dudarlo por todo el terreno. A veces tenía un aspecto salvaje, porque el mirto se enredaba y crecía, porque el aloe se ponía en plan amenazador y porque las rosas requieren mucho respiro para poder vivir al exterior. Eran rosas rojas, rosas rosas, rosas amarillas. Bordeaban el camino de entrada, acompañaban la visión de la casa desde el principio.  (Jardines de Joaquín Sorolla y Bastida) La otra zona del jardín est

La risa, que hace libre

  Las cuatro niñas y el niño se quedaron huérfanos de padre muy pronto. El padre era un socialista de los antiguos, de los que creían en el reparto de la riqueza, en el trabajo duro y en la defensa del honor. Por eso defendió siempre sus ideas y por eso lo encontraron guardando una pequeña bandera republicana en su negocio. Se la cargó. Se dice que aquello fue un chivatazo porque, a ver, quién podía saber si no un allegado que guardaba esa pequeña bandera. El caso es que pasó por la cárcel y allí soportó tantas palizas que, al salir, duró muy poco, y los hijos se quedaron huérfanos y la mujer, viuda. Ah, la mujer. No había en el mundo una pareja más enamorada que ellos. Las hijas siempre soñaron con un hombre como su padre, que había adorado a su mujer y que fue el héroe de todas. Tenían una casa muy bonita y muy grande y cuando el hombre murió y perdió su negocio como solía ocurrir con la gente señalada, la madre pensó de qué manera sacarlos a todos adelante y montó allí mismo, en su

Los hermosos veranos de los otros

  Ves por las redes todos los hermosos veranos de la gente que no eres tú. Lo publicitan con ganas. No faltan las foto, los vídeos, las expresiones de alegría, los mensajes crípticos, los colores. Lanzan al aire esa idea gozosa de que están disfrutando de la vida. El verano, tenga los días que tenga, es para estas personas una muestra de que lo bueno existe y de que ellos merecen disfrutarlo. No sabemos por qué hay personas que lo merecen todo y otras que no merecen nada. No sabemos por qué hay afortunados y hay víctimas. Pero el verano es el escaparate en el que se lucen aquellos que están al otro lado del espejo, los que son contemplados por los ojos de los demás, quizá por la envidia, mientras esos demás esperan que terminen los atascos.  Alguna vez viví la sensación de formar parte de ese mundo. De tener fotos que hacer y que mostrar. De que existían delante de mí caminos que había que recorrer, hoteles por visitar, restaurantes que probar, monumentos que conocer. Ese fue un camino

Storaro en día de lluvia

Esta película me ha reconciliado con Gatsby/ Chalamet. Creo que ha contribuido a esta desaparición de la hostilidad (una palabra que suena con aire psicológico de andar por casa) el hecho de que aquí no pareciera el sobrino del dueño de la tienda de chucherías de la esquina. Entre paréntesis, la psicología (incluso la de andar por casa) está presente en la película y también las costumbres de los ricos. Aún más encantadora está Ellen Fanning (cuyo padre tiene muchos bancos) y también Selena Gómez, las dos chicas, una rubia y una morena, de la historia. Aunque hay más. La gente que dice que esto es solo un amasijo de encuentros casuales, de planes no cumplidos y de agua de lluvia transparente y fiel, tendría que pensar en que Nueva York nunca ha presentado esta inusual imagen vintage, tan llena de dorados, de ocres y de ventisca. Hasta el paseo en coche de caballos se estropea con la lluvia...En la foto, Vittorio Storaro ha fotografiado a Selena delante de la ventana de su casa, por

The Assistant

  Todas las imágenes de Julia Garner , Jane en la película, nos la muestran haciendo fotocopias, hablando por teléfono, realizando gestiones, ordenando papeles. Su jornada laboral comienza muy temprano y va de una cosa a otra sin parar, durante todo el tiempo. Sabemos muy poco de ella, prácticamente nada, desconocemos su vida, sus sentimientos, su historia sentimental, su familia. Es una especie de secretaria, una asistente, tiene una buena formación, aspiraciones profesionales (quiere ser productora de TV), deseos de triunfar. De vez en cuando tiene que mentir cuando la esposa del gran jefe le pregunta por él. "Está reunido, está en una proyección, ha tenido que salir..." De ese modo, todos son partícipes de la simulación, de la mentira. Los asistentes experimentados los hacen con gran naturalidad, pero Jane tiene que aprender, porque solo lleva allí cinco semanas. Parece un trabajo muy burocrático, sin creatividad, papeles y papeles, hoteles, viajes, agenda, pero ella ademá

"1917" de Sam Mendes

"1917" no es solo un alarde técnico. Es también un bombardeo de emociones. La forma en la que Sam Mendes concibió la película (un plano secuencia de dos horas) no indica solo un virtuosismo técnico sino una intención concreta. El espectador acompaña a los dos soldados, Schofield y Blake, a través de una aventura épica. Son los nuevos Miguel Strogoff, su misiva salvará mil seiscientas vidas si llega a tiempo.  En la historia, como sucede en "Dunkerque", los alemanes están enfrente pero no son nada. No aparecen, salvo para poner trabas a ese viaje incierto. Y los jefes aliados tampoco parecen significar sino autoridades que se guardan sus sentimientos a buen recaudo. Solo el capitán Smith (Mark Strong) conserva, entre las atrocidades, una mirada limpia y una mano que tender. La guerra destruye lo que mata y lo que queda. Esa es una de las lecciones de la película. Todos pierden.  Cuando estudiaba Historia en la universidad me preguntaba muchas veces po

"Lo que Maisie sabía" de Henry James

  El matrimonio Farange, Ida y Beale, no se ha puesto de acuerdo a la hora de divorciarse. Y el juez ha decidido que los dos compartan la custodia de su hija de seis años, Maisie. La niña va a vivir seis meses en cada casa y con cada progenitor. Esto lo cuenta Henry James en esta historia y hay que señalar la modernidad de la medida del juez. Pero, aparte un tema jurídico, hay aquí el sustento para indagar en la personalidad de los cónyuges y también en la mirada que la niña lanza sobre la historia. Porque es lo que hace James en su relato. No ver a través de los ojos de la niña, sino contarnos lo que la niña ve, aun sin que ella misma lo entienda. Compartimos, por tanto, la estupefacción de Maisie, sus preguntas, sus dudas y su extrañeza ante los acontecimientos. No tenemos claridad, esa tenemos que aportarla nosotros como lectores.  Habían solicitado su costado no por ningún bien que pudieran hacerle, sino por todo el mal que podrían, con la inconsciente ayuda de ella, hacerse el un

Jesse Eisenberg: Resistance

  A mí me gusta mucho Jesse Eisenberg. Considero que es un gran actor. No es físicamente ostentoso ni llamativo y tiene siempre un aire bastante perdido, como si no supiera donde ir. En "Una historia de Brooklyn", de 2005, dirigida por Noah Baumbach, hacía de muchacho hijo de padres separados, que adora a su padre, odia a su madre y no sabe qué hacer con su vida. Con Woody Allen trabajó en dos películas, pero fue en "Café Society" donde su papel quedó más lucido, aunque siempre arrastrando esa indecisión que parece marca de sus personajes. Es un gran actor, en todo caso, un actor invisible a veces y otras veces terriblemente presente.  En "Resistance", se cuenta la historia, o mejor dicho, una pequeña parte de su historia, del mimo Marcel Marceau, que junto a un grupo de boy scouts se dedicó primero a entretener y luego a salvar a niños judíos, como él también lo era, amenazados por el nazismo. Esa cosa de que el terror se esconde con risas. Una vieja idea

Belfast en blanco y negro

  Los conflictos de agosto de 1969 vistos por los ojos de un niño. Este es el resumen de "Belfast", 2021, la última película dirigida por Kenneth Branagh, que nació allí y que ha querido contar algo de lo que esa ciudad ambivalente significa para él. Sobrevuela los aspectos políticos y religiosos para detenerse solo en la peripecia vital de una familia, padres, hijos y abuelos, que se encuentran, sin quererlo, en el centro de una batalla campal. Es, pues la vida cotidiana la que se ve trastocada por los hechos y esto es lo que el director quiere contarnos. Después de mucho Shakespeare, Branagh aterriza volviendo la vista atrás. Él tenía nueve años cuando aquello sucedió. Su memoria es, pues, privilegiada.  Una de las virtudes de la película es que no pretende convencernos de nada, simplemente muestra lo que el niño vivió, que puede ser diferente de otras vivencias. Nosotros, los espectadores, podemos elucubrar lo que queramos, pero la intención de la película es más memorialí

Noticias del gran mundo

  Ningún género más tierno, romántico, triste, que el western. Aunque este no es una historia canónica, no es un extraño que llega a un pueblo donde todos están sometidos y él lo cambia todo, tras conocer a una maestra, una enfermera, una chica de la cantina o una hija de familia. No. Este hombre no va a un pueblo, sino a muchos, y su trabajo es precisamente ese, leer las noticias del mundo a todos aquellos que pueden pagarle una moneda. El hombre se dirige a un auditorio diverso, gente que trabaja la tierra, mujeres que tienen el rostro curtido, niños que se visten como adultos con la ropa sobrante, pioneros, antiguos soldados de la guerra de Secesión que acaba de terminar, vaqueros... Y un día se encuentra con una niña muy rebelde, que no sabe hablar inglés y que grita, corre, chilla y desobedece. Johanna es su misión a partir de ese momento. La hija de inmigrantes alemanes, criada entre los indios kiowa, que no sabe ya de dónde es ni a quién querer.  Esta es la sencilla historia del

El viaje a París de la señora Harris

La señora Ada Harris es una excelente empleada de la limpieza en Londres. Allí su vida transcurre entre la limpieza de unas cuántas casas y las charlas con su querida amiga Violet , que también se dedica a ese mismo y noble oficio que tantas vidas salva con su impoluto quehacer doméstico. La señora Ada Harris ha recibido esos días la noticia de la muerte en combate de su marido. Estamos en 1957 y hasta ahora no ha habido confirmación. Un día, la señora Harris ve un vestido de Christian Dior , una belleza, en casa de una cliente y no puede evitar enamorarse. Con esa clase de amor imposible de controlar. De modo que se pone en marcha (En marche, diría Macron ) para lograr su sueño. Los sueños han de intentar conseguirse como sea. De no ser así la vida se puede convertir en una rutina. Lo que sucede es que muchas personas, quizá demasiadas, no saben exactamente cuál es su sueño y suelen confundirse. Por eso, llega un momento en que se preguntan: todo esto ¿para qué?. No era ese su sueño,