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Entradas

Jimmy

Este hombre es como de la familia. Un pariente lejano que, a su vez, aparece de vez en cuando y trae siempre buenas vibraciones. Alguien de fiar, lo que no es nada fácil de encontrar. Cuando llegó a Washington, como el señor Smith de "Caballero sin espada", empezó a comprender de qué iba este circo. De prebendas, amigos y amigotes. Pero él permaneció de pie, hablando en el Congreso, sin sentarse y sin callarse. Siguió y siguió mientras los espectadores nos preguntábamos si era posible que existiera, en todo el mundo, un hombre justo. He visto esta película de 1939 con jóvenes espectadores y todos ellos han sucumbido al mismo tipo de emoción. Todos han creído que es posible la dignidad en la política y la dignidad en la vida. Aunque la realidad les muestra todos los días ejemplos contrarios, "Caballero sin espada" es una clase práctica de que hubo, alguna vez, un atisbo de esperanza. ¿Quién nos dice que entre nuestros jóvenes muchachos no puede surgir algún sent

"La boda" de Dorothy West

 Hablando de bodas, está la que narra Dorothy West en este libro. Una boda organizada en el famoso enclave de Martha’s Vineyard en la década de 1950. Allí, en esa zona, está El Óvalo, una comunidad residencial en la que solo viven los miembros más selectos de la burguesía afroamericana de la costa este. West nació en Boston en 1907, hija de un hombre que fue esclavo y luego próspero hombre de negocios. De modo que conocía muy bien los entresijos de esa alta sociedad fundacional de la élite que fue capaz de superar sus orígenes. Ella fue una niña aficionada a escribir, algo que hacía desde muy pequeña, ganando concursos y frecuentando revistas. Tuvo una buena formación que culminó en la Universidad de Columbia. Al acabar sus estudios se mudó a vivir a Harlem y participó del movimiento así llamado, Renacimiento de Harlem. Rompió muchos muros y fue la primera en hacer muchas cosas que estaban vedadas a las mujeres negras en su época, como escribir en determinados medios y ganarse la vida

"Ay, William" de Elizabeth Strout

Foto: Elizabeth Strout por Greta Rybus/The Guardian   Hace ya algún tiempo que sigo a Elizabeth Strout y este es el séptimo libro que leo de ella. He de decir que me parecen algo irregulares, es decir, que no mantiene el mismo nivel de calidad en todos ellos, aunque supongo que eso será complicado. El caso es que Elizabeth Strout es una de las escritoras mejor consideradas en la actualidad. A ello también puede haber contribuido la popularidad de las adaptaciones que se han realizado de algunas de sus novelas, sobre todo de Olive Kitteridge , con un personaje que llama mucho la atención y que a la gente le gusta mucho. Los hermanos Burgess , Luz de febrero , Amy e Isabelle , Todo es posible y Me llamo Lucy Barton tienen aquí su correspondiente reseña. Además, he escrito de ella con ocasión de balance de lectura o de recordatorio de libros leídos durante el año. Desde que comencé a leerla, hace ya unos años, los libros de Strout tienen un sitio importante en mis lecturas.  En Ay, Will

Móviladictos

(Foto: Vivian Maier) Una madre me lo contó alarmada . Mi hija no me habla, no levanta la cabeza del móvil cuando está sentada en la mesa para comer o en el sofá, donde quiera que sea. Siempre está enganchada al móvil. Otros padres y madres lo corroboraron. Mi hijo se encierra en su habitación con el móvil. Se duerme con el móvil en la mesita de noche. Cuando se queda sin batería se pone de mal humor. Me contesta mal si le digo que lo apague. Me lo cuentan también algunos niños. Después de almorzar me voy a mi cuarto y me pongo con el móvil. Y ¿qué haces con él, les pregunto? Hablo con los amigos por el whatsapp. Nos contamos cosas.  Los comentarios son del mismo tenor. Los padres están verdaderamente preocupados. Por su parte, en los colegios e institutos los móviles suelen estar prohibidos. Pueden “existir“ pero sin que se note su existencia. No se pueden tener abiertos, no pueden sonar, no pueden mirarse…En las normas de convivencia aparece claramente explicado que están proscritos.

Hacerse un "tennessee"

Blanche Dubois es una mujer madura que pertenece a una rancia familia del sur venida a menos. Las circunstancias de su vida la llevan a tener que vivir en Nueva Orleáns con su hermana pequeña, Stella, y su cuñado, Stanley. Stella es dulce y voluntariosa, con esa clase de belleza sencilla que no arrebata pero que permanece. Stanley es rudo, algo violento, muy sensual y está enamorado de Stella. La ama verdaderamente. La vida de ambos se reduce a pequeñas cosas. Su casa de los suburbios es pequeña, su entorno pequeño, todo tiene la pátina de la sencillez y aun de la humildad. Por eso Blanche se siente fuera de lugar y he aquí que su lujoso equipaje, al menos en apariencia, parece estar ansiando un hotel de lujo o una mansión en la avenida principal.  El círculo de amistades de la pareja es escaso, salvando la excepción de algunos amigotes con los que se reúne Stanley a jugar a las cartas una vez por semana. A jugar, a beber, a blasfemar y a reírse sin control y sin modales. Los

Hamlet, Heathcliff, Darcy, Max...Larry

Lo mismo que decía Spencer Tracy (y con él, toda la profesión), Laurence Olivier es el más grande actor de la historia del teatro, o lo que es lo mismo, de la historia de la interpretación. Y está entre los cuatro o cinco mejores del cine, ese arte que él despreciaba al principio (como ocurre con todos los actores de teatro) y que luego fue un trabajo que le dio fama y dinero y que le trajo también decepciones y dudas. No era un hombre perfecto, pero era el mejor actor del mundo. Siempre me produjo melancolía su vida personal (lo que sabemos de ella, que es la punta del iceberg, como ocurre siempre) y admiración profunda su trabajo. Y su imagen es el del hombre plagado de aristas. A la vez elegante, tierno, implacable, asustado, difícil, enamorado, exquisito, templado y azaroso. Una mirada indescifrable en una presencia imposible de clasificar.  Como él, otros actores ingleses sintieron la llamada del cine, que, en los años treinta y cuarenta significaba mudarse a Estados Unid

La otra Rebeca

Ella era una cinéfila militante. Había nacido en el año cuarenta y eso debió imprimirle carácter. Era la época de las grandes divas y este tema no podía pasar desapercibido para una muchacha que vivía pared con pared con un cine-teatro que ofrecía sueños por poco dinero. Tenía una imaginación a prueba de post-guerra y soñaba con el último actor al que veía en la pantalla grande. Más que soñar, se inventaba una historia completa, al modo clásico, con planteamiento, nudo y desenlace. El desenlace era feliz, salvo en algunos casos en los que se imponía la nostalgia del alejamiento. Concesiones al neorrealismo. Los héroes del cine eran hombres de verdad y no como los que se encontraba en el paseo, por la Alameda, o en las orillas del río. Por cierto, que el río le dio disgustos a menudo, hasta que lo canalizaron y lo convirtieron en un río de mentira, un río sin corriente de agua, una especie de bañera flotante. Un asco.  Las salas de cine tenían un misterio especial pero tambié

Las puertas cerradas de William Eggleston

  La fotografía es el arte de nuestro tiempo. No hay otra manera mejor de expresar lo cambiante de la naturaleza, de las estaciones, de las personas. Ha pasado de ser un documento de lo que sucede, un retrato de la belleza o la fealdad, al testimonio de las ideas, porque lo que se plasma en la imagen fotográfica no es ya lo que se observa, sino la mirada del que observa. Esto lo hace William Eggleston de manera que sus exteriores (la mayoría de sus fotografías lo son) encierran historias. Puede escribirse un argumento a partir de cada una de esas fotos, todas tienen traducción en palabras, aunque las palabras puedan parecer innecesarias. Lo contó Eudora Welty en la introducción al libro de Eggleston "The democratic forest ". La naturaleza no es solo lo natural, los árboles, las flores, el paisaje agreste, las nubes o los campos labrados, sino todo aquello que se ha ido agregando por decantación, desde lo más humilde a lo más egregio.  Eggleston parece realizar un ejercicio

Genevieve Naylor: el triunfo del color

La fotógrafa y fotoperiodista Genevieve Naylor (1915-1989) tiene múltiples facetas a lo largo de cuarenta años de profesión. Después de estudiar pintura, decidió dedicarse a la fotografía, sobre todo por la influencia de su amiga Berenice Abbot, también fotógrafa. Su matrimonio con el artista de origen ruso Misha Reznikoff (1905-1971), un amante del jazz, la llevó a los ambientes bohemios del Village, donde instalaron ambos su estudio. Una misión encargada por el departamento de Estado los llevó a Brasil en el año 1940, en el marco de la política de buena vecindad que pretendía dar a conocer la riqueza cultural de este país. Allí, Naylor hizo más de mil fotografías no solo de aspectos monumentales o históricos sino, y sobre todo, de la vida cotidiana de la gente, los tranvías, las calles, las escuelas, los niños...Este trabajo alcanzó un gran reconocimiento y a partir de ahí recibió ofertas de trabajo de las revistas más prestigiosas del momento. Así trabajó para Vogue, Cosmopol

Las flores desnudas de Imogen Cunninghan

Junto a Gertrude Käsebier, Imogen Cunninghan (1883-1976) es la más eminente de las fotógrafas americanas de fotografía artística. Sus conocimientos fotográficos no eran solo prácticos sino que su tesis doctoral se dedicó al tema demostrando así una preocupación más allá de la realización de fotos. Su principal antecedente está en otra fotógrafa, la inglesa Anna Atkins (1799-1871), que publicó un libro científico, dedicado a la botánica e ilustrado con métodos fotográficos. Se trata de "British Algae: Cyanotype Impressions", de 1843. Para ambas, la naturaleza era un motivo de investigación y también una forma de belleza.  A pesar de pertenecer a una familia numerosa y modesta, los padres de Imogen, al ver sus cualidades, la apoyaron para que estudiara arte y fotografía. Más tarde, ella misma se sufragó trabajando los estudios universitarios de Química en Seattle. Estudiando fue cuando conoció la obra fotográfica de Gertrude Käsebier, lo que determinaría su vocación. Su

Crecepelos

(Foto de William Eggleston)  Primero fue la Historia. El auge de las novelas "históricas" produjo un boom editorial y, a su calor, miles de personas consideraron que eso que se contaba ahí era la historia de verdad. Los historiadores se replegaron y los escritores de "historia" ocuparon los púlpitos, los escaños del Congreso y las librerías. Ahora mismo la gente conoce determinados acontecimientos históricos, o cree conocerlos, a la luz de esas novelas y no de los libros de Historia, relegados al saber académico.  Después fue la Psicología. La vida moderna produce un sinfín de nuevas patologías y nada mejor que alguien que te conduzca, que te diga, sin compromiso y sin prospecto, qué has de hacer para vivir mejor, para superar un desamor, para recuperarte de un duelo, sea este el que sea. Los coach y el coaching desterraron a los psicólogos a sus consultas y ocuparon los programas de televisión y de radio además de, otra vez, las librerías. Si existen psicólogos de

La Puebla del Río

  Si eres funcionario cambiarás a veces de destino, recorrerás pueblos y ciudades. Algunos de ellos se quedarán contigo, tendrán algo que hará que no los olvides. En La Puebla del Río estuve algunos años y podría empaquetar todos esos recuerdos en unas grandes cajas y faltaría sitio. Porque son muchos. Era un pueblo especial. No tenía nada que ver con mi Cádiz natal, de modo que la gente no te recibía en su casa ni te invitaba a comer. Todo aquí era mucho más lento. Pero poseía (seguramente continúa así) algunas cosas muy especiales que lo convertían en un lugar distinto a todos. Estaba la marisma en los alrededores; la calle Larga con sus preciosas casas; la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, un edificio singular; estaban las Palmillas; estaba el río. Estaban los niños, algunos de los cuales tenían ese misterio de los que siempre serán diferentes porque están dotados de algo que los distingue. Podría escribir sus nombres ahora mismo si no fuera porque es innecesario. Los niños. 

¿Puede enseñarse el hábito de la lectura?

  He aquí un elemento de discusión entre profesores y padres. El hábito lector y las maneras de desarrollarlo en los niños. Hay familias de padres lectores que se preguntan por qué sus hijos no lo son. O por qué algunos de sus hijos lo son y otros no. También hay casos de gente que no lee y que tiene un hijo que se pirra por los libros. Parece que hay un poco de todo y que la cosa es aleatoria. Pero, si fuera así, significaría que la educación no puede intervenir para cambiar o modificar los procesos de aprendizaje y, en ese caso ¿para qué serviría la educación? Y no nos referimos solo a la educación reglada o escolar sino también a la educación en el seno del hogar, de la familia, tan importante (en algunos aspectos más importantes) que la que reciben los niños en la institución educativa.  Quizá para sentar la cuestión deberíamos distinguir esos dos ámbitos, el escolar y el familiar. En el ámbito escolar son recurrentes los debates entre los que son partidarios de imponer lecturas y

La historia de Felipe González del Pino

  En esa historia sin escribir que recoge la vida y la obra de las personas que se convierten en invisibles, por no sé qué extraño fenómeno de la vida, aparece gente como Felipe González del Pino, el maestro depurado que, cuando no pudo ejercer en las escuelas, siguió inventando e inventando, buscando siempre la forma de que los niños adquirieran el tesoro más preciado y el más rentable: la lectura y la escritura. Añado también el cálculo, porque los números tienen su papel en el método que creó y que llegué a aplicar en dos ocasiones. Las dos sagradas ocasiones en las que tuve ocasión de enseñar a leer. Y afirmo que no hay ningún otro momento educativo que lo supere. Ni cargos, ni honores, ni jefaturas, ni medallas: enseñar a leer y escribir, es, sencillamente, el momento culminante. Muchas personas que son docentes no lo conocen, pero es una verdadera lástima. Después de eso nunca vuelves a ser el mismo maestro.  Si buscáis en Google a Felipe González del Pino solo encontraréis dos r

La doble vida de Elizabeth Taylor: contar lo que se calla

La wikipedia no la incluye entre sus nacidos más famosos pero sí da el dato de que murió en Penn , donde resulta que también vivieron y murieron bastantes personajes importantes. Es un lugar paradisíaco, cerca de Londres , pero con todo el aire de la campiña inglesa, con una buena comunicación por ferrocarril, como es menester en cualquier parroquia que se precie. Allí tenía un negocio de confitería y chocolates Kendall Taylor , con quien se casó a los veinticuatro años y con quien tuvo sus dos hijos. Las pocas noticias que hay de ella hablan de su vida apacible, de su nulo interés por la ostentación pública o la fama, lo tranquilo que transcurría todo en esa familia, lo fácil y sencilla que era su existencia en ese lugar y con su familia.  No voy a volver a comparar a las dos Elizabeth , la actriz y la escritora, súper famosa la primera, oculta la segunda. No. Esto va de Elizabeth Taylor, la que escribe, la que fue de soltera Dorothy Betty Coles y, como no le gustaba su nombre, se e