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Entradas

A la luz de las velas

  Cuando caía la tarde, todo se hacía a la luz de las velas. En las casas más pudientes, las velas eran el ornamento fundamental, con una función práctica decisiva para la vida. Las velas móviles, que se llevaban de un sitio a otro. Las velas que presidían la mesa, las que alumbraban las habitaciones, los pasillos, las escaleras. Las que se colocaban junto a la cama de los enfermos o en los cuartos de los niños. Las velas eran la forma de alumbrado en tiempos de Jane Austen, porque la luz eléctrica aún no había democratizado la visión de las cosas. Y, desde luego, los espacios de ocio, el baile, las visitas y las cenas, todos se llevaban a cabo bajo el resplandor de las velas.  Había una penumbra relativa, un tono dorado que salpicaba los interiores y una dificultad añadida para hacer labores de aguja, leer, dibujar o escribir. Por eso la luz era tan codiciada, por eso las muchachas vestían de claro, blanco, celeste, beige, rosa, para que sus vestidos reflejaran la luz de las velas y e

Jardines de Hampshire

  Aunque suele situársela como una de las ciudades austenianas es bien cierto que a Jane Austen no le gustaba Bath. Ella había nacido en Steventon, en el condado de Hamsphire, cerca de Basingstoke. Su padre fue un sacerdote anglicano y rigió la parroquia de Steventon por espacio de cuarenta años. Cuando cumplió los setenta se retiró y decidió irse a vivir a Bath. No es este el lugar adecuado para comentar los motivos de esa decisión pero sí la influencia que tuvo en el ánimo de Jane. Literalmente se desmayó al enterarse de la noticia. Su padre solamente logró vivir cuatro años más. Los años de Bath (1801-1806) trajeron consigo una cierta sequía literaria y, probablemente, más amargura que alegría. Como dice Juani Guerra en el estudio introductorio de la edición de Cátedra “existen las fuentes suficientes hoy como para saber que en los años que pasó allí, algo importante se rompió dentro de ella”. Y, continúa, “en Emma, Bath aparece sutilmente despreciado con un gusto narrativo exquisit

Magníficos mamarrachos

  A mi querida poeta y amiga María Sanz, todo lo contrario de un magnífico mamarracho, pero buena entendedora de todo y sin despeinarse.  ****** El señor Elton es un ridículo, un cursi, un presumido, un mamarracho. Lo dibujó en su novela "Emma" esa Jane Austen con tanta ironía como talento. Tuvo que conocer a lo largo de su vida bastantes Elton porque el tipo ya tuvo un antecedente en "Orgullo y prejuicio": el señor Collins, afectado, zalamero, prepotente y jartible. Los dos, Elton y Collins, simbolizan un tipo de persona que te la encuentras por la calle y por cualquier red sin que haya que buscar mucho. Pero he usado para ilustrar esta entrada la imagen de un fotograma de la última "Emma" porque ahí Elton es Joss O'Connor, o al revés, y Joss es un actor que me encanta, un buenísimo actor, cuyo papel en la película es lo único que se salva del desastre. Esa versión de "Emma" es, como Elton, risible, inaguantable y presuntuosa. Pero Joss O

¿Cómo sería ahora el señor Darcy?

  Esta imagen de Colin Firth que pertenece a la película de 2020 "Supernova", nos sirve para ilustrar esta entrada sobre ese hombre icónico que sobrevuela por los libros de Jane Austen con su presencia, siempre entrevista y anhelada, el señor Darcy . Resulta tan curioso que una autora de mujeres, que no para mujeres, haya creado quizá el prototipo del hombre que a todas las mujeres les parece el culmen del atractivo y no solo físico...Pero Austen es así, ella puede con todo y tiene estas pequeñas contradicciones que, en realidad, ni siquiera lo son.  En "Supernova" Firth forma pareja, una pareja de veinte años, con Stanley Tucci y la película va de la tristeza de envejecer cuando la enfermedad aparece sin dejarte opciones. El Alzheimer de Tucci es el muro de contención de las lágrimas de todos. Y la interpretación de ambos actores tiene la pátina de la verosimilitud. Pero es el físico de Colin Firth el que resulta apropiado para ubicar a nuestro Darcy de algún

"La señora Jenny Treibel" de Theodor Fontane

Leí hace algún tiempo la que se considera obra maestra de Theodor Fontane (1819-1898): Effi Briest . De ella hizo una versión cinematográfica muy notable R. W Fassbinder en 1974. Theodor Fontane , maestro del realismo literario alemán, plasmó en ese libro las contradicciones de la sociedad moderna con respecto a las mujeres. Las tensiones que la sociedad industrial generaron en las clases medias y la manera en que las mujeres se incrustan en ellas como si fueran apéndices y no tuvieran otra cosa que hacer que agradar es una temática recurrente en este escritor. En Effi Briest un matrimonio de conveniencia dará al traste con las posibilidades de felicidad de la protagonista. Las rígidas costumbres de la sociedad prusiana traerán, además, la desgracia a la protagonista y a su engañado marido. En este libro de ahora, La señora Jenny Treibel , vuelve a tratarse el tema de la elección entre lo que debe hacerse y lo que se desea hacer. (Afiche de la versión para el cine de E

Conversaciones a la caída de la tarde

(Pintura. Angelica Kauffman) Era muy frecuente, en esa hora previa del atardecer, que las mujeres se sentaran a la sombra, en una esquina del patio en verano o, en invierno, cerca de la mesa de la cocina, para hablar de sus cosas. Eran cuatro. La dueña de la casa, la más joven, ejercía de maestra de ceremonias, invitaba a café, sacaba de la despensa unas pastas recién hechas (tenía mucha mano para la repostería) y canturreaba sin darse cuenta mientras hacía los preparativos. En el patio, los niños jugaban y se reían. Las risas cruzaban el aire y entraban por la ventana. Mientras que rieran ella estaría tranquila.  La segunda mujer era la mayor de todas, una especie de jefe espiritual de la calle, una persona con sentido común, muy trabajadora y dispuesta siempre a ayudar. Tenía un aire hosco que no se correspondía con su bondad y reñía sin compasión a todos los niños. Se creía con derecho a ello porque sabía siempre cuál era el bien y cuál el mal.  Otra de las mujere

Los caballeros las prefieren rubias: Joyce también

Cuando  Anita Loos  (1889-1981) le llevó al reputado director de publicaciones  H. L. Mencken  (te recomiendo la lectura de su  "Vete a la mierda" ), el original de su libro  "Los caballeros las prefieren rubias",  este le dio un buen consejo:  Nena, te estás riendo del sexo y eso es algo que nunca se ha hecho en Estados Unidos. Te aconsejo que lo envíes a Harper´s Bazaar, donde se perderá entre los anuncios y no molestará  a nadie".  La disciplinada  Anita  así lo hizo. Y he aquí que, una vez publicado por entregas en la citada revista, ocurrió un hecho insólito: los hombres empezaron a leerlo. Entre esos hombres estaba, según se cuenta en todas las crónicas, un señor llamado  James Joyce .  ¿Les suena, verdad? De modo que no hubo más remedio que reconocerle el éxito y publicarlo en forma de libro. Tres años después vio la luz la segunda parte  "Pero se casan con las morenas"  y el asunto llegó a las cuarenta y cinco ediciones. Hablamos de

Lo subversivo de mirar el mar

  (El centro de Lyme Regis en la actualidad. Al fondo, la torre del castillo, es el único resto de tradición que se observa en este paisaje de casas uniformes, pintadas de colores, como si fuera un cuadro hiperrealista) (Lyme Regis de noche. Las casas y locales que están cerca de la playa contemplan la arena plagada de conchas y restos fósiles, algo familiar para los habitantes de la zona) (Lyme Regis visto desde The Cobb. Se ha construido un puerto artificial aprovechando la curva que hace el espigón. Las embarcaciones deportivas le dan una imagen actual a una zona que es el lugar romántico por excelencia de aquella zona) Un personaje de la película "La mujer del teniente francés" le dice a Sarah Woodrof: "Las jóvenes no deben mirar al mar de esa manera. Es una provocación". Sarah (que en la película es Meryl Streep antes de casi todo, antes, por supuesto de "Los puentes de Madison" y del fotógrafo de National Geographic) recorre todas las tardes la dis

"El misterioso caso de Styles" de Agatha Christie

¿Quién mató a la señora Inglethorp? Esta es la circunstancia que precisa ser aclarada y que constituye el argumento principal del libro. Para contar la historia, la primera de una larguísima serie de ellas, Christie recurre al capitán Hastings, licenciado de la guerra y amigo de un peculiar detective belga (no francés, cuidado con confundirse), llamado Hercule Poirot . El señor Poirot es delgado, de mediana estatura y luce un poblado y cuidado mostacho, que bien le hubiera merecido la pena cultivar si fuera soldado. Hastings es un hombre enamoradizo, ingenuo y que se deja llevar por sus impresiones inmediatas, lo que se contrapone a la forma de pensar de Poirot, que elabora concienzudamente sus predicciones acerca de lo que ha sucedido en realidad con cada uno de los crímenes que resuelve.  Hastings y Poirot son, pues, los introductores de la historia, aunque será el primero el narrador y el segundo el investigador. Ambas visiones resultan contrapuestas y, a veces, diver

"El asesinato de Rogelio Ackroyd" de Agatha Christie

He contado varias veces cómo empecé a leer a Agatha Christie. Tendría unos diez o doce años y una vecina de mi calle  decidió hacer limpieza en su casa y sacó a la calle un enorme cajón de madera lleno de libros. Así que ahí me tenéis, sentada en el suelo, en la acera de esa calle, rebuscando entre los libros y hallando maravillas. Una de esas maravillas fue una novela de Christie, que resultó coincidir con la primera que publicó, "El misterioso caso de Styles". La leí y me enamoré. Y, desde ese momento, todas las novelas cayeron una tras otra. Y luego su autobiografía. Y sus "Cuadernos". Y todo lo que sobre ella se ha escrito. Agathistas de primera, es lo que somos en mi familia.  Conozco a personas que desprecian esta literatura. La consideran banal, pobre de recursos, manida, falta de categoría. Incluso son gente versada y amante de la novela negra y aun de la policíaca. Pero no logran entrar en el universo Christie, no logran darse cuenta de cómo sus

"Asesinato en el Orient Express" de Agatha Christie

Los agathistas sabemos que Asesinato en el Orient Express no es la mejor de sus novelas ni tampoco la que muestra mejor el estilo de la escritora. Sin embargo, las versiones cinematográficas se suceden y algunas de ellas gastan dólares por todo lo alto. Como la última, la que ha dirigido en este año de 2017 Kenneth Branagh , genial actor y meritorio director, recitador de Shakespeare, exmarido de la grandísima Elinor Dashwood, perdón, Emma Thompson.  Las críticas, en esta ocasión, han sido contradictorias. Y hay que decir, para ser exactos, que ninguna de las versiones de novelas de Agatha Christie ha sido capaz de trasladar mínimamente ni la intención elegante, ni el detalle minucioso pero no estereotipado, ni el sabor de los personajes que inventó la genial escritora. Con una honrosa excepción: la versión de Testigo de Cargo , un relato que Billy Wilder llevó a la pantalla en 1957, con guión de él mismo y un elenco de actores y actrices de primerísima fila:  Tyrone Power,

Los libros de marzo 2022

  El mes de marzo me ha traído siete lecturas interesantes y alguna más que no me ha llegado a gustar por lo que no las menciono. Ya sabéis que las críticas negativas no suelo hacerlas. Prefiero resaltar lo que me gusta.  *Protege a tus hijas , de Diana Tutton, editado por la editorial Alba en su colección Rara Avis. Intrigante, dura, desasosegante, difícil.  *Las costumbres nacionales, de Edith Wharton, editado también por la editorial Alba. Una de las genialidades de la escritora, llena de matices.  * Lo que quiero decir , de Joan Didion, prólogo de Elvira Navarro, editado por Random House Mondadori. Especie de ensayo biográfico muy interesante.  *La muerte llega a Pemberley, de P. D. James, editado por Bruguera. Una recreación bien hecha de una aventura a partir de "Orgullo y prejuicio". *La anciana señora Webster , de Caroline Blackwood, de Alba Editorial, colección Rara Avis. Raro, encantador, complicado, oscuro y, a la vez, brillante.  * Ética para valientes , de Davi

Aprender a informarse

Una de las cuestiones más complejas de la escuela actual es discernir qué conocimientos deben adquirir los estudiantes. Dado que el arsenal de cosas sabidas es tan inmenso, parece imposible que la institución escolar las abarque. De manera que los profesores se encuentran con el reto de enseñar no ya todos los contenidos relevantes, sino la fórmula para buscarlos, encontrarlos y utilizarlos. Esto es lo que llamamos, por un lado “aprender a aprender”, y, por otro, “sociedad de la información”.   Resulta, sin embargo, que el problema se complica cuando vemos, a poco que hagamos una búsqueda sencilla en Google, que cualquier concepto, hecho o circunstancia da lugar a una cantidad tan ingente de datos que, para seleccionar los verdaderos y los adecuados, precisamos estar previamente formados.  Los estudiantes se encuentran, en cada uno de los momentos de su vida escolar, con dos clases de contenidos: los que puede llegar a aprender y memorizar y aquellos otros, infinitos, que no logrará

Equidad y excelencia

“No sólo son excelentes aquellos que obtienen óptimos resultados sino muy especialmente quienes consiguen progresar desde circunstancias menos ventajosas, en ocasiones con problemas familiares, aprietos económicos o dificultades de aprendizaje” Estas palabras no han sido dichas por un experto en educación sino por un joven estudiante de primero de carrera, precisamente con ocasión de recibir un premio a la excelencia por su trayectoria de bachillerato. Francisco Tomás y Valiente puso el dedo en la llaga. Sus palabras han inundado el espacio virtual y llaman a la reflexión.  La equidad y la excelencia parecen conceptos contrapuestos. Siendo así, parece que el sistema educativo debe elegir entre una u otra. Equidad o excelencia se convierten en apuestas ideológicas. Según esto, la derecha optaría por la excelencia y la izquierda por la equidad. A mi juicio esto es un punto de partida equivocado, y por eso el estudiante premiado, que lo ha entendido a la perfección, ha hecho bien en ac