Callé durante mucho tiempo porque el sonido de mis palabras molestaba al silencio. Se convertía en rugido de león, en arduo incendio invocado, en lucha constante, en manantial que no cesa. Así callé, para que los ojos pudieran mirar tranquilos, sin dolores ni reservas, en un ejercicio puro de belleza sin mancillar. Callé en los días venideros y en el pasado, al latir del corazón y en las penumbras. Doblé el hueco de las palabras sobre las manos quietas y me convertí en humo, una palabra sin color y sin brillo. Creí así que el amor o quizá la amistad que también es su nombre, redoblaría sus hojas y se unirían, en un esfuerzo causal y conmovido, con esa otra parte de la vida que se escribe en la sombra. Creí así que conseguiría una mirada tuya, un espacio escondido pero tierno, abierto en cualquier parte, sin seudónimos. Soy yo, dirías y ahí estás tú, sé lo que eres. Creía así que ese juego de las revelaciones tendrían un sentido único que no se acabaría al caer la noche, que n
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