Las manos de Marie Dubois ordenan con ternura los libros apilados sobre las mesas de dorada madera. Antes, los ha ido sacando con el mismo cuidado, con mimo incluso, de unas cajas de cartón fuerte que están situadas frente a la puerta. Le ha costado mucho esfuerzo llevarlas allí. Han tenido que prestarle ayuda algunos vecinos, gente mayor, la que continúa viviendo en esas casas empinadas del pueblecito de la Provenza que, desde hace unas pocas semanas, es su nuevo hogar. Marie Dubois no ha conocido otro hogar, antes de ahora, que los libros. Su vida de niñez ha sido fría, gélida, desdibujada y llena de inconvenientes. El principal de ellos la orfandad. La muerte de sus padres, casi a continuación uno del otro, abrió una espita en su corazón que nunca se ha cerrado. Ni sus tíos, ni sus primos, lograron nunca caldear ese frío interior, esa desazón que le produce el silencio de una casa en ruinas y vacía. Así que decidió marcharse, largarse dijo ella. Irse lejos, lo más lejos pos
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