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Mis artículos de Cine: Una mirada personal

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Acabo de recopilar, en la columna lateral de este blog, los artículos de cine que he escrito, hasta ahora, para la revista digital The Cult. El primero que escribí fue "Su juego favorito" esa comedia deliciosa y efervescente, llena de coches amarillos en los que nadie podría caber, pescadores que no saben pescar y amores, cómo no. Desde entonces, en 27 ocasiones, me he asomado a una película, he metido la nariz en aquello que me llamaba la atención y he escrito una especie de reseña que no es tal, sino una mirada propia, la forma en la que yo vivo y siento la película en cuestión. Cada una de estas películas tiene un significado para mí. No son compromisos ni elecciones vacuas. Al contrario, expresan un momento, un deseo, una vivencia, un disfrute. Expresan todas algo. Desde las más superficiales a las grandes obras maestras. Mi acercamiento a ellas es totalmente personal, no tiene nada que ver con lo que hacen los críticos de cine que se fijan en aspectos más profesiona

Bullying

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Así como Leon Werth reconocería de inmediato, en el inocente dibujo de su amigo, a una boa tragándose a un elefante, así la persona mayor que hoy es aquella niña, descubrió en la mirada del niño la misma sensación de desesperanza. Advirtió que, como ella, el niño no tenía donde volver los ojos. Reconoció su gesto, el movimiento de las manos y ese aire asustado de un pajarillo que vuela sin saber hasta dónde su vuelo.  Bullying. La niña nunca supo que existía esta palabra. Era una niña como otra cualquiera. Era graciosa, inteligente, estudiosa. Le gustaba leer. Le gustaba escribir. Le gustaba el teatro, los versos de Shakespeare y recitaba en voz alta sus obras. Paseaba por la calle y andaba a saltos, satisfecha, con las piernas muy largas y la melena al viento. Creía que era feliz. Lo era exactamente. En el colegio. En la calle.  En uno de sus años de instituto tuvo la mala suerte de encontrar la maldad, que existe, en alguien de su edad a quien la envidia corroía por dentro

El arte de lo cotidiano

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Desde hace algún tiempo tengo en “ellas” mis principales referencias. Mujeres que escriben , podría titularse, por eso, esta entrada. Literatura escrita por mujeres pero no “literatura de mujeres” aunque hay quien se empeñe en calificarla así y aún de convertirla en algo secundario.  Coincidencia o convicción, encuentro en algunas autoras mi espacio literario más sentido, el sitio en el que puedo volcar mis ideas, mis pensamientos y mis emociones, sin temor a que resulten vanas, absurdas, inútiles. Creo que ellas han entendido la dialéctica que entablo cada día con mi propio corazón, ese juego dulce y fructífero en ocasiones y, otras veces, duro y casi inhumano. Sentirse, ser, estar con una misma. Las emociones, ese terreno árido que no conocemos, que nos pueden llevar al precipicio o a la gloria. La vida cotidiana, en contrapunto. Como si fueran dos paraísos distintos y distantes, imposibles de unirse en algún momento.  Yo sé que no es así. Sé que la vida transcurre co

Pero mi corazón no estaba allí

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El enorme catálogo se despliega ante mí en esta tarde de primavera sevillana, fresca y con aire de poniente. El poniente es el viento que, tras entrar por la bahía de Cádiz, sube el Guadalquivir y refresca los cuerpos, rescatándolos apenas de esa calima sorda y exasperante. El catálogo, lleno de luces, de color y de fuego, muestra allí la pintura, casi toda, de Raoul Dufy, el artista a quien llamamos “fauve” y al que podíamos calificar de tantas cosas. La sala es azul. Abiertamente azul. El azul es el leit-motiv, el valor seguro, la melodía que recorre las paredes y revierte en los ojos y se abre como un caleidoscopio que entreviera todos sus matices. Es el azul el tono, la música, la idea, la fórmula, la magia, el sueño, la pregunta y la respuesta.  Allí, en una esquina, un grupo de personas, sin rostro ni identidad alguna, se mueve en un paso de baile pronunciado, al lado de la mar, el mar, azul de nuevo. Al fondo, los barcos balancean su casco al son de la marea. Las ol

Este rumor que siento...¿son tus labios?...

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Para ti, que no sabes... Honda pasión o grito ronco, qué importa. En vano lo pregunto cada tarde. En desigual batalla se plantea la lucha entre el tiempo que perdimos y el porvenir que acecha sin que sepamos cómo. En qué forma o motivo llegará hasta nosotros la huella de los días....En qué cuerpo hallaremos el consuelo que alivie un cansancio de siglos... Será posible, si los dioses son benevolentes, encontrar una música que nos guíe y que abra nuestros oídos a la vida.... Abres el libro y lo comprendes todo. Abres tu corazón al mismo tiempo. Sientes que el miedo tiene su cauce exacto. Sientes que desvaneces la amargura. Sientes que ese paisaje que perdiste ya es tuyo, que está tan recobrado como el dolor de ahora. Es nostalgia, no sabes, o es querencia, o es fuego o es ardor que no consume el ascua milagrosa de los ojos, la mirada encendida de los labios.  Abres el libro y el poeta se desnuda. Se muestra entre las líneas como si pretendiera elevarte a un espac

Escribir es cosa de dos

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El hombre llevaba un traje gris que le sentaba como un guante. Bajo la chaqueta asomaban protocolariamente los puños de la camisa blanca y el cuello bien ajustado, rodeado por una estrecha corbata negra. Era alto y muy delgado. Algunas hebras grises saltaban su pelo, de forma intermitente, pero su bigote aparecía lustroso, mostrando un sello de vitalidad desusada en aquel marco. Dashiell Hammett había llegado pronto. No sabía cómo, las horas, en ocasiones largas, se le habían pasado tan deprisa la noche antes. En el garito azul al que llegó pasadas las dos de la madrugada, halló a una rubia esplendorosa con los dientes salidos al estilo conejo, pero con un trasero apetecible.  No recordaba ya de quien partió la iniciativa pero la noche resultó provechosa. Bebidas, humo y mujeres, su ecuación más perfecta. Alguien, su agente quizá, lo metió en la cama a punto de evitar el colapso. Y, después de dormir muy pocas horas, se despertó de bastante mal humor. Allí estaba, por fin, en es

¿Sabes cómo silbar?

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El set de rodaje estaba alterado. Hoy era un mal día. El director estaba de los nervios. Llevaban varias horas y aquello no tenía ningún sentido. Las tomas no salían y el actor estrella estaba desquiciado. Bien sabía que era algo que solía ocurrirle los lunes por la noche, tras un fin de semana ciertamente curioso, en el que se alternaban y ahora la palabra viene al pelo, botellas con libretos del guión. Mala cosa. La peluquera juró no volver a trabajar nunca más con este equipo. Era una profesional muy honrosa y dispuesta, así que acababa molesta cuando sus esfuerzos no se recompensaban.  Ningún tupé aguantaba varias horas. Por su parte, la script, la más joven del equipo y la recién llegada, lloraba intermitentemente. Seguramente toda la culpa era suya, que tenía un carácter depresivo y que se asustaba con facilidad cuando el actor y el director se enredaban a gritos. De aquello no podía salir nada nuevo, auguró un cámara veterano, curtido y en mil producciones de postín. A l

William y Miguel

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Con más o menos exactitud se sabe que el día 23 de Abril de 1616 murieron William Shakespeare y Miguel de Cervantes . Que los dos genios más relucientes e indiscutibles de la historia de las letras murieran el mismo día o en fechas próximas solamente es una casualidad, un guiño de la vida, pero nos sirve para enhebrar un argumento que nos conduzca a su lectura, a su recuerdo y, sobre todo, al encuentro feliz con el libro, sea en el formato que sea. Ambos, William y Miguel, ofrecen, además de ese paralelismo indiscutible, otra diferencias sustanciales y sabrosas, que no es momento de ponderar aquí, en este pequeño homenaje a ellos y a quienes, como ellos, poseedores del arte de narrar, ofrecen su arte en forma de textos, de libros, de escritos, de historias, de poemas, a todos los que disfrutan y degustan ese placer de lo escrito. Tras la escritura, la vida del hombre cambió y nunca sería la misma. El sedentarismo trajo un nuevo concepto de la existencia y de la escritura, ademá

Elogio del mérito

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La luz de Sevilla entra por todos y cada uno de los patios del gran edificio que albergó una industria de leyenda y que hoy es buque insignia de la Universidad. Un gran barco del saber en el corazón de una ciudad esculpida en los siglos de la historia. Es el espacio privilegiado en el que todavía pueden oírse, si prestas la atención suficiente, el eco de los viejos maestros.  Apagado el calor insoportable de los hornos, despejado el polvillo arenoso del tabaco en rama, lejos las mujeres de rompe y rasga con sus niños de pecho agarrados a la cintura, el edificio pervive sumido en la serena contemplación filosófica del paso del tiempo. Pero las voces siguen, no desaparecen, reposan en sus muros y reviven si eres capaz de atenderlas. Tantos años aflorando vocaciones, despertando talentos, azuzando el destello del saber...Tantos años, desde aquel pasado en el que la actividad más puntera de la ciudad precisaba nuevo acomodo y lo halló justamente en este lugar, entonces virgen y

"Torres de Malory" de Enid Blyton

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Junto a mí, un voluminoso libro que la Editorial Molino publicó en 2013 recogiendo, nada menos, que todos los que Enid Blyton dedicó, con el título de "Torres Malory" a la historia de los seis cursos de este internado inglés para señoritas, transcurridas entre 1946 y 1951. Seis cursos, seis libros y, se supone, miles de vivencias para todas aquellas niñas que, en su día, los leyeron. Yo no estaba entre ellas, por razones cronológicas y en algún momento, creo recordar, hubo en mi casa alguno de esos tomos. Pero no fui lectora de "Torres Malory" así que ahora me he reencontrado con algo que nunca había conocido antes. Curioso, desde luego. Interesante, también. Amante de los libros como soy, he aquí una joya vintage que merece la pena comprar y leer. Quizá, también recomendar.  Pensando en esto he caído en la cuenta de que nunca he leído literatura de niños. Cuando era niña leía, desde muy temprana edad, a Agatha Christie, por ejemplo. Y algún diálogo de Platón

Cuento de primavera

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Había un niño y un hombre, y el niño apoyaba la cabeza sobre una pared y al lado había una puerta abierta a algún lugar inesperado. El hombre no se veía, es decir, él era el espectador, él contemplaba al niño, pequeño, con la cabeza sobre la tapia.  De vez en cuando el sol se escondía y dejaba a oscuras la calle, serpenteando en el suelo la línea de la acera, moviéndose graciosamente la puerta entornada. El hombre recordó, porque el niño era pequeño y no tenía memoria, aquel cuento o historia, lo que fuera, oído no sabía dónde, acerca del sol y el viento. Resultaba que había una apuesta entre los dos sobre quien lograría quitarle la capa a un transeúnte, y, aunque el viento soplaba más y más fuerte, no consiguió que aquel hombre se quitara la capa. Bastó que el sol lanzara algunos de sus rayos para que el individuo se despojara de su prenda. Vaya con el sol, había pensado entonces, pero le alegraba, le gustaba saber que le había ganado la partida al astuto viento y no por la f

Todas las despedidas

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Tuvimos una única madrugada. Un único almuerzo. Solo un aperitivo. Solamente una vez visitamos juntos una librería. Solamente una vez compramos libros. Una vez compartimos un taxi. Un único momento paseamos bajo la luz del sol. En una noche húmeda, estuvimos andando breves momentos.  Y, sin embargo, tenemos todas las despedidas. Nos despedimos continuamente. Cada palabra es una despedida. Adiós, hasta luego, adiós, me voy, tengo que irme, adiós, te dejo, adiós, tengo cosas que hacer, adiós, me llaman, adiós, suena el teléfono, adiós, hoy tengo prisa, adiós, hay que salir, adiós, el perro me reclama, adiós, está lloviendo, adiós, tengo mucho trabajo, adiós...Todas las despedidas han sido nuestras. Y nunca comprendemos por qué llegan, qué razón las impulsa, qué motivo. Vienen sin más. En suma, somos una legión de ellas. A cada instante, estamos despidiéndonos.  No te lo he dicho nunca. Tú no lo sabes. En realidad, no existe. Es algo que se intuye, pero que se rechaza, como si

Todas las noches eran un sueño

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Lo conocí en un cine de verano. Teníamos quince años. Era un cine de barrio, en una ciudad grande en la que había de todo, y sobre todo, gente con uniforme. Una ciudad de aluvión, una ciudad cuyas tradiciones estaban todas pegadas al mar y a la sal. La sal, en montículos uniformes, rodeaba su perímetro. Estaba cercada por el agua, como antes, en la historia lejana, lo estuvo por el invasor que vestía de azul y rojo y llevaba vistosos penachos blancos. El agua le daba su sentido y se transformaba según la estación del año y en ella nos mirábamos todos. El perfil de los barcos, las grúas de los astilleros, eran parte de su fisonomía y, desde lejos, viniendo desde el istmo, ya avistábamos su tamaño y nos reconfortaba pensar que eran nuestros. Una seña de identidad que el tiempo, traicionero, desmoronaría sin darnos tiempo a entenderlo.  El barrio era otra cosa. Se acostaba en la parte más antigua y lo salpicaban los sones de cantes ancestrales. Tenía hermosas casas bajas con grande

"Órdenes sagradas" de Benjamin Black

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Hipnótico, elegante, estilista, dominador del lenguaje, creador de un paisaje literario propio...las críticas bendicen a John Banville desde que en 1989 este editor y periodista publicara "El Libro de las Pruebas". Desde entonces, una amplia trayectoria jalonada de premios y de lectores fieles que se han ido sumando al placer de disfrutar de una prosa fina, acerada y llena de observación inteligente. Con "El Mar" logró en 2005 el prestigio Premio Booker y en estos momentos este irlandés nacido en 1945 bien puede ser considerado como una de las cumbres de las letras contemporáneas.  Banville es blanco y Black es negro. El alter ego del escritor, Benjamin Black, aparece en 2007 inaugurando la saga protagonizada por Quirke y dedicada a su pasión más reconocida, la novela negra. Fue "El secreto de Christine" y, después de ella, vendrían "El otro nombre de Laura", "El Lémur", "En busca de April", "Muerte en verano&qu

"Las buenas intenciones" de Amity Gaige

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La editorial Salamandra es signo de calidad. Sus libros tienen todos un sello distintivo: no se dejan llevar por el bestsellerismo, antes bien, buscan y rebuscan hasta hallar especies exóticas, novelas trabajadas, brillantes, llenas de un especial estilo propio.  Esto es lo que ocurre con este libro, escrito por la escritora estadounidense, nacida en 1972, Amity Gaige. Recién salida en España, la novela narra un caso, basado en un hecho real, en el que un padre, que es la voz conductora de la historia, está en la cárcel por el rapto de su hija. Este es el motivo inicial, el que desatará las conjeturas, abrirá la puerta a las confesiones y pondrá sobre la mesa una búsqueda de la identidad personal, con un estilo introspectivo que te atrapa y que te hace pensar. ¿Es la maternidad esa fuerza telúrica a la que todas las mujeres se entregan? ¿Hay tanta diferencia entre hombres y mujeres a la hora de abordar la relación con los hijos? ¿Es posible ser un buen padre sin ser un buen mari