Una historia real
Hawai-Bombay Las niñas se vistieron de nativas. Llevan faldas de vistosos colores, cintas en la cabeza y collares al cuello. Las madres han cosido las ropas y han ensartado las cuentas de los collares. Los niños llevan un peto de colores y una lanza de plástico, que sólo hace cosquillas. Durante días estuvieron ensayando al son de esa música de moda. Todos, sin excepción, se balanceaban al compás de “Mecano” y canturreaban la canción en voz baja. No hubo selección. No dijimos: “los que sepan bailar, los que no tengan vergüenza, los que quieran salir…” No. Todos los niños, cuarenta, saltaron al escenario para recibir el aplauso de sus madres y de sus abuelas. Todas sonreían. Miraban a los niños con las caras pintadas y las grandes argollas en las orejas y sonreían. Estaban felices y algunos niños, que no sabían leer bien y que tenían la letra torcida y llena de formas irreconocibles, rieron también y tuvieron el premio de verse, sobre el escenario, moviéndose con esa música tan especial