(Joaquín Sorolla y Bastida) El sol había decidido tomarse el resto del tiempo libre. Comenzaba a batirse en retirada después de un día inclemente en el que los habitantes de la calle notaron sin duda alguna que el verano estaba allí. Las tres niñas merodeaban por una de las esquinas, sentadas y a veces de pie, en torno a la puerta de la casa de una de ellas. Llevaban pantalones cortos, camisetas de tirantes y una expresión de aburrimiento pintada en la cara. Los días de asueto podían convertirse en un suplicio si no se encontraba un pasatiempo adecuado. Este era el caso. Una niña, de camiseta rosa, tenía el pelo suelto, sujeto con un lazo de seda a un lado de la cara. Otra, de cabello muy corto, llevaba una blusa de rayas blancas y verdes. La tercera niña se desesperaba estirándose los rizos para convertirlos en una masa lisa y manejable usando horquillas y gomas elásticas. La hora de la siesta había concluido y ya tenían permiso para salir de casa y dedicarse a cualquier
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