Hubo un tiempo que ahora parece lejano e imposible en que, a la salida del trabajo, nos íbamos a tomar una copa de mediodía a uno de esos sitios que te hacen sentirse como en casa. Llegábamos las tres, Ángela, Aurora y yo, invariablemente bien vestidas y peinadas, cada una en su estilo pero todas con estilo, y nos acompañaba, como si fuera un caballero andante que no se cansa nunca de ayudar en las compras, nuestro amigo Leo, infatigable, inteligente, guapo y casado. De modo que esas sobremesas se extendían porque ninguno teníamos la prisa suficiente como para cortar la conversación que seguía al aperitivo. Siempre acabábamos hablando del amor, de los amores en general, de los hombres y las mujeres, sin viceversa alguna. Ángela no se había casado nunca y parecía que esas cosas le eran muy ajenas. Su falta de coquetería, a pesar de cierta distinción de familia, siempre nos llamaba la atención. No se detenía demasiado tiempo ante el espejo, siempre vestía de azul oscuro, casi negro, y l
¡Cumplimos 15 años! 2009-2024