Era un día cercano a la primavera. Los niños estaban ansiosos por salir al aire libre. Las clases se estaban haciendo pesadas. El olor del azahar inundaba todos los espacios, la escalera, las aulas, los pasillos y llegaba, recóndito, al corazón de todos. Los niños tenían sed de aventuras. Eran niños especiales, siguen siéndolo. Dibujaban cuentos, escribían historias. Querían ser piratas, peluqueras glamurosas, actores de fama, policías que salvaran al mundo, geniales artistas de la danza, abogadas implacables, maestras cariñosas... A la una del mediodía ocurrió un curioso milagro. Las cabezas de los niños se asomaron a todas las ventanas para observar un enorme rebaño de ovejas blancas que se adueñaron sin permiso del patio del recreo. Pastaban a sus anchas. Rozaban con su pelo los pinos que habíamos plantado días antes y a punto estuvieron de comérselos todos. No eran unas ovejas bien educadas, sino salvajes, aventureras...Estaba claro que no habían asistido a ninguna escuela ov
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