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"Algo temporal" de Hilary Leichter

  Esta es la primera novela de Hilary Leichter y el tema es muy original. También es muy actual. Lo que pasa cuando uno no tiene un empleo fijo y tiene que ir dando tumbos de un lado para otro. Claro que hay que saber contarlo. No basta con tener la experiencia, hay que fijarse bien y narrarlo. No sabemos cuál ha sido la experiencia laboral de Leichter pero sí que ha escogido un tema con el que mucha gente ha de verse identificada. Son los nuevos mitos de la sociedad del siglo XXI. Nada de largos años al servicio de una misma empresa (que, cuando se le ponen las cosas mal te larga a la calle sin contemplaciones), sino pequeños empleos, cortos, desapasionados, un poco de todo, que engordan el curriculum . He visto algunos de estos currícula de gente sin demasiada suerte que va atrapando de aquí y allá. Y es desalentador. No tener trabajo debe ser lo peor, o una de las peores cosas, que puede pasarle a una persona. Es una especie de anulación civil. Todo el mundo te pregunta qué eres

Efímero aroma

Lo que llaman las vísperas suena en forma de música de banda. La Semana Santa es música y cada uno tiene su propia melodía. La mía es La Isla y son momentos. Y un tiempo que me perteneció completamente. Imagen del Nazareno en la Plaza de la Iglesia: mi padre y yo esperando la salida. Las dos de la madrugada del Viernes Santo. Quién sabe si levante o si poniente. De noche, todos los vientos son pardos. Mi padre y yo apoyados en la pared de enfrente de la Iglesia Mayor, la gente a pie de calle. Mi padre y yo en silencio. Sale el paso. Es un Señor que carga con la Cruz y va sobre un montículo de amapolas y espigas, o quizás otro año sea de claveles rojos. El Nazareno tiene la piel oscura y, justo en el lado izquierdo, luce un moratón junto al pómulo, en recuerdo de cuando la cruz se desprendió de su eje y lo hirió sin mayor consecuencia. La gente peregrinaba para verle la cara y comprobar aquello. Yo también.   Suena la música y hay una banda militar, algo que ya es imposible ver. Miro a

"Los perezosos" de Charles Dickens y Wilkie Collins

De modo que estos dos, Charles y Wilkie , se ponen de acuerdo (es un decir) para escribir un libro "a cuatro manos". ¿Qué saldrá del empeño? Una novela descacharrante, divertida, llena de gags, de ironía y de escenas rocambolescas. Empiezas a leerlo y caes en su trampa. Intentas adivinar qué parte escribió cada uno de los dos amigos, con doce años de diferencia y una gran complicidad entre ellos. Pero, al final, te rindes y haces lo que se espera de ti: reírte a carcajadas.  La amistad de Dickens (1812-1870)  y Collins (1824-1889) comenzó en 1851 y duró hasta la muerte del primero. Ambos autores, que se conocieron por mediación del pintor Augustus Egg, llegaron a compartir escena actuando en una obra titulada Not So Bad As We Seem y escrita por Edward Bulwer-Lytton. Dickens era un escritor consagrado y Collins comenzaba su carrera, pero esto no fue obstáculo para que se entendieran de inmediato. Collins le prestaba grandes servicios a la hora de proporcionarle una coartad

"La pobre señorita Finch" de Wilkie Collins

  La editorial Alba ha editado varios libros de Wilkie Collins (Londres, 1824-1889). Este es un autor interesante, entre otras razones porque "creó" una novela psicológica, con suspense y misterio añadidos, que luego ha ido prosperando en otros autores y que hoy tiene mucho éxito. Algo gótico pero con toques de modernidad y vida cotidiana. Lo extraordinario en lo corriente, podríamos decir. También se dedicó, con menos aceptación, a la crítica social. Y fue un escritor tan prolífico que abarcó la novela, el relato corto, la obra de teatro y la no ficción, entre otras cosas biografías y libros de viajes. La biografía de su padre, el renombrado pintor de género y paisajista Williams Collins (Londres, 1788-1847) inauguró su carrera como escritor, después de haber estudiado Derecho y trabajado en una empresa dedicada al comercio del té. Williams Collins fue un pintor notable. En el Museo del Prado hay una obra atribuida a su mano, aunque con dudas. Se trata del Retrato de Fern

El Lejano Oeste, mi padre y una canción

  A mi padre le gustaban las películas del Oeste. Se sentaba en su butaca favorita las pocas veces que tenía tiempo para ello y disfrutaba con las aventuras de aquellos hombres solitarios, duros y muy desgraciados. Cuando era niña pensaba que ese cine era una broma, una mirada burlona a la sociedad y por eso no entendía bien como a mi padre le gustaba tanto. Porque era un hombre callado, introvertido, que guardaba sus emociones y que sufría por todo. Pasando el tiempo, como suele ocurrir con tantas cosas, entendí aquellas películas y entendí a mi padre y su atracción por ellas. Creo que fue escuchando la música de "Unforgiven", esa canción que Lennie Niehaus le dedica a Claudia, la esposa muerta del protagonista. Pocas veces se ha dicho tanto con la música. El fondo inhóspito del paisaje, la soledad del hombre, la nostalgia por su mujer, la melancolía de no tener ya nada, la miseria de la lucha por la vida, la pelea sin sentido, la búsqueda de una meta para sobrevivir, todo e

Jardín escondido

  La casa tenía un jardín pequeño, elegante y escondido. Estaba detrás, en un rincón junto a la huerta de árboles frutales, de judías verdes y lechugas, una huerta nada romántica. El jardín hacía esquina y en él podían verse dos clases de rosas, rojas y amarillas; una enorme mata de hierbabuena y otras plantas aromáticas para cuidar su olor; un arriate de piedrecitas blancas con aloe vera, tomillo, arrayán y poinsetias entremezcladas. Y luego había una verja que lo separaba del huerto y que tenía siempre enredado un jazmín. Eso era el jardín y la mano del padre dedicaba algunas horas al día a cuidarlo. Era fácil que brotaran los limones y las granadas, pero era más complicado mantener las rosas al día y evitar que la hierbabuena desapareciera. El agua era muy salina y, como todo lo de allí, estaba azotado por la humedad. Pero el jardín pervivió durante muchos años y fue la mano del hombre, no la naturaleza, la que acabó con él.  En el banco de hierro de la entrada se podía una sentar a

Las tertulias

(Dos mujeres hablando. Henri Gervex)  En casa de mi abuela Marina se vivía a rajatabla la costumbre de las tertulias. Los domingos por la tarde, cuando toda la faena estaba ya hecha, retirados los avíos del almuerzo, arreglada la cocina y antes de que cayera la noche, en los días buenos de la primavera y el otoño, llegaban al salón, cuyos dos grandes balcones daban a una calle muy concurrida del centro del pueblo, algunas amigas de esas de toda la vida, con las que hay confianza para la charla y la confidencia. Conservo el relato de mi madre acerca de cómo aquello se desarrollaba, aunque a ella no la dejaban participar, claro está, y tenía que verlo todo desde lejos, a través de los cristales del cuarto de al lado, en el que las hijas de la casa se entretenían cosiendo muñecas o leyendo mientras que mi abuela, sentada en su mecedora, recibía a las amigas y las obsequiaba con un café recién hecho y algunas pastas. Cuando la tarde iba entrando en sazón, también se sacaba la botella de c

Todas leían novelas de amor

  El mayor tráfico se producía entre libros . Las madres apañaban los almuerzos y las cenas con los productos de la plaza y, a veces, como en los libros de la señorita Marple , había un curioso trueque. Medio kilo de pescadilla por medio de boquerones, así alternamos. O, una sandía mediana por dos melones pequeños, que estamos ya hartos de la misma fruta. O también, un trozo de carne de jarretes por dos de tocino y un poco de costilla para el puchero. Las madres eran maestras del intercambio comercial, del regateo y de la economía doméstica. Eran unos genios del fin de mes.  Pero los libros y los tebeos eran los productos más traficados de la calle. Al final de la misma estaba la librería de Secundina , en la que se amontonaban novelones de toda época, con una única característica común: las mujeres se enamoraban mucho y sufrían muchísimo. Eran novelas por entregas, novelas de colecciones baratas, novelas de Corín Tellado y de Carlos de Santander , novelas ilustradas de colecciones c

Haciendo Shakespeare

                                                                        (Romeo y Julieta. John Duncan. 1909) Mi madre colocaba entre dos ventanas de las que daban al patio, una colcha de matrimonio muy gastada, con flores y una cenefa azul, para que sirviera de fondo a nuestros teatros familiares. Ese era todo el atrezzo. El repertorio era variado y los actores tenían edades muy distintas, aunque ninguno excedía los quince años. Paquita , una vecina que era "como de la familia", más mayor y más alta, con un aire de mando muy genuino, hacía siempre los papeles masculinos, porque aquí funcionábamos al revés que en el teatro clásico: las niñas eran el grueso de la tropa. A los niños todo esto del teatro les parecía una tontería y solo aparecía alguno de pasada, en plan árbol o caballo, pero el peso de la función era nuestro. Otra vecinita, Lola , con el pelo crespo, la cara redonda y muy sonrosada, era ideal para hacer de campesina silenciosa, porque su timidez le impedía hab

Ignorancia de mar

¿Se puede vivir junto al mar sin saberlo? Se puede.  La calle estaba cerca del mar pero nadie era consciente de eso. El mar la rodeaba como si fuera una cinta de regalo, impidiendo que la tierra se moviera y que las aguas traspasaran esa frontera invisible. Era un mar y, a la vez, un océano, que llegaba lejísimos, hasta América, un océano verdoso y no un mar azul. Su perfil era el de enormes barcos, grúas, astilleros, edificaciones militares, fuertes de la guerra napoleónica, esteros y caminos estrechos que llevaban a las casas salineras. Todo el exterior de ese envoltorio era agua y sal. Los montículos blancos parecían nieve, pero una nieve muy dura, mucho más de lo habitual. Este era el perfil de la ciudad y permanecía ajeno a la calle. La calle era, en sí misma, un barrio y un pueblo al mismo tiempo. Traspasar sus límites era internarse en otros mundos. Vivir allí generaba un idioma común, un código único, una mirada propia.  La calle comenzaba en la esquina de Capitanía. Allí cerca

"De la noche a la mañana" de José María Velázquez-Gaztelu

  Quizá porque he visto tantas cosas con tan poca gracia y tan poco arte, con tan mala idea, en este mundo del flamenco, destaca sobremanera aquel que lleva por derecho ese adjetivo que a los mejores se aplica: cabal. José María Velázquez-Gaztelu es el ejemplo claro de flamenco cabal. ¿Qué significa eso? Que habla con tino y sin querer hacer daño; que su crítica es mesurada, directa, franca pero sana; que conoce de lo que habla y de lo que escribe; que va añadiendo a su bagaje siempre una obra nueva y fresca; que se maravilla siempre de lo que es este arte y lo respeta; que no hiere, sino que estimula. Un flamenco cabal que ha reunido en este libro tal caudal de vivencias, conocimientos, datos y experiencias que no me cabe duda de que se ha convertido ya en una referencia del saber flamenco a pie de obra. Nada de elegías figuradas, retorcidas retóricas huecas, nada de pontificar con prepotencia insoportable, nada de tonterías, nada de pamplinas de la plaza Mina. Flamenco, flamenco y f

Crucé el río, llegué al mar, me asomé al océano

  Cuando el aire suena a primavera recuerdo la odisea, el gran hallazgo, un barco que salía del espigón y que cruzaba el océano casi costeando. Llevaba una carga de gente variopinta, turistas, visitantes nostálgicos, familias, parejas de enamorados, hombres solos y taciturnos, mujeres tristes, pandillas de jóvenes ruidosos. El barco te recogía y entonces te sentabas en unos bancos que lo llenaban de lado a lado, como se ve en los que jalonan las bahías en Estados Unidos, todas esas películas con gente que va a trabajar a través del agua. Aquí los barcos tienen poco uso y parece mentira porque estamos llenos de lagos, de ríos, de mares y de océanos, pero creemos que el barco es un exotismo pasado de moda y por eso solo los usamos como este, en plan turistas desocupados, no como trabajadores sensatos.  El barco, el vaporcito, salía del Puerto de Santa María y se encaminaba con bastante garbo hasta su destino, enfrente de la playa, al otro lado, Cádiz, el puerto de los barcos grandes, el

"El tercer país" de Karina Sainz Borgo

  Casi año y medio ha tardado Karina Sainz Borgo (Caracas, 1982) en escribir esta segunda novela, después del éxito de la primera "La hija de la española" . La nueva novela tiene una intensidad mayor que la anterior y parece más difícil de escribir, o, por lo menos, exige más reescritura, porque hay ajustes que  resultan necesarios para evitar la carga del exceso. Verás: una novela tan trágica, con un tema tan negro, un ambiente tan miserable y unos personajes tan al límite, precisa una escritura aséptica, porque no necesita echarle más leña al fuego y es mejor dejar desnuda la tragedia que adornarla con palabras y con exclamaciones o puntos suspensivos.  Siguiendo con las comparaciones, la primera novela se lee con rapidez, facilidad y sin el corazón encogido. Tiene mucho de intriga y de suspense. También de historia. La hija de la española es Aurora Peralta. Su padre, Fabián Peralta, trabajaba en un obrador próximo a la iglesia de San Jorge y allí le cogió la onda expansiva

"Veinticinco de hace veinticinco" de Víctor Colden

  Los recuerdos , las vivencias, las experiencias personales...lo vivido, lo soñado, lo imaginado, lo temido...todo lo que significa el equipaje de la sentimentalidad es el caldo de cultivo donde se muestra la prosa (y la poesía) de Víctor Colden (Madrid, 1967), al que el corrector se empeña en apellidar Holden, como el actor. Basta con leerlo para entender lo que digo. Cada uno de nosotros haría un inventario de su propia infancia, con detalles imprecisos y definitivos. Cada cual trazaría la imagen original de lo que, en forma de versos en prosa, constituyen sus emociones o sus fracasos, de modo que la melancolía sería la mejor prueba de que no somos perfectos. Cada uno escogería en el gran mosaico de su vida los elementos que constituyen lo peor de sí mismos, lo mejor, lo esencial. Esto último es "Veinticinco de hace veinticinco" , una foto-fija de lo que el autor extrae de su 1988 (el libro se escribe en 2013, veinticinco años después), para mostrarlo a través de un cal

"Tipos de interés" de José Cenizo Jiménez

José Cenizo Jiménez (Paradas, 1961) es un tipo que lleva la literatura en las venas. Desde que nació, la palabra es su santo y seña, su forma de comunicarse con el mundo, su pasaporte. Esa puerta abierta a la realidad convertida en frase, en escena, en esquema o en texto, todo lo que la palabra conlleva, es su manera de estar y tiene mucho de su forma de ser. Sus estudios de Filología añadieron a una inclinación natural esa formación que no sustituye al talento pero sí lo complementa. Su labor como profesor de Lengua ha dado lugar a que multitud de chavales entren por el sendero de la narrativa o la poesía de una forma sencilla. Sus intervenciones pedagógicas siempre han puesto el foco en la manera en que se puede hacer de ellos unos lectores avanzados, gente que sepa apreciar la literatura y que dé rienda suelta a su imaginación a través de las letras. De modo que ha transitado por numerosos géneros, desde el texto académico, la investigación flamenca , las coplas , las biografías,