Si eres Presidente de los Estados Unidos de América y te conceden el Premio Nobel de la Paz a poco de comenzar tu primer mandato tienes la obligación moral de hacer algo, de dejar alguna impronta, un sello, una seña de identidad que te sitúe en la historia política de tu país, o, lo que viene a ser casi lo mismo, del mundo. Y debes hacerlo al final de tu segundo mandato, lo que evitará repercusiones negativas. Los presidentes de Estados Unidos llevan la fecha de caducidad marcada con tinta indeleble y su aventurerismo de final de etapa casa muy bien con su propio papel en el ámbito de la geopolítica. Así que Barak Obama ha aterrizado por cuarenta y ocho horas en La Habana, la capital de Cuba, con la doble intención de fijar su nombre en la historia y de conseguir que los empresarios estadounidenses hagan negocio. Todo, pues, encaja. El régimen cubano, que quiere legitimarse como sea, recibe con los brazos abiertos al primer presidente americano que pisa la isla desde hace 88 a
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