Una vez ella le escribió una carta. Era una carta breve y muy sentida. Le costó escribirla, escoger las palabras y hallar el tono exacto. Contaba cosas divertidas, cosas que le habían ocurrido y otras que había pensado y que no existían nada más que en su imaginación. En conjunto era una carta atractiva, una carta agradable de leer y que ella escribió con cuidado y detalle. Quería que resultara una carta amable, una carta que a él le gustara tener y conservar. Echó la carta al correo después de algunos días. Eso siempre le suponía una pesadez. Comprar el sobre, de tono azulado igual que el papel; buscar el sello en el estanco; escribir la dirección exacta, sin errores; dirigirse a la oficina de correos y lanzarla en manos de una empleada que la tomó sin consideración, sin darse cuenta de todo lo que ella había puesto en la misiva. No era una carta de amor, pero había sido escrita con esmero y atención. Días después de haber enviado la carta al correo ella se dio un paseo
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