Ir al contenido principal

Entradas

El Concurso de Granada en su contexto cultural

(Plaza de los Aljibes, Granada. El concurso se celebró aquí por su mayor capacidad aunque no era el sitio elegido en principio ni el que aparece en los carteles) (Manuel de Falla)  No podríamos trazar un retrato fiel de las primeras décadas del siglo XX sin incluirlas en los movimientos culturales europeos, sobre todo franceses, ya que París , desde 1874, con la primera exposición impresionista en el estudio del fotógrafo Nadar (y ese maravilloso y fundacional Impresion: soleil levant de Monet), se ha convertido en el centro del arte por delante de Roma. Todavía no han llegado los tiempos en los que ese relevo, en los años posteriores a la segunda guerra mundial, pase a Nueva York.  La influencia de las vanguardias históricas en la vida cultural española es muy importante, aunque eso no quiere decir que desaparecieran los reductos ajenos a estos cambios, sino que se conservaron en diversos ámbitos y diferentes artistas algunas formas estéticas totalmente alejadas de los nuevos postulad

En una noche densa de perfumes

 Temprana era la noche porque quedaba mucho tiempo todavía para que amaneciera. La ciudad tenía aires fantasmagóricos. La recorrimos sin orden ni concierto, el para qué guardado en un bolsillo; el cómo, cómo fuera. Una imagen veloz vivimos en las Ramblas porque la gente circulaba sin pausa y no pararse era continuar viviendo lo imposible. Las calles de los alrededores también parecían arder en una manifestación de júbilo, de verano sin tasa, de mansa revolución sin claveles ni gestos. Los cuatro en procesión, en una expectante simpatía hacia las cosas, incluso hacia el vaso de cerveza negra que derramó la blusa. Esa noche no parecía acabar por ningún sitio. La oscuridad cubría el parque Güell y los azulejos de Gaudí tenían su propia explicación de todo. Escribían con sonidos silenciosos las anchas perspectivas de una avenida enorme, sobre la que caían los bancos de vistosos colores, las formas huecas, el pundonor convertido en obra máxima. La gente nos miraba y seguía a lo suyo, todos

"La hijastra" de Caroline Blackwood

  Una historia cruel que, por eso mismo, te engancha. Lo mismo que la forma que ha elegido la autora para contarla, a base de cartas escritas a personas que no existen, gente imaginaria. Quizá nadie podría contar estas cosas a alguien real. Una mujer vive una existencia difícil con una hija de seis años a la que no quiere, la hija de su marido que es una adolescente a la que detesta y una chica au pair que está deseando escaparse de este ambiente. En un piso lujoso y bien situado, pero que no llena sus aspiraciones y que más bien parece una cárcel para todos. Esta es la historia que relata aquí, en esta brevísima novela, Caroline Blackwood, la escritora cuya vida daría para varias novelas.  Arnold es el personaje invisible, del que se habla continuamente pero que no está en el piso. "Es un hombre inteligente. Como la mayor parte de los hombres inteligentes, a veces puede ser también muy cruel", dice esa mujer en la treintena, de la que no sabemos el nombre, pero que es la pro

Anthony Hopkins es el padre

  Creo que Anthony Hopkins (Gales, 1937) es uno de los más grandes actores que ha dado el cine. Y no por su papel de psicópata sino por todo lo contrario, por sus papeles más humanos. Expresa como nadie la sensibilidad, la cercanía, la contención, el drama y lo íntimo. El mayordomo de "Lo que queda del día", al servicio de un Lord Darlington ocupado en entenderse con Alemania casi al borde de la traición, es un prodigio de composición. No sobra ningún gesto ni ninguna palabra y, lo que es más importante, ninguna mirada. En "Howard End" le ocurre algo parecido. Es imposible no quedarse enganchado a su interpretación, que te lleva de la mano por toda la película. Es épico en "La máscara del zorro" y arrogante en "The Bounty", una de sus películas menos conocidas pero que merece la pena ver. Impecable en "La carta final", sobre el libro "84, Charing Cross Road" haciendo del librero Frank Doel.  Detrás de sus interpretaciones hay

Lo exacto

(Pintura al óleo de Cheryl Kelley, hiperrealismo americano)  Así que el reloj de cuco de la casa dio las doce, con ese sonido hueco y tímido que a todos nos asustaba por lo imprevisto, mi prima y yo nos levantamos en silencio y sin hacer ruido del sofá en el que parecíamos estar totalmente dormidas, sorteamos las piernas de mi tía (que era su madre), en una butaca ella sí dormida, y subimos las escaleras en plan pantera rosa. Sin música, eso sí. Al llegar al piso de arriba nos deslizamos hacia el cuarto que compartíamos (muy grande, pintado de rosa, con cabeceros idénticos de forjado malva, y unos ventanales enormes) y abrimos los armarios para cambiarnos de ropa. Eran las doce de la noche pero no estábamos dispuestas a una fiesta de pijamas sino a una feria de verdad, una feria de pueblo en buena compañía. La ropa estaba elegida de antemano, como es lógico, y podría describirla sin que me fallara la memoria porque nos costó un par de horas darle el visto bueno. Ella llevaría un vestid

Por donde quiera que vaya

Aunque llevo muchos años viviendo en Sevilla (en Triana la gran mayoría de ellos) sigo conservando la manera de ser y de sentir de la gente de Cádiz. Cuando uno deja su tierra se produce un desgarro irreparable, que se nota menos en los primeros años pero que se acentúa cuando pasa el tiempo. La esencia de lo que eres está dentro de ti y eso no se modifica, pero desaparecen de tu lado los sonidos, los olores, los sabores, el paisaje, la gente, todo lo que ha formado parte de ti. Encuentras personas que se incorporan a tu vida, amigos incluso, pero falta algo, algo inexplicable. En mi profesión trato con compañeros que son de fuera y que, en un momento dado, se plantean si volver a su tierra. La última de esas personas es mi fascinante compañera Violeta, un chorro de vida en medio del océano. Ella es de Córdoba y estuvo hace poco en ese momento de duda. Mi consejo fue rotundo. Vete, vete a tu tierra. Con tu gente, con tu madre, con tus sobrinos, vete ahora, antes de que los lazos q

Va y viene de la rosa a la salina

Yo era una niña móvil, cambiante, caleidoscópica. Aún lo soy. No una niña, desde luego. Pero sí soy móvil, cambiante y caleidoscópica. Días y días. Días de todos los colores. Azules, trágicos; naranjas y amarillos, luminosos; verdes, esperanzados; grises, anodinos; negros, terribles; blancos, desconcertantes; violetas, geniales…Luego están los días contigo dentro. Esos son dorados, tibios, cálidos, del color de una sinfonía o de una obra de arte bien terminada. Los días contigo no deberían terminarse nunca, pero pasan con insólita rapidez, porque son días que solo contienen una o dos horas a lo sumo.  Esa niña tan dispersa en intenciones y tan llena de preguntas tenía la costumbre de demorarse y otra aún peor. Andaba hacia atrás. Mi madre caminaba delante de mí y esperaba que llegara a su altura. Pero yo nunca lo hacía. Reclamaba una y otra vez que fuera ella la que se detuviera, la que cambiara el paso. Mi madre no se sentía en la obligación de ayudarme a resolver el eterno e

La sal entre los dedos

(Joaquín Sorolla y Bastida) El sol había decidido tomarse el resto del tiempo libre. Comenzaba a batirse en retirada después de un día inclemente en el que los habitantes de la calle notaron sin duda alguna que el verano estaba allí. Las tres niñas merodeaban por una de las esquinas, sentadas y a veces de pie, en torno a la puerta de la casa de una de ellas. Llevaban pantalones cortos, camisetas de tirantes y una expresión de aburrimiento pintada en la cara. Los días de asueto podían convertirse en un suplicio si no se encontraba un pasatiempo adecuado. Este era el caso.  Una niña, de camiseta rosa, tenía el pelo suelto, sujeto con un lazo de seda a un lado de la cara. Otra, de cabello muy corto, llevaba una blusa de rayas blancas y verdes. La tercera niña se desesperaba estirándose los rizos para convertirlos en una masa lisa y manejable usando horquillas y gomas elásticas. La hora de la siesta había concluido y ya tenían permiso para salir de casa y dedicarse a cualquier

"Mujeres enamoradas" de D. H. Lawrence

En algún lugar de este blog he hablado de David Herbert Lawrence , el escritor inglés que leí hace muchos años, que releí más tarde y cuyas frases, cuyo sentido, me vienen a la cabeza de vez en cuando. Es curioso cómo unos libros, unos escritores, se te quedan dentro para siempre, independientemente de los años que pasen o de la vida que tengas. Lo que hace especial a D.H. es que narra la pasión amorosa de una manera distinta a todos los que antes o después que él la han descrito. Es muy difícil hablar de sentimientos, de amor, de pasión, sin que caiga uno en lo chabacano, incluso en lo ridículo. Pero él lo consigue, porque desbroza los pensamientos, las sensaciones, de una manera especial. Es su mirada comprensiva hacia las emociones lo que lo distingue del resto. Es la ternura con la que entiende cómo los hombres y las mujeres de sus libros se dejan llevar, irremediablemente, por un río que no tiene retorno, que nace y desemboca en el mar, pero que no puede controlarse, salvo si se

Tango flamenco y tango de carnaval

(Baile andaluz. José Villegas. 1893)  En el universo musical de la bahía de Cádiz dos sones se entrecruzan de una manera cierta. Dos sones que se difunden y amplían, llegando a otras latitudes geográficas y musicales. Son el tango de carnaval y el tango flamenco. Desde hace algunos años vengo escribiendo acerca de la íntima relación que los une y también de cómo en la Escuela Gaditana de Cante Flamenco se acrisolan influencias tan diversas que todo es posible desde el punto de vista musical. La presencia de América, allá a lo lejos, aporta una diferencia sustancial con el cante de interior y desde Cádiz los sones de ultramar llegan al resto de la geografía flamenca, conformando una manera única de entender el cante y el baile. Estamos ante un proceso de aculturación que se realiza de manera interpuesta y desde hace muchos años, siglos diríamos.  La construcción musical del tango de carnaval está perfectamente realizada ya desde las dos últimas décadas del siglo XIX, correspondiendo a e

En el calor de la noche

  “Los negros mienten” parece pensar el jefe de policía de Sparta (Mississippi), el rudo y terco Bill Gillespie. No lleva un buen día. El asesinato de Colbert, poderoso industrial del norte, le ha contrariado. Tiene que solucionarlo de la forma más rápida posible. Y he aquí que su ayudante, el visceral Sam Wood, le trae la respuesta en bandeja. Ahí está Virgil Tibbs, negro, que estaba en la estación del tren durante la madrugada de este caluroso día de septiembre. Cómo un culpable de asesinato y robo (doscientos dólares exactos) se sienta luego a esperar tranquilamente que pase un tren es algo que excede de la inteligencia de Woods y del temperamento de Gillespie. He aquí un sospechoso y ya está.  Bueno. No tan rápido. El señor Tibbs, el negro de la estación, alto, guapo, bien vestido y muy sereno dadas las circunstancias, asegura que estaba esperando el tren de las cuatro y cinco que circula las madrugadas de los martes en dirección a Memphis, donde tiene a su madre. Y afirma aún más:

Cuando ruge la marabunta

 Los niños de la casa están asustados. La pantalla les devuelve la imagen atroz de una enorme plaga de hormigas gigantes que hacen un ruido atronador. Las hormigas avanzan sin misericordia, destrozan todo lo que encuentran a su paso, destruyen las plantas, asustan a los nativos. En esta ciudad costera junto al Atlántico, en esta calle acostada junto a los esteros, es ya de noche y la televisión muestra la película en una de esas reiteradas reposiciones de cine de aventuras que se prodigan y concentran ante el aparato a mayores y pequeños, en franca camaradería. Los ojos de los niños no se apartan de la riada de hormigas que rodea la plantación. El calor trasciende el aparato, todos sudan. Es verano y por eso están allí, disfrutando del ocio, sentados y desperdigados en sillas y en el suelo.  Detrás de los niños, en un paréntesis de su tarea cotidiana, continua y con escasas recompensas, están las madres. Las hay de todas las edades. La mayoría de ellas tienen muchos hijos y pocas ilusi

El Cid

 No es porque las películas históricas me pongan, ni porque necesite de héroes legendarios, ni siquiera porque encuentre en la lucha algún divertimento. No. Es por esa tristeza oculta, ese aire abandonado, esa marginación sin culpa alguna, ese fuego en los ojos, en las manos. Así descubrí al Cid en la pantalla, como un hombre perdido y acosado, un hombre que podía tenerlo todo y todo lo perdía sin recobrarlo.  Y El Cid tenía el rostro de Charlton Heston.  Si tuviera que contaros qué escenas me llenaron de asombro o de interés o de esa felicidad que el cine proporciona, entonces tendría que irme al establo, a ese lugar perdido en la Castilla de los romances viejos, recóndito escondite, camino de Valencia, en el que El Cid y su mujer se hallan esperando el destino y, mientras tanto, cultivando el amor, que tanto cultivo precisa. El escalofrío certero de la pasión, la búsqueda del cuerpo, los ojos en los ojos, las manos en las manos, todo aparecía en esos escasos momentos en los que, muer

El gran dictador

 Esta película bien podría catalogarse de cine histórico. Aunque los personajes sean inventados.  Aunque los escenarios sean inexistentes. Porque uno de esos personajes guarda un sospechoso parecido con alguien que incendió un continente. Y el otro es la viva imagen de las miles de personas que sufrieron cárcel, tortura o muerte. No es una película histórica al uso, pero habla de una historia que no deberíamos olvidar.  El discurso final de “El gran dictador” puede ser el alegato más vibrante contra el totalitarismo que hayamos oído nunca. Solo por ese discurso valdría la pena la película. Algunas de sus frases asaltan nuestro pensamiento una y otra vez: Los seres humanos queremos vivir para la felicidad del otro, no para su desgracia. Pero hemos perdido el rumbo, la codicia ha envenenado el alma del hombre. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. No desesperen. El odio del hombre pasará y los dictadores morirán. Soldados, no sois máquinas, no

La modista

  La editorial Lumen publicó este 2016 el libro en el que se basa esta película. “The Dressmaker”, “La modista”, escrito por Rosalie Ham. Una historia “femenina” que tiene el atractivo adicional de lo que se podría llamar el efecto “Cámbiame”, es decir, la conversión del aspecto físico de una persona a través de una ropa elegante y glamourosa.  Hay algo de mágico en el hecho de que alguien posea la habilidad de cambiar la mentalidad, al menos superficialmente, de una comunidad, a través de un elemento material. Por eso esta película me ha recordado al “Chocolat” de Juliete Binoche. La afición al dulce y a los placeres de la gastronomía como elemento subversivo contra una sociedad conservadora al máximo que ha arrumbado los sentimientos y que oculta los hechos del pasado.  Aquí, el argumento que exhibe Tilly, la joven moderna, educada en Europa, que regresa a Dungatar, una pueblo de la Australia más profunda, es la ropa. Su habilidad para diseñar, cortar, coser, fruncir y rematar, es su