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En Santa Rosa nunca pasa nada

Es la indecisa hora del anochecer en el tranquilo pueblo de Santa Rosa, en un lugar de California. Charlie, una chica guapa y dulce, sale de su casa corriendo y, sin mirar, cruza la calle antes de que el guardia le permita el paso. El guardia se enfada, desde luego, y Charlie tiene que esperar pacientemente a que la autoridad, después de recriminarle su gesto, la deje, por fin, continuar su camino. Todos los corazones laten al unísono. No se sabe si llegará a tiempo. Charlie no acude presurosa a una cita de amor, ni a un encuentro con amigas, no va de compras, ni al cine…Charlie sale de su casa y emprende una veloz carrera para acceder a la biblioteca pública. Porque Santa Rosa tiene biblioteca pública y, dentro de ella, una hemeroteca que Charlie quiere consultar a toda costa.  Esa biblioteca a punto de cerrar es el lugar en el que Charlie culminará el círculo de la duda. El sitio en el que perderá su inocencia. El motivo por el que, nunca, nunca, volverá a ser la misma ni a

Siempre he querido ser periodista

(Graham en el nuevo edificio del Post) Esta es Katharine Graham, la editora del The Washington Post y la autora del libro "Una historia personal" que contradice su título con el contenido. La historia que se cuenta aquí comienza con la vida de sus padres y hace un retrato detallado y exacto de cómo se cumple el sueño americano. La vida de Katharine Graham es tan interesante como la propia trayectoria del periódico o como los escándalos políticos que destaparon sus periodistas. Una vida larga, murió en 2001 con ochenta y cuatro años a consecuencia de una caída, y una vida fructífera, llena de claroscuros, como todas las vidas. Graham nació en 1917 por lo que puede decirse que su vida abarca todo el siglo XX. Su madre era hermosa, sofisticada, muy joven y conocía a pintores, escultoras y toda clase de artistas. Era una musa para muchos de ellos. También era muy egocéntrica y dejó la crianza de sus hijos en otras manos, porque ella necesitaba tiempo para sí misma. Si

Salones de baile en San Petersburgo

Abro despacio la estantería blanca con puertas de cristal y paseo la mirada por los libros que allí hay colocados en un desorden preconcebido. Son libros que tienen un sitio especial porque, en su día, cuando los leí, me hicieron sentir bien, me hicieron volver la mirada a un mundo que no había visto antes y olvidarme de la cotidianeidad difícil. Son libros que te atrapan, que no te dejan moverte de la silla, que te introducen en un caleidoscopio de imágenes a través de las palabras, ese hilo conductor del pensamiento y la emoción.  Escojo un libro. Tiene pastas duras en tonos tierras y anaranjados. En la portada, un hombre atractivo, muy elegante, con ojos azules que me mira indulgente. Piensa, seguramente, que soy una mujer perdida, con los ojos enrojecidos de haber llorado. Piensa que soy una mujer en soledad. Piensa que sufro. Esta es una tarde de lágrimas, aventura el hombre que me mira sin verme. Este hombre no se equivoca. Observo el libro detenidamente. El nombre del au

Cuando todo se tiñe de rosa

La prensa del corazón, la llamada también prensa “rosa”, es la gran denostada entre los medios. Siendo el periodismo tan corporativista o más que otras profesiones, no hay piedad para aquellos que, alcachofa en mano, persiguen con denuedo a un famoso de tres al cuarto, a la hija de una tonadillera enclaustrada o a un tronista de evidentes atributos amatorios. El concepto de “personaje” se ha desvirtuado al hilo de este tipo de prensa. Ser “personaje” es un grado inferior al de persona. Todos pueden criticarlo sin medida. Convertirse en “personaje” es, usando un término muy al tono, lo peor .  En las tertulias “rosas” se establece un pugilato oculto que, en ocasiones trasciende al exterior, entre periodistas y colaboradores. Los primeros defienden sus años de Facultad, incluso su trayectoria profesional en otro tipo de prensa. Los segundos deben su silla a alguna circunstancia feliz de su biografía (o desgraciada, añado) que los ha catapultado al interés del público. Todo se ha

Un pájaro con las alas plegadas

(Foto: Irving Penn) Mi padre era un hombre excepcional. Supongo que la mayoría de la gente piensa lo mismo del suyo y eso está bien, pero, en este caso, es cierto, totalmente cierto. Era un hombre excepcional por muchos motivos y tenía más mérito porque las circunstancias estaban en su contra. Toda su infancia y su adolescencia echó en falta (aunque nunca lo confesó, pero era obvio) el cariño de una madre, el cuidado de alguien que le abrazara. Su casa había vivido una tragedia y esa tragedia los marcó a todos de por vida. Por eso quizá sintió tan fuerte el amor de la familia que él mismo creó y por eso sus hijos éramos sus estrellas, sus soles, sus astros, todos en una constelación única que era intocable. Por eso estiró la vida hasta sentirla al máximo y así lo muestran las fotografías de su juventud, atractivo como un actor de cine, con sus gafas de sol que nunca abandonaba, su gesto irónico y su media sonrisa casi enigmática. Hubiera sido un actor estupendo.  Leía to

Abuelas

(Simone Signoret) Una de las abuelas quería ser italiana, aunque era de ascendencia irlandesa. La otra, cuyos bisabuelos sí habían venido de Italia, prefería ser gitana. Pertenecía a una saga de mujeres imponentes, de dueñas de sí mismas, de capataces de la vida y del matrimonio. Se parecía a Simone Signoret, fumaba y bebía martinis sin aceitunas. Siempre vestía de negro, no por ser existencialista sino porque llevaba un luto profundo, un luto total y verdadero. Su hijo mayor había muerto y ella se aferró a ese dolor como a un vestido que te sienta muy bien. El resto del mundo se desdibujó ante sus ojos y se sentó a balancear los pies en una mecedora a la puerta de la casa. Vestida de negro, con un pitillo entre las manos, su vasito y la mirada perdida. No le interesaba ver nada, todo se volvió opaco para ella. Ni siquiera prestaba atención a sus otros hijos ni, luego, a sus nietos. Entrecerraba los ojos y veía hacia dentro, hacia los tiempos felices en los que su hijo lucía ai

Los libros de tu vida

Esta es una cuestión recurrente en las redes sociales. ¿De qué vida?, me pregunto. ¿A qué vida pertenecen esos libros a los que tengo que hacer mención? ¿Los libros que acabo de descubrir? ¿Los que leía de pequeña? ¿Los que me regalaron mis amantes? ¿Los de la biblioteca de mi madre? ¿Los que me traía mi padre de la imprenta? ¿Los que descubrí andando por las estaciones de tren? ¿Los que me recomendó mi primer pretendiente? ¿Los que encuentro husmeando por las librerías? ¿Los que sacan en portada las editoriales de mi confianza? ¿Los que tuve que leer en el instituto? ¿Los que descubrí en la Universidad a fuerza de insistir? ¿Los que lee el hombre que me gusta en cada momento? ¿Los que hay que leer porque lo dice todo el mundo? ¿Los que tienen una portada preciosa y te atraen? ¿Los que empiezas y dejas de lado porque te horrorizas? ¿Los que te cansan pero no lo dices? ¿Los que encuentras rebuscando en armarios? ¿Los que te regalan aquellos que no te conocen? ¿Los que te dieron e

Aquella mar de Cádiz...

Había una terraza tendida al mar y en ella se mostraban todos los amaneceres. Te levantabas temprano y te sentabas allí, hermosamente absorto en el agua que brillaba a lo lejos, o en las flores del suelo o en las nubes. Si llovía, por muy raro que parezca, caía sobre ti esa humedad a modo de recuerdo, porque en tu infancia fuiste niño de lluvia, de olivos, de rumores de campo y de voces del pueblo. Todos los veranos que estuvimos juntos, demasiado pocos, ahora lo sé, seguías el mismo rito con la misma certeza. El mar era la mar por adopción y hallaste su secreto como si hubieras nacido allí, aunque eras de tierra extraña, de tierra adentro, de otra tierra. Tu mar era tan verde... No debiste marcharte. Aquella casa se perdió ese mismo verano en que, sin avisar y por la espalda, nos dejaste desnudos de tus manos sin poder retenerte. No debiste marcharte y cerrar con tu marcha el capítulo de todos los abrazos, de todas las nostalgias. Eras tan de verdad que resulta imposible

Esta mañana, amor, tenemos treinta años

Una vez tuvo un amor prohibido. Prohibidísimo. Mirado por todas las partes posibles era un absoluto desastre. Ganas de buscarse problemas. Pero era por la tarde, un septiembre, caía todavía un dorado resplandor sobre la plaza, los parterres brillaban, y allá, a lo lejos, apareció él con su pantalón vaquero y una camisa blanca que llevaba, como diría Corín, arremangada hasta el codo. Nunca se había visto en otra, aquello era una visión inenarrable. Ninguna de sus amigas la creería, ni siquiera Marta, que era tan fantasiosa y veía caballeros andantes en cualquier semáforo. Eso era, precisamente, lo que la separaba en ese momento del hombre de la camisa blanca, un semáforo en rojo, justo en la esquina, al lado de la terraza en la que ella esperaba, sentada en una silla de mimbre, con las piernas cruzadas y una falda de punto muy estrecha y muy corta. Tenía unas piernas preciosas.  Los días de aquel amor no duraron mucho. No podían durar. Era una extrañeza en todos los sentidos

Morricone

Escribo sobre este hombre, paradigma del genio, mientras veo, por enésima vez, "Los intocables", la película cuya banda sonora es, a mi juicio, la mejor de las que hizo. Y ya es mucho decir. El inicio con los títulos de crédito y esos golpes de percusión levanta el alma. Entra en la historia mucho antes de que los personajes comiencen a hablar.  Doy vueltas por la red en este día en que la muerte de Morricone , a los noventa y un años, y a causa de las consecuencias de una caída (ah, las caídas, el gran peligro de los viejos), en un hospital de Roma. Las crónicas cuentan que estaba rodeado de su mujer, María Travia , setenta años juntos, y de sus cuatro hijos. Hay historias que se leen por ahí que son hermosas y ciertas, como la que escribió Manuel Hidalgo en 2016, con ocasión de su nominación al Oscar por "Los odiosos ocho". Con todo lo que era, Morricone solo ganó dos Oscar, uno honorario en el año 2006 y otro por esa película de Tarantino . Otras cinco v

Una mirada tuya

El buen cine puedes verlo tantas veces como quieras. Y, cada una de esas veces, te mostrará una película distinta. Son tus ojos, tu mirada, los que han cambiado, pero el buen cine tiene eso previsto: guarda capas y capas que no aparecen a simple vista, sino que se van descubriendo como si pelaras una cebolla. Como las cebollas, el buen cine te hace llorar o, al menos, emocionarte. Esa es la principal cualidad. Crear emoción. Cuando ayer volví a ver esta película "Adivina quien viene esta noche" comprendí al instante que estaba viendo algo nuevo. Y que esa novedad residía en cosas que estaban allí pero que, hasta el momento, no habían salido a la luz. Pensé entonces en la inútil función de los críticos de cine. Ninguno de ellos sabe nada de nosotros. Conocen la película pero no al espectador. De modo que no hay que tener ningún miedo, ninguna preocupación, si nuestro top de preferencias no coincide con los suyos. Es, además, algo natural.  Cuando veía la película

Irène y los fuegos de otoño

El caso de Irène Némirovsky no es único, pero sí extraño. Su vida tiene tantos elementos de interés como sus libros. O, para decirlo de otro modo, la suma de talento y experiencia vital dio lugar a una obra que tiene un hilo común en su estilo y una fuente temática en su biografía y en el telón de fondo de su vida. Es un caso que puede estremecerte y que, si te familiarizas con ella a través de sus libros, se convierte en una razón más para aborrecer las guerras y sus consecuencias. Aunque la batalla que ella libró fue común a millones de personas, solo casos privilegiados como este nos ponen en contacto con una realidad que los libros de historia no detallan, porque es inabarcable.  Podíamos decir que los totalitarismos arruinaron su existencia. Primero los bolcheviques, de los que su familia huyó en 1919, y luego los nazis, que la deportaron a un campo de concentración y la asesinaron allí. Entre medias, una vida. Desde Kiev, donde nació en 1903, hasta Francia, donde estudió e

Un verano de cuento: Edna O'Brien

Las obras más conocidas de Edna O'Brien (Tuamgraney, Clare, Irlanda, 1930) son las que forman su Trilogía de las chicas de campo. Sin embargo, O'Brien es una cuentista muy notable. Y son sus cuentos, siempre protagonizados por mujeres, los que representan una visión muy cercana de la vida y de la naturaleza, de las relaciones humanas y los sentimientos.  Ella no se hace ilusiones con respecto a la gente. Sabe que, en un momento dado, habrá traiciones y desengaños. Los sintió ella misma. Gente que no acepta tu talento y que quiere cercenarlo. Personas que intentan imponerte sus ideas. Entornos claustrofóbicos, momentos desasosegantes. Hasta la propia naturaleza es, en sí misma, una enemiga de las emociones. Y el pasado es una losa y el futuro una incógnita, una dudosa reminiscencia de algo que no  ha llegado pero que se anuncia.  Los cuentos  tienen mucho de sí misma, de modo que, si lees también sus Memorias, verás en ellos desarrollados algunos argumentos que parten