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Helene y Frank

Helene Hanff nació en Filadelfia el 15 de abril de 1916. Como se definió ella misma en su libro "84 Charing Cross Road" era una "escritora pobre amante de los libros". Sus padres fueron grandes aficionados al teatro, a pesar de que la profesión de él (vendedor de camisas) nada tenía que ver con el arte. Pero esa sensibilidad la transmitieron a su hija y ella, que no pudo ir a la universidad, siempre quiso ser una dramaturga de éxito. No lo consiguió. Escribió en revistas, hizo libros para niños y jóvenes, trabajó como guionista para la radio y su gran éxito, el libro por el que la conocemos, es el ya citado "84 Charing Cross Road" que narra, ni más ni menos, su pasión por la lectura y los libros, ejemplificada en la correspondencia que mantiene con el vendedor principal de la librería anticuaria Marks & Co de Londres. Desde Nueva York, donde vivía, estuvo veinte años escribiéndose con ese vendedor, un señor llamado Frank Doel, que fue primero reti

"84, Charing Cross Road" de Helene Hanff

Este es un libro epistolar y que habla de libros. Los libros de libros son encantadores. Son como el cine dentro del cine. Hace poco leí "La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey" , que me gustó mucho y que tiene una película deliciosa. Esta es una circunstancia común a muchos de los libros que hablan de libros, porque son películas con matices delicados que recogen muy bien la inspiración de los autores. (La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey, trailer) Algunos de estos libros giran en torno a ellos como si fueran una melodía tocada a la flauta. Hamelin nos conduce entonces a un espacio en el que las letras se han unido para contarnos una historia. Otros transcurren en librerías y en otros un libro es el emblema de una cita amorosa. Hay muchos libros de libros y este es uno de ellos. Esos libros de libros lo son también de lectura, porque si un libro no se lee, no existe, incluso aunque se haya escrito. O quizá exis

Sálvame de esta gatita

Miranda Frayle y Don Lucas, actores de mediana fama, hollywoodenses en activo, han roto. Después de protagonizar varias películas, su tórrido romance se ha terminado y ella da en consolarse, al estilo de otras de su oficio, con un aristócrata que merodea por la Riviera Francesa en busca de ligues con los que poder soportar la pesada vida del Lord inglés.  La prensa del corazón acecha a Miranda y a su nuevo amor, Nigel Marshwood. Los titulares recorren de un lado a otro el Reino Unido, moviendo los cimientos de la buena sociedad, que ve con preocupación estos devaneos de uno de los suyos. Devaneos públicos, se entiende. Ya sabemos que la discreción es la salsa de todos estos guisos. Pero Miranda Frayle es de todo menos discreta.  Desde luego, en Marshwood House, la conmoción es absoluta. Aunque Felicity, la mamá de Nigel, quiera disimularlo con su sonrisa amplia y su elegante contención, nadie deja de pensar en el problema que se avecina. Ahí es nada. Miranda Frayle convert

Un recipiente con una cinta azul

(Fotografía de Lillian Bassman para Harper`s Bazaar, 1951) Había un pequeño mueble lacado en rojo inglés. Parecía de anticuario pero no lo era, sino caro y muy moderno. Se encaprichó de él y quiso tenerlo porque tener cosas es fácil y él siempre la complacía. Le regaló el escritorio y lo colocó cerca de la ventana, un ventanal inmenso, por el que entraba una luz cómplice que nunca quería marcharse y que se filtraba desde que amanecía. El escritorio rojo tenía algunos cajones, a modo de secretos. Entonces recordó que también se le llama secreter y no es nada extraño. En ellos colocó algunos recuerdos, pequeñas tonterías. Servilletas de bares, en las que escribía el inicio de historias que nunca se completaban. También objetos adquiridos en sitios inverosímiles. Una sortija con una piedra verde, una pulsera que tenía una rosa incrustada, un lazo amarillo con la palabra amor que rodeaba una caja de perfume...Del mismo modo que los niños coleccionan estampas, piedras, muñecos, ella

Sorpresa con música de fondo

Antes de todo: La música llena la pantalla, la arrasa literalmente. De un avión surge un descapotable enorme, un coche americano, sin duda. El coche cruza la ciudad de Roma, deja atrás sus avenidas, sus pobladas calles, sus hermosos monumentos y suscita el interés, la curiosidad, quizá el deseo, de todas las chicas con las que se cruza. Las chicas miran el coche y eso que no lo conduce su dueño… Talbot: Sí. Decididamente voy a sorprenderte. Esta vez me tomaré en serio lo nuestro. Dejaré de ser el bala perdida, un cabeza hueca, aunque puedan perdonarme mis errores por lo abultado de mi cuenta bancaria. No jugaré con tus sentimientos. No jugaré contigo. No. Esta vez voy a comportarme como un hombre enamorado. Es verdad que puede resultarte un poco extraño. Pero tienes que entenderme… Un hombre como yo está siempre rodeado de tentaciones. Y no soy ningún santo, desde luego. Esas tentaciones me arrastran sin querer. O queriendo, quién sabe. Pero ¿cómo resistirse al encanto de una

Sinfonía para un vestido verde

¿De qué trata esta película? ¿De la culpa? ¿De la mentira? ¿De la guerra? ¿Del amor? ¿Trata, quizá, de la escritura? ¿Del acto de escribir? ¿Del acto de convertir en historias la propia vida? ¿De un vestido verde? Un silencio desasosegante sigue a los títulos de crédito. Amparados por la belleza de la música, blanco sobre negro, las letras se mueven rítmicamente y un largo itinerario de palabras surca la pantalla. Mientras tanto, tú miras sin poderlo evitar. No has podido apartar los ojos de las imágenes, ni siquiera cuando han sido terribles, dolorosas, perplejas. Más terribles las de los cuerpos abrazados a los que desune la mentira. Más dolorosas las de la separación.  Las amplias habitaciones de la casa están llenas de objetos. La belleza preside la existencia y la maldad se oculta. No hay forma de saber qué se cuece en los muros de un lugar en el que todas las personas mienten. Algunos por desidia, otros por compasión, otros por miedo. El amor permanece en el aire y b

El cine flamenco de Carlos Saura

El camino que abrió Edgar Neville en 1952 con “Duende y misterio del flamenco” fue continuado por Carlos Saura, director de dos trilogías de enorme influencia en el cine flamenco, tanto por lo que representa la figura del cineasta aragonés como por las propuestas estético-musicales que representan estas obras. La primera de esas trilogías es la que se refiere a las películas inspiradas en obras literarias y musicales: “Bodas de sangre” de 1980, “Carmen” de 1983 y “El amor brujo” de 1986.  Se trata de la segunda versión cinematográfica de “Bodas de sangre”. La primera de estas versiones, de título original “Noces de sang” se realizó en Marruecos en 1976 y contaba con la participación de la eminente trágica griega Irene Papas. La versión de Saura cuenta con un equipo técnico de primera magnitud en el que destacan el guionista Alfredo Mañas y el director de fotografía Teo Escamilla. Los intérpretes fueron Antonio Gades, Cristina Hoyos, Juan Antonio y Pilar Cárdenas. Tras esta pel

Abril bajo un paraguas

La ciudad se estremece bajo una lluvia suave que cubre por unas horas su perfil cálido de sol inclemente. Toda ella se viste con esa cortina acuosa y líquida que motea las gafas y convierte en duro diamante el roce de las manos en las mejillas. Hay quien no ha reparado en que el cielo está gris y se mueve sin paraguas con la actitud de incomprensión que esta lluvia de primavera ofrece. En la iglesia, los asistentes a la misa no saben que, al volver a la vida exterior, el manto oscuro que ha cubierto el cielo se desgrana ya en suaves copos líquidos que mojan sin molestar apenas.  Ella recorre los puentes, que tantas otras veces ha pisado, bajo el techo breve de un paraguas de corazones rosas y se pregunta como hace siempre por ese milagro de una ciudad que ofrece mil caras y otras mil oculta. El río es una larga lámina que recibe la lluvia con indiferencia y en él los remeros se mueven rítmicamente sin pausa y con desdén. No hay preguntas en sus movimientos sino las certezas qu

Perfecta geografía

Emma es una muchacha joven, bonita, rica e inteligente. Es la mujer perfecta. Como la vida va siempre buscando dificultades a quien no las tiene, Emma es huérfana de madre desde muy niña, pero este cometido lo ha suplido, casi a la perfección, la señorita Taylor, que ha ejercido la labor de institutriz de Emma y de su hermana Isabella. Esta tiene unos años más que Emma y cuando la novela comienza ya está casada, precisamente con el hermano del señor Knightley, el hombre que enamorará a Emma. El libro transcurre, pues, entre bodas, entre la de Isabella, ya pasada, y la de Emma, por venir. En medio suceden otras cuantas, porque las bodas eran los hitos, el modo en que Jane Austen contaba el tiempo. Nada mejor que una boda para asentar un momento de la vida de cualquiera, nada mejor que una boda para desgranar alrededor todo un enjambre de sentimientos y de posibilidades. El problema de “Emma”, el libro, está en que no parece fácil que las bodas cuajen si la intervención de Emma,

"Un capítulo de mi vida" de Barbara Honigmann

Los libros se superponen los unos a los otros como si fueran piedras que arrastra la marea en la pleamar. Se acercan a la orilla y, cuando el agua se retira para seguir su ciclo de ida y vuelta, entonces las piedras se incrustan en la arena y se quedan ahí, como testigos de un movimiento único que no tiene retorno ni paradas. Asimismo hay historias, o, al menos, retazos, que siguen un mismo patrón, que responden a una misma necesidad, y que aparecen en un tiempo cercano. En este caso hablo del recuerdo de las madres asomado a la literatura porque así lo han querido las hijas. No es la primera vez que en este blog hablo de ello y esto sucede porque la lectura de algunos libros vuelve a traerme el pensamiento fresco y necesario de qué fueron nuestras madres, por qué las quisimos y qué les pedíamos a voz en grito sin que ellas, a veces, nos oyeran.  Rosamond Lehmann, Mary Karr, Angelika Schrobsdorff, Edna O´Brien, Irène Némirovsky, Vivian Gornick, entre otras muchas, han escrito s

Ama como un hombre, lucha como una mujer...

Mi voz suena casi inaudible en la lejanía: Dime algo bonito… Aunque sea mentira… La tuya tiene un temblor inusitado: No sé qué haría sin ti… ¿Dónde has estado el resto de mi vida?… Mientes… Una mentira puede encubrir una verdad mayor ante la que no podemos escondernos. A veces esa mentira es la única forma de decir “te quiero”. Puedes escribir “te quiero, jajajajaja” y parecerá que el sentimiento es de cartón piedra, que es un decorado. Puedes añadirle un emoticón y dará la impresión de que tienes un buen día. “Qué estas pensando” te preguntará la sagaz máquina. “Pienso que el amor es una batalla, aunque se acompañe con música de acordes suaves”. Pero, de pronto, se rompe el hechizo. Volvemos a la realidad. A lo que somos. A lo que ocultamos. A lo que no sentimos. A las cosas que nunca te dije. A lo que está prohibido. A lo que anhelamos. A lo que tememos. A lo que deseamos más que a nada en el mundo. A esa fuerza única que me obliga a no poder apartar los ojos de