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Anita Loos. Cuestión de gustos.

Cuando Anita Loos (1889-1981) le llevó al reputado director de publicaciones H. L. Mencken (te recomiendo la lectura de su "Vete a la mierda"), el original de su libro "Los caballeros las prefieren rubias", este le dio un buen consejo: Nena, te estás riendo del sexo y eso es algo que nunca se ha hecho en Estados Unidos. Te aconsejo que lo envíes a Harper´s Bazaar, donde se perderá entre los anuncios y no molestará  a nadie".  La disciplinada Anita así lo hizo. Y he aquí que, una vez publicado por entregas en la citada revista, ocurrió un hecho insólito: los hombres empezaron a leerla. Entre esos hombres estaba, según se cuenta en todas las crónicas, un señor llamado James Joyce. ¿Les suena, verdad? De modo que no hubo más remedio que reconocerle el éxito y publicarlo en forma de libro. Tres años después vio la luz la segunda parte "Pero se casan con las morenas" y el asunto llegó a las cuarenta y cinco ediciones. Hablamos de 1925 y 1928. Uffff.

Esa clase de amor

Creo que era de Doris Lessing. Y ese era su título. "Esa clase de amor". Pero el tiempo ha pasado y la memoria me flaquea. Ese recuerdo dudoso me ha servido para ilustrar esta fotografía y para convertir en palabras la música que oigo, en ese ejercicio cotidiano, impresionista quizá, o luminista, escritura automática, dadá, que hago con el lenguaje y el sonido y la imagen.  Descubrí hace algún tiempo que hay tantas clases de amor como amantes. Y, en la línea de la educación que recibí, dudo que sea amor lo que a veces he sentido, dudo de haber sido amada, dudo de todo. Al fin, debería dar lo mismo. Poner nombre a las cosas no les añade nada, no sirve sino para movernos en el terreno movedizo de las palabras y eso, cuando hablamos del terreno aún más movedizo de los sentimientos, es absurdo. Inútil, os diría. Me diría.  Hay amores que duelen. Enormemente incluso. Amores que arrasan y te dejan sin fuerzas. Que evaporan lo que eres y lo que vives. Amores líquidos

Una casa flotante en el río Támesis

Allí, en una casa flotante sobre el río Támesis, vivió una temporada Penelope Fitzgerald. La conocí en 2010 cuando la Editorial Impedimenta, que con tanto talento lleva Enrique Redel (un editor enamorado de los libros, lo que no suele ser frecuente), publicó "La librería". Dado que la escritora nació en 1916 y el libro se publicó en inglés en el año 1978, esto quiere decir que su salida a la luz podía ser considerada tardía. En efecto, esta es su segunda novela pero la primera se publicó solamente un año antes, en 1977, "The Golden Child", una historia cómica de misterio que se ambienta en el mundo de los museos.  La vida de Penelope, como me gusta llamarla porque así la siento más cercana (algo que me ocurre con todas las escritoras a las que amo), fue extraordinaria. Era hija de un editor, sobrina de novelista y de un estudioso de la Biblia. Se educó en colegios carísimos y ejerció de periodista para la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941 se cas

El espejo

No supo como, sin apenas darse cuenta, el espejo le devolvió otra imagen. La última vez que se detuvo en el rellano de la escalera, frente a la gran luna que ocupaba casi una pared, observó el reflejo de una mujer joven, con los ojos sonrientes y una expresión satisfecha. Tenía bonitos hombros y un chal de seda por encima, que cubría un ligero vestido de verano. Toda en ella respiraba la alegría de saberse una mujer deseada, de entender que, a su paso, los hombres iban a girarse a mirarla.  No supo nunca como, al cabo de unos años que transcurrieron sin conciencia de ello, el espejo le ofreció otra visión. Unos ojos cansados, una mirada turbia, una sonrisa áspera, unas manos doloridas, una figura llena de interrogantes. Se preguntaba a sí misma cómo había ocurrido esa transformación, por qué era otra persona sin haber terminado de gozar de la anterior. Qué extraño sortilegio había logrado el cambio, sin ella percatarse, sin ser consciente apenas de que había algo de lo que dis

Querida Jane

De entre todas las personas que conozco, ninguna hay que pueda entender esta carta como tú. Miro tu imagen en la cubierta del libro que cuenta tu biografía y observo tus ojos. Vivos, resplandecientes, ingeniosos. Observo el cuello erguido. Observo el rizo rebelde de la frente. El gorro de encaje al estilo de la época. La manga de farol y el escote discreto. La única imagen que de ti existe es una pista y todavía desconozco por qué Cassandra Austen, tu hermana, consintió en dejar para la posteridad tu retrato después de destruir la mayoría de tus cartas.  Ahora, querida Jane, estamos en otro siglo. En el siglo que dicen digital. En el tiempo de las globalizaciones que todo lo convierte en plural. La singularidad es aquí una excepción. Ser excéntrico es, en estos momentos, sentir individualmente, querer ser lo que uno es sin seguir a otro modelo anterior. Nadie inventa nada, pero, en la era de Internet, casi todo ha sido dicho o escrito antes que tú.  Si la amistad tiene dos

"Expiación" de Ian McEwan

Si has visto la película basada en este libro, "Expiación", no te habrás olvidado del vestido verde que lucía en una de sus escenas la actriz Keira Knightley. En ese ranking que no sé si conoces sobre los mejores vestidos de cine, aparecía últimamente en primer lugar, por delante del vestido blanco que Marilyn usa en "La tentación vive arriba", del Givenchy negro de la Hepburn en "Desayuno con diamantes" y de los pantalones pitillo negros de Olivia Newton-Jones en "Greese".  A pesar de la belleza del vestido, seda natural, con un escote importante, y del resto de vestidos que se citan en la lista, no podemos negar que son los pitillos negros los que han hecho historia en la calle. Los que todo el mundo se pone aunque a todas nos gustaría colocarnos el vestido Keira. Con vestido o sin él, la escena forma parte de la película y la película está basada en un libro y de ese libro es de lo que escribo ahora.  Briony Tallis tiene trece años

"Élisa" de Jacques Chauviré

Sabemos de la infancia por los mayores. Ningún niño es capaz de dejar escrito lo que se siente, lo que se vive, en esos años primeros y definitivos de la vida. En ocasiones, esa infancia se muestra a través de los ojos de los mayores, de sus recuerdos. Nos han contado cómo éramos de niños, nos han explicado nuestras travesuras, los juguetes que nos gustaban, qué comíamos o qué bebíamos. Son recuerdos interpuestos. Nada hay que nos indique la verdad de lo que fuimos. Y, sin embargo, la infancia es el tiempo de la vida que más huella nos deja. Y lo peor es que es una huella oculta, misteriosa. No sabemos a ciencia cierta cómo transcurrió y, por eso mismo, no tenemos ni idea de qué parte de ella nos ha hecho ser como somos.  Tengo en mis manos un libro escrito por un anciano de casi noventa años, poco tiempo antes de su muerte. Lo que uno escribe en la antesala del adiós tiene tanto valor como esos garabatos infantiles en los que apenas se esbozan las grafías de los nombres def

Libros para el otoño de 2015

Un otoño lleno de libros es un otoño de esperanza. En alguno de ellos hallaremos secretos que, hasta ahora, nos habían sido vedados. Encontraremos alguna voz que nos resulte cercana. Habrá sorpresas, descubrimientos, sueños, complicidad. Espero que en los libros del otoño existan palabras que pueda convertir en mías. Palabras que me inspiren, que me llenen de un instante feliz, que me resulten sabias para vivir el momento, cada momento.  Así que repasas las novedades que están previstas y de ellas escoges lo que sospechas te va a gustar. Al menos, lo que vas a buscar en los anaqueles de las librerías para acercarte un poco más y profundizar en ellos. Estas son recomendaciones totalmente personales. Dado que, salvo las recopilaciones, los demás no los he leído, se trata de impresiones, sensaciones, que obedecen a un criterio muy particular.  Si veis por ahí las novedades previstas sacaréis seguramente otras conclusiones y serán otros vuestros intereses. Pero la lectura es así

El largo y cálido verano

El verano es un cuadro impresionista. Un camino bordeado de árboles dorados. Un espacio sideral, único, en el que las voces se mezclan con el canto de los grillos. Un lugar en el que nos encontramos, tú y yo, en el abrazo. El calor se funde en los cuerpos. El sudor nos llena de esa pátina helada que nos estremece. El verano es un cuadro impresionista. Pinceladas, colores, aire libre, dos figuras que caminan una al lado de la otra sin destino y sin origen. Solas. He sentido tu aliento y he buscado tu boca. He hallado tu cintura sin poderlo evitar. Te he besado. Y una constelación de fuego y de caricias se ha elevado conmigo. El verano, las noches, las flores en el borde del camino, todo se funde en todo, como si no pudiera evitar la esperanza. Así los sueños se escriben en verano, con la imagen de quien convierte la vida en vida. Sueños y espacios libres de mentiras. Realidades cansadas. Las noches se han escrito con risas y con sueños. Una vez me miraste, lo sé. Porque sent

Ingrid Bergman: Volcánico iceberg

Un amigo me ha recordado que se cumple hoy, 29 de agosto de 2015, el centenario del nacimiento de Ingrid Bergman. Si repasas la prensa del día podrás encontrar referencias de todo tipo. Datos, noticias, filmografía, críticas, reseñas biográficas. Nada de esto, pues, valdría la pena repetir aquí. Más bien lo que yo podría decir, como espectadora, es algo de carácter más personal. También más discutible. Porque ella, como otras tantas actrices, no es solamente un rostro en la pantalla, sino una parte de mi vida y de la vida de mis padres y de mis abuelos. Es parte de una historia total que no es posible desentrañar sin acudir a los recuerdos más personales.  Ingrid fue una huérfana con todo lo que ello significa. Las biografías lo señalan sin más pero hay que pensar en una niña criada sin padres que tuvo claro desde siempre lo que quería hacer: interpretar. Esa férrea vocación es algo que admiro. Que me llena de esperanza en que siga existiendo gente capaz de luchar por lo que

Bailar

En esa frontera de la niñez a la adolescencia que son los trece años, larguísimos y llenos de conflictos internos, aprendí a bailar. Los sábados por la tarde, en el enorme patio de mi casa, había siempre chiquillas bailando al son de las músicas de moda. A algunas les costaba tanto que terminaron por convertirse en pinchadiscos. El baile no se había hecho para ellas. Los chavales pedían permiso para entrar y mi madre sonreía y se lo daba. Entre ellos había de todo, travoltas, tímidos y aprendices de intelectuales. Como en la realidad. Mi madre estaba siempre atenta a todo, nada escapaba a su observación pero era feliz viendo que la vida continuaba. Ella misma había sido una niña bailarina.  Más tarde, fue el club el sitio que recibía mis ansias de bailar y de escuchar música. En los veranos gloriosos, la música definía los tiempos, las acciones, los sentimientos. Tarareaba todas las canciones, compraba los discos, intercambiaba letras. Me movía a compás. No andaba, sobrevolaba

Días

 Cuando era niña me fascinaba el paso del tiempo. Quizá por eso me gustaban tanto los relojes y los calendarios. Construía mis propios calendarios con los días de la semana y los días del mes, a base de colores, de recuadros, de fechas y avisos. Además, atribuía a cada uno de los días de la semana un color diferente. Creo que no he contado esto a nadie antes de ahora. O sí, lo expliqué una vez a mi "mejor amigo" de turno, que estudiaba Económicas en Madrid y que me hacía el mismo caso que a una sombrilla de playa en tarde de invierno.  El lunes era violeta, un color misterioso, una puerta a lo desconocido. Nadie sabía lo que cada semana traería consigo, era una incógnita como esas que aparecían en las matemáticas, la asignatura que más odiaba porque no conseguía entender ese baile de signos y de números. Para solventar el problema ingenié un sistema muy sencillo cuando estaba en el colegio. El trueque. Yo hacía las redacciones a mi compañera Mamen C. y ella me resol

"Intimidad" de Hanif Kureishi

Intimidad, el libro de Hanif Kureishi , se escribió en 1998, se publicó un año después y yo lo compré en 2005, en una edición de la colección Compactos de Anagrama , de ese mismo año. La traducción corre a cargo de Mauricio Bach . En ese momento, sin embargo, no lo leí. Como otras veces, me atrajo el título, la portada del libro, esa única palabra y quizá, no lo recuerdo ahora, la sinopsis. El caso es que se quedó en la librería de puertas acristaladas y allí ha estado hasta ahora esperando su lectura. Ha esperado diez años. El tiempo necesario para entender a Jay , el protagonista. Los libros, ya se sabe, son muy pacientes y pueden pasarse toda la vida esperando. Mucho más pacientes que las personas.  Aquel no era el momento de leerlo, ahora lo sé. Tal vez no lo habría entendido, no habría supuesto una sacudida como en estos días de finales del verano, cuando la vida ha traído aconteceres que sirven para explicar las cosas que el libro narra con sencillez, sin tener qu

Tres niños

Jugaban en la calle casi desnudos. Tenían los ojos muy oscuros, con una oscuridad desconocida para mí. Yo era la persona extraña que los contemplaba, que los distraía de sus juegos, unos juegos efímeros, construidos sobre la imaginación, sin artilugios, sin aparatos, sin juguetes. Los niños que juegan sin juguetes son los más sabios del mundo. No necesitan instrucciones, manuales o cajas de cartón que hay que convertir en basura para contenedores de reciclaje. Los niños que juegan sin juguetes son invisibles a los ojos de casi todos. Nada llama la atención en ellos salvo su quietud, esa clase de postura estática que los aleja del bullicio. Un niño bullicioso es un niño que tiene en su casa, al menos, una nintendo o una play. Los niños de esta ciudad azul juegan en las calles sin otro aditamento que sus manos.  Te miran. Reparan en ti. Podrían volar cometas. Si tuvieran un trozo de papel de seda de alegres colores, unas cañas para cruzar, unas cintas o unas cuerdas, restos de t

Mejor azul

No encontrarás en él yates lujosos en cuyas cubiertas posan para las revistas chicas doradas de biografía célebre, que ofrecen su bronceado a la consideración de la crítica más feroz. No hallarás zonas VIPs, ni restaurantes con estrellas, ni reservados en los que se cuece la vida de un país que, en verano, adormece. No, carreras de caballos al pie del agua. No, el paraíso del ladrillo convertido en hoteles infamantes. No, personajes que pasean su última conquista delante de los paparazzi que hacen guardia.  No.  El pueblo es un anacronismo de piedra ostionera, de barquitos de pesca, en medio de un océano de playas cada una de las cuales ofrece al visitante una cara distinta, una manera de relacionarse con el mar hecha de elementos nuevos y antiguos. Aquí todo tiene la pátina del tiempo. La antigüedad no es un concepto vano. Si excavas, aparecen los romanos. Si miras desde arriba, los ves de nuevo. Una cuadrícula tensa, el cardo, el decumano. La historia se abr