A los seis años me llevaron al colegio. Aquel colegio estaba en una casa antigua. Tenía un patio al que se abrían todas las puertas y una entrada con azulejos sevillanos y un suelo muy fresco de mármol gris. Estaba en una calle muy alegre, en la confluencia de otras varias que forman desde entonces el triángulo sentimental de toda mi infancia. Las calles tenían naranjos y unas enormes casas con portalones y casapuertas, casas de grandes ventanas y de azoteas. Desde las azoteas, las gentes de aquellas calles podían ver el paso de las procesiones de la iglesia cercana, la Oración en el Huerto o la Misericordia. Era un barrio muy alegre, luminoso, cuya fisonomía puedo reproducir en mi cabeza de forma exacta, como si los años no hubieran pasado. En esa reproducción, en ese cuadro que puedo dibujar en la memoria, están también los olores, olores al azahar que desprendían los naranjos y olores a goma de borrar o a tinta, el olor peculiar de las escuelas. Era un barrio donde se mezclaban
¡Cumplimos 15 años! 2009-2024